Capítulo X. Época Anterior a la Instalación Oficial

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CAPÍTULO X. ÉPOCA ANTERIOR A LA INSTALACIÓN OFICIAL

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EPOCA ANTERIOR A LA INSTALACION OFICIAL

La instalación de la primera logia masónica en el actual territorio de la República Argentina – según escribió el masón Martín Lazcano – es posterior a 1795 y anterior a 1802. La habrían fundado con el nombre de «Logia Independencia», residentes franceses en Buenos Aires ; pero se carece totalmente de documentación logial y de pruebas históricas convincentes, a tal punto que el historiador Juan Canter niega rotundamente su existencia [1] .

Juan María Gutiérrez afirma en la «Revista de Buenos Aires» [2] que la primera logia masónica fue fundada por el portugués prófugo Juan da Silva Cordeiro en 1804, el cual la bautizó con el nombre «San Juan de Jerusalén», y que el general Beresford asistió dos veces a sus «tenidas» durante las invasiones inglesas. Ignacio Núñez escribió que las primeras logias masónicas las fundaron los ingleses en 1806, en la invasión británica al Río de la Plata. «Fue en este tiempo cuando por primera vez en estos países se colocaron los cimientos de logias masónicas». El historiador Bauzá dice que sus nombres fueron «Estrella del Sur» e «Hijos de Hiram», y que tenían al tanto a los ingleses de Montevideo de las reacciones que sorprendían en los patriotas porteños [3] . El general Beresford y el coronel Pack pudieron evadirse de la cárcel, gracias a los agentes masónicos a quienes les servían de enlace Saturnino Rodríguez Peña y el boliviano Manuel Aniceto Padilla.

Estas logias de origen extranjero – de vida efímera e intrascendente – desaparecieron, como tales, después de las invasiones inglesas ; pero sus componentes tratarán más tarde de infiltrarse en las sociedades secretas fundadas por los patriotas, para influir con sus ideas en el ánimo de los dirigentes de la Revolución de Mayo, desviándola de su cauce inicial.

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1. Las sociedades secretas de los patriotas americanos

El venezolano Francisco de Miranda es el fundador y organizador de las sociedades secretas patrióticas, las cuales tuvieron por fin exclusivo el luchar por la independencia de Hispanoamérica. Los americanos que residían en España constituyeron en Madrid, en 1795, la «Junta de Diputados de los Pueblos y Provincias de la América Meridional», integrada por civiles, militares y sacerdotes.

Los hermanos argentinos norteños José y Francisco Gurruchaga, el coronel salteño José Moldes y los sacerdotes americanos José Cortés Madariaga, Servando Mier y Juan Pablo Fretes – entre otros muchos – formaron parte de esta junta o sociedad patriótica, en la cual pudo haber también algún masón encubierto.

Sus delegados se reunieron con Miranda en París el año 1797. Allí decidieron solicitar la ayuda militar a Inglaterra, a cambio de un empréstito, y disolverse como sociedad, para regresar luego a los distintos pueblos de América y fundar sociedades secretas que propagaran las ideas de la independencia; delegando en Miranda el poder ejecutivo central. Este, a su vez, lo delegó en Andrés Bello al partir para los Estados Unidos.

El patriota venezolano se radicó entonces en Londres, y fundó allí, en 1800, la «Gran Reunión Americana», cuyos miembros se llamaron «Caballeros Racionales», «porque nada más racional – diría fray Servando Teresa de Mier – que morir por su patria y sus paisanos». Esta sede central subsistió hasta 1810.

Como filiales en España José Gurruchaga atendía la «Sociedad de Lautaro» en Cádiz; y Moldes, la «Conjuración de Patriotas» en Madrid : asociaciones secretas de jóvenes americanos que según escribió Bernardo Frías- habían resuelto lanzarse a trabajar denodadamente por la independencia de la Patria [4] .

El masón Miranda había sugerido al ministro inglés Pitt, en 1798, la conveniencia de las invasiones al Río de la Plata las cuales se efectuaron en 1806 y 1807; porque su aspiración no era como la de San Martín, a saber : la independencia total, sino tan sólo el cambio de amo. Por tal motivo no contó con el apoyo de los criollos al desembarcar en Venezuela. Por el tratado de 1797 Inglaterra se comprometía a ayudar a América a cambio de un empréstito de 30.000.000 de libras esterlinas y la libre navegación de los ríos. Además, Miranda prometía a Estados Unidos la entrega de las islas del Mar Caribe y la parte oriental del río Misisipí por el auxilio de las tropas solicitadas [5] .

El nombre de Lautaro – indio araucano que murió en la lucha con el invasor hispano a los veinte años de edad, defendiendo la libertad de su tierra – quedó inmortalizado como símbolo de patriotismo y de valor; idealizando, en su apuesta figura los sentimientos nativos de Patria e Independencia.

En las filiales de la Gran Reunión Americana se inscribieron – además de los ya nombrados – Pueyrredón, Bolívar, O’Higgins, San Martín, Zapiola, Balcarce, Alvear, Tomás Guido, hermanos chilenos Carrera, el sacerdote entrerriano Ramón Anchoris, el sacerdote chileno Camilo Henríquez, el sacerdote venezolano Francisco Javier Urtáriz, Andrés Bello, Sucre, Manuel Moreno, etc… Tales sociedades secretas de los patriotas, residentes en Europa o de paso por España, no eran masónicas sino únicamente político-profanas. El acta de fundación de su matriz londinense las define como «un reclutamiento de hombres hábiles para la campaña libertadora de América» [6] .

Desde 1806 hasta 1856 no hubo logias masónicas propiamente dichas en la Argentina ; pero sí hubo masones aislados, que al infiltrarse en las sociedades secretas de los patriotas ganaron adeptos entre sus miembros, logrando formar grupos políticos de argentinos con mentalidad filomasónica, conscientes los menos e inconscientes los más. Su jefe habría sido Julián Alvarez y los miembros de la logia irregular a la cual pertenecían, habrían penetrado en el Club de los morenistas y en la Sociedad Patriótica y, luego, en la Logia Lautaro. Todos ellos ocultaron su verdadera personalidad en el secreto y clandestinidad que la secta mantuvo hasta Caseros.

Las ideas patrocinadas por estos pocos demoliberales con tendencias extranjerizantes, antitradicionalistas y anticriollistas, que pretendieron herir de muerte a la Patria en su íntimo ser nacional, y que desde sus albores provocaron el general repudio de la parte más sana del pueblo criollo, reconocen todas ellas su paternidad masónica – por lo menos en su contenido y en sus principios y en la ideología extraviada de los hombres que, en buena fe, las propiciaron.

Sin embargo, repetimos, todas las sociedades secretas que se fundaron en la Argentina, antes de 1856, fueron de índole político-social y ninguna de ellas fue estrictamente masónica [7] .

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2. La figura de Mariano Moreno

Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta de 1810, había sido alumno de los sacerdotes profesores del Colegio de San Carlos en Buenos Aires y de los sacerdotes catedráticos de la universidad de Charcas, donde le costeó los estudios el canciller, presbítero Pedro de Iriarte, que en octubre de 1816, ocupará la presidencia del Congreso de Tucumán.

Para él franqueó las puertas de la rica biblioteca conventual de San Francisco en Buenos Aires, su maestro y gran patriota fray Cayetano Rodríguez, y en Charcas hizo otro tanto su profesor el canónigo Matías Terrazas. Al doctorarse en leyes juró defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, como lo hiciera Belgrano en España al graduarse de abogado.

Como secretario del Primer Gobierno Patrio escribió en la Gaceta del 21 de junio de 1810: «Habrá libertad de hablar y escribir en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de Nuestra Augusta Religión».

Al publicar en Buenos Aires el «Contrato Social» de Rousseau procuró expurgarlo de todas las referencias anticlericales e irreligiosas que su juicio contenía, advirtiendo al lector que «el autor, por desgracia, en muchos puntos delira, sobre todo tratándose de materia religiosa»

Como vemos, el «democrático» Moreno establecía medidas drásticas contra los que pudieran menoscabar la Religión, y aplicaba censura previa a la prensa y a la misma literatura liberal aún en cuestiones filosóficas.

Pero, a pesar de tan cristianos antecedentes del joven revolucionario, su actuación pública resultó impopular, debido a su política extranjerizante y a sus actos terroristas, en contraposición a la tradición criolla [8] . El virus enciclopedista había influido poderosamente en su espíritu y el cáncer del naturalismo minaba las mentes y los corazones del grupo de los exaltados «morenistas» que lo seguían. La Revolución, por este motivo, perdió en él a un excelente tribuno del pueblo, que pudo llegar a ser el intérprete genuino de sus ideales. Antes del año 1810, era el abogado de los intereses comerciales ingleses en el Río de la Plata y consultor privado del virrey Cisneros.

El historiador Ricardo Levene insinúa la idea de que el anglófilo Moreno fuera elegido secretario de la Primera Junta, precisamente por las íntimas relaciones que mantenía con míster Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires.

Otro de los agentes británicos en el seno de la Primera Junta fue Castelli, que contribuyó, con su desacertada actuación en los sucesos de Mayo, al desprestigio de la Revolución.

Federico Ibarguren afirma que «el jacobismo terrorista de los morenistas y la utilitaria intervención de Inglaterra en los asuntos de la Revolución de Mayo – requerida por Moreno y su equipo desde el gobierno – fueron la verdadera causa de todos los males, desinteligencias y claudicaciones que siguieron, en beneficio de la política portuguesa en el Plata» [9] .

Moreno prometía a los ingleses ventajas comerciales, privilegios de toda clase y hasta concesiones territoriales, como el Uruguay y la isla Martín García – para fundar una colonia británica – a cambio de las armas que solicitaba. «Debemos proteger su comercio aunque suframos algunas extorsiones – escribía en su Plan a la Junta – ; sus bienes (para nosotros) deben ser sagrados».

La renuncia le fue aceptada por «no ser provechosa al público la permanencia de un magistrado desacreditado».

Con todo no podemos negar que, Moreno era un patriota sincero ; pero, sin embargo, filosóficamente extraviado. Creyó, además, en la sinceridad de la diplomacia británica, y utilizó – sin conocer su origen – el apoyo masónico que tras ella se ocultaba. Cuando lo advirtió, privó en él el sentimiento patrio sobre todo otro sentimiento espurio, y rompió con su política ang1ófila.

Su muerte, a la temprana edad de treinta y tres años, y precisamente en un buque inglés, a causa de una «rara enfermedad», no deja de impresionarnos profundamente.

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3. Saavedrismo y morenismo

Los saavedristas, unidos a los ex combatientes de las invasiones inglesas – que habían reconquistado y defendido a Buenos Aires -, a los representantes oficiales de las provincias y al clero patriota, reaccionaron contra el utilitarismo y extremismo de los morenistas, apoyando las tendencias tradicionalistas y moderadas de la gente sensata, que era la mayoría de la población del virreinato.

«El partido de Saavedra – afirmó Alberdi contra la opinión de Mitre – era el partido verdaderamente nacional, pues quería que la nación toda, interviniera en su gobierno».

La primera víctima del terrorismo morenista fue Liniers – el Héroe de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires y el primer Virrey elegido por el pueblo -, arcabuceado el 26 de agosto de 1810. Su «crimen» verdadero había sido rechazar a cañonazos la tentativa inglesa de apoderarse de Buenos Aires.

La inexorable sentencia de Moreno se aplicó también a sus ilustres compañeros cordobeses y más tarde a los jefes realistas del Alto Perú; y Castelli – «el verdugo de la revolución» – dijo al cumplirla : «El escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema». De él había dicho Saavedra: «Castelli prefiere los derechos de su enemistad a los intereses de la Patria» [10] .

«No quede ni un solo europeo, militar o paisano, que haya tomado armas contra la capital». Así rezaba el úkase de la Junta del 3 de diciembre de 1810.

Pedro Somellera, agente de Castelli en Asunción, también había «recibido órdenes precisas para decapitar a los jefes de la oposición paraguaya y confinar el resto en los fortines del Norte» [11] .

Sin embargo, el coronel Francisco Ortiz de Ocampo, jefe de la expedición, opinaba diversamente cuando decía: «La base más segura para cimentar el nuevo sistema de gobierno no es la fuerza sino el amor». Por eso fue relevado de su cargo junto con Hipólito Vieytes, que representaba a la Junta y que participaba de este criterio de clemencia y moderación. Más tarde escribirá el historiador Vicente Fidel López : «¡ Cuánta mayor honra para la Revolución si los hombres que la gobernaban hubieran sido clementes! Pero no lo fueron» [12] . La Junta se excusará de tales asesinatos diciendo : «Imposible encarcelarlos con seguridad de no evasión». Por otra parte, «expatriados conspirarán contra la libertad».

Moreno comunicaba a Castelli en las «Instrucciones Reservadas», que «dejara que los soldados hicieran estragos en los vencidos para infundir terror», pues «la Junta aprueba tal sistema de rigor y de sangre».

«La menor semiprueba contra la causa – decía – debe castigarse con pena capital (ya que) ningún Estado puede regenerarse sin verter arroyos de sangre… No deben, por tanto, escandalizar las voces de ‘verter sangre’, ‘cortar cabezas’, ‘sacrificar a toda costa’.

No pudo, sin embargo, consumar su criminal intento de ajusticiar a todos los miembros del Cabildo de Buenos Aires, porque se opuso tenazmente a tan inicua medida el coronel Saavedra con estas palabras: «Trate Ud., doctor, de derramar sangre, pero tenga por cierto que esto no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio». Para el masón argentino Zúñiga, «Saavedra representaba al partido retrógrado del jesuitismo, y Moreno al liberalismo renovador, por lo que, si no fue masón, merecía serlo» [13] .

Saavedra, poco tiempo después, debió abandonar el gobierno, y será perseguido a muerte por aquellos a quienes, con su decisión y patriotismo, les había dado la libertad.

Castelli, cumpliendo órdenes del gobierno morenista, continuaba su persecución en el Norte, aun en lo religioso-tradicional ; originando, por tales motivos, enconadas resistencias que anularon las victorias de las armas patriotas, hasta desembocar en el desastre de Huaqui del 20 de junio de 1811. Antes de la batalla, algunos oficiales se atrevieron a blasfemar diciendo : «Venceremos contra la voluntad misma de Dios».

En el Alto Perú se declaró entonces la guerra santa contra los «corrompidos, ateos y herejes» insurgentes de Buenos Aires, capitaneados por el libertino Castelli y el furibundo jacobino Bernardo de Monteagudo.

El historiador Julio Raffo de la Reta afirma que «la torpe conducta de muchos oficiales de Buenos Aires, que con sus expresiones de desusada incredulidad y ateísmo creían atraer la admiración general» – atropellando sacrílegamente las procesiones de los devotos indígenas y vistiendo los ornamentos sacerdotales para arengar al pueblo desde el pú1pito, como lo hiciera Monteagudo, después de la parodia de oficiar la misa en el pueblo de Laja – motivó el desprestigio total de la Revolución, adquiriendo, en las poblaciones del altiplano, un sentido anticatólico e impío que nunca tuvo.

Y llegó a tal extremo el encono que, según escribe el general Gregorio de Lamadrid en sus «Memorias», los soldados del Norte decían: «Cristiano soy y líbreme Dios de ser porteño».

Tomás Manuel de Anchorena, secretario de Belgrano, culpa a la inmoralidad de Castelli y de sus acompañantes, la anarquía y la confusión en que quedaron sumidas aquellas provincias, que luego perdimos para siempre.

«El curato de Laja – dice Núñez – donde Castelli fijó su residencia, fue el foco de una licenciosa democracia» [14] .

«Los diferentes campamentos eran otras tantas ferias diurnas y nocturnas, donde entraban y salían discrecionalmente los hombres y las mujeres; donde se bailaba, se jugaba, se cantaba y se bebía como en una paz octaviana… y luego se desbandaban por las poblaciones para propagar sus doctrinas». Después de enumerar sus excesos, termina diciendo: «Si Castelli no prescribía estos graves extravíos, por lo menos los toleraba». Téngase en cuenta que Núñez es un gran admirador y defensor de Castelli y de sus parciales, pero no pudo hacer a menos que reconocer estos tristes hechos. «En las cincuenta lenguas que anduvieron los dispersos, después de su derrota, desde La Paz hasta Oruro, ni encontraron qué comer, sino a balazos; ni quién los recibiera, sino a pedradas».

El deán Gregorio Funes escribía a su hermano Ambrosio el 16 de diciembre de 1810: «Moreno se ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca».

La reacción no se hizo esperar : el primer intento promasónico en nuestra patria fracasaba gracias a la decidida intervención de los saavedristas que, en la Revolución del 5 y 6 de abril de 1811, salieron en defensa de nuestra tradición criolla, para neutralizar el plan de los conjurados que pretendían aniquilar la Religión, según testimonio de Funes en la carta que el 8 de abril escribía a su hermano, en la cual, entre otras cosas, le decía: «Castelli se maneja como un libertino. Está sumamente desacreditado».

Esta revolución que devolvió a Saavedra la comandancia de armas, fue hecha por el pueblo católico porteño y las fuerzas armadas de la patria para contrarrestar el laicismo y el liberalismo de los sectarios porteños afrancesados.

Sin embargo, pasados los años, los historiadores, al servicio del porteñismo liberal, con Mitre a la cabeza, darán una interpretación deformada de estos episodios, y de ella resultará que Saavedra es un «reaccionario» y Moreno el «caudillo popular».

El manifiesto revolucionario, publicado el 15 de abril en la Gaceta Extraordinaria, contiene el repudio popular contra los miembros de la junta que quería imponer «una furiosa democracia desorganizada y sin moral, cuyo espíritu era amenazar nuestra seguridad en el seno mismo de la patria».

Federico Ibarguren resume así las pretensiones de los morenistas :

«Implantación despótica de las impopulares reformas borbónicas ; total predominio de Buenos Aires sobre el Interior ; tendencia extranjerizante y utopista de una legislación inspirada en el despotismo ilustrado francés; regalismo extremado en materia religiosa, otorgamiento de desmedidos privilegios comerciales a Inglaterra aliada de Portugal ; y entreguísmo diplomático en perjuicio del «statuo quo» rioplatense de la frontera oriental» [15] .

El 15 de enero de 1811 Saavedra escribía a Feliciano Chiclana que gobernaba en Salta: «El sistema robespierreano que se quería adoptar en ésta, y la imitación de la Revolución Francesa, que se intentaba tener por modelo, gracias a Dios, han desaparecido».

Del Cancionero Popular de los primeros años de nuestra vida nacional son estos versos :

«Se va perdiendo la fe!

Los jueces y los ministros presidentes y gobiernos,

todos van a la moderna

quitando el poder a Cristo.

Satán nos está engañando

con leyes desconocidas;

concluyen con lo mejor.

¡Se va perdiendo la fe!’

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4. Reacción popular de recuperación nacional

Mientras en Buenos Aires se recuperaba la Revolución de Mayo por la victoria del saavedrismo en sus tradiciones hispánicas de vida, de profunda raigambre cristiana, el cristianísimo general Belgrano – según escribe el general José María Paz en sus «Memorias Póstumas» – «restablecía la opinión religiosa de nuestro ejército».

En Tucumán hacía oficiar funerales por los caídos de ambos bandos y distribuía antes de la batalla de Salta, los cuatro mil escapularios de la Virgen a los jefes, oficiales y tropa; consolidando así esa opinión de religiosidad, que iban recuperando las armas de la patria.

Y el 6 de abril de 1814, escribía desde Santiago del Estero a su sucesor en el mando el general don José de San Martín : «Mi amigo. Acuérdese Ud. que es un general cristiano, apostólico, romano. No deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes… El ejército se compone de hombres educados en la fe católica que profesamos… No olvide los escapularios a la tropa. se lo dice a Ud. su verdadero y fiel amigo. Manuel Belgrano».

El deán Funes, jefe de los saavedristas, originó el decreto de la creación de las Juntas Provinciales, base de nuestras actuales legislaturas de provincia, haciendo justicia a la autonomía de los cabildos del Interior ; y – según escribió Levene – canónigo Juan Ignacio Gorriti le debemos el documento de más significación política, origen de nuestro Federalismo, donde se asienta el principio de la absoluta igualdad de derechos de todos los pueblos», ciudades y villas del virreinato, y que fue sancionado el 10 de febrero de 1811. Funes, en su decreto, establece por primera vez en la Argentina, el voto popular, el sufragio universal y la participación del pueblo en los negocios públicos [16] .

En descargo de nuestros primeros liberales afrancesados ; masonizantes podemos afirmar que no llegaron a los extremismos patrocinados por los principios rusonianos ; pues tales excesos – escribe Federico Ibarguren – eran profundamente repudiados por la sana comunidad vernácula, espiritualmente católica y socialmente jerarquizada.

Es absurdo intentar un paralelo entre el ideario del movimiento criollo de 1810 – de fondo y sentimiento netamente hispano – y el repertorio de temas y métodos de la Revolución Francesa : cismática, impía y racionalista. El pueblo francés se debió resignar a aceptar por la fuerza las reformas masónicas, a cambio de no morir como una res en la guillotina [17] .

Ricardo Levene y Enrique de Gandia sostienen la misma tesis, a saber : que entre ambas revoluciones «no hay la más insignificante semejanza, el más mínimo contacto, la más ligera dependencia».

«La revolución emancipadora no fue, como quisieran los liberales, un movimiento insurreccional contra las esencias católicas e hispánicas que configuran nuestra personalidad – escribió García Mellid -. Mitre es uno de los que se empeñó en desnaturalizar el prístino sentido de la Revolución de Mayo»; el cual, según Alberdi, «só1o se realizó con la noble mira de fundar otro gobierno en su lugar, más provechoso para la finalidad de América. y nada más».

Frente a la política económica morenista de los liberales porteños, que sólo favorecía a los anglosajones y a los comerciantes y hacendados de Buenos Aires en desmedro de los intereses de los habitantes del litoral y del interior, los gauchos argentinos se alistan como rebeldes en las «montoneras» de los caudillos, porque querían ser dueños de su tierra y del gobierno de su patria.

Alberdi, en sus «Estudios Económicos», escribió que «la independencia para los provincianos consistió en dejar de ser colonos de España para serlo de Buenos Aires. Los argentinos vienen a ser tributarios de la metrópoli como los indios lo eran de España. La libertad ha sido para ellos un cambio de esclavitud y de amo: han sido libres dentro de la cárcel. Sólo Artigas ha sido excepción de esta regla; de ahí proviene el odio implacable que Buenos Aires le profesa» [18] .

Artigas fue el primer caudillo popular que se alzó con sus tropas colecticias gaucho-indígenas contra el grupo anglófilo porteño y contra el avance portugués.

Intransigente, frente a las desmembraciones. de la patria consentidas por la camarilla porteña que acaba de firmar el ominoso armisticio de Montevideo, se subleva contra el Primer Triunvirato, que así lo engañaba al renunciar a los derechos argentinos al Uruguay y parte de Entre Ríos, y que nombra a Sarratea en su lugar, cuando ya se disponía a realizar su formidable plan de liberación rioplatense. En aquel armisticio, que Artigas calificó de traición, Rivadavia declaraba que las Provincias Unidas eran

parte de España, juraba fidelidad a Fernando VII y prometía auxilios económicos a España en su lucha contra Napoleón.

Inglaterra, dueña entonces del mercado criollo, reinó soberana en el Río de la Plata y fue su única prestamista con anuencia del grupo porteño ; obteniendo así, sin esfuerzo, lo que no pudo conseguir militarmente en 1806.

Viendo la imposibilidad de la conquista territorial, comienza a intrigar y promover la división del imperio hispánico, aspirando al dominio de su economía. No habiendo podido vencernos por las armas, nos dejó en represalia la masonería. Aludiendo a estos hechos, afirmará Chateaubriand en 1838: «Las colonias españolas, al emanciparse de su metrópoli se han convertido en colonias inglesas… Y en las nuevas repúblicas la supremacía extranjera comprime el desarrollo y el vuelo del genio nacional» [19] .

El ministro Ganning escribía en 1825 : «Hispanoamérica es libre, y si nosotros sentamos ‘rectamente’ nuestros negocios, ella será inglesa».

Dice Luis Varela que «el centralismo de Rivadavia obligó a salir de Buenos Aires en veinticuatro horas, en noviembre de 1811, a todos los diputados del Interior, perseguidos con el anatema de «enemigos de la patria». Estos llevaron a las provincias la voz de alarma contra las usurpaciones del poder cometidas por el Primer Triunvirato y el partido porteño». Lo mismo repetirá en abril de 1812 con los diputados de la asamblea que reunida en Buenos Aires se declaró soberana [20] .

Luego suprime las Juntas Provinciales con todas sus autonomías, fusila a los once militares cabecillas de la rebelión de «las trenzas», del 6 de diciembre de 1811, y quita el uniforme el número y la antigüedad al regimiento de Patricios. Tales hombres rivadavianos desautorizaron a Belgrano por su «delito» de izar la bandera argentina en las barrancas del Paraná y lo amonestaron severamente por haberla hecho flamear en la heroica Jujuy, después de su solemne bendición. Más tarde, en 1814, Rivadavia aconsejará al Gobierno Supremo de la Nación que devuelva las banderas que, con tanto heroísmo, arrebató Belgrano al enemigo.

Por otra parte, siguen las medidas a favor del comercio inglés : «iniciando, con tales decretos de protección a todo lo extranjero y de desestimación y hostilización a lo nacional – dice Juan P. Oliver – la incubación de las futuras reacciones populares de tinte federal».

La «Sociedad Patriótica» formada, en enero de 1812, por un sector del «Club» de los morenistas, creado a principios de 1811, se halla también en desacuerdo con tal gobierno impopular y con su obsecuencia para con el embajador británico.

El mismo demagogo Monteagudo escribía el 13 de abril de 1812 contra el gobierno. Y luego, el 25 de setiembre, fustiga el despotismo del Primer Triunvirato que «comete actos, que importan un baldón para la democracia y un azote para el pueblo de las Provincia Unidas del Río de la Plata» [21] .

En este tiempo comienza en Buenos Aires la confiscación de bienes con motivo de la conspiración de Martín de Alzaga – el defensor de la Ciudad contra el invasor inglés – que fue ajusticiado en la plaza pública con sus compañeros, el 6 de julio de 1812, sin pruebas ni proceso válido, por hombres de partido, movilizados por Rivadavia. Belgrano y la parte más sana del país condenaron el cruento exceso de este rigor [22] .

Mitre escribió que «por un mes y medio se siguió fusilando, desterrando y secuestrando propiedades».

Rivadavia, «el hombre fuerte del Triunvirato», que inauguró en nuestra patria la era de las «facultades extraordinarias» reinando soberano con su absoluto discrecionalismo, resulta ser – como lo probaremos luego – el responsable de todos los males del gobierno; así como el liberalismo que él fundó en el país ha sido, a lo largo de los tiempos, el factor determinante de todas nuestras desventuras. «Sus contemporáneos – dice García Mellid – abominaron de él, las provincias lo desautorizaron, San Martín lo despreció, Dorrego lo combatió y el pueblo lo repudió tantas veces cuantas pudo expresar libremente sus sentimientos» [23] .

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5. San Martín y la Logia Lautaro

En este momento aparece como áncora de salvación para la patria, la Logia Lautaro, cuyo programa «Independencia y Constitución», iba a dar impulso al movimiento criollo de 1810.

San Martín, Alvear, Zapiola y Anchoris fundaron en Buenos Aires, en agosto de 1812 – a los cinco meses de su llegada de Europa – esta sociedad secreta, independiente de toda matriz extranjera. No dependía ni de Londres ni de Cádiz. Su local de reuniones se hallaba en la actual calle Balcarce, frente al paredón del convento de Santo Domingo.

«No era masónica, ni se derivaba de la masonería – dice Mitre – sino que tan sólo utilizaba algunas palabras, toques y señales, o sea ciertas prácticas rituales de corte masónico a los simples efectos materiales de orden interno, pero su objeto era más elevado». Sarmiento dice que «no era una masonería como generalmente se ha creído ni menos las sociedades masónicas entrometidas en la política colonial». Aunque los actuales masones argentinos hayan osado juzgar aviesamente las intenciones de la circular de la Logia Lautaro, cursada a San Martín el 21 de diciembre de 1816, los conceptos allí vertidos sobre el respeto debido a la religión de los pueblos son dignos de especial recordación. Helos aquí: «No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso» [24] .

Prestaba su juramento sobre los Santos Evangelios, se obligaba al más riguroso secreto, y su objeto era defender la libertad e independencia.

El masón argentino, Martín Lazcano – de antigua y activa militancia en la institución -, afirma que todas las asociaciones políticas y secretas que fueron apareciendo en nuestro escenario patrio, después de 1806 hasta 1856, no fueron masónicas sino político-revolucionarias de carácter meramente profano ; si bien empleaban en su régimen interno y en su acción externa modalidades masónicas, y pudieron contar con algunos masones emboscados entre sus miembros.

Ricardo Rojas escribió en «El Santo de la Espada» que la logia de Lautaro era autónoma; no dependía de matrices masónicas y ni siquiera de otras asociaciones secretas ; y el fundador del Instituto Sanmartiniano – José Pacífico Otero – nos asegura en el tomo lº de su «Historia del Libertador Don José de San Martín», que la logia fundada por San Martín no era en modo alguno masónica sino política.

Nuestra Lautaro, fundada por San Martín, fue, pues, una simple sociedad patriótica como sus modelos de Madrid, Cádiz y Londres.

La masonería en un primer momento pudo creer en San Martín, pero San Martín jamás creyó en la masonería ; porque él no venía a envilecer al país sino a salvarlo. Dentro de la práctica del lautarismo no entraba la iniciación masónica, y todas las demás sociedades secretas argentinas anteriores al 1856, vivieron siempre al margen de los principios ocultos y las leyes secretas de la masonería [25] .

Dice Federico Ibarguren que San Martín y sus compañeros se afiliaron en Cádiz a la Sociedad de Lautaro «con el exclusivo propósito de la independencia política de su patria amenazada, pero que él no endosó sus extremismos ideológicos, su antiespañolismo de fondo ni su sospechosa docilidad a las directivas de la política británica en el nuevo mundo, con que tal sociedad se caracterizó más tarde» [26] .

En efecto, la infiltración masónica iniciada en España durante el reinado de Carlos III, persiguió en su intento satánico la sistemática aniquilación del pasado en España y América, por medio de su elenco de déspotas ilustrados con Aranda a la cabeza. El plan borbónico se consumó en 1812 por la acción de las Cortes de Cádiz con intervención directa de la masonería internacional.

«San Martín, en cambio, defiende la aplicación de la monarquía, el respeto a la autoridad y el fortalecimiento de la Religión – afirma el historiador José de la Puente – porque no era ni enciclopedista, ni menos jacobino, ni sufrió las ilusiones rusonianas de un Moreno» [27] .

Joaquín V. González – afiliado a la masonería en su juventud – dijo el 3 de agosto de 1905 en el colegio de La Salle de Buenos Aires siendo ministro de Instrucción Pública de la Nación : «Los prohombres de nuestra amada patria fueron todos cristianos austeros, como cristiano fue también el ambiente en que se reunieron nuestros primeros congresos» [28] .

Con los civiles y militares lautarinos «fraternizan» en Buenos Aires los sacerdotes patriotas argentinos : Castro Barros, Chambo, Chorroarin, Figueredo, Gregorio y Valentín Gómez, Agüero, Grela, Perdriel, Cayetano Rodríguez, Herrera, Aparicio, Sáenz, Zavaleta, Toro, Díez de Rámila, Segurola, Vidal, Anchoris, Pedro Gallo, Amenábar, Fonseca, Salcedo, Rivarola, etc.

Y así como hubo numerosos sacerdotes logistas en Buenos Aires, los hubo también numerosos en las logias patrióticas de Mendoza, Tucumán, Montevideo, Chile, Caracas, Bogotá, Lima y México, de preponderante actuación en los sucesos revolucionarios de los respectivos países hispanoamericanos.

La logia Lautaro, mientras estuvo a su frente San Martín, cumplió patrióticamente su misión ; decayó luego con Alvear y agonizó durante el gobierno de Pueyrredón, para desaparecer definitivamente con Rondeau en 1820. San Martín estaba decidido a abandonar para siempre el terreno político en que sólo por accidente había entrado, y cedió por entero a su competidor Alvear el campo de la Logia. En su seno se destaca, a fines de 1818, un partido personal – el alvearista – que a la postre la absorbió por completo.

Mitre afirmó que «la logia Lautaro, condenable en tesis general, produjo en su origen bastantes bienes y algunos males, que inclinan la balanza a su favor. Sólo accidentalmente sirvió a ambiciones bastardas que tuvieron correctivo en la opinión. Tal institución secreta, por obra de San Martín y Alvear, preparaba entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos. Ella debía ser el brazo que impulsara y la cabeza que orientara el movimiento revolucionario. Su finalidad era «mirar por el bien de América y de los Americanos» ; y su consigna : «Nunca reconocerás por gobierno legítimo de la patria sino aquel que sea elegido por libre y espontánea voluntad de los pueblos» [29] . Mariano de Vedia y Mitre, en la «Vida de Monteagudo», es más severo en su juicio. Allí sostiene que «tal logia fue un instrumento político al que estuvieron supeditados los gobiernos que contribuyó a formar bajo la fe del juramento y las penas más severas a quienes lo violaran ; por eso San Martín se sometió a sus decisiones, que limitaban su libertad de acción como jefe militar y gobernante, y por eso, Monteagudo, como tantos de sus miembros, fueron víctimas de las decisiones de sus cofrades, reunidos siempre en cónclave secreto e irresponsable ante la ley y ante la historia».

«Las mismas logias lautarinas de Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile y Lima del Perú – dice el historiador chileno Barros Arana – estrechamente vinculadas entre sí, fueron víctimas de enconadas rivalidades y cayeron las unas sobre las otras» [30] .

A la logia Lautaro se afiliaron luego algunos elementos que habían pertenecido al «club» de los morenistas, fundado por los parciales de Moreno y que ahora – para salvar la profunda divergencia que los dividía con motivo de la política seguida por el Primer Triunvirato – habían fundado la Sociedad Patriótica.

A raíz de la ineptitud de Rivadavia, San Martín, con sus tropas, apoya el movimiento revolucionario del 8 de octubre de 1812. Desde este momento la logia Lautaro entra en plena dirección del Estado y por lo tanto, de la Revolución de Mayo.

Consta en el acta del Cabildo de Buenos Aires del 8 de octubre de 1812 que los militares José de San Martín, Carlos de Alvear, Francisco Ortiz de Ocampo, etc…, comparecieron en la Plaza con sus tropas «para proteger la libertad del Pueblo, para que pudiese explicar libremente sus votos y sus sentimientos, dándoles a conocer de este modo que no siempre están las tropas – como regularmente se piensa – para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía ; que saben respetar los derechos sagrados de los pueblos y proteger la justicia de éstos… suplicándoles solamente (que) se trabajase por el bien y la felicidad de la Patria, sofocando esas facciones y partidos que fueron siempre la ruina de los Estados».

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6. La Argentina quiere seguir viviendo su propia vida orgánica secular

San Martín escribirá más tarde a Tomás Godoy Cruz, diputado al Congreso de Tucumán, sosteniendo que «Rivadavia hizo indispensable esta revolución por ser enemigo irreconciliable de la logia Lautaro; pues no la comprendió en su triple «unción de asesorar al gobierno compartiendo su responsabilidad, de vigilar a los díscolos e indisciplinados, y de hacerse eco de las opiniones populares para trasmitírselas oportunamente» [31] .

De esta segunda victoria del tradicionalismo criollo emergen las dos figuras próceres de Artigas y San Martín.

Ambos buscaban la independencia de toda dominación extranjera sin las componendas y tapujos morenistas y rivadavianos, pero mientras el artiguismo bregaba por una revolución económica y de reivindicación social – escribe Federico Ibarguren – el logismo sanmartiniano, que derrotó al Primer Triunvirato, buscaba una revolución política e ideológica» [32] .

Porque, como dijo Juan Zorrilla de San Martín: «América se emancipa de su metrópoli, no para interrumpir su historia sino para continuarla, para seguir viviendo su propia vida orgánica secular».

San Martín, por desgracia, gravitó muy poco tiempo en la logia. Combate en San Lorenzo el 8 de febrero de 1813, marcha hacia el Norte para sustituir a Belgrano, se restablece en Córdoba en su quebrantada salud, y se dirige luego a Mendoza para desempeñar el gobierno de Cuyo.

Los «liberales» de la Sociedad Patriótica – que unidos a los lautarinos sanmartinianos habían contribuido a la caída del régimen rivadaviano – se habían embanderado en la logia, con su caudillo, Monteagudo, secretario de Castelli, para luchar contra la política de transacción con España, sostenida por Sarratea y Rivadavia; por eso que esa alianza fue tan sólo superficial, pues, entre San Martín y el versátil demagogo y frenético jacobino, había profundas divergencias filosóficas.

Mientras San Martín – escribe Federico Ibarguren – buscaba la independencia para salvar al nuevo mundo del afrancesamiento disolvente, Monteagudo quería romper con la tradición hispana y crear en nuestra patria la «Nueva Humanidad» soñada por los masones enciclopedistas e intelectuales de la dictadura jacobina» [33] .

Monteagudo, continuador de Moreno y Castelli, exigía reformas radicales, recurriendo al terror y el exterminio. En junio de 1812 decía en la Sociedad Patriótica: «quiero que se inmolen a la patria algunas víctimas ; quiero que se derrame la sangre de los opresores ; quiero que el gobierno olvide esa funesta tolerancia que nos ha traído tantos males desde que Moreno se separó de la cabeza del gobierno. ¡Sangre y fuego contra los enemigos de la patria! ¡Ahora mismo los aniquilaría con un puñal!».

Y el 18 de diciembre de 1812 sugería al gobierno el tremendo bando que establecía que «en toda reunión pública de más de tres españoles, uno sería fusilado por sorteo y si la reunión era en lugar apartado, todos serían pasados por las armas».

Más tarde se arrepentirá de sus extravíos como lo consigna en su «Memoria», escrita en Quito en 1823, donde dice : «Las ideas demasiado inexactas que entonces tenía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrático .. Para expiar mis primeros errores yo publiqué en Chile en 1819, el «Censor de la Revolución» ; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!». Por el cúmulo de expoliaciones y crueldades cometidas durante su gobierno impolítico y por su altanería y despotismo el pueblo peruano pedirá su destitución y arresto. De noche, en Lima, será asesinado y su cadáver aparecerá a la mañana siguiente, en una calle de la ciudad, con un puñal clavado en la espalda.

Mientras estos «liberales» porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de cuño hispanocristiano daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social, económico e ideológico.

Y mientras las «minorías ilustradas» se equivocan siempre en perjuicio del país, la «plebe» lo salva.

Pero para los masones, Artigas seguirá siendo el «personaje anarquista y sombrío que crea el caudillismo federal arrastrado por sus fanáticos delirios de mando y poderío»; y Belgrano, el «visionario fanático e inepto» que, a pesar de las protestas de San Martín, debió bajar a Buenos Aires para dar cuenta de su actuación, a causa de la inicua campaña de descrédito que iniciaron contra él sus enemigos logistas [34] .

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7. La Logia Lautaro manejada por Alvear

Al retirarse San Martín de Buenos Aires, la logia Lautaro no fue otra cosa que la expresión de la voluntad de Carlos María de Alvear [35] .

La logia se caracterizó entonces por la degeneración de todos los principios que eran su honor y se transformó en el partido alvearista.

Alvear – llamado el Nuevo Catilina – había falseado totalmente los compromisos de la logia, usurpando el poder en su propio provecho y traicionando a sus amigos. Culpable, con Sarratea y Rivadavia, de la política desquiciadora del Primer Triunvirato, suplanta ahora en la logia a San Martín, su antítesis en ideas y en temperamento.

Su influencia se dejó sentir preponderante en la Asamblea de 1813, agrupando a los diputados en alvearistas y sanmartinistas, con natural mayoría de los primeros, debido a la ausencia del jefe de los segundos.

El gran demagogo y fanático heterodoxo Monteagudo y el gran oportunista y ambicioso Alvear – que frisaba en los veintiséis años de edad – dirigían a la Asamblea desde la logia, bastardeada por su nefasta dirección [36] .

El alejamiento de su rival, San Martín, facilitó la política alvearista, postergando el plan sanmartiniano de «independencia y Constitución», bandera de los lautarinos.

Recién cuando Artigas vence a Alvear en 1815, valiéndose del coronel Alvarez Thomas, sobrino de Belgrano – que en su proclama revolucionaria estigmatizaba a «esa facción aborrecida» – pudo declararse nuestra independencia, el 9 de julio de 1818, en el Congreso de Tucumán; y para completar nuestra independencia de toda dominación extranjera, como exigía el histórico congreso fue necesaria la aparición de un dictador, vaticinado por San Martín, como triste consecuencia del estado caótico a que llevó al país la política liberal antiargentina seguida por el grupo porteño extranjerizante y anticriollista [37] .

La ideología que informa las leyes de 1813 es el reflejo del pensamiento de los grupos liberales y regalistas de tipo racionalista, presionados por el alvearismo morenista-monteagudeano.

Tal victoria de la línea liberal extranjerizante: Moreno-Castelli-Rivadavia-Monteagudo-Alvear, constituyó una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil.

El pueblo reaccionará por medio de sus caudillos en defensa de los principios populares, nacionales y cristianos en la línea argentinizante y tradicionalista Saavedra-San Martín-Belgrano-Artigas en contra de las reformas planificadas en 1813, realizadas en 1822, sancionadas en forma aparentemente inocua en 1853 y 1860, concretadas luego en las leyes anticristianas de 1884 y 1888, con respecto a la escuela y a la familia, y sostenidas, aún hoy día, en flagrante contradicción con la proclama revolucionaria del general Eduardo Lonardi, genuino intérprete del sentimiento nacional del tradicionalismo criollo. En 1888 se asestará un golpe mortal a la familia, la institución madre de la humanidad, desterrando a Dios de los hogares; así como cuatro años antes se lo había desterrado de las escuelas.

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8. No consentir en mutaciones ni aventurar la suerte del Estado

Los gobiernos del Interior, para precaverse contra la exaltación «liberal» de la camarilla lautarina que presionaba en la Asamblea, instruyen a sus diputados. Las normas prefijadas por el cabildo de Tucumán son las siguientes : «Este pueblo no reconocerá y no permitirá más Religión que una, la cual es la Católica, Apostólica, Romana». Luego les ordena que «en manera alguna consientan en mutaciones» ; y pide que «no se aventure la suerte del Estado a la ligereza comprometedora de algunos fanáticos propensos a mover facciones y conducirnos a la ruina».

Por el desenfrenado liberalismo y marcado laicismo de la facción lautarina, la Asamblea resultó cismática, y por lo tanto, impopular. Carente de originalidad y autenticidad, fue una simple glosa de las leyes y declaraciones de las Cortes de Cádiz del año anterior, con el agravante político de negar la legítima representación de los pueblos y de combatir los anhelos de organización autónoma y federal.

Por eso el 25 de mayo de 1813, en el discurso patrio ante el Gobierno en pleno, dijo en la catedral de Buenos Aires el gran patriota, asambleísta y prócer argentino, presbítero Domingo de Achega, al legitimar, en su brillante pieza oratoria, la declaración de nuestra soberanía: «El Gobierno velará con igual eficacia sobre el orden público que sobre la observancia y conservación de nuestra Religión; y las virtudes cristianas serán siempre el objeto más interesante de sus cuidados y de su celo. Allí donde llega el tirano de Europa (alusión a Napoleón con su ideario masónico de la Revolución Francesa) domina la irreligión, la inmoralidad y el libertinaje. Pero, a pesar de todos estos males, no hubo ni se conoció en las Provincias Unidas del Río de la Plata, otra religión que la cató1ica. Por lo tanto el trastorno político no perturbará en manera alguna la santidad de nuestro culto».

Estas palabras llevaron la tranquilidad a los espíritus y sirvieron de saludable admonición para los gobernantes.

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9. Los caudillos, fieles intérpretes del alma nacional

Los diputados artiguistas fueron rechazados de la Asamblea del año 1813 por influencia alvearista-lautarina ; pues venían a defender la tesis sanmartiniana, en oposición a las tendencias racionalistas de la logia porteña.

Artigas quería Independencia y República, pero sin liberalismo perturbador. El – escribió Emilio Ravignani – «es el argentino más liberal que el país tuvo en el pasado» ; sin embargo, los hombres de Buenos Aires lo declararán traidor a la patria.

Los demás caudillos lo imitarán: López – el patriarca de la federación – en Santa Fe, Bustos en Córdoba, Ramírez en Entre Ríos, Quiroga en La Rioja, Rosas en Buenos Aires, Aráoz en Tucumán e Ibarra en Santiago del Estero.

Desprestigiado Alvear, debió recurrir al apoyo extranjero – aconsejado por la élite porteña que se había adueñado del gobierno – y enajenó las riquezas del subsuelo patrio para sostenerse en el poder.

Creó leyes que permitían la salida de los metales preciosos sin restricción alguna; pues, «no queda otro recurso al Estado – dice el documento oficial – que el dejar estos artículos librados a la codicia del extranjero» [38] .

Envió a su ministro Manue1 García a Río de Janeiro para que por medio del embajador inglés Lord Strangford solicitara de Gran Bretaña nos tomara como colonia.

Las cartas dicen textualmente: «Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés. Es necesario que vengan tropas y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la nación. A cuyos efectos espero que V. E. me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución. Cinco años de repetidas experiencias han hecho ver, de un modo indudable, que este país no está en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo y que se necesita una mano exterior que lo dirija. Cualquier gobierno es mejor, aún el más tirano, que la voluntad desordenada del populacho…» Y en la carta a Strangford, en referencia a las gestiones de Rivadavia en España, le decía: «Ha sido necesaria toda la prudencia política para apagar la irritación que ha causado en la masa de estos habitantes el envío de diputados al rey… En estas circunstancias, sólo la generosa nación británica puede poner un remedio a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas provincias que obedecerán su gobierno y recibirán sus leyes con placer [39] .

Los hombres del Directorio alvearista, al conocer la vuelta de Fernando VII al trono de España, recurren aterrados como única salvación a Inglaterra, que desde Río de Janeiro transforma a nuestro gobierno central en sucursal vergonzante de monarquías europeas.

Según escribió el general Paz, San Martín renunció al mando del ejército del Norte porque sospechaba que Alvear lo sustituiría; así como había hecho con Rondeau en Montevideo.

A Alvear le molestaba la personalidad de San Martín y todos sus esfuerzos se dirigían ahora a eliminarlo también del gobierno de Cuyo, como si no fueran bastantes las penurias de la patria : pero felizmente, para bien de la Argentina y de la América toda, las órdenes del Director-dictador, influenciado por la rémora liberaloide que lo secundaba, no fueron acatadas; y con Artigas al Este, con San Martín al Oeste y los gauchos de Güemes al Norte, el mandato de Mayo se cumplió.

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10. El verdadero patriotismo

Escribió el pensador mejicano Carlos Pereyra : «Es cómodo para los directoriales de Buenos Aires haber desarrollado la política de la cobardía, de la indignidad y de la traición; y escribir después la historia de la calumnia. Ellos afirman que la «gente decente» se vio obligada, por la anarquía que existía en el pueblo, a defenderse de la «canalla», pactando con el extranjero… Pero esto es infame, falso y absurdo, pues la anarquía fue provocada por ellos que eran los dirigentes. Mientras la «sabiduría» de estas clases elevadas capitulaba miserablemente, los caudillos hacían frente al enemigo. Güemes salva a Buenos Aires, mientras Buenos Aires paga negociadores llenos de torpeza y abyección en Europa y Río de Janeiro. Salta arroja a los soldados del virrey, mientras Rivadavia recibe en Europa un puntapié de Fernando VII ¿Quién

impide que el Río de la Plata se pierda? Artigas. Sin embargo Artigas es un criminal. Un criminal porque no trata con los portugueses ; y mientras defiende el territorio de Misiones, la diplomacia de Buenos Aires se halla dispuesta a tratar con todos los enemigos y a inutilizar el esfuerzo de todos los defensores, considerando como delincuencia el patriotismo.

El patriotismo debe entenderse como cosa recibida en herencia, como un llamado de la tierra de los padres, como un legado acrecentado por el aporte de las generaciones. Pero la minoría directorial urbana, de espaldas a la tierra, confundía el patriotismo

con el esplendor de recetas aprendidas en la farmacopea de la filosofía liberal.

Para Artigas cada provincia era una unidad menor en el conjunto federativo de la patria común organizada desde abajo. El fue el que más trabajó para que el Paraguay se incorporara a las Provincias Unidas; y porque él siempre soñó con la Gran República Federal que abarcara todo el territorio del antiguo virreinato del Río de la Plata, no fue obra suya la independencia del Uruguay» [40] .

Para Sarratea, Rivadavia, Alvear, Monteagudo, Moreno, Castelli y sus epígonos «liberales», lo único importante era el puerto y sus intereses y las ideas que por allí entraban, que nos darían la «verdadera civilización de la humanidad futura».

Nosotros, en cambio, dice Federico Ibarguren, «debemos continuar el pensamiento y la política de aquellos patriotas, defensores de nuestra soberanía ; para que renazca en estas tierras metalizadas una nueva era de Civilización y de Fe, siguiendo nuestra tradición, que no es cosa de archivos, sino que actúa en las entrañas de nuestro pueblo como la sangre que irriga nuestro organismo.

Esta tradición argentina, desconocida y aún falseada por maestros, profesores, gobernantes y políticos, se resiste a ser enterrada como una momia; ella responde a necesidades reales de los pueblos, está sobre las ideologías y los sistemas con que pretenden suplantarla los teóricos de la política o los testaferros de la hegemonía económica mundial por ellos seguida».

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11. Actividades de San Martín y administración de Rivadavia

San Martín trató de remediar el desprestigio de la logia Lautaro, haciéndola resurgir, después de la caída de Alvear. Confió la dirección de la nueva logia a su íntimo amigo y secretario, el general Tomás Guido. En ella se inscribieron Vicente López, Díaz Vélez, el presbítero Antonio Sáenz, Chiclana, Anchorena, Arana, French, Beruti, Paso, Agrelo, Manuel Moreno, Saavedra, Belgrano, Gregorio Tagle, Marcos Balcarce, Larrea, Herrera, Gazcón, etc….

Su política se caracterizó por el sostenimiento del gobierno surgido en Tucumán, apoyando a Pueyrredón que fue el gran colaborador de San Martín. Pero, a pesar de los esfuerzos del Gran Capitán, la logia no se rehabilitará más.

Es un hecho histórico que la masonería de Inglaterra y Francia apoyó el levantamiento de las colonias hispanoamericanas con el fin de hundir definitivamente a España; pero al advertir que las Provincias Unidas del Río de la Plata se erigían en nación soberana, evitando caer en sus manos, comenzaron a sembrar la discordia entre los patriotas y a sabotear y boicotear sistemáticamente los planes sanmartinianos.

Desgraciadamente, muchos americanos se prestaron inconscientemente para este juego masónico. Emigrantes bonapartistas que llegan al Plata desde 1817 hasta 1819, con sus ideas de liberalismo y romanticismo, influyeron también en el ánimo del equipo directorial y de los hombres rivadavianos. El 6 de setiembre de 1815 escribía San Martín a Pueyrredón : «La causa que arrastra al país a su ruina sin remedio, es el desorden que promueven los discolos… La guerra no la vamos a hacer con libertades sino con disciplina ciega y con soldados sumisos… Es menester obrar con acierto y rapidez en el castigo de los que premediten estorbar la marcha salvadora del gobierno… Nadie debe hablar y pensar, mientras no hayamos salvado a la patria y su independencia».

Mientras San Martín organiza la campaña del Perú, Rivadavia se opone a sus proyectos y se mofa de sus ideas, anulando sus planes con sus contraproyectos que envía a la Sala de Representantes con estas palabras: «Queda autorizado el Gobierno para negociar la cesación de la guerra del Perú», mientras él se disponía a pactar convenciones con los representantes de España.

Era una maniobra del grupo que presionaba a Rivadavia en connivencia con el ministro inglés, mister Parish. Tal decisión asestó un golpe mortal a los patriotas y precipitó el retiro de San Martín» [41] .

Por eso el Héroe de los Andes, Protector del Perú y Fundador de nuestra nacionalidad, jamás perdonó a Rivadavia esta traición a la patria y la injuria que hiciera a su persona, al seguir los consejos de los enemigos de nuestra nacionalidad y soberanía.

En su carta a O’Higgins del 20 de octubre de 1827 le decía entre otras cosas : «Ya habrá Ud. sabido la renuncia de Rivadavia. Su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. El me ha hecho una guerra de zapa. Me cercó de espías, y mi correspondencia era abierta con grosería. Yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona». En otra oportunidad escribía desde Grand Bourg, el 22 de agosto de 1842: «Seria cosa de nunca acabar si se enumeraran las locuras de aquel visionario que creyó improvisar en Buenos Aires la civilización europea con só1o los decretos con que diariamente llenaba lo que se llamaba Archivo Oficial».

Y en carta al general Tomás Guido del 27 de abril de 1829 le recordaba la guerra a muerte que Rivadavia le seguía desde Buenos Aires, diciéndole: «En mayo de 1823, cuando resolví venir a Buenos Aires para dar el último adiós a mi mujer, se apostaron partidas en el camino para prenderme como a un facineroso». Por esta razón tuvo que postergar el viaje; pero, cuando lo pudo realizar, su esposa ya había muerto.

Entre la acción de Rivadavia y el ostracismo de San Martín – afirma el historiador Palacio – existe una relación de causa a efecto que resulta evidente, aunque nuestros historiadores se empeñen en ocultarlo».

Después del año 1820 ya se perfilan netamente los dos grupos antagónicos de la política argentina. El grupo minoritario de los unitarios, rivadavianos y logistas donde militaban los «liberales» y extranjerizantes; y el grupo mayoritario de los federales, autonomistas, donde militaban, en modo especial, los argentinizantes, los defensores de lo criollo, lo tradicional, lo popular, lo nacional, lo católico, lo auténticamente argentino,-hispano-cristiano.

El masón Zúñiga afirma que «dentro del unitarismo predominaba el elemento liberal masónico de Buenos Aires y la masonería, con su influencia, dirigía, como el timón oculto de una nave, los movimientos políticos del partido». Estrada, a su vez, describe a los unitarios como «partido aristocrático, intransigente, que fanatizado por sus teorías desdeñaba probarlas al contacto de la experiencia ; arrogante como todo utopista saturado de ilusiones» ; y al federal, como al político que «mejor analizaba las realidades de la vida social y consultaba sus resultados».

Rivadavia representaba al primer grupo, pero en realidad loa verdaderos fautores de su política «liberal» y persecutoria de la Iglesia, eran los contados integrantes de la «élite liberal porteña», manejada por la diplomacia y la masonería inglesas y por los resabios de la política regalista de los Borbones, utilizada por el despotismo ilustrado para mediatizar a la Iglesia, enfeudándola al poder del Estado.

Estos fueron los que encaramaron nuevamente en el poder a Rivadavia, los que destituyeron sorpresivamente al general Las Heras, y los que desataron la ignominiosa persecución difamatoria contra San Martín, el cual se vio obligado a expatriarse, perdiendo, además, por resolución ministerial, la pensión de su hija huérfana.

Los ministros Rivadavia y García entran en el gobierno de Martín Rodríguez, desde 1821 hasta 1824, por influencia masónica, según informes confidenciales enviados a O’Higgins por el embajador de Chile en Buenos Aires, Miguel Zañartú. Así lo da a entender también el historiador Vicente Fidel López, que fue jefe de la masonería argentina, desde 1873 hasta 1880, cuando escribe que la logia, que aparece durante dicho gobierno, «se componía de los rosacruces que se habían infiltrado en la ya disuelta logia Lautaro».

Rivadavia, apoyado por el apóstata Julián de Agüero, Salvador del Carril, Florencio Varela, Pedro Agrelo, Manuel García, Lafinur, Cavia, Juan Cruz Varela y demás regalistas liberales de su tiempo, se creyó investido de autoridad suprema para legislar en materia de exclusivo resorte eclesiástico, cual si fuera su pontífice máximo.

El intento del autoritario Rivadavia y sus adláteres en las llamadas «reformas eclesiásticas», era a todas luces cismático. Los atropellos perpetrados en Buenos Aires tuvieron imitación en otras partes ; en modo especial en San Juan, al redactar del Carril – a quien llama Castro Barros : «el payaso de Rivadavia» – ¿su impía constitución.

Todo el pueblo se levantó indignado al grito de ¡Viva la Religión! ¡Mueran los herejes! y su clamor se hizo escuchar con arrebatadora elocuencia impregnada de intrepidez y patriotismo, por sus auténticos voceros : Mariano Medrano, Pedro Castro Barros, Cayetano Rodríguez, Fray Justo Santa María de Oro y Francisco Castañeda, que interpretaron valientemente la angustiosa queja del alma nacional.

En la polémica periodística entablada – como los liberales llevaban las de perder – Rivadavia prohibió al Padre Castañeda que imprimiera sus periódicos, y luego lo desterró de Buenos Aires.

¡Este era el liberalismo de nuestros ilustres liberales!

Ante las insolencias de Rivadavia, el provisor de la diócesis, Mariano Medrano, recurrió a la Sala de Representantes con su célebre alegato del 9 de octubre de 1822 – digno de ser leído en toda su extensión – en el cual condena el «odioso despotismo del gobierno, que abusa del poder que se le ha confiado, erigiéndose al mismo tiempo en Soberano Civil y Soberano Pontífice»; y luego señala «el espíritu de impiedad, de irreligión y de libertinaje» del proyecto, y su «espíritu de rapacidad, de fraude y de intriga».

«Os apoderáis de los fondos que sostienen el culto – les dice – y os llamáis reformadores. ¡Hipócritas! Combatís los dogmas y principios fundamentales de la Religión y negáis el primado que corresponde a la Silla Apostólica. Ya os conocemos, fraudulenta intriga ; no alucinaréis al Pueblo. Felizmente él y yo estamos prevenidos de vuestra mala fe, de vuestra falacia, de vuestra tiranía. A pesar de vuestra furiosa rabia, la Iglesia subsistirá; la Santa Religión de nuestros padres no nos abandonará y la fe ortodoxa triunfará de vuestro sacrílego orgullo y necia vanidad».

Tal actitud le valió su destitución, y al año siguiente Rivadavia fusilará a tres de los dirigentes del motín que él mismo provocó con sus arbitrariedades.

En descargo de Rivadavia lo más que podemos decir es que fue «un teórico soñador del centralismo napoleónico sin sentido práctico de los medios y del ambiente – según dice Bazán y Bustos – ignorante en todo lo referente a asuntos eclesiásticos y de las costumbres del país que pretendía reformar», después de haber permanecido ocho años ausente de su patria.

Vicente Fidel López escribió que «toda la obra de Rivadavia carece completamente de iniciativa original y propia, pues no pasa de ser una copia de las reformas realizadas en España por el ministro Floridablanca. Espíritu visionario e infatuado que tronchó el lisonjero desarrollo con que el país marchaba, aplastando los gérmenes benéficos con el peso desgraciado de su influjo». Fue en toda su vida un déspota ilustrado que pretendió borbonizar a la República. «Necesitó dinero y se incautó de los bienes de la Iglesia; quiso echárselas de Pontífice y se olvidó que era un laico; quiso ser el gran organizador de la Argentina – dice Juan Bautista Alberdi – y organizó el desquicio de su gobierno (según lo afirmó San Martín) ; mejoró la superficie pero empeoró el fondo [42] . La nación no le debe sino el perdón de sus agravios en gracia de su buena intención y debilidad».

«El ansia de conservarse en el poder – dijo Mitre – comprometió el honor nacional ; y torció el curso majestuoso de la Revolución para que fuera a caer indefensa y maniatada en las garras de un tirano».

Ricardo Rojas, en su obra «La Argentinidad», dejó escrito: «Rivadavia renegó de los argentinos y creó la prepotencia del despotismo sobre la libertad».

Vicente López y Planes en carta a San Martín le decía: «Rivadavia ha hecho la contrarrevolución (de Mayo), restableciendo el colonialismo con una nueva metrópoli (o sea, Inglaterra)». Su predominio en una hora crucial de nuestra historia, significó una verdadera desventura.

Pero así como del Carril reparó sus yerros con su conducta posterior y una muerte ejemplar, nada honra más a Rivadavia que su cristiana muerte, su piadosísimo testamento y la franca confesión de sus errores, con estas palabras que todos los ideó1ogos liberales argentinos jamás deberían olvidar: «¿Qué tormento y qué desesperación experimenta mi alma al tener ahora plena conciencia de haber arrojado al país por caminos extraviados que lo han de conducir a un abismo».

Rivadavia fue uno de esos hombres duales y bifaces de la política argentina, intoxicados de francesismo y liberalismo inglés. Son particularmente católicos, pero públicamente laicistas. Son católicos «resfriados», que terminan por ser irreligiosos, de mentalidad laica y de sentimentalidad cristiana.

El catolicismo y el liberalismo representan en la historia argentina el antagonismo de dos principios soberanos, cuyo imperio ha decidido en el pasado y decidirá en el porvenir, de la grandeza o de la decadencia de nuestra nación.

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12. El desenlace fatal de la política rivadaviana

Lo que no pudo conseguir Alvear al servicio de la diplomacia y masonería británicas, lo consiguió Rivadavia con su famoso empréstito de un millón y medio de libras esterlinas, convirtiéndonos en una factoría o colonia inglesa.

El documento firmado por John Parish dice así: «El Estado de Buenos Aires, con sus bienes, rentas, tierras y territorios quedan prendados al debido y fiel pago de dicha suma». O sea, en otros términos, la patria hipotecada como un terreno cualquiera a Gran Bretaña que, por otra parte, nos debía un millón v medio de pesos fuertes del tesoro que se había llevado como botín de la primera invasión, y que, a pesar de haber firmado su devolución en el acta de capitulación de la Reconquista del 12 de agosto de 1806, jamás lo hizo [43] .

Este embajador británico es el mismo que en 1829 hurtó del Archivo de la Nación Argentina los documentos referentes a las islas Malvinas y los depositó en el British Museum de Londres. Ese mismo año Gran Bretaña protesta por el ejercicio de nuestra soberanía en tales regiones y, cuatro años después, consuma la inicua usurpación de esa parte del territorio nacional [44] .

El desastre financiero del gobierno de Rivadavia era desconcertante y el poder presidencial tambaleaba ; pero la camarilla que lo rodeaba prefirió perder los derechos inherentes a la guerra victoriosa del Brasil, antes que el poder se les escapara de las manos, y así el ministro Manuel García pactó la traición de una paz vergonzosa por la cual «se entregaba al Brasil la provincia argentina del Uruguay, y a Gran Bretaña el control del Río de la Plata»; porque Rivadavia había dicho a su embajador que la paz había que firmarla a cualquier precio». Vencedores en la guerra, admitimos una paz de derrota. Gorriti, al conocer estos vergonzosos hechos, escribía: «García jamás ha sido ni patriota ni republicano, sino godo servil o portugués por sangre e inclinación. Por temor de que lo asesinaran, a causa de su infame traición, debió permanecer oculto por muchos días en una quinta en las afueras de la ciudad» [45] .

En Buenos Aires se apedrean las casas del presidente y de su ministro y se profieren mueras a los traidores. Era incontenible el furor popular contra el testaferro del grupillo liberal-masónico-extranjerizante porteño. Rivadavia debió renunciar, el 27 de junio de 1827, y retirarse para siempre de la Argentina. El Congreso acepta su renuncia «como ventajosa a la salvación de la Patria».

Las provincias ya no resisten más la política suicida del grupo rivadaviano, que – según escribió Vicente Fidel López – «había comprometido la suerte y el porvenir del país». Por ella perdimos la provincia de Tarija, que se incorpora a Bolivia; por ella el territorio nacional quedó hipotecado como garantía a la casa Baring Brothers de Inglaterra, que sólo llegó a pagar algo más de la mitad, pero que recibió como reintegro, sumas cinco u ocho veces mayores ; para llegar a cancelar la cuenta, recién en 1904, con la tremenda desventaja de no poder vender a los criollos nuestra tierra, a fin de que, en vez de pulperos, arrieros, bolicheros y peones, fueran propietarios y estancieros A raíz de este oprobioso tratado y de la legislación de la época rivadaviana, escribía el prócer argentino Juan Gorriti el 26 de febrero de 1825 y el 28 de marzo de 1826: «Todos los americanos estamos excluidos del comercio y condenados a ser miserables chacareros, ovejeros, cabreros, vaqueros, ladrones o pordioseros… Esto es lo que se ha resuelto sobre la suerte de todos los que hemos nacido en este desgraciado suelo; éste es el brillante resultado de la sabiduría de Buenos Aires y de la ilustración del siglo, que con sus leyes – solemne producción del genio sublime destinado a regentear la América – se ha creído en derecho de despojarnos de todo» [46] .

Fue una enorme estafa que el coronel Manuel Dorrego se dispuso a poner en descubierto pero la sentencia de muerte decretada por la Gran Logia de Londres y el «triángulo» Agüero-Juan Cruz Varela-del Carril (los cuales pidieron se quemaran todas sus cartas comprometedoras) le hizo guardar silencio para siempre.

Además el gobierno argentino tuvo que hacerse cargo de la quiebra escandalosa que promovió Rivadavia por su célebre contrato con la Sociedad Británica de Minas (Ríver Plate Minning Association), de la cual era comisionista y accionista.

Dorrego – intérprete del sentimiento popular, nacional y católico – deberá luchar contra la diplomacia inglesa y la masonería internacional que no se resignará a perder el control de un Estado tan importante en Sudamérica y quedar sin la presa codiciada de nuestra patria ; como asimismo deberá enfrentarse contra sus seides – el «grupo selecto» de unitarios liberales-extranjerizantes, mezquinos ideólogos mercantilistas, vinculados con el comercio extranjero – que lucharán para reconquistar el poder, que ya económicamente ejercían los elementos británicos desde el flamante Banco Nacional. Por tal «delito» Dorrego deberá morir.

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13. Condenación del liberalismo porteño

Engañado por los ideólogos porteños, Lavalle – «ciego instrumento del unitarismo» – fue un simple ejecutor de la sentencia: asesinato espantoso que conmovió al país entero y que la Convención Nacional reunida en Santa Fe calificó de «crimen de alta traición».

La sensibilidad criolla advirtió la maniobra, la cual provocó el levantamiento de todas las provincias con la bandera del caudillo Facundo Quiroga, cuya leyenda «¡Religión o Muerte!» era el grito desesperado del alma argentina que asistía proféticamente al desenlace fatal, al cual nos llevaría el liberalismo suicida si es que no se ponía pronto y adecuado remedio al cúmulo de males que había desatado sobre la patria esta plaga nacional.

Salvador del Carril había insinuado a Lavalle que fraguara un acta, la cual – le decía – «redactada con destreza, firmada por todos los jefes y confirmada por Ud., será un documento histórico muy importante», pero el general sanmartiniano se negó a tal villanía. Entonces insistió del Carril: «Si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla y si es necesario mentir a la posteridad se miente y se engaña a los vivos y a los muertos».

El 18 de diciembre de 1839 en uno de los aniversarios de aquel crimen, el héroe de Riobamba y Pichincha condenará a sus maquiavélicos consejeros, los liberales porteños de su tiempo, con estas palabras : «Estos hombres, con sus luces y su experiencia, me precipitaron en el camino… Más tarde, cuando varió mi fortuna, se encogieron de hombros».

El almirante Brown, gobernador delegado en Buenos Aires, sugirió a Lavalle la deportación, y al enterarse del fusilamiento de Dorrego, expresó con sumo dolor : «¡Cuánto le pedí que tuviera consideración con los vencidos, pues todo hombre merece ser juzgado antes de condenarsele!»

Quiroga escribía a Lavalle el 29 de diciembre de 1828: «El que firma no puede tolerar el ultraje que V. E. ha hecho a los pueblos en general sin hacerse indigno del honroso título de hijo de la patria si esta vez mirase con frente serena la suerte de la república, en manos tan destructoras, sin tomar por su parte la venganza que desde ahora le protesta. No pierda V. E. los instantes que le son preciosos al abrigo de la distancia para escudarse del grito de las provincias. Ellas con justa indignación se disponen a buscar su desagravio, a establecer el orden o perecer, antes que ver afianzado un intruso ministerio que las insulta y provoca» [47] .

Y el caudillo López, a su vez, escribía: «V. Excia. en todas partes hallará enemigos que le presenten combates, en los cuales hemos de vencer porque seguimos el torrente de la opinión general contra la cual nada valen ni el poder ni las bayonetas ni las medidas atroces».

Grandes argentinos como San Martín, Las Heras, Dorrego y el almirante Brown, junto a los caudillos, se impusieron en ese momento difícil de nuestra historia; lamentando que un civil como Rivadavia y un militar como Lavalle se prestaran a ese juego antiargentinista de las logias masónicas, que utilizaban la diplomacia y el comercio británicos para cercenar geográficamente a la patria, alejarla de su esencia enraizada en la fe católica, avasallar la económicamente y entregarla políticamente a la dictadura del liberalismo laicista.

San Martín, el 13 de abril de 1829, escribía a O’Higgins lo siguiente : «Rivadavia y sus satélites son los autores del movimiento, y a Ud. le consta los inmensos males que estos hombres han hecho no sólo al país sino al resto de la América con su infernal conducta. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión (en que me ofrecen el poder de la nación) para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado».

Los gauchos de nuestras pampas interpretarán en su sensibilidad instintiva este sentimiento telúrico de que algo anormal sucede en la Argentina; por eso contra ellos se dirigirán las diatribas de los liberales-extranjerizantes.

Rivadavia dirá: «Hay que «civilizar» a palos y sangre a esos gauchos bárbaros», y Sarmiento añadirá: «Porque su sangre sólo sirve para abonar la tierra». «La sangre es lo único que tienen de seres humanos».

Pero mientras los ideólogos liberales deshacían la patria, los caudillos, con sus gauchos, la rehacían a punta de lanza.

El canónigo Juan Ignacio Gorriti – creador de nuestro federalismo – apostrofará a los culpables con estas severas palabras : «Aquí se juega con los pueblos y se les ata, como mansas bestias, al carro de la fortuna de cuatro docenas de hombres de Buenos Aires. Mi espíritu sufre lo increíble a merced de su ignorancia, imbecilidad y corrupción» [48] .

En este momento anárquico de nuestra historia, San Martín, con fecha lº de febrero de 1834, le escribía a Tomás Guido, hastiado de la política liberal antiargentina que no llegaba a sintonizar el sentir popular: «(No me daré por satisfecho) hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y me proteja de los «bienes» que me brinda la actual «libertad». El hombre que establezca el orden de nuestra patria, sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el solo que merecerá el noble título de su libertador» porque – según escribía en carta del 26 de setiembre de 1846 al general Pinto – «El mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquél que hace la felicidad de los que obedecen». Y este hombre, anhelado por San Martín, fue don Juan Manuel de Rosas, a quien los masones apellidan «el más bárbaro y brutal de los tiranos de América latina, el salvaje de la pampa que vomitó el infierno» [49] .

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14. Las sociedades secretas antes e inmediatamente después de Caseros

En 1834 Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Thompson, Félix Frías, etc…, fundaron el Sa1ón Literario, sufriendo las continuas pesquisas y amenazas de los «restauradores».

A imitación de la Joven Italia, creada por Mazzini en Marsella en 1832, Esteban Echeverría, a su regreso de Europa, funda en Buenos Aires, en 1837, con Alberdi y Gutiérrez y otros treinta jóvenes más del Salón Literario, como José Mármol, Rivera Indarte, Pastor Obligado, etc…., la Joven Argentina, o mejor, la «Joven Generación Argentina», que fue disuelta al año siguiente por el gobierno de Rosas.

En 1838 Alberdi crea en Montevideo, con los emigrantes argentinos, la Asociación de Mayo, como una prolongación de la Joven Generación Argentina. Aparecen simultáneamente asociaciones similares en San Juan, Tucumán, Córdoba, etc…., en cuyo seno trabajarán Sarmiento, Benjamín Villafañe, Marcos Avellaneda, Vicente Fidel López, Luis Domínguez, etc….

Todas estas sociedades secretas realizan trabajos subterráneos antirrosistas, fomentando las diversas coaliciones para derrocar al dictador.

Los miembros de la Joven Generación Argentina que no emigraron de la capital, formaron en Buenos Aires el llamado «Club de los Cinco», con Jacinto Rodríguez Peña, Rafael Corvalán, Enrique La Fuente, Carlos Tejedor y Santiago R. Albarracín, manteniendo el fuego de la institución en Buenos Aires y en contacto clandestino con la Asociación de Mayo.

Los discursos argentinistas y cristianos de Marcos Sastre, Alberdi y Echeverria, pronunciados en 1837, en los cuales se defiende nuestra tradición cristiana, nuestro ser nacional y la enseñanza de la religión cató1ica en la escuela, son dignos de ser leídos – en algunos de sus párrafos más salientes – por todos, aquellos que desean conocer qué pensaban los «santones del laicismo liberal». Otro tanto puede decirse de las explicaciones dadas por Echeverría en algunas de las «palabras simbólicas» del «Dogma Social o de Mayo» de 1838. Si bien en otros pasajes de los mismos discursos se contradicen y – sobre todo Gutiérrez y Echeverría – suelen delirar por su fobia anticlerical – inconsecuente, por otra parte, con las verdades que sostienen -, sin embargo, la fuerza lógica de sus ideas bien centradas – que no son pocas – sigue siendo un arma poderosa, capaz de destruir la torcida evolución que, en años posteriores, sufrió su ideario, al influjo maléfico del liberalismo masónico de las logias extranjeras.

Por obra de algunos miembros afrancesados de esta asociación de Mayo, saldría la plataforma espiritual sobre la cual se levantaría la inautenticidad de la cultura argentina oficial con su esquema liberal postizo de ideas foráneas [50] .

Si en algún período de la historia argentina pudieron intentar los masones instalar sus logias en nuestra patria, el menos adecuado fue ciertamente el de la época rosista, durante la cual – según dicen ellos – debieron dormir su «gran sueño» ; porque todas las sociedades secretas, aun las que se inspiraban en fines culturales, sociales, políticos o patrióticos, fueron perseguidos y abolidas, pues se las creyó reducto de masones que disimulaban su filiación para poder subsistir.

Después de Caseros, preocupados los porteños por los actos despóticos de Urquiza, y porque creían descubrir en él al árbitro absoluto del país, fundan un centro confabulador integrado por Miguel Estévez Saguí, José Mármol, Adolfo Alsina, Juan José Montes de Oca, José María Moreno, y los militares Pirán, Hornos, Conesa, Emilio Mitre, etc….

Era una sociedad secreta de resistencia al «nuevo tirano», y se llamó la logia «Juan-Juan», en recuerdo, tal vez, de los mártires políticos españoles : Juan Padilla y Juan Bravo, que en 1521 murieron decapitados por orden del emperador Carlos V, al defender las libertades de Castilla en la famosa «sublevación de los comuneros» de Villalar. Otros aluden a Juan Manuel de Rosas, cuyo doble sería Urquiza. «Se fue Juan Manuel, pero quedó otro igual. Lo mismo da un Juan por otro Juan».

Los logistas liberales porteños afiliados a esta sociedad secreta y acicateados por Sarmiento desde Chile, se habían conjurado para eliminar criminalmente a Urquiza, que los acusaba de querer hacerse dueños de una revolución que no les pertenecía; pero los disuadieron Valentín Alsina (padre de Adolfo) y Bartolomé Mitre, oponiendo más bien una revolución, la cual tuvo lugar el 11 de setiembre de 1852.

«Con inaudita impavidez reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece – decía Urquiza en su Proclama del 21 de febrero de 1852 -, de una victoria en que no han tenido parte, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición y anárquica conducta».

En 1856 aparece una sociedad secreta «Juan-Juanes», que se constituyó como «control de Estado», durante el gobierno porteño de Pastor Obligado y sus terroristas liberales, para descubrir todo alzamiento o conspiración contra dicho gobierno separatista..

Debido a sus denuncias, fueron sacrificados por el ministro de Guerra, coronel Bartolomé Mitre, muchos ciudadanos; pasados por las armas los prisioneros de guerra y fusilados, el 2 de febrero de 1856, los jefes que querían la unión con la Argentina; entre ellos 130 oficiales y el «héroe de Martín García», el general Jerónimo Costa, a quien, en 1838, el comandante de la escuadra francesa le había perdonado la vida en premio al «increíble heroísmo demostrado» en la defensa de nuestro territorio nacional. Comentando tal asesinato dirá Sarmiento «el civilizador» : «Como trofeo del fusilamiento nos queda la ruin y mohosa espada de Costa. El carnaval ha principiado». Sus epígonos, en ocasión de los fusilamientos por la asonada del 9 de junio de 1956 – ordenados por el general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas – dirán por boca del líder socialista Américo Ghioldi : «La letra con sangre entra».

Alberdi, en cambio, condenará estos hechos al afirmar que «el país que fusila como a salteadores a sus generales, tomados prisioneros en guerra civil, se pone en la picota a los ojos del mundo civilizado».

Los emigrados venían dispuestos a imponer su bárbaro despotismo y al «explotar la leyenda de la tiranía – escribe Quesada – ejercieron otra peor», sacrificando, por puro espíritu de venganza, miles de vidas en las sangrientas jornadas que siguieron a Caseros.

Este grupo – representante del tan decantado espíritu de Caseros y que capitaneaban Mitre, Sarmiento, José Mármol, Angel Somellera, Vicente Fidel López, los Alsina, etc….- «dominó la prensa, las cámaras y el gobierno… y los que como ellos no pensamos quedaron excluidos de la vida pública…»

Estos mismos fueron los que se apresuraron a incinerar, en el patio de la casa de Rosas, el rico archivo de nuestra historia para que no pudiera oponerse el testimonio de los documentos a las calumnias y falacias que ellos escribían en lo que dio llamarse la «historia oficial».

Este «espíritu de Caseros» de los facciosos del porteñismo liberal y disolvente mantuvo por varios años la tónica de una política de odio y de separatismo que ocasionó gravísimos daños al país y que, a cien años de distancia, se ha renovado en nuestra historia.

«Tal grupo gobernante en Buenos Aires – escribe Palacio – hallaba solaz en la vejación sistemática de los sentimientos públicos y de las creencias religiosas ; y la prensa oficial se mofaba de los católicos, injuriaba todo lo español y afectaba un irritante extranjerismo». Era el grupo que mañosamente había suplantado en el poder a los adictos de Urquiza.

Con tal motivo escribía Sarmiento a su pariente Domingo de Oro, el 7 de junio de 1857: «Nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente, han dado este resultado admirable», o sea, ganar las elecciones en Buenos Aires en 1857 [51] . «Los gauchos que se resistieron a votar por los candidatos del gobierno – continúa el gran responsable de esta nueva forma de civilización predicada por los doctores liberales de la época – fueron encarcelados, puestos en el cepo, enviados al ejército para que sirviesen en la frontera de los indios, y muchos de ellos perdieron el rancho, sus escasos bienes y hasta su mujer… Pusimos en cada parroquia (o mesa receptora de votos) cantones con gente armada. Bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad acuchillando y persiguiendo… Fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente, con éstos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición».

El despotismo ilustrado de los «próceres liberales» de Caseros imponía su ley de terror a la ciudadanía.

Alberdi escribió entonces : «Dos gobernadores han sido asesinados en San Juan por el partido de Buenos Aires, llamado de la «civilización» : el general Nazario Benavídez primero (el 23 de octubre de 1858) y después el general José Antonio Virasoro (el 16 de noviembre de 1860), que se añaden al de Dorrego. He aquí tres asesinatos de gobernadores que no repugnan a la civilización de Buenos Aires. Sin embargo Dorrego luchó por la independencia en el ejército de Belgrano, Virasoro peleó en Caseros por la libertad, y Benavídez firmó el Acuerdo de San Nicolás, que nos dio la Constitución Nacional».

Más tarde confesará Sarmiento en el Senado de la Nación, el 13 de julio de 1875 : «En estos asesinatos estaba mezclado todo el partido liberal».

Sin embargo, en su momento había declarado que el asesinato de Benavídez fue una «acción santa», y que «la muerte trágica de Virasoro era necesaria, pues había que deshacerse del tirano a todo trance».

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NOTAS:

[1] Lazcano, Martín. Las sociedades secretas, políticas y masónicas, pássim, Bs. As., 1927. Canter, Juan. Las sociedades secretas y literarias, en Historia de la Nación Argentina, Vol. V, secc. 1º, Bs. As.,1941, pp. 189 a 305.

[2] Gutiérrez, Juan María. En Revista de Buenos Aires, tomo X, pág. 131. Núñez, Ignacio. Noticias históricas, Bs. As., año 1825. Núñez, Ignacio. Noticias históricas, tomo I, p. 36, Edición Orient. Cultural Editores S. A., Bs. As., 1952.

[3] Bauzá, Francisco. La dominación española en el Uruguay, tomo II, página 484. Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina, pág. 133, Bs. As., 1954. Dicc. Enc. de la Mas. (1947), op. cit., tomo III, pág. 342.

[4] Frías, Bernardo. Historia de Güemes y de la provincia de Salta. Palacio, Ernesto, op. cit., pág. 131.

[5] Zuñiga, Antonio, op. cit., pp. 11 y 618.

[6] Lazcano, Martín, op. cit., tomo I, pág. 55. Diccionario HistóricoArgentino (Piccirilli, Romay y Gianello), tomo IV, pp. 219 y 220, Bs As 1955.

[7] Rev. Símbolo, set. de 1948.

[8] Ibarguren, Federico. Así fue Mayo, pág. 22, Bs. As., 1956.

[9] Ibarguren, Íbidem, pág. 65. García Mellid, Atilio. Proceso al liberalismo argentino, pp. 60, 75 y 437, Bs. As., 1957.

[10] Núñez, Ignacio, op. cit., Tomo II p. 190 y Memorias de Saavedra.

[11] Chaves, Julio César, Castelli, el Adalid de Mayo, pág. 160, Bs.As., 1944.

[12] López, Vicente Fidel. Historia de la República Argentina, tomo III.

[13] Zuñiga, Antonio, op. cit., pp. 106 y 107.

[14] Núñez, Ignacio, op. cit. Tomo II, pp. 207, 208 y 212. Zuñiga, p. cit., pág. 153. Palacio op. cit., pág 168. García Mellid, op. cit., pp. 47, 71 y 354.

[15] Ibarguren, Federico, op. cit., pág. 44.

[16] Vedia y Mitre, Mariano de. El Deán Funes en la Historia Argentina, año 1910,

[17] Ibarguren, op. cit., pág. 63. García Mellid, op. cit., pág. 45.

[18] Alberdi, Juan Bautista. Escritos Póstumos, tomo IX, pág. 332. Palacio, op. cit., pp. 177 y 181.

[19] Chateaubriand. Congreso de Verona, guerra de España, vol. II, página 219.

[20] Varela, Luis V. Historia constitucional de la Argentina. García Mellid, op. cit., pp. 216 y 452.

[21] Ibarguren, op. cit., pág. 105.

[22] Ibarguren, op. cit., pág. 108. Palacio, op. cit., pág. 171.

[23] García Mellid, op. cit., pp. 99 y 102.

[24] Lazcano, Martín, op. cit., tomo I, pág. 196. Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín, tomo I, pp. 53, 54 y 198. Zuñiga, op. cit., pág. 411.

[25] Lazcano, Martín, op. cit., tomo I, pág. 225 y tomo II, pág. 331.

[26] Ibarguren, op. cit., pág. 111. Palacio, op. cit., pp. 173 a 175.

[27] Puente, José de la. San Martín y el Perú

[28] Rev. Ecles. de Bs. As. Año 1905.

[29] Mitre, op. cit. Tomo II, pp. 117, 134, 145 y 172. Lazcano, op.cit. Tomo I, pág. 253.

[30] Dicc. Hist. Arg., op. cit. Tomo IV, pp. 830 y 831.

[31] Lazcano, op. cit. Tomo I, pág. 68.

[32] Ibarguren, op. cit., pág. 114.

[33] Ibarguren, op. cit., pág. 117.

[34] Zuñiga, op. cit., pp. 189 y 190.

[35] Lazcano, op. cit., tomo I, pp. 266 y 334.

[36] Ibarguren, op. cit., pág. 180. Palacio, op. cit., pp. 176 y 181.

[37] Ibarguren, op. cit., pág. 123. García Mellid, op. cit., pág. 88

[38] Ibarguren, op. cit., pp. 140 y 142. Rev. Estudios, dic. 1956 (Bs. As.).

[39] Mitre. Historia de Belgrano… Tomo I, pág. 261. Zuñiga, op.cit., página 226.

[40] Pereyra, Carlos. El pensamiento político de Alberdi.

[41] Pierotti, Edgard. Rivadavia, destructor de la nacionalidad, pp. 20, 21 y 25. Cursillo de Historia Argentina (dos tomos, pássim). García Mellid, op. cit., pp. 110 y 112. Palacio, op. cit., pp. 130, 199 y 235. Zuñiga, op. cit., pág. 360.

[42] Bazán y Bustos, Abel. Nociones de Historia Eclesiástica, pp. 66 a 78, pássim, Bs. As., 1915. Palacio, op. cit., pp. 236 a 239. García Mellid, op. cit., pp. 95 a 135.

[43] Pierotti, Edgard, op. cit. (Rivadavia…), pp. 51, 52, 54 y 57.

[44] Caillet-Bois, Ricardo. Las Islas Malvinas, pág. 313.

[45] Vergara, Miguel Angel. Papeles del doctor Juan Ignacio Gorriti, pp. 241 y 242, Jujuy, 1936.

[46] Vergara, ibídem, pp. 142, 197 y 210.

[47] En Dicc. Hist. Arg., op. cit., tomo VI, pág. 28.

[48] Vergara, op. cit., pág. 197.

[49] Zuñiga, op. cit., pág. 385.

[50] Chávez, Fermín, Civilización y barbarie (Liberalismo y Mayismo), pág. 17, Bs. As., 1956. Palacio, op. cit., pág. 311. García Mellid, op. cit., pp. 215, 280 y 290.

[51] Lazcano, op. cit. Tomo II, pp. 307 y 320. Palacio, op. cit. pássim. García Mellid, op. cit., pág. 282.

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