La Biblia Alemana

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Título: La Biblia Alemana
Autor: R. P. Hartmann Grisar, S. J.
Extraído de su obra «Martín Lutero. su vida y su obra«, correspondiente a la sección 4, capítulo XIV, pp. 312-320 [diapositivas 649-664 de la presentación en B&T]
4,166 palabras.

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>>PROTESTANTISMO Y OTRAS SECTAS<<

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Vióse, al cabo, recompensada la perseverancia de Lutero en proseguir la traducción alemana de la Sagrada Escritura, con la publicación, en 1534, de la versión completa de la Biblia. Hizo su aparición en casa de Hans Luft, con este título Biblia, esto es, la Sagrada Escritura completa en alemán. Martín Lutero, Wittemberg.

Doce años antes, en septiembre de 1522, había dado el Nuevo Testamento, después del trabajo premioso en la Wartbourg y que fue objeto de grandes enmiendas posteriores. En el entretanto publicó, de modo sucesivo, diversas partes del Antiguo Testamento. Cuando, al cabo, apareció la Biblia completa, ostentaba notas marginales de Lutero, en forma de máximas breves, destinadas a esclarecer el texto, o a interpretarlo según el sentir personal del traductor. Cada una de esas partes llevaba un Prefacio y explicaciones seguidas de corolarios polémicos. El libro estaba ricamente ilustrado con grabados en madera.

Lutero, aludiendo a las dificultades que ofrecía una traducción fiel, dice en el Prefacio del libro de Job: «Todos, Maestro Felipe (Melanchthon). Aurogallo y yo, hemos puesto mano en este trabajo sin poder traducir en cuatro horas sino tres líneas apenas». El lector conoce los obstáculos que ha de vencer andando sobre los bloques, de piedras y maderos, que, sin embargo, franquea como sobre una cómoda pasarela… Nosotros, además hemos de tomarnos la pena y la tortura de apartar de nuestro camino tales obstáculos. (47)

Se advierte un progreso innegable comparando el lenguaje de las versiones anteriores -muy pesadas, por harto literales- con el de la traducción de Lutero, tan elogiada por los católicos versados en literatura, que no será preciso extremar aquí el elogio. Tampoco hay quien desconozca el impulso dado por esta obra a la evolución del idioma alemán: nosotros hemos hablado ya de esto suficientemente, por lo cual nos limitaremos a consignar algunas observaciones (48).

El influjo relativo al progreso del idioma alemán señalóse de dos maneras. En primer término, Lutero supo hermanar el lenguaje alto-alemán y el estilo cancilleresco sajón, procedente del siglo XIV, purificando ambos. El carácter popular y la difusión de la literatura luterana, especialmente la Biblia, contribuyó mucho a propagar ese resultado. En el segundo lugar, el espíritu vivo, animado y fácilmente accesible a las costumbres y al lenguaje populares, vivificó el idioma tradicional, trasplantando a su estilo propio las expresiones, giros y modismos que oía en su derredor, de carácter alemán inequívoco. Su máxima fue siempre: «Contemplad el hombre vulgar y atended con cuidado a su modo de hablar» (47). Cuando se veía en el caso de prescindir de alguna expresión insuficiente, su argumento era: «Ningún alemán se expresa de ese modo», o bien: «el idioma alemán no admite eso».

Dos cualidades de su método hemos de registrar. Su empeño es siempre sujetarse al texto original de la Escritura, mientras que las versiones anteriores se atenían al texto latino de la Vulgata: Lutero, pues, seguía en esto la corriente humanista de la época, inaugurada por Erasmo en su versión griega del Nuevo Testamento. Otro mérito de Lutero es la claridad que consigue para ciertas expresiones que, ordinariamente, no eran muy accesibles en alemán, con lo cual pretendía Lutero esclarecer el texto, aunque en todo ello fía demasiado en su autoridad privada. De cualquier modo, Lutero logró hacer de la Biblia un libro legible, y hasta un libro popular.

La reputación del autor y los intereses de partido favorecieron el éxito resonante de esta traducción. Pablo Pietsch, el más reciente entre los biógrafos de la Biblia de Lutero, nos informa en la edición de Weimar, que fue reeditada desde 1541 a 1546 treinta y cuatro veces en Wittemberg  y setenta y dos en el resto del país alemán: desde 1541 a 1546, esto es, hasta la muerte de Lutero, dieciocho veces en Wittemberg, mas otras veintiséis nuevas ediciones. En conjunto, y según documentos dignos de fe, desde 1534 a 1584 salieron de las prensas de Lotther, de Wittemberg, no menos de cien mil Biblias populares, a las que convienen agregar las impresas por Luft (50). Puédese decir que Alemania quedó inundada. Se comprende la influencia ejercida por esta Biblia reanimando las controversias en materia de fe, vigorizando en los espíritus débiles y poco reflexivos, los prejuicios contra la antigua Iglesia, como si esta Iglesia hubiera nunca rehusado a sus fieles el conocimiento de la Sagrada Escritura, poniéndolos en el trance de corregir la Biblia al dictado de Lutero.

Durante toda su vida dedicó Lutero grandes esfuerzos a corregir su traducción en las nuevas ediciones. Celebráronse reuniones de sabios en ciencia gramática o teológica que le ayudaran a pulir su obra. De este «Sanhedrín en que se agrupaban los mejores» formaban parte, según Mathesius, además de Melanchthon, Bugenhagen, Jonás y Creuziger: Mateo Aurigallus, profesor de hebreo en Wittemberg; Bernardo Ziegles, docto hebraísta de Leipzig y el doctor Forstemius, de Tubinga. El secretario de Lutero, Rörer, estaba encargado de la redacción de las actas. Las Biblias de Luft (1540 a 1541), de Wittemberg, fueron objeto de importantes correcciones muy pronto.

La más notable edición, última aparecida en vida de Lutero, es la de 1545. En la nueva edición de Weimar puede verse que la sección particularmente reservada a la «Biblia Alemana» está acompañada de una reproducción de algunos pasajes del Antiguo Testamento, escritos de puño y letra de Lutero, Es fácilmente cognoscible el esmero que Lutero pone en corregir, luchando, digámoslo así, por encontrar la mejor expresión.

Si examinamos el valor estrictamente científico de esta obra, podemos ver cuán importantes modificaciones deben hacerse en el texto para que satisfaga las exigencias de la ciencia moderna, como lo advirtieron ya los que en 1883 publicaron una pretendida edición revisada de la Biblia de Lutero: esta edición no sólo suprime una gran cantidad de erratas, sino también numerosas expresiones hoy ininteligibles. Las ediciones «revisadas» más tarde aparecidas han procurado mejorar este trabajo depurador (52). Cristian Josías Bunsen (+ 1860), autor de otra traducción de la Biblia, cree poder asegurar que en la de Lutero hay que contar tres mil pasajes necesitados de enmienda (53). El sabio filósofo E. Nestle, protestante, gran conocedor de la Biblia, dice, hablando de los errores científicos que aparecen en la edición de 1833: «La comparación con los trabajos de revisión llevados a cabo en Inglaterra y en Suiza demuestra lo que hemos debido, más que podido, hacer nosotros» (54). El orientalista protestante Pablo de Lagarde es aún más severo con el valor científico de la Biblia de Lutero y también con la primera versión oficial de 1883. Incluye una lista extensa de contrasentidos con el texto original (55). Al paso censura, más duramente aún, la arbitrariedad teológica con que Lutero se aparta del texto bíblico propiamente dicho.

Este es el aspecto más censurable de la Biblia de Lutero: nos referimos al aspecto religioso. Para favorecer el interés de su doctrina personal, Lutero ha osado introducir modificaciones inadmisibles en el texto Sagrado.

Numerosas observaciones de censura se han formulado, en esta materia, por Döllinger, en su obra La reforma, y por Lagarde. Sanssen, en su Historia del pueblo alemán, ha consignado las mismas observaciones (56). A pesar de todo, tales alteraciones han sido conservadas en las más recientes ediciones de la Biblia, destinadas a circular entre el pueblo.

En los párrafos relativos a la fe justificante y al valor de la ley, por ejemplo, Lutero invierte el texto literal en favor de su doctrina. Según su traducción la ley puede producir «únicamente» la cólera: «sólo» ella puede dar conocimiento del pecado. Este «únicamente» es una intercalación en Rom. 2.15 y 3,20.

En cambio, Lutero traduce Rom. 3,28, que el hombre se justifica por la fe «sola». Y también aquí la palabra «sola» es una intercalación. Pretende justificar esa adición arbitraria diciendo que «el texto y el pensamiento de San Pablo la reclaman e imponen rigurosamente» ¿El pensamiento de San Pablo? No: el que, de acuerdo con su propia doctrina, quiere imponerle Lutero. Es un error capital el que reclama e impone la palabra «sola» como resultado de toda la doctrina luterana. Del contexto íntegro se desprende que objetivamente tomado podía exponerse el pensamiento de San Pablo, aun con la palabra «sola» (57).

Lutero, para confirmar su doctrina, y refiriéndose al texto de Rom. 3,25 sq., dice que Dios es justo, añadiendo solo. Del mismo modo, las palabras «para hacer aparecer la justicia acepta a Dios» se hallan dos veces en el texto del traductor, cuando no están sino una sola en el original. Lutero pretende servir sus intereses dogmáticos. Rom. 10,4 queda falseado de este modo: «Jesucristo es el fin de la Ley: sólo el que cree en El será justo».- Por lo que hace a Rom. 8,3, el texto griego es manifiestamente contrario a la traducción alemana. Todas estas citas están tomadas de la epístola a los Romanos.

Por medio de otra traducción, elegida con su cuenta y razón, Lutero reemplaza justo por piadoso. Noé, Job, Zacarías, Elisabeth, Simeón y José, padre putativo de Jesús, reciben de Lutero el apelativo piadosos, y no el de justos, que el texto les asigna. En el estilo habitual de Lutero, ser piadoso equivale a poseer la fe, y a poseer la fe para la justicia imputada, porque no admite una justicia verdaderamente personal.- Por eso, cuando Lutero se refiere a la Iglesia, Lutero no pronuncia esta palabra, sino la de «Comunidad». Aprovecha una cita de Baruch 6,30, para ridiculizar a los clérigos (y así es como los llama, cuando hay ocasión, sacerdotes de los ídolos) (58.)

Pasemos ahora a las glosas separadas y a los Prefacios de los diversos Libros Sagrados, en los que Lutero prosigue su polémica, con su admirable facilidad, para trastocar textos en su favor, singularmente en el Prefacio a la Ep. a los Rom. (59). Al texto de Mateo 16,18, por ejemplo, acerca de la fundación del Primado (Tu es Petrus, etc.), agrega: «Pedro representa aquí a todos los cristianos con Pedro, y a la piedra es la Confesión así realizada por la Comunidad». El episodio de Magdalena y sus perfumes le inspira esta observación: «Vean cómo la fe sola hace buenas obras» (60).

Publicado el Nuevo Testamento se pensó en la Corte Ducal de Sajonia en recomendar una edición expurgada del trabajo de Lutero, de cuanto tuviera contrario a la doctrina católica: el duque Jorge lo encargó a Jerónimo Emser, en 1527. Las costumbres de la época autorizaban este procedimiento, contra el cual protestó Lutero, aunque sin razón, desde el punto de vista del derecho, si bien hoy no sea corriente. No se trataba de nueva traducción. En el título se hacía constar simplemente que el Nuevo Testamento estaba corregido y restablecido su texto (61). En el campo católico se trató de contrarrestar el éxito luterano con otras traducciones, en Maguncia (1534) por el dominicano Juan Dietenberger, que siguió bastante exactamente la Biblia alemana de Lutero; otra traducción fue la de Eck, que realizó un trabajo personal, pero de poco éxito, por su defectuoso estilo.

Cochleo lamentábase de la gran difusión de la obra de Lutero aun entre los niños. Zapateros y tejedores andaban en controversia sobre el sentido de la Palabra de Dios (62).

Graves inconvenientes de la Nueva Biblia; pero aun más grave en la libertad con que Lutero se permitía juzgar los Libros Sagrados y su valor, porque ellos atañía a la esencia misma de la Escritura. Es sabido: no se atenía, para nada, al Canon admitido, desde la más remota antigüedad en la Iglesia, confirmado por la tradición y la doctrina, y que determina cuáles son los Libros que ciertamente constituyen la Biblia.

Añadamos otros ejemplos: El segundo Libro de los Macabeos y el Libro de Ester rezuman ordinariez judía y pagana. La Epístola del Apóstol Judá está muy por sobre los principales Libros (de la Biblia). En cuanto al Apocalipsis, cada cual puede pensar lo que se le antoje. En la Epístola a los hebreos «mézclanse la madera, la paja o el heno».

Dice Lutero que la epístola de Santiago, «que atribuye la justificación a las obras», al contrario que otros Libros bíblicos, que (según él) enseñan la justificación por la sola fe, es «una epístola de paja, que no tiene en sí misma nada de evangélica». Uno de los más distinguidos críticos alemanes en esta materia opina que «tal juicio de Lutero es una injusticia tan comprensible como lamentable» (Teodoro v. Zahn) (64); comprensible, teniendo en cuenta la estupefaciente ligereza con que Lutero tiene su doctrina por norma infalible.

Rechazando el Canon de la Sagrada Escritura ha minado por su base la autoridad de la Biblia. ¡Trágico destino del Libro de los libros! ¡Ninguna pluma le ha inferido tanto mal como la de su mejor traductor, que se ha vanagloriado, además, de haberlo proclamado la mayor, la única fuente de fe!

Desde el punto de vista psicológico, es muy interesante investigar los motivos y las ideas que hayan inspirado y guiado en su obra a Lutero, y las expresiones de que se vale para comunicarlas. Pretende demostrar a los papistas que, careciendo «del sentido de Cristo» no pueden interpretar la Biblia; deben, «pues, dejarla en paz» (65).

«No es fácil -dice- considerar más seriamente la Biblia que lo que hemos tratado en Wittemberg nosotros, a quien ha sido otorgada la gracia de poner a la luz la Palabra de Dios, proclamándola sin falacia». «Ningún Papa conoce el modo de interpretar la Biblia» (66). Nuestra nueva Biblia le hará avergonzarse demostrando al mundo cuán injustamente han convertido los Papas la Biblia en un «Libro de la Ley», por la obras, siendo así que «condena tales obras y exige la fe en Jesucristo» (67).

Lutero, por tanto, persigue un motivo polémico.

Por eso preconiza que la Biblia debe andar en las manos de todos, grandes y pequeños, puesto que todos están facultados para juzgar que la doctrina de Lutero es la única verdadera. «Por primera vez entonces -dice un biógrafo protestante, que traduce bien en esto el pensamiento de Lutero- el burgués sacude su tutela y logra realidad la palabra sacerdocio universal. «Cualquier padre de familia tiene en su propio hogar el manantial de la verdad religiosa… Esto puede, en ocasiones traer consigo disensiones, como se ve en la teología de los nuevos profetas».» pero, no obstante, «con la Biblia alemana amanecerá el día de la liberación» (68).

Lutero estaba absolutamente convencido del mérito excepcional de su obra. «San Jerónimo y muchos otros han errado más que yo». «Yo sé que soy, por la divina gracia, más sabio que todos los sofistas». «Desde que existe la Iglesia, no ha habido una Biblia semejante». Llega al arrobamiento: una obra como la suya enfurecerá a los papistas (furias concitare) (69).

Todos ignoran, excepto él, qué luchas, qué sufrimientos le ha costado una obra «que ha de ser tan poco estimada de los nuestros». «Nadie advierte qué nueva luz alumbra al mundo» (70).

Una idea, no obstante, le regocija: la de los comentaristas judíos quedarán confundidos, «puesto que no saben y no comprenden lo que dicen Moisés, los Profetas y los Salmos» (71).

Junto a los defectos por nosotros señalados en esta obra de Lutero, semejante refutación de los errores judaicos es, sin duda, un elemento sedante, una nota casi humorística.

Julio Kostlin afirma que Lutero «ha ofrecido a su pueblo alemán el más precioso don». «Lutero ha convertido el Libro de los libros en la propiedad popular de los alemanes». ¿De todos? De lo que precede más bien podría deducirse que en el carácter subjetivo de la propaganda luterana ha contribuido poderosamente al éxito del libro. Por lo que hace a «su pueblo alemán», precisamente en este trabajo, habrá encontrado determinadas expresiones que evidencian «la excelencia de este regalo”. Verbi gratia, las invectivas de los profetas le dan ocasión para declarar: «Me he molestado en traducir a los profetas, obra muy en relación con la gratitud que hasta ahora me ha manifestado esta nación bárbara, bestial» (72).

Dos palabras acerca de las ilustraciones de la Biblia de Lutero. Los católicos alemanes, es decir, la gran mayoría del país entonces, no pudieron menos de entristecerse contemplando las estampas en que era ridiculizada y ofendida su Iglesia, en la Biblia, como antes lo fueran en el Nuevo Testamento. Las caricaturas anteriores se reprodujeron: la Prostituta de Babilonia; el dragón con tiara pontificia… Otra ilustración, ésta nueva y firmada por Carnac, representa a la Iglesia empujando a los hombres al infierno, en tanto que el Evangelio los salva y conduce a Cristo (73). El diablo, en figura de un animal furioso, que ostenta sobre la cabeza un capelo cardenalicio, y la muerte -representada por un esqueleto- precipitan en el Báratro entreabierto a un hombre, cuya única vestidura es un cinturón. En el infierno arden un fraile, el Papa con tiara y otros dos personajes. Enfrente aparece la glorificación de la nueva Iglesia. Juan Bautista conduce hacia el Crucifijo a un mendigo desnudo, mientras un rayo de luz brota del costado de Jesús y va a iluminar al menesteroso justificado por la fe. No parece natural que la gran mayoría católica del pueblo alemán pudiese considerar la Biblia de Lutero como «el más preciado obsequio» hecho a su país.

Tales injurias, a las que hemos de unir las máximas y enseñanzas de Lutero acerca del valor de la Biblia, suscitaron las más vivas críticas de los predicadores y escritores católicos (74). Tales máximas contienen el germen de toda ruina y destrucción. Al lado de la Biblia, y con ella, sitúa Lutero «el Espíritu», piedra de toque de toda doctrina, porque enseña a todos a comprender la Biblia. En caso de duda, «el pensamiento debe guiarse por el ‘sentimiento’ interior, que procede de lo alto». Responda cada uno por sí. Lutero exalta la esplendente caridad de la Palabra de Dios para las almas piadosas; mas otras veces, afirma que esta palabra es oscura, y aun se podría afirmar, en virtud de las extravagantes explicaciones de muchos de estos textos oscuros, que la Biblia es «un libro herético». Por esta razón, huyendo de semejante anarquía teológica, dice Lutero, contradiciéndose una vez más, que es preciso atenerse a la interpretación de la Escuela de Wittemberg, es decir, a su propio Tribunal. La «Palabra exterior», acerca de la cual insiste para oponerla a la arbitrariedad exegética, vuelve, pues, de este modo, a su propia palabra. Y a esto añade la necesidad de cuantos menosprecien el magisterio,  esto es, su magisterio (75).

No debemos omitir una observación: la interpretación de la Biblia, según Lutero, ofrece una innegable ventaja: su preferencia por el sentido literal de los textos, lo cual le hace recurrir al estudio de los idiomas.

Aprovecha eficazmente los trabajos exegéticos entonces conocidos, y especialmente los de Nicolás de Lyre. Sus adversarios se complacían en repetir: «Si la lira no hubiese sonado, Lutero no hubiera bailado» (Si lyra non lyrasset, Lutherus non saltasset) (76). En suma, sin embargo, Lutero ha menospreciado en su explicación de la Biblia todo comentario anterior, de modo tan absoluto, que su negligencia sobre este punto le ha inferido grave daño. Sin hablar de su inferioridad, que llamaríamos científica, reprochábanle los católicos el capital pecado de haberse emancipado de la interpretación tradicional, que es la de la Iglesia, intérprete que Dios ha elegido y a quien asiste para interpretar la Sagrada Escritura, y cuya voz de depositario fiel atraviesa los siglos, como garantía, como guía, como antídoto contra el error. Lutero por su desdicha, así como sus adeptos -y bien pudo verlo y lamentarlo- se apartaron de este sendero, aun tratándose de los más inclinados a una fe positiva. En ocasiones, llegó a hablar con espanto de lo que se «saquea y saqueará al a Escritura».

No es difícil refutar la afirmación de Lutero, de haber sacado a la Biblia del olvido en que yacía por culpa del papismo, empeñado en arrancarla de las manos de los seglares y del clero (77).

Es falsa la acusación de que la interpretación católica ha perdido de vista «que Jesucristo es el compendio de la Escritura». Replican a este reproche multitud de textos de autores, tales como Agustín, Tomás de Aquino y aun de escritores contemporáneos de Lutero, por ejemplo, Santiago Pérez de Valencia (78). Detengámonos un punto en aquella otra información, según la cual en la Edad Media no sólo no se leía la Biblia, sino que estaba prohibido leerla.

Un protestante, por ejemplo, Federico Kropatscheck, declara en su muy sabia producción, que «contemplando las cosas en conjunto, no se podrá ya afirmar, en el viejo sentido polémico, que la Biblia fuese un libro desconocido para teólogos y seglares: cuanto más se penetra en el estudio de esta época, tanto más se desvanece semejante leyenda». «En la Edad Media, se ha trabajado en la traducción de la Biblia, mucho más frecuente de lo que hasta aquí pudo creerse» (79). Podríanse reunir muchas otras confesiones análogas de eruditos, y entre los protestantes, como Walther Köhler, Ch. Nestle, J. Geffcken, W. L. Kraft, E. y Dobschutz, O. Reighert. G. M. Meyer, A. Risgh, etc., etc. (80). Nadie desconoce hoy que no hubo nunca semejante prohibición de leer la Biblia para los seglares. Tan sólo en los casos en que el abuso de esta lectura pudiera descarriar a determinados espíritus en medios hostiles a la Iglesia, pudo realizarse tal cual gestión de la autoridad eclesiástica en este sentido.

Por otra parte, las investigaciones relativas a la difusión de la Biblia y a su versión alemana, ya manuscrita, ya impresa, y precisamente en la época de Lutero, han conducido a resultados de que será bueno dar idea, ya que se trata de una materia de suyo importante.

Se han consagrado a estos estudios, en primer lugar: Guillermo Walther, de Rostock, y Francisco Falk, sabio eclesiástico de Maguncia; en estos últimos tiempos, y con notable éxito, el Dr. americano-alemán Kurrelmeyer, quien, desde 1904, ha venido publicando sucesivamente en la «Biblioteca de la Sociedad Literaria» (Tubinga) «la primera Biblia alemana», con notas críticas sacadas de todas las traducciones alemanas anteriores a Lutero (81). Se trata de la más antigua entre las ediciones alemanas completas, y fue publicada en 1466 por Mentel, de Estrasburgo; otras trece ediciones la siguieron, con alguna variante, hasta el instante de la aparición de la Biblia de Lutero. Se ignora quien pueda ser, ciertamente, el autor de la Biblia de Mentel. Cuyo texto alemán, ha llegado a ser considerado como una especie de Vulgata alemana.

Francisco Falk enumera hasta 56 ediciones latinas de la Biblia (1450 a 1520) (82), a las que conviene adicionar buen número de manuscritos que W. Walther ha separado en grupos. Algunas partes aisladas de la Biblia (Salterio, Evangelios, Epístolas) fueron también impresas, mientras otras circulaban manuscritas, ya del Antiguo o del Nuevo Testamento, que traducidas y compiladas en las Plenarias o Apostillas, circulaban entre los fieles. Una Biblia completa era algo que no podía ser adquirido por todos, a causa de su elevado precio y por no ser accesible a todas las inteligencias: a falta de ella, existían estos otros libros, sobre los que versaban las explicaciones en los actos del culto, para que en esas Plenarias afirmasen su fe las gentes del pueblo, merced a la riqueza de las enseñanzas de esas páginas (83).

Sebastián Brant pudo exclamar, refiriéndose a esta difusión del texto sacro, que en la época anterior a Lutero «todos los países están llenos de la Sagrada Escritura» (84).

Lutero conocía tales traducciones, que es muy probable (en ciertos casos, evidente) que utilizara, como cualquier otro erudito, lo cual no rebaja su mérito.

Una última observación acerca del uso que los católicos de la Edad Media hacían de la Biblia. Aun siendo cierto el abuso de las interpretaciones alegóricas y que en las discusiones escolásticas se estimase en más la filosofía que la Biblia, de suerte que triunfase la dialéctica sobre la exégesis, la palabra de los Libros Santos era exaltada en el púlpito y tenida en un alto valor en los escritos religiosos. Si no bastasen a probarlo los hechos y las cifras arriba consignados, nos lo evidenciarán los escritos populares. La Biblia «no ha sido rehabilitada» en la memoria de las gentes por Lutero. Los escritos destinados a la instrucción del pueblo, a su formación religiosa, contienen muchas alusiones a la Biblia , están empapados en su espíritu y son muy frecuentes en ellos las citas literales.

La afirmación de que la Biblia en la Edad media estaba sujeta con una cadena, es una invención grotesca. La anécdota del joven Lutero hallando la Biblia en Erfurt, en las circunstancias que sabemos, ha pasado, a título de curiosidad, a las páginas protestantes destinadas al pueblo. El detalle de la cadena sujetando la Biblia en Erfurt no está probado en parte alguna. Aunque fuese cierto que los libros de uso común (no sólo la Biblia) estuviesen sujetos con una cadena: medida de prudencia contra un mal empleo de esos libros, de destino especial. En ciertos conventos de Italia perdura esa costumbre, que ha podido dar origen a la singular historia de la «Biblia encadenada», durante la Edad Media (85).

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Notas bibliograficas: Revisar las diapositivas 40 y 41.

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>>PROTESTANTISMO Y OTRAS SECTAS<<

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