Posteado por: B&T | miércoles, abril 27, 2011

¿La Inquisición amordazó el pensamiento de su tiempo?

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Título: ¿La Inquisición amordazó el pensamiento de su tiempo?
Autor: R. P. Ricardo Cappa, S. J.
Tomado del libro ‘La Inquisición Española‘, segunda parte, capítulo XVII. De cómo la Inquisición amordazó el pensamiento, pp. 144 a 164 [diapositivas 288 a 327 de la presentación en B&T]
Imágenes y notas explicativas añadidas.

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Ignorancia, y supina, es necesario sospecharan en la actual generación los autores que magistralmente han propalado de mil modos que la Inquisición de España amordazó el pensamiento de sus ingenios. Supone esta expresión, a más falta de conocimiento del Santo Oficio, la de los rudimentos de nuestra historia literaria y artística. ¿Quién ignora que el siglo XVI fue el apogeo de la España, y en el que el Santo Oficio tuvo precisamente la época de su mayor esplendor y poderío? No insistiremos mucho sobre esta verdad tan palpable; tanto más, cuanto que, no pudiendo el presente libro salvar los límites que le señala su índole, bastará que toquemos ligeramente lo que acerca del Santo Tribunal nos resta que exponer, creyendo que con esto y con lo hasta ahora dicho [en el libro], desempeñamos la palabra dada en nuestro prólogo.

Y como los testimonios de los extraños van, por lo general, más desnudos de pasión que los propios, empecemos por el del Ilmo. Sr. Hefele, obispo de Rosemburgo, que figuró en primera línea entre los obispos galicanos antes de la declaración del dogma de la Infalibilidad. Dice, pues, así:

“No han faltado escritores que hayan sostenido que la Inquisición sofocó el genio español y la cultura de las ciencias, añadiendo que esta fue la consecuencia natural y precisa de semejante instituto, mas sin alegar hecho alguno positivo, y aun sin que les pasara por pensamiento interrogar sobre este punto a la historia. La verdad es, y verdad incontestable, que precisamente volvieron a florecer las letras en España en el reinado de Fernando e Isabel, fundadores de la Inquisición. Muchas escuelas y universidades se erigieron entonces, y se dio a los estudios clásicos vigoroso impulso. De aquella época data el renacimiento de las bellas letras y de todos los géneros de poesía; cubrióse el suelo de España de sabios célebres, llamados de todas partes de Europa y espléndidamente recompensados, la nobleza, que por largo tiempo había desdeñado las artes del ingenio, llegó a aficionarse a ellas con pasión; damas de las primeras familias se sentaron en las cátedras universitarias; y, en una palabra, la Península se tornó en teatro de un movimiento científico cual no se vio nunca semejante en el curso de la historia”.

Punto, y redondo, pudiéramos hacer aquí, pues estas líneas bien que compendiosas agotan cuanto sea factible decir acerca de la literatura, artes, ciencias, etc. Pero como no escaso número de los señores académicos de la lengua hayan dado en la flor de poner su sambenito al Santo Oficio en los discursos de recepción, me voy a permitir hacer una salvedad para el común de los que pasen estas hojas, y es que no pocas de las piezas oratorias con que los dichos señores se inauguran, versan precisamente sobre las bellezas literarias de los tiempos inquisitoriales. Quien haya hojeado los discursos de recepción de la Real Academia, recordará la exactitud de nuestro aserto. Dicho esto en paz y en faz de los próceres del idioma patrio, empecemos por estudiar lo que estorbó la Inquisición a la literatura, que es, a nuestro juicio, el barómetro más sensible que mide la atmósfera intelectual de los tiempos.

¿Qué mordaza puso la Inquisición a Juan de la Encina y a Fernando de Rojas, casi fundadores de nuestro teatro, porque aquel haga lamentarse a unos palurdos de que viene la Cuaresma, y éste tuviera tanta parte en la famosa Celestina, que aunque harto escasa de moralidad, si alguna tiene, se tradujo inmediatamente al francés y al italiano? Con el empuje que el padre de nuestro teatro, Lope de Rueda, dio a la representación dramática, fue fácil a Lope de Vega Carpio dominarlo completamente con sus mil ochocientas comedias y cuatrocientos autos sacramentales, sin que los veintiún millones de versos que escribió se encontrara cohibido en lo más mínimo por el Santo Oficio, ni por nadie.

Juan de Fermoselle, más conocido como Juan del Encina —en la grafía actual de su nombre— o Juan del Enzina —en su propia grafía— (Encina de San Silvestre, Salamanca 1468 - León 1529) fue un poeta, músico y autor teatral del Prerrenacimiento español en la época de los Reyes Católicos. Wikipedia.

[Nota de B&T: Un auto sacramental es una pieza teatral religiosa alegórica de uno o varios actos y de tema preferentemente eucarístico el día del Corpus entre los siglos XVI y XVIII, hasta la prohibición del género en 1765, por lo general con gran aparato escenográfico. Representaciones de episodios bíblicos, misterios de la religión o conflictos de carácter moral y teológico. Inicialmente representados en los templos o pórticos de las iglesias; el más antiguo es el denominado Auto de los Reyes Magos. Después del Concilio de Trento, numerosos autores, especialmente del Siglo de Oro español, escribieron autos destinados a consolidar el ideario de la Contrarreforma, se destacan: Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Lope de Vega, etc. Wikipedia.]

Fernando de Rojas, (La Puebla de Montalbán, Toledo, 1470 - Talavera de la Reina, Toledo, 1541), dramaturgo español, autor de La Celestina, considerada una de las obras cumbre de la historia de la literatura española y la más importante sin duda en la transición entre la Edad Media y el Renacimiento. Wikipedia.

Y si de las trescientas que Tirso de Molina escribió en catorce años, no pocas se le prohibieron (mas no por la Inquisición), razón de sobra hubo para ello por lo licencioso del diálogo y por la desagradable impresión que en los espectadores dejaban los tipos que ponía en escena, vilipendiando en casi todas a la mujer, funesta escuela para la sociedad entera, y tanto más, cuanto que la vis cómica de Tirso, por lo singular del gracejo, grababa casi indeleblemente aquellos tipos en la imaginación del auditorio. Como quiera que sea, en pleno tiempo inquisitorial creó Tirso de Molina (Gabriel Téllez), con su Burlador de Sevilla, ese tipo tan universalmente conocido de D. Juan Tenorio y tan bien explotado en nuestros días por D. José de Zorrilla.

Lope de Rueda (1510, Sevilla - 1565, Córdoba) fue uno de los primeros actores profesionales españoles. Además, fue un dramaturgo de gran versatilidad que escribió comedias, farsas y pasos (o entremeses). Se le considera el precursor del Siglo de Oro del teatro comercial en España. Wikipedia.

Junto con estos ingenios florecieron D. Agustín Moreto y D. Juan Ruíz de Alarcón (mexicano), sin que las llamas inquisitoriales ni chamuscasen ni tiznasen siquiera las bellísimas composiciones dramáticas de estos dos autores. El autor de García del Castañar, D. Francisco de Rojas Zorrilla, fundador, como dice Zárate, de la escuela que perfeccionó Calderón de la Barca, es otro de los dramáticos de primer orden que brillaron en el siglo XVII, sin que la Inquisición le molestara en lo más mínimo, ni aún por tener el mal gusto de poner en boca de uno de sus personajes esta expresión: “Porque yo más quiero ser – pícaro que cardenal”.

Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 25 de noviembre de 1562 – 27 de agosto de 1635) fue uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la literatura universal. Wikipedia.

Subió todavía el drama a mayor altura, y llegó a su apogeo en Calderón de la Barca, que a la edad de trece años escribió su aplaudida comedia El carro del cielo, sin que dejara la pluma de la mano, maguer la Inquisición, hasta los ochenta y uno, en que murió, legando a nuestra literatura la rica herencia de más de ciento nueve comedias, setenta y dos autos sacramentales (sin contar los muchos o perdidos o no publicados, pero compuestos en los treinta años que los dio a Madrid y a otros muchos pueblos para la fiesta del Corpus), doscientas loas divinas y humanas, cien sainetes inéditos, varios libros, canciones, sonetos, romances, etc.
Sólo he conmemorado nuestros dramáticos de primer orden, omitiendo, por consiguiente, más de cuarenta de segundo, desde Torres-Naharro hasta fines del reinado de Felipe IV, periodo el más culminante de nuestra hosca Inquisición.

Tirso de Molina (pseudónimo de fray Gabriel Téllez), (Madrid, 24 de marzo de 1579- Almazán, (Soria), 12 de marzo de 1648), fue un dramaturgo, poeta y narrador español del Barroco. Wikipedia.

Si dejando el drama pasamos a la poesía erudita, nos encontraremos con Garcilaso de la Vega, nacido en 1503, época o fecha en que las hogueras de la Inquisición chisporroteaban sin cesar, lo cual no impidió que Garcilaso, aunque joven, hiciera una revolución tan completa, tan radical en nuestra literatura, que con justicia se le tenga por el padre del lenguaje poético. Fr. Luis de León (1) no temía espaciar su alma cantando tan sencilla y dulcemente como lo hizo, el rudo contraste de las cosas frágiles y perecederas de acá abajo, con la duración y hermosura de las del cielo, ni con las consabidas llamas lograron desterrar del corazón de Francisco de la Torre aquella dulzura y tinte melancólico que comunicó a sus obras poéticas. La oda a D. Juan de Austria, de Fernando de Herrera, se celebra como modelo de poesía lírica, y ni ella, ni otras composiciones bien celebradas del mismo autor, hallaron impedimento alguno por parte del Santo Oficio. La canción a las Ruinas de Itálica cuya gloria comparten Rodrigo Caro y Francisco de Rioja, inquisidor que fue de la Suprema, y autor de aquella bellísima epístola moral que empieza: “Fabio, las esperanzas cortesanas”, son monumentos literarios que en nada desconchó el Santo Oficio: y ¡ojalá sus llamas hubieran reducido a cenizas la insufrible redundancia de entrambos Argensolas! Con todo, son dos vates del Parnaso español que moralizaron y satirizaron con provecho. Góngora en el romance, el polígrafo Quevedo en lo serio y en lo jocoso, Baltasar de Alcázar, el príncipe de Esquilache y otros muchos, cultivaron con gloria nada escasa la poesía lírica sin que el Santo Oficio les destemplara las cuerdas de la lira.

Agustín Moreto y Cavana (Madrid, 9 de abril de 1618 - Toledo, 28 de octubre de 1669) fue un dramaturgo español barroco del Siglo de Oro. Wikipedia.

En la épica sobresalieron: Ercilla en la Araucana, Bernardo de Balbuena [2] en su Bernardo, Fr. Diego de Ojeda en su Cristiada, Tomé de Burguillos y Villaviciosa en sus respectivos poemas burlescos la Gatomaquia y la Mosquea; todos ellos tienen trozos inimitables, aunque ninguno es completo en su género, sin que de ellos tenga la culpa el Santo Oficio.

Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (Taxco, 1580 o 1581 - Madrid, 4 de agosto de 1639) fue un escritor novohispano del Siglo de Oro que cultivó distintas variantes de la dramaturgia. Entre sus obras destacan la comedia La verdad sospechosa, que constituye una de las obras claves del teatro barroco hispanoamericano, comparable a las mejores piezas de Lope de Vega o Tirso de Molina. Wikipedia.

Pero, ¿a cuál de los Luises puso tacha en la doctrina el Santo Tribunal, o cortó los vuelos de su saber, para que dejaran de remontarse a la altura que lo hicieron? Fr. Luis de Granada, el Cicerón del siglo XVI, Fr. Luis de León y el P. Luis de la Puente, de la Compañía de Jesús, ¿no son lumbreras que en idioma patrio han tratado los más profundos misterios del catolicismo, ya didáctica, ya oratoriamente, con la solidez digna de su piedad e ingenios, y con un estilo en general correcto y puro? Las Órdenes religiosas tuvieron sus grandes escritores ascéticos precisamente cuando las llamas de la Inquisición superaban de muchos codos a las del horno de Babilonia: los Agustinos daban, además de Fr. Luis de León, a Fr. Fernando de Zárate y a Fr. Juan Márquez; los Carmelitas a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz; los Franciscanos a Fr. Diego de Estella; los Jerónimos a Fr. Pedro Malón de Chaide; los de Santo Domingo al incomparable Granada; la Compañía de Jesús a los PP. Pedro de Rivadeneira como ascético y político, Juan Eusebio Nieremberg (madrileño) y Alonso Rodríguez. Del venerable P. Juan de Ávila nos quedan algunos sermones y su “Audi filia”, que le granjeó sitio entre los clásicos.

Francisco de Rojas Zorrilla (Toledo, 4 de octubre de 1607 - Madrid, 23 de enero de 1648) fue un dramaturgo español. Wikipedia.

Ni fue menos fecundo el campo de la historia. Con los comienzos de la Inquisición aparece el famoso Andrés Bernáldez, Cura de los Palacios, y el cronista de los Reyes Católicos Hernando del Pulgar, puesto por un sabio extranjero en primera línea entre nuestros historiadores Ocampo, Zurita, el obispo Sandoval, Fernando de Oviedo, Las Casas, Bernal Díaz del Castillo, Gómora, Morales, Flores, Garibay, Mariana, Garcilaso Inca de la Vega, Mendoza, Herrera, y el portugués Melo; Solís, Ávila y Zúñiga, Argensola (B.), Coloma, etc., forman una respetable falange de historiadores, sin contar los autores de innumerables relaciones, anales y otra multitud de escritos acerca de determinadas ciudades, familias y personas [3]. Illescas con la historia pontificia, Fr. José de Singüenza con la vida de San Jerónimo y la historia de su Orden, Fr. Diego de Yepes, también jerónimo, Martín de Roa, de la Compañía, y su hermano de religión P. Alcázar, que escribió la historia de la provincia de Toledo, dan su contingente en la historia sagrada al periodo inquisitorial más temido y censurado.

Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño (Madrid, 17 de enero de 1600 – ibídem, 25 de mayo de 1681) fue un militar, escritor, poeta y dramaturgo barroco español del Siglo de Oro. Wikipedia.

Ni quedó rezagada la novela en ninguna de sus especies. Sufrieron su inquisición las de caballería, es verdad, pero fue la del cura y el barbero; que las inocentes de Montemayor, Gil Polo y Cervantes, y las picarescas de Hurtado de Mendoza [4], de Quevedo, de Espinel (el laureado por la Academia de Madrid), de Alemán y de muchísimos otros, sin que falten algunas de mujeres corrieron sin obstáculo alguno, y el nunca bien ponderado Don Quijote entre flores y aplausos.

Garcilaso de la Vega (Toledo, entre 1498 —quizá algunos años antes a partir de 1494— y 1503 – Le Muy, Condado de Niza, Ducado de Saboya, 14 de octubre de 1536) fue un poeta y militar español del Siglo de Oro, considerado uno de los escritores en español más grandes de la historia. Wikipedia.

El carácter sentencioso y grave del español no podía menos de dar su tributo. Desde el firmante de las leyes de Toro, D. Juan Torres de Palacios de Oliva, hasta Venegas, se escalonaron Fernán Pérez de Oliva, y su continuador Cervantes de Salazar, el famoso obispo de Guadix y Mondoñedo, martillo de los Comuneros, D. Fr. Antonio de Guevara; el bachiller Rua, censor del Prelado en varias cartas; Mejía, Villalobos y el citado Venegas. Permítasenos intercalar aquí el diálogo de Lactancio, de Alfonso de Valdés, no sólo como de buena literatura, sino como monumento de la condescendencia inquisitorial, pues el tal diálogo no es sino una repetición de las consabidas sátiras semiprotestantes de Erasmo. El de Mercurio y Carón, salido de la pluma de su hermano Juan, como también el llamado Diálogo de la lengua, son todavía superiores al anterior en el habla y se resienten de iluminismo. Antonio Pérez debió ser preso por la Inquisición en Zaragoza, pero aún no se había dado a conocer como publicista, carrera que emprendió en Francia. D. Francisco de Quevedo, olvidado de que su genio festivo le tiraba más a Las Zahurdas de Plutón y a las Cartas del Caballero de la Tenaza que a los escritos ascéticos, morales y políticos, no dejó de dar sus buenas pinceladas en estas materias, sin que la Inquisición lo tomara jamás con el hurto en las manos. Pero el que verdaderamente llamó la atención de los Inquisidores propios y extraños fue D. Diego de Saavedra y Fajardo en sus Empresas Políticas, por lo profundo de sus pensamientos y por la concisión con que rara vez deja de expresarlos.

Fernando de Herrera (Sevilla, 1534 - 1597) fue un escritor español del Siglo de Oro, conocido especialmente por su obra poética. Fue apodado «el Divino».

[Nota de B&T: Publicista.- 1. Autor que escribe del derecho público. 2. Persona muy versada en esta ciencia. 3. Persona que escribe para el público, generalmente de varias materias. RAE.]

Si las mordazas del Santo Oficio, sus sambenitos y corozas se hubieran empleado alguna vez en perseguir los ingenios, ¡qué justificada hubiera sido la del P. Baltasar Gracián, de la Compañía de Jesús! ¡Qué mordaza tan bien empleada en el que pro aris et focis, quiso dar reglas para perpetuar el gongorismo! Su Criticón leerá, no obstante, siempre con gusto, por lo conocedor que en él se muestra del corazón humano.

Rodrigo Caro (Utrera, Sevilla, 1573 - † Sevilla, 10 de agosto de 1647), poeta, historiador, arqueólogo y abogado español. Wikipedia.

Si yo perteneciera a la escuela, tan generalizada como ilógica, del post hoc, ergo propter hoc, deduciría consecuentemente que, a medida que la Inquisición fue decayendo en España, fueron también por la pendiente las bellas artes y las ciencias; el hecho es indiscutible. No examinaré aquí ahora la influencia que el Santo Tribunal tuvo en esto, ni la de esto en el Santo Tribunal; para mi objeto de presente basta y sobra lo expuesto, que es hacer evidentemente palpable que no ahogó la Inquisición los ingenios españoles, ni amordazó el pensamiento, como hasta la saciedad se nos repite.

Francisco de Rioja (Sevilla, 1583 - Madrid, 1659), poeta y erudito español del Barroco. Wikipedia.

Y si la cultura y nervio de un pueblo se manifiesta en la palabra, como vehículo que es del pensamiento, debieran los impugnadores del Santo Oficio señalarnos un género cualquiera de literatura que desde la fundación de este Tribunal por los Reyes Católicos hasta terminar el reinado de Felipe IV, no haya sido felicísimamente recorrido en nuestra patria. ¿Qué idea tendría, pues, el Sr. Muñoz Torrero formada de las Cortes de 1812, cuando se atrevió a decir en ellas: “Cesó, señores, de escribirse desde que se estableció la Inquisición”? (Apéndice XIII – Diapositiva 488 ss. en la presentación de B&T).

Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 11 de julio de 1561 – ibídem, 23 de mayo de 1627) fue un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida, más tarde y con simplificación perpetuada a lo largo de siglos, como culteranismo o gongorismo, cuya obra será imitada tanto en su siglo como en los siglos posteriores en Europa y América. Como si se tratara de un clásico latino, sus obras fueron objeto de exégesis ya en su misma época. Wikipedia.

Lo que someramente he expuesto acerca de la literatura, voy a hacerlo extensivo a otros varios ramos del saber humano; no abrumaré la atención del lector con la inmensa lista de eminentísimos teólogos que produjo el suelo español cuando los autos de fe lo limpiaban de herejes y malvados; pero ¿cómo dispensarme de citar, entre los Dominicos, a Victoria, Melchor Cano, Báñez, los dos Sotos, a Álvarez y a Lemos, dos campeones de las celebérrimas controversias “de auxillis” contra los Jesuitas; a Alfonso de Castro entre los Franciscanos; a Suárez, Toledo, Lugo, Vázquez, Molina, Valencia, Ripalda, Arriaga, Ruiz de Montoya, Álvarez de Paz, de la Compañía de Jesús, y cien otros de todas las Órdenes y clero secular? ¿No fueron los teólogos españoles los que en Trento llevaron el pondus diei; los que en Alemania, Baviera y Austria trituraron el protestantismo; los que ocuparon las primeras cátedras en Roma, Praga, París, Coimbra, Lovaina, Viena, Oxford, Cambridge, Pisa, Bolonia y Nápoles? [5].

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1580 — Villanueva de los Infantes, 8 de septiembre de 1645), conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas. Wikipedia.

Rechazábase por bárbara en Italia la Inquisición de España, pero levantaba Herrera la lonja de Sevilla, y con él el célebre Escorial Juan de Toledo. Toledo, la antigua corte visigoda, se hermoseaba con su soberbio alcázar, y la España toda se cuajaba de hermosísimas iglesias, sonde la arquitectura y la pintura dejaban monumentos imperecederos. Velázquez, Zubarán, los Ribalta padre e hijo, Pacheco, Murillo, Juan de Juanes y Rivera; Luis de Vargas y el mudo Juan Fernández Navarrete (el Ticiano español), manejaron el pincel con tanta valentía como novedad y gusto. Alonso Cano, Berruguete y su discípulo Monegro, Martínez Montañés, Pablo de Céspedes [6], Roldán y su hija Roldana, casi animaron la materia. El ciego Salinas y García desplegaron en dulcísimos acordes la sensibilidad exquisita de que estaban dotados. Bartolomé Ramos, revolucionando el arte, Cristóbal Morales y otros veintidós españoles enseñándolo en la capilla pontificia, no enlutan, por cierto, los días de las hogueras inquisitoriales.

Baltasar del Alcázar (Sevilla, 1530 - Ronda, 1606) fue un poeta español del Siglo de Oro. Wikipedia.

Mereció la imprenta una oda al digno secretario de las Constituyentes gaditanas: ¡lástima que ni una estrofa dedicara al inquisidor Ximénez de Cisneros! Su Polyglota Complutense, el trabajo más suntuoso y exacto que se ha hecho en su especie, pedía para su realización multitud de tipos griegos, hebreos, siríacos y caldeos: ¿qué hacer si en ninguna parte los había? –Hacerlos.- Pues por primera vez en el mundo, se fundieron, y en talleres españoles. En aquellos malaventurados tiempos (tan pintorescamente retratados por el Sr. Muñoz Torrero, y con indescriptible fruición oída la pintura por buena parte de aquellos insignes PP. CC.), salieron, sí, muchos ingenios españoles, “no huyendo de una patria que encadenaba su entendimiento”, como el diputado de feliz recordación aseguraba, sino para regentar las más célebres cátedras de Europa, como hemos dicho, o para registrar las antiquísimas bibliotecas del Oriente y traer a España, de ellas, preciados manuscritos, como por quince años se estuvo haciendo de orden de aquel Felipe II, adusto maestro de capilla de la Inquisición en España [7].

Beatriz Galindo, llamada «la Latina» (Salamanca, c. 1465 – Madrid, 23 de noviembre de 1534), fue una escritora y humanista española, preceptora de la reina Isabel la Católica y sus hijos. Fue una de las mujeres más cultas de su época. Hay autores que fechan su nacimiento en 1464 ó 1474. Wikipedia.

Mudemos ahora en cierto modo la escena. Ya que uno de los académicos de la lengua (cuyo discurso trasciende a anti inquisición) nos asegura en él que “el mejor síntoma de fecundidad y lozanía de un pueblo es la ilustración de la mujer”. ¡Albricias, Santo Oficio de España! No es necesario ya para vindicarte sacar a plaza aquellos ingenios que tanta gloria dieron a tu patria con vastos conocimientos de lenguas orientales, ni hacinar los nombres de los varones egregios que dentro y fuera de tus costas levantaron y dotaron espléndidamente universidades y colegios (Apéndice XIV – Diapositiva 490 de la presentación en B&T), radiantes focos del saber humano; bastará presentar a Oliva de Sabuco, filósofa y versadísima en la medicina, como también Clara Clistera; a Isabel Joya, que delante de cardenales trató en Roma, con aplauso, graves cuestiones de filosofía y teología, y a la instruida Ana de Cervatón, dama de la emperatriz Doña Isabel. Conocidísima fue para gloria en el reinado de los Reyes Católicos Doña Beatriz Galindo, llamada la Latina por la pericia que de esta lengua tenía, y en la que instruyó más que medianamente a Isabel la Católica; y no menos lo fue Juana Morella, que a los diecisiete años llenó de admiración a franceses y españoles por sus conocimientos en la teología y la jurisprudencia, en las lenguas sabias y en la música y dibujo. Beatriz Bernal, otro de los ornamentos del siglo XVI, y la Luisa Medrano, que en Salamanca regentó cátedras de latín y de elocuencia, serán nuevos testigos. De esta ciudad fue, para gloria, y no pequeña, de la nación entera, la Cecilia Morillas, versadísima en el latín y griego, en el francés e italiano, y en los trabajos propios de su sexo, de lo cual dio inequívoca prueba en el mapa-mundi que bordó, admiración de su tiempo. En vano Felipe II procuró encargarle la educación de las infantas; excusóse de no poder conllevar este trabajo con la educación de sus nueve hijos, a los que enseñó latín, griego, música, filosofía y teología. Francisca de Nebrija, Florencia del Pinar y Álvara de Alba, fueron también, como las anteriores, excelentes en las bellas artes y lenguas sabias. Campo más ameno, si cabe, cultivó Doña María Zayas, novelista insigne, y que en breve tiempo logró hasta siete reimpresiones, no embargante la censura previa. Cerraremos ya esta lista lozana y llena, de prolongación muy asequible, con Luisa Sigea, de esclarecida fama, ornato de Toledo, repastada en la lectura de los clásicos griegos y latinos, en el hebreo, árabe y siríaco, de que dio muestras al pontífice Paulo III, como en la música a la corte de Lisboa su no menos erudita hermana Doña Ángela Sigea.

Luisa Sigea de Velasco (Tarancón, c. 1530-?, c. 1560) Escritora española, llamada también la Toletana. Estuvo en la corte de Don Manuel de Portugal al servicio de su hija, la infanta María (1542-1555). La mayor parte de su obra conservada fue escrita en latín, haciendo excepción de algunas poesías escritas en castellano. Autora del poema bucólico Cintra (1566) y el diálogo Duarum virginum colloquium de vita aulica et privata. Biografías y Vidas.

¿Y cómo combinar ahora todos estos hechos absolutos, innegables, con la audaces proposiciones que escarnecen al Santo Oficio, presentándolo como el verdugo del pensamiento humano, como la rémora para que España no adelantara, como el agostador de todo lo bello, como el peso que, oprimiendo a la válvula, impidió la grande explosión del genio nacional? Referidme, detractores del Santo Oficio, referidme la historia de mi patria desde que Torquemada encendió la primer hoguera hasta que el gran Conde rompió nuestros tercios en los llanos de Rocroy, y decidme que faltó a la España para dar en ese tiempo la norma al mundo entero. Impusimos nuestro idioma y nuestros trajes a Italia, Francia y al Imperio; uno de nuestros monarcas se tituló rey de España e Inglaterra; dábamos gobernadores y virreyes a Portugal, Nápoles y Sicilia, a Bélgica y Holanda; en Francia, al Rosellón, la Borgoña, al Artois y Franco Condado; al Milanesano y Valtelina en Lombardía; y cuando el nunca vencido Carlos dividió su corona, un príncipe español fue a ceñir la del Imperio. Nuestros políticos dirigían los asuntos europeos, y nuestras armas, si la razón no bastaba, imponían el derecho por la fuerza. Ellas en Granada abajaron al rey Boabdil de un solio cimentado sobre ochos siglos de glorias militares y progresos; ellas las que en el Garellano ahuyentaron al francés, las que en Pavía lo vencieron y aprisionaron, las que en Mühlberg desgarraron la bandera de la Reforma, y las que, victoriosas en la Goleta y Túnez, quitaron del Sur de Europa el terror y la angustia con que la oprimía el nervudo brazo de Solimán el Magnífico. ¿Quién no emulará las glorias de San Quintín y de Lepanto? ¿Quién sino la inquisitorial España fue la que puso a disposición del insigne genovés las naves que abrieron desconocida ruta al nuevo mundo? ¿Y no fueron los españoles fanatizados por la inquisición los que por mar y por tierra lo anduvieron, midieron y describieron, los que con su brazo lo conquistaron, los que con su lealtad lo engastaron en la riquísima corona de Isabel, Carlos y Felipe? Pues siendo esto así, ¿qué ignorancia o que soberbia tan insufrible es la de esos españoles descontentos, que acusan al Santo Oficio de haber entrabado el vuelo del pensamiento nacional con la leña de las inextinguibles hogueras, y sofocado todo lo bello con su negro humo? ¿Qué más podía haberse hecho? ¿Qué mejores laureles que estos pueden ceñir las sienes de un pueblo?

Pedro Sánchez Ciruelo (Daroca, Zaragoza, 1470 - Salamanca, 1548), matemático y teólogo español del siglo XVI. Imagen: Pedro Ciruelo, Cursus quattuor mathematicarum artium liberalium..., Alcalá, A. G. de Brocar, 1526. Wikipedia.

Gloríese en hora buena la Francia de un Moliére, de un Corneille y de un Racine; ¿pero no se formaron en el teatro español? ¿No confiesa Corneille que su embustero está vaciado en La Verdad sospechosa de Alarcón? Nosotros, dice Voltaire, hemos tomado de los españoles más de cuarenta composiciones dramáticas, y de las escritas, añadiré yo, a los pálidos reflejos de las hogueras, y entre los cárdenos gritos de las víctimas palpitantes. Pero ignoro a que luz tomaría Descartes de nuestro Gómez Pereira su cogito, ergo sum, y el constituir a los brutos en meras máquinas, infelices hallazgos que necesitaron otra atmósfera que la nuestra para no asfixiarse apenas nacidos. Gloríese Inglaterra del semipirata Drake, de Cook y de otros célebres navegantes: de David Livingstone y otros célebres viajeros; ¿pudo dar a alguno de ellos por divisa un globo con el mote primus circumdedistis me, como a Juan Sebastián del Cano se lo dio a Carlos V, o han sido sus exploradores más audaces, más sufridos que los exploradores y conquistadores de la América del siglo XVI? Gloríese Albión, y con justicia, de su Newton, de su Taylor, de su Neper; pero no se me niegue a mí que en nada ofuscó la Inquisición la mente de un Pedro Ciruelo, aragonés, matemático eminente, ni la del que no le fue en zaga, maestro de Felipe II en esta ciencia, cardenal Soliceo; ni las de Pedro Monzón, Jerónimo Muñoz, Oroncio Fineo, Ginés Sepúlveda, Francisco Sánchez, renombrado por todas sus contiendas con el famoso Clavio sobre las geométricas Euclidis demonstrationes, sin olvidar a Hugo de Omerique, que en su Análysis geométrica mereció los elogios de Newton.

Juan Sebastián Elcano, también escrito Juan Sebastián del Cano o Juan Sebastián de El Cano (Guetaria, Guipúzcoa, España, 1476 – océano Pacífico, 4 de agosto de 1526), fue un marino español que participó en la primera vuelta al mundo, quedando al frente de la expedición tras la muerte de Fernando de Magallanes. Wikipedia.

Y como en las matemáticas puras y la cosmografía y la náutica hay conexión tan íntima como entre esto y la geografía, nombraré siquiera a los españoles sobresalientes en estas facultades, aunque, como en todas, tenga que dejar a muchas excelencias inhumadas en el panteón de nuestras glorias coinquisitoriales. Ninguno más célebre que el cosmógrafo real Alfonso de Santa Cruz, perfeccionador del astrolabio; Pedro Medina, autor de un mapa geográfico de España, imprimió en Sevilla (1545) su obra Arte náutica, que se reimprimió pronto; no menos fama que Sepúlveda dejó en Roma Pedro Chacón, que formó parte de la comisión encargada de hacer en el calendario la célebre reforma gregoriana; en 1519 se publicó en Sevilla la Suma de geografía, de Martín Fernández de Enciso, tan estimada, que en pocos años se imprimió tres veces.

Alfonso o Alonso de Santa Cruz (Sevilla, 1505-Madrid, 1567) Cronista español. Maestro de astronomía y cosmografía en la corte de Carlos V, redactó, a requerimiento de Felipe II, el Islario general del mundo (1560) -imagen-, y continuó la obra de Hernando del Pulgar, Historia de los Reyes Católicos. Biografías y Vidas.

Es difícil, aun en la estrechez de meras indicaciones como estas, dejar de tropezar a menudo con la sombra fatídica de Felipe II en cualquiera de los ramos cultivados tan provechosamente en los tiempos del sambenito y de la hoguera. Y así, aunque ya Fernán Pérez de Oliva había dado a luz a su Imagen del Mundo, obra geográfica, y, por lo exacta, de aprecio, y Juan León, la descripción más individual y correcta de África, quiso Felipe II labrar en esta materia la primera obra completa, cual fue el Teatro geográfico de Abraham Ortelio, extranjero, que a expensas del Rey inquisitorial por antonomasia la llevó a felice cabo, sin desdeñarse de consultar el mapa de Medina y sin sobresaltos pirotécnicos.

Antonio Martínez de Cala y Jarava (Lebrija, Sevilla, 1441 - Alcalá de Henares, Madrid, 5 de julio de 1522), más conocido como Antonio de Nebrija, fue un humanista español que gozó de fama como colegial en el Real Colegio de España de Bolonia. Ocupa un lugar destacado en la historia de la lengua española por haber sido pionero en la redacción de una gramática en 1492 y un diccionario en 1495, con relativa anticipación dentro del ámbito de las lenguas vulgares. Fue además historiador, pedagogo, gramático, astrónomo y poeta. Wikipedia.

Fue el desenvolvimiento nacional tan metódico, tan lógico, que esto mismo rechaza y expele la injerencia de un elemento tan perturbador como necesariamente debía ser el Santo Oficio de Natanael Jomtob y de Collin de Plancy. Nuestros escritores del siglo XVI se contentaron en gran parte con relegar la lengua patria, ya rica y vigorosa, aunque algo ruda, al trato familiar o escritos de, para ellos, bajo cotuno. Cultivaron mucho la latina y griega, y no poco la hebrea, árabe y otras orientales. Si las producciones de viso habían de ser aceptadas, preciso era que se escribieran en la lengua de Lacio; fue, pues, el latín, no sólo la lengua universal para las obras científicas [8], sino para los españoles la indispensable, como lo era para los literatos de todo el mundo. De aquí la necesidad urgente, absoluta y primaria de libros que fijaran la trabazón o dependencia de las palabras entre sí, objeto de la gramática, y la no menos imperiosa de los diccionarios, para que suministraran la materia que la gramática debe coordinar y adaptar a las concepciones del entendimiento; suministro, no a granel, sino bien pesado y medido. Esta necesidad, ya que nuestros genios, no ayunos de razón, querían latinizarse, se satisfizo hasta con lujo. Habíase introducido en toda la Europa un latín bárbaro y grosero; los italianos empezaron a proscribirlo en el siglo XV y a trabajar por el renacimiento del culto y elegante idioma de Cicerón y de Virgilio. Pero a todos los aventajó nuestro Nebrija con su gramática latina y su excelente diccionario, también latino, que calificó de Opus immensi laboris, lo que no dijo de los que escribió de otras materias, v. gr.: Lexicon juris civilis, Lexicon artis medicae y otros. Amplió el célebre Brocense (Francisco Sánchez) y mejoró la empresa de Nebrija con su imperecedera gramática, llamada Minerva. Nada digamos de Vives ni del Padre Diego Álvarez, sapientísimos gramáticos; nada de las trece gramáticas griegas que en pocos años salieron de plumas españolas; nada de la hebrea de Alonso de Zamora. Estas obras fueron como las precursoras de las que los españoles (imitando a los grandes poetas y escritores de la antigüedad) escribieron, formándose y vaciándose en estos perfectos modelos, hasta que poco a poco se fue soltando el idioma patrio de las pihuelas del latino.

Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 31 de diciembre de 1617 – Cádiz, 3 de abril de 1682) fue un pintor español del siglo XVII. Es una de las figuras más importantes de la pintura barroca española. Wikipedia. Imagen: La adoración de los pastores -1646- AMPLIACIÓN DISPONIBLE.

Pues ¿en qué estorbó el Santo Oficio para que nuestros antepasados, ya que siguiendo la corriente universal habían de escribir en latín, fueran tan lógicos que empezaran por conocer a fondo la lengua culta que en sus escritos habían de emplear? ¿En qué estorbó para que, en unión de ella, se estudiaran también las otras orientales, llaves con que los españoles abrían los tesoros de Píndaro y Homero, de Luciano de de Demóstenes, de donde sacaban tantas joyas literarias, sin dejar enterrados el caldeo y el siríaco, ni el hebreo ni el árabe, porque en estos códices, a más de nutrir su fe, hallaban el sentido literal y propio nada menos que de la Palabra de Dios, que, o parafrásticamente exponían, o literalmente interpretaban? Arias Montano, Coronel, López, Pinciano, Pedro de Abril y mil otros doctísimos en lenguas orientales, ¿no fueron la base sobre que los teólogos españoles levantaron el catolicismo aquella magnífica columna de triunfo en medio de la protestante Alemania? Sin la vastísima erudición de estos filólogos latinos, griegos y orientales, y sin el gusto que tanto privó por estas lenguas, no hubiéramos dado al mundo la otra Poliglota de Amberes, ni anticuarios como D. Antonio Agustín y D. Jerónimo de Zurita, ni canonistas como el oráculo de su siglo D. Martín Azpilcueta, ni jurisconsultos tan versados en el Derecho romano (que era el patrón de todos) como lo fueron Burgos, Pérez y Covarrubias, que públicamente recibían de los Inquisidores las más distinguidas muestras de adhesión y benevolencia por la rectitud de sus juicios, lo fundado de sus opiniones y la solidez de sus vastos conocimientos. Nuestra máxima colección de Concilios, nuestra bibliografía antigua y moderna, “superior hoy mismo a la que cualquiera nación tiene” (Menéndez y Pelayo), ¿qué tiempos sino los inquisitoriales alcanzaron?

Juan de Juanes o Joan de Joanes (Fuente la Higuera (Valencia), 1523 - Bocairente (íb.), 1579), nombre por el que se conoce a Vicente Juan Macip, fue un pintor español del renacimiento, hijo de Vicente Macip. Wikipedia. Imagen: La Santa Cena -1560- AMPLIACIÓN DISPONIBLE.

No puede, pues, ponerse en tela de juicio el extraordinario desarrollo intelectual que en letras y ciencias de toda clase tuvo la nación española desde mediados del siglo XV hasta algo más de la mitad del siglo XVII. Y si los monumentos que marcan estos progresos son los testigos irrecusables del genio y de la índole de la nación que los erigió; si en ellos relucen los pensamientos más íntimos, las concepciones más puras y atrevidas, las instituciones más ricas y felices, teniéndolas tantas y tan variadas, ¿cómo pudieron coexistir con el despotismo, con la opresión, con la servidumbre? ¿No es esta la gangrena que corroe todo el saber, toda la dignidad de un pueblo? [9]. Cuando por todo el cuerpo social circula rápidamente la necesidad absoluta, imperiosa, de manifestar al exterior las ideas que hierven en el cerebro de un pueblo instruido y vigoroso, no hay dique humano que lo contenga.

Bullían ya a toda furia bajo el cetro de Fernando e Isabel las ideas que se desarrollaron en los reinados de Carlos V y Felipe II, y que en los dos sucesores de este nombre llegaron a la sazón debida y se mostraron concretadas con increíble vigor y lozanía. Y si con criterio sereno y recto examinamos la parte que cupo al Santo Oficio en esta explosión de gloria que envolvió a la España por casi doscientos años, forzoso será juzgar y fallar con ruda y franca osadía, que la mayor y la más noble. Nada hay grande, ni bello, ni noble, ni sublime, si no se eleva sobre el pedestal de la verdad. Si la verdad no brilla en el entendimiento del hombre, su expresión no puede ser clara; si la duda ocupa en él el lugar de la verdad, la palabra humana, henchida de la duda, sólo transmitirá violentas oscilaciones entre dos abismos; y si del entendimiento humano se destierra por completo la verdad del orden sobrenatural, la palabra humana sólo será signo de concepciones pigmeas, escuálidas, estrechas, que se agitarán confusas en esfera de menguado radio. Amplifíquese, por el contrario, el horizonte; dilátese en el hombre esa potencia tan inconmensurable, tan elástica como tiene, para comprender tantas verdades y abarcar la existencia de todas; colóquese en medio de la mente humana la verdad misma, la belleza misma, es decir, la primaria verdad y belleza; hágase, en fin, girar la vida humana sobre este eje, y todo será bello, armónico, verdadero y sublime. Enlazadas las verdades de un orden secundario a las del primario y éstas a la verdad misma, resultará un conjunto ordenado y estable, donde el orden no engendre monotonía, ni tedio la estabilidad. Toda verdad cabrá allí holgadamente, y recorrerá una órbita tan extensa, cuanta sea la fuerza impulsiva del entendimiento que la lanzó; tan afectuosa, cuanta sea la sensibilidad y dulzura del pecho que la despidió, pero obedeciendo a la fuerza de atracción que sobre ella ejerce la verdad primaria.

Esto fue lo que hizo el Santo Oficio en España. Velando por la pureza de la fe, conservó en los españoles limpia y tersa la veracidad divina, origen de toda la verdad y eje sobre que giran todas las demás verdades. Conservó la Inquisición la integridad de la Religión católica, y, merced a ella, brilló la verdad pura y diáfana en las mentes hispanas, que, a manera de faros refulgentes, esparcieron la luz de la verdad en todos los ramos que entonces fue dado a los hombres alcanzar. Empapada la nación entera en el catolicismo que sostenía la Inquisición, explosionó, si pero no sembrando en torno suyo devastación, soledad y muerte, sino como explosiona el tiro que en torno suyo derrama graciosos surcos de variadas luces. Cuanta belleza se halla condensada en nuestros escritores, en nuestros guerreros y artistas, toda ella va signada con el sello indeleble que la Inquisición impuso, y embalsamada con el fragante aroma de las virtudes que a su sombra florecieron.

Y ¿cómo no? Si la herejía por su esencia aparta al hombre de Dios, verdad increada, bondad inmensa, belleza suma, orden admirable y eterno, velando la Inquisición por la conservación de la doctrina católica, no podía absolutamente oponerse ni a la verdad, ni a la bondad, ni a la belleza, ni al orden, de cualquier clase que fuesen; debía ser, como fue, la que dio vida a la inspiración de nuestros poetas y artistas; la que rodeó de brillo nuestras almas, y a nuestros teólogos y juristas y sabios todos de admiración y de respeto. Estaba tan encarnado el sentimiento religioso en la España inquisitorial, y la belleza y verdad artística por ende, que es imposible, no digo estudiar, ver tan sólo algún monumento de aquella época, sin dejar de recibir incontinenti las emanaciones cristianas que despide. ¡De qué manera tan diversa se muestra el genio en otras partes! ¿Qué falta a la Concepción de Murillo para ser un dechado perfectísimo? ¿Quién se ha puesto delante de aquel cuadro sin que de lo más íntimo del alma se le haya desprendido un apacible efecto de alegría y de dulzura al contemplar tan divinamente hermanadas la hermosura y el candor? ¿Quién que haya visto la de Juan de Juanes no ha quedado arrobado, suspendido? Pues trasládese el lector a Roma, y estudie aquella escena del juicio final, materia tan apta para la expresión de todos los afectos posibles, por la amplitud de la idea y la abundancia de figuras. Con todo, ese grandioso fresco que decora el lienzo principal de la gran capilla Sixtina, ¿qué tiene de cristiano? ¿Qué afecto hace brotar en pro de la virtud y opuesto al vicio? Ninguno. Produce, sí, el estupor que no puede menos de producirse por la grandeza del asunto y por la valentía de las figuras; pero nada de esto trasciende más allá de lo puramente humano. Tan lejos estuvo Miguel Ángel de dar a su soberbio fresco el colorido cristiano, que Paulo IV mandó picarlo, por esto y por la desnudez escandalosa de los grupos; obtúvose, con todo, la revocación de esta orden, pero a condición de cubrir en algún modo las figuras, trabajo que desempeñó el hábil Miguel de Volterra, y que le valió de sus paisanos el apodo de Il bracchettone [o braghettone y que podría interpretarse como ‘el pinta calzones’].

Si la Inquisición se hubiera establecido, v. gr., en 1630, que fue aproximadamente cuando nuestra literatura llegó a su plenitud, y cuando nuestros tercios no habían perdido aún el nombre de invencibles, podría, siquiera en la apariencia, culpársela de opresora de nuestros ingenios y de minadora de nuestro valor y empuje, pues desde aquella data fue la nación poco a poco quedando yerma de literatos y capitanes. Zamora y Cañizares sólo espigaron en el campo dramático, y el segundo D. Juan de Austria, en los de batalla, pero afanosa y pobremente.

Al siglo XVIII sólo quedaba el rescoldo de aquellas célebres hogueras que, purificando el oro, le dieron de tan subidos quilates; casi en su primera mitad no hubo más estro que el del capitán D, Eugenio Gerardo Lobo, que simbolizó en su persona la esterilidad de nuestro suelo en lo militar y en lo político. Empezó luego Morantín (D. Nicolás) a hacer pinicos, pero alimentado con el quilo del teatro francés. Siguiéronse a éste otros poetas, que cambiaron radicalmente la índole de nuestra hermosa literatura lírica y dramática, afrancesándola y amanerándola. Invadiéronnos malas traducciones de pésimos autores jansenistas, mientras la Inquisición espiraba lentamente en los brazos filosóficos de Aranda, Roda y Campomanes, de Azara y Floridablanca, de Urquijo y de Godoy. Llegó el año de gracia de 1813, y en él se esparcieron al aire las cenizas de aquella Inquisición que tanta gloria había dado y tantos beneficios dispensado a la patria de San Fernando y Recaredo.

Epiloguemos. Con la Inquisición intransigente fue España la señora del mundo, en el siglo más grande que hasta ahora registra la historia; si las llamas del Santo Oficio en él no se extinguieron, como ha dado en decir, tampoco se extinguió la luz del sol en sus dominios, ni la de la sabiduría que ella encendió en los suyos y en los ajenos. Llegó el siglo XVIII, y con el jansenismo y el filosofismo introducido en los altos poderes del Estado, decayó la Inquisición, y decayeron poder, gloria, ciencias, artes. En el primer cuarto del presente siglo [XIX] acabó en España el Santo Oficio; en él se desenvolvió la impiedad sin rebozo alguno; quedó paralizada la industria, y borrada la nación en el congreso de Verona de entre las potencias de primer orden [10].

Indudablemente hay un paralelismo chocante entre la Inquisición y la marcha político-literaria de España. La consecuencia que de esto se saca es, muy natural; a saber: fue la Inquisición española el signo, la manifestación externa del sentimiento religioso del pueblo, del amor y de la veneración a la Iglesia católica, como lo fueron de su espíritu guerrero Granada, Pavía, Mühlberg y Lepanto, como el Escorial y la Inmaculada de Murillo del artístico, como la conquista de la América por su celo por dilatar la fe, como las comedias de capa y espada de su saber, gustos y sentimientos. Pero nada de lo que espontáneamente brota de un pueblo sobre todo cristiano, puede serle óbice para su engrandecimiento; no fue, por consiguiente, la Inquisición de España el verdugo de su ciencia, ni de su poder, ni de su gloria.

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Se recomienda el texto del apologista católico estadounidense Dave Armstrong como complemento de éste escrito para conocer los efectos del Protestantismo sobre la educación, la cultura y la moral: La Revuelta Protestante: Su trágico impacto inicial

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Notas:

[1] Puede verse el extracto de la causa que se le siguió en el Apéndice correspondiente.

[2] Tiene églogas de muy reconocido mérito.

[3] Puede verse el tomo VII del Sr. Amador de los Ríos, para ampliar estas nociones.

[4] La Inquisición prohibió el célebre Lazarillo de Tormes, hasta que no se corrigiera de algunas expresiones demasiado audaces, con las que muy a las claras se motejaba a clases respetables. Pero quedó la pintura del clérigo avaro de la cofradía del inolvidable dómine Cabra.

[5] parecerá a más de cuatro que de todas las ciencias que en este párrafo enumeramos, la más inútil es la teología. Oigan al conde de Maistre. “A medida que la teología alcanza mayor perfección, son las naciones que la cultivan más fecundas en el orden intelectual y científico… A proporción que la teología se ve honrada y cultivada, y dirige y señorea los entendimientos, las ciencias humanas se perfeccionan, adquiriendo mayor extensión, fuerza y profundidad, y desprendiéndose de toda liga perniciosa o funesta”. (Examen de la philosophie de Bacon, vol. II, 274 y 75.)

[6] Había en Roma una estatua de Séneca, pero sin cabeza: hizósela de mármol nuestro Céspedes, y tan hermosa, que el pueblo, la verla sobre el busto, escribió en el pedestal: Viva el español.

[7] ¡Quién le había de decir al obscurantista de Felipe II que aquellas preciosidades literarias del Oriente, con tanto afán buscadas, con tantos gastos conseguidas y por tantos Inquisidores conservadas y estimadas, habían de tener fin tan desdichado cual tuvieron! ¡Las ricas membranas y pergaminos donde humanistas, retóricos y teólogos del Oriente habían estampado sus producciones, sirvieron –ya no había Inquisición- para zambombas y cohetes!

[8] Con menos pretensiones que los modernos, resolvieron con esto los antiguos el problema de una lengua universal para las personas instruidas.

[9] Cuando el despotismo impera, o muere toda idea noble en el momento de nacer, o no se engendra. Ahí está la Convención de Francia. ¿Qué voz se soltó en defensa de aquellas desgraciadas víctimas que en nombre de la libertad iban por millares a la guillotina? Ninguna.

[10] “Rousseau me dice que continuando España así (persiguiendo al Santo Oficio), dará la ley [el permiso] a todas las naciones.” (El conde de Aranda a Floridablanca) Y el sansculotte de Gregoire, Obispo de Bloja, decía en una carta al Inquisidor general de España: “La supresión del Santo Oficio será una medida preliminar…; reorganizando nuevas sociedades políticas, el Ebro y el Tajo verán sus riberas cultivadas por manos libres, siendo el despertar de una nación generosa, la época de su entrada en el universo (y salíamos de él), para elevarse a sus destinos sublimes”. ¡Qué miopes fueron los ministros de los dos últimos Carlos!
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