Tormento, Crueldad y Barbarie Fuera del Imperio Hispano

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Título: Tormento, crueldad y barbarie fuera del Imperio Hispano
Autor: Salvador Abascal Infante
Extraído del libro «La Inquisición en Hispanoamérica», correspondiente al Capítulo V, del mismo nombre. Páginas 111 a 130. Editorial Tradición, México, 1988.

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Contenido

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>>PROTESTANTISMO Y OTRAS SECTAS<<

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i. En Inglaterra

La persecución contra los católicos en Inglaterra primero fue sangrienta, y así duró más de un siglo, y luego continuó mediante multas y confiscaciones. Si no era posible suprimir a todos los católicos, había que reducirlos a una minoría insignificante y arruinada, sin la menor influencia social.

Primeramente se les tendía un lazo a sus conciencias: el de los juramentos. El de la supremacía consistía en el reconocimiento de la supremacía del Rey sobre la Iglesia, excluyéndose totalmente la autoridad del Papa. Fue impuesto por Enrique VIII, luego se mantuvo por los Seymour en el seudo-reinado del guiñapo de Eduardo VI de 1547 a 1553, de los 10 a los 16 años de su edad; y poco después bajo Isabel, de 1558 a 1603. Viene luego el juramento de fidelidad, bajo Jacobo I, de 1603 a 1625, menos absoluto en apariencia, pero con expresiones inaceptables para un católico. En seguida se exige el juramento de desconocimiento del dogma de la transubstanciación, bajo Carlos I, de 1625 a 1649. Luego, bajo Carlos II, en 1672, se exige nuevo juramento contra la transubstanciación y el culto de la Santísima Virgen y los Santos a cuantas personas ejerzan una función oficial: a lo cual se le llamó Test o la Prueba.

Pero veamos ya cómo se desarrolló la persecución sangrienta. Comienza en 1535 con la ejecución de quienes niegan la supremacía eclesiástica de Enrique VIII, convertido en el Papa de Inglaterra. De sus numerosos mártires los dos más notables son el Cardenal Obispo de Rochester John Fisher y el Canciller Tomás Moro, tras de un año de prisión en la torre de Londres el uno y el otro:

«los dos más grandes hombre s de Inglaterra en saber y en piedad, y las dos más ilustres víctimas de la supremacía» (Bossuet, Historie des variations des Eglises protestantes, ed. de 1688, t. I, p. 298).

De Lope de Vega es el siguiente epitafio dedicado a Santo Tomás Moro:

Aquí yace un moro santo.
En la vida y en la muerte,
de la Iglesia muro fuerte,
mártir por honrarla tanto.
Fue Tomás, y más seguro,
fue Bautista que Tomás,
pues fue, sin volver atrás,
mártir, muerto, moro y muro.

Y del mismo Lope de Vega es el mejor epitafio fúnebre que mereciera Enrique VIII:

Más que esta losa fría
cubrió, Enrique, tu valor,
de una mujer el amor
y de un error la porfía.
¿Cómo cupo en tu grandeza,
querer, engañado inglés,
de una mujer a los pies
ser cabeza de la Iglesia?

Con la excepción de Fisher y Moro y de Margarita Pole, condesa de Salisbury y madre del Cardenal Pole, que sólo son decapitados, aquellos dos en 1535 y ella en 1541, los demás católicos sufren horribles tormentos antes de ser ejecutados, y a veces también su misma ejecución es cruelísima.

Por ejemplo, en 1535, antes de ser ejecutados como lo habían sido 4 de sus Hermanos, dos cartujos de Londres durante 15 días y 15 noches permanecieron prendidos, de pie, por argollas de fierro, a una columna de la prisión de Marshalsea, sin soltárseles ni un sólo instante. Muchos mueren en la prisión, como en Newgate 9 cartujos, en 1537, de hambre, desnudez y fetidez del calabozo (Analecta Bollandiana, I, c.p. 69). Dice D’Alés que en Galloni -De sanctorum martyrum cruciatibus, p. 104-131- se hallan horribles detalles sobre las prisiones de los católicos ingleses.

Continúa la persecución bajo los Seymour, que gobiernan a Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique VIII: la ley de 1547 castiga con la confiscación, la prisión y, en caso de reincidencia, con la muerte a quienes se nieguen a reconocer la Supremacía del Rey o que reconozcan la del Papa.

Muere Eduardo VI en 1553 y le sucede en el trono María Tudor, hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón y que durante sus cinco años de gobierno emplea toda la energía de su carácter en la restauración del catolicismo. Pero muere a mediados de noviembre de 1558, habiendo perecido en la hoguera cerca de 300 personas, por herejes, entre ellas el Obispo Hooper.

Belloc hace ver que la muerte en la hoguera se consideraba entonces como la cosa más natural del mundo y que se aplicaba no sólo por crímenes contra la Religión sino también por crímenes del orden común. Carlos V le había dado a la Reina el consejo de que a los herejes no los castigara como a tales, por un delito contra la Religión, sino como a delincuentes del orden político. Pero ella prefirió la máxima franqueza, sin dejar de considerar que el crimen contra la Religión Católica era a la vez el máximo crimen político.

Pero la herejía, o, mejor dicho, el odio a la Religión Católica, más que nada por amor a las riquezas que con perjuicio del pueblo se les habían arrebatado a las abadías, bajo Enrique VIII y Eduardo VI, era el espíritu único en la clase gobernante y en la incipiente burguesía. .

Por esa pasión, por simple avaricia, no retrocedían ante nada ni en el caso de que sus cabalgaduras les hablaran reprochándoles su conducta, como a Balaam le había hablado su burra, sin hacerlo retroceder por la sed de los regalos que se le prometían si profetizaba contra Israel. La avaricia era en ellos la pasión dominante.

Muere María Tudor y le sucede su medio-hermana Isabel Tudor, que con varios úkases precisa y agrava la ley de 1547: el de 1558, confirmando y renovando el de 1547; el de 1563, castigando como crimen de traición, o sea con la muerte, el reconocimiento por segunda vez, mediante palabras o acciones, de la autoridad del Papa. o que, teniendo las sagradas Ordenes, u ocupando un empleo público, la persona se niegue por segunda vez a prestar el juramento de Supremacía en uno y otro caso, la primera desobediencia se castigaba con destierro y confiscación de bienes; luego el de 1571, castigando como a traidor a quien solicitara u obtuviera una Bula papal o recibiera absolución en virtud de la tal Bula: o sea, con la muerte; y con la confiscación de los bienes y prisión perpetua a quien se le encontrara un Agnus-Dei – lámina de cera con el Cordero de Dios estampado y bendecida por el Papa-, una cruz, una medalla piadosa o un rosario; el úkase de 1584, castigando como culpable de alta traición, o sea con la muerte, a cualquier sacerdote católico, nacido en Inglaterra, que allí se encontrara todavía dentro de un plazo de 40 días, así como a cualquier persona que lo socorriera y le diera asilo, y aun a cualquier inglés educado en un seminario; el de 1593, estableciendo que cualquier persona de más de 16 años que se negara durante un mes a asistir al culto anglicano fuera puesta en prisión; y que si después de este correctivo persistía todavía durante tres meses en la misma negativa, sería desterrada del reino a perpetuidad, y que si quebrantaba el destierro volviendo a Inglaterra, sufriría la pena capital debida a la felonía,

En 1558 Isabel estrena la corona mandando aprehender a 11 Obispos católicos, de los cuales unos son encerrados en la Torre de Londres, en un calabozo a merced de las ratas, y otros son relegados a casas de «prelados» anglicanos; y unos y otros mueren en tal cautiverio. (D’Alés, Dictionnaire citado, t. III, col. 410)

Al siguiente año, en 1559, desata Isabel la persecución sangrienta contra católicos y puritanos, sobre todo contra los primeros. De diciembre de 1559 a 1569 manda ejecutar a casi 800 católicos.

En 1570, el caballero Felton distribuye copias de la Bula en que San Pío V declara la excomunión de Isabel. Se le aprehende y atormenta y es condenado a morir en la horca. Pero ya en el cadalso, obedeciendo el verdugo una orden de la Reina, arroja al suelo a Felton, vivo, y con un cuchillo le saca el corazón palpitante. ¡Huichilobos en Londres!

De 1563 a 1580, 126 sacerdotes católicos son ejecutados por ejercer su ministerio: todos los aprehendidos. Los más de ellos son jesuitas ingleses.

Hillaire Belloc, que a todo trance trata de absolver a Isabel de sus crímenes y atribuírselos sólo a su ministro William Cecil (+1598), sin entrar en detalles, se ve obligado a manifestar su admiración por aquellos mártires.

«Consideremos qué emoción debió animar a estos hombres, impasibles ante los más espantosos sufrimientos físicos y ante los mayores sufrimientos espirituales, desterrados y separados de su propio pueblo. Los sacerdotes misioneros vinieron de los seminarios del extranjero, dispuestos no sólo a las agonías del martirio, en sus formas más horribles, sino a soportar un fracaso posible y con él la expulsión de la patria».

Jamás se expulsó a ninguno de ellos. Cada sacerdote sorprendido era preso, martirizado horriblemente y ejecutado, con la máxima hipocresía, pues por consejo de William Cecil., consejo sugerido por Isabel, ésta y sus verdugos decían que «nadie era perseguido por su religión, sino por su traición» (Hillaire Belloc, Isabel de Inglaterra, Hija de las circunstancias, p. 206)

Algo semejante han dicho nuestros grandes perseguidores -Juárez, Lerdo de Tejada, Calles, Cárdenas, Garrido Canabal-: que a nadie se le ha perseguido por la religión católica; ¡»que sólo se han aplicado las leyes de la Nación»! Leyes inicuas, no de la Nación sino sólo de ellos mismos y de su madre la Masonería.

Otras valiosas confesiones hace Belloc a pesar por su devoción por Isabel Tudor:

«El reinado de Isabel (1558-1603) fue en este país -nos referimos a Inglaterra, dejando a un lado a Escocia- el apogeo de la tortura judicial (…) la permanente presencia de la tortura como instrumento de gobierno» (op. cit., p. 119)

Así es que el tormento en la Inglaterra isabelina no sólo fue el preferido y constante medio de averiguación «judicial» sino también ¡el principal instrumento de gobierno!, o sea extrajudicial.

Y lo repite:

«La constante presencia de la tortura como instrumento de gobierno da su tono a toda la época y constituye su destacada característica» (op. cit., p. 120).

Y hay que agregar que sus principales y constantes víctimas fueron los católicos.

Más adelante, a ese «método de gobierno» Belloc le llama «orgía de la tortura isabelina» aunque su mayor culpa la echa, con sobrada razón, sobre «la clase gobernante», constituida por aristócratas y propietarios que se habían enriquecido enormemente con «el saqueo de las tierras abadengas», » de la entera propiedad monástica» (op. cit., p. 126 y otras) y que temían la menor reacción. Se espantaban hasta del ruido que hiciera la caída de una hoja, según expresión de San Agustín.

Por lo cual, a partir de 1577, por simples sospechas se aprehende, se confisca, se multa y se mata. Y millares de hogares son violados por la misma razón: ¡porque podían se nidos de conspiradores católicos!

Desde 1562 funciona la Inquisición llamada Alta Corte de Comisión (anglicana): inquiriría minuciosamente cuanto pudiera delatar las corrientes «heréticas», erróneas o dañosas, sobre la «no asistencia al culto oficial», así como sobre escritos contra la Reina y sus ministros y sobre el adulterio y la fornicación (que en la Corte tenía su regio asiento).

A partir de 1581 el rigor se extrema para extirpar la sedición, o sea la obediencia al Papa, considerado sólo como potencia política extranjera.

Y mientras tanto, el tormento seguía siendo «el deporte favorito: se usó de él con la más insidiosa barbarie» (Lingard)

Conviene recordar algunos ejemplos, dobles ejemplos: de odio, cobardía y maldad, por una parte; y de heroísmo y santidad, por la otra.

El 1º de diciembre de 1581 el P. Edmundo Campion, S. J., y los también Jesuitas Sherwin y Bryant, anglicano convertido éste último, después de ser atormentados terriblemente y de defender Campion durante tres horas su causa y la de sus compañeros ante sus jueces, con calma, soltura y variedad de recursos, como si sólo hablara como abogado de los otros, fueron condenados y ahorcados. El oficial que había atormentado en el potro al P. Bryant se jactaba de haberlo hecho crecer de estatura un pie. Y antes, en su primer interrogatorio, la había hundido varias agujas bajos las uñas de las manos.

Pero también hubo notables conversiones por el testimonio de los mártires. Después de la muerte del P. Campion, el guardián de su prisión, Delahaye, de tal manera fue tocado por la santidad que presenciara, que se hizo católico. Por lo cual fue condenado a ser descuartizado vivo. Y en el momento en que públicamente se le hacía pedazos, su sangre salpicó a uno de los espectadores, a Walpole, que al instante se sintió obligado a abrazar el catolicismo, se hizo jesuita, y a su vez martirizado en Inglaterra.

El P. John Roberts, de pie en el cadalso, en medio de varios ladrones que con él van a ser ahorcados, exhorta a éstos a creer en la Santa Iglesia Católica y les promete absolverlos a uno por uno si públicamente hacen un acto de fe. Uno de los ladrones estalla en sollozos y declara que quiere morir católico. No se sabe que haya ocurrido con los demás.

El P. Alban Roe convierte también a un condenado por un delito del orden común que con él iba a morir, logra que abjure de la herejía, y tiene tiempo de confesarlo y absolverlo. En seguida le dice al ministro protestante que ahí estaba: «Lo tendré muy presente». Y el ministro aquel, conmovido, le contesta: «Os lo ruego».

Hay otros muchos casos memorables. Por ejemplo, la joven y bella esposa de un carnicero de York, Margarita Cliterow, es acusada de haber ocultado sacerdotes, y se le condena en 1586 a morir dilapidada.

John Kemble, octogenario, viendo desde todavía lejos el lugar de su suplicio, le dice a su guardián, que se lo mostraba: «¡Magnífico, magnífico! Sentémonos aquí para verlo muy a mis anchas fumando una buena pipa». ¡Humorismo muy inglés que de distintas maneras manifestaron otros muchos de aquellos mártires! de los cuales no son pocos los canonizados por Roma.

Y la persecución continúa. Quien se abstuviera de asistir al culto anglicano cometía el delito de recusancy. Los «disidentes» o refractarios tenían que pagar cada mes una multa de 20 libras esterlinas. Muchos gentileshombres fueron forzados, para pagarla, a vender y a malbaratar posiciones considerables de sus bienes. Y cuando se retrasaban en el pago, la ley autorizaba a la Reina a confiscarles todos sus muebles y los dos tercios de la renta se seis meses de sus dominios. En cuanto al os pobres, incapaces de pagar esta tarifa, se les gravaba arbitrariamente según sus presuntos recursos. (Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique de A. D’Alés, Martyre, t. III, cols. 403-404.)

Isabel, fea y calva como bola de billar desde joven, pero vanidosa e impura aunque con una tara que la hacía estéril -por lo cual se hacía llamar la Reina Virgen-, e hipócrita y malvada, muere con muerte horrible, en 1603. Y Lope de Vega le dedica el siguiente epitafio:

Aquí yace Jezabel,
aquí la nueva Atalía,
del oro antártico arpía,
del mar incendio cruel;
aquí el ingenio más dino
de loor que ha tenido el suelo,
si para llegar al cielo
no hubiera errado el camino.

Lope de Vega alaba el ingenio de Isabel porque ciertamente su erudición era extraordinaria aun en su erudita época: dominaba el latín, el griego, los idiomas europeos, y conocía bien los clásicos de la antigüedad.

Pero mayor que su ingenio fue la corrupción de su corazón, nido de vanidad, de soberbia, de odio y envidia. La más ilustre de sus víctimas fue la católica Reina de Escocia María Estuardo, la cual, habiendo tenido que refugiarse en Inglaterra, es aprehendida por órdenes de Isabel y decapitada, tras 19 años de duro cautiverio, el 5 de febrero de 1587. No podía faltar un epitafio de Lope de Vega dedicado a la infortunada Reina mártir:

Esmalta esta piedra helada
sangre de un alma preciosa,
cuanto bien nacida, hermosa;
cuanto hermosa, desdichada.

Murió santa e inocente
a manos de otra mujer
que en todo, fuera del ser,
fue de su ser diferente.

O sea todo lo contrario de lo que fue Isabel Tudor [Errata: el texto dice María Estuardo].

Muere Isabel en 1603 y le sucede Jacobo I, hijo de María Estuardo, Rey de Escocia desde 1578, pero sin mandar él sino los exaltados partidos protestantes. En Inglaterra se consolida el poder de los Cecil, y la casi totalidad del pueblo acepta definitivamente la ruptura con la tradición católica.

Según Guiraud en 1614, en 1615 según la historia de la Iglesia Católica de la BAC, t. III, al P. Jesuita Jean Ogilvie no se le deja dormir durante 9 días y 9 noches picándoles con estiletes y agujas. Esto ocurrió en Glascow.

En cuanto a Irlanda, Jacobo I «ordenó en 1605 que bajo la pena de muerte abandonaran el territorio todos los sacerdotes y en general urgió el cumplimiento de todas las leyes anticatólicas» (Historia de la Iglesia Católica, t. III, p. 928. BAC.)

Además, mediante colonos ingleses protestantes de desposeyó de sus tierras a los católicos irlandeses de Ulster, en el norte de Irlanda, que así fue en gran parte protestantizado.

Durante el reinado de Carlos I, hijo de Jacobo I, a partir de 1625, la plutocracia domina abiertamente a la Corona, mal administrada y demasiado endeudada. Y ya vimos que se hizo obligatorio el juramento contar el dogma de la Eucaristía.

En 1642 el Padre John Lockwood es ejecutado a la edad de 90 años. Subiendo dificultosamente las gradas de la escalera del cadalso, sonriendo le dice al verdugo: «Tenedme paciencia: es una ruda tarea para un viejo como yo el subir esta escalera, pero lo hago con gusto porque al final está el Cielo» (Dictionnaire de D’Alés, t. III, col. 409.)

En aquel mismo año de 1642, el Padre Hugo Greene, tras de ser martirizado en Dorcester fue destrozado vivo el 19 de agosto. Se ha trasladado a Inglaterra el demonio de Huchilobos, sin quehacer ya en la antigua Tenochtitlán, en cuyo teocali mayor, en su tercer cu, que se llamaba Macuilcalli o Macuilquiauitl, a los contrarios que:

«venían a espiar la ciudad de México, en conociéndolos luego los prendían y los llevaban a este cu y allí los desmembraban, cortándoles miembro por miembro», (Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, t. I, pp. 232-233. Ed. Porrúa, S. A. 1969.)

El Padre Greene había convertido en la prisión a dos mujeres condenadas por un crimen del orden común. Cuando se le tuvo al pie de la horca, se quiso alejarlo de ellas; pero las dos desdichadas, elevando la voz, le hicieron su confesión pública y él les dio la absolución. Se renueva -observa Guiraud- en este calvario la escena evangélica del Buen Ladrón. (Diccionario de D’Alés citado, t. III, col. 409.)

El puritano Oliverio Cromwell se rebela, vence en varias batallas a Carlos I, quien tiene que refugiarse en Escocia a fines de 1646; pero los calvinistas escoceses lo entregan al Parlamento inglés. Y por órdenes de Cromwell es ejecutado el Rey el 30 de enero de 1649.

Cromwell se propone asesinar a Irlanda entera por ser católica. No lo conseguirá, pero de tal manera la despoja -aparte del ya dominado Ulster- que apenas salvan los irlandeses la décima parte de sus tierras, y es exterminada una tercera parte de la población.

Cromwell muere el 3 de septiembre de 1658. Le sucede su hijo Eduardo, quien, me imagino que por cordura, renuncia poco después, y se restaura la monarquía en 1660, con Carlos II, hijo de Carlos I y que es obligado por el Parlamento a mantener en todo rigor las leyes anticatólicas.

Se ha coronado la revolución en lo irreligioso. El Parlamento es el Poder Supremo. No ampara sino los intereses de los «propietarios», propietarios sobre todo de los antiguos bienes de las Abadías, bienes que en realidad habías sido del pueblo. Los futuros monarcas no serán sino fieles criados del Parlamento. Y no podrán ser sino protestantes. El Poder ya no viene de Dios. E Inglaterra entera se ha convertido en mera «sociedad de negocios» (Juan Antonio Widow, Verbo), reforzada por el retorno de los judíos, con cuyo espíritu se identifica el inglés, sin más ambición que el enriquecimiento y el triunfo material. La Masonería consolida el maridaje (P. Carlos Biestro, Gladius).

¡Ah, pero nuestros constitucionalistas no se han cansado de admirar el régimen parlamentario inglés como el acabado modelo de la democracia!

Del anglicanismo ha brotado la secta de los cuáqueros -de to quake, temblar-, fundada por un pobre desequilibrado, George Fox (1624-1691). Hasta por no prestar juramento sufren años de prisión en Inglaterra, llenos de piojos y en medio de inmundicias. La limpieza la aprenderán los ingleses más tarde, ante el ejemplo de las cárceles de la Inquisición española.

Al cuáquero James Nayler se le encarcela en 1658, se le azota públicamente en Londres, se le horada la lengua y se le refunde en prisión, de la que no sale sino cuando muchos años después recobra la razón. Su delito había consistido en haber entrado en Bristol montado en un borrico y seguido por una divertida turba que lo aclamaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

De 1661 a 1669 son encarcelados en Inglaterra como doce mil cuáqueros, de los que más de 300 mueren en inmunda prisión.

De todo tenían la culpa los católicos: por ejemplo, del incendio de Londres del 2 de septiembre de 1666.

En 1832 se declara la libertad de cultos en Inglaterra como fruto de una viva y prolongada campaña del líder católico irlandés Daniel O’Connell, pero también y quizá principalmente por cierta indiferencia religiosa del pueblo inglés a la sazón.

Suponiendo que la Inquisición Española, en España y sus provincias de ultramar haya sido cruel, ¿quién gana en crueldad: la Inglaterra anglicana o el Imperio Hispano? Es claro que no hay punto de comparación.

Conviene hacer una última puntualización sobre el tormento. Este no estaba reglamentado en Inglaterra, lo cual hacía aun más arbitraria su aplicación y sin límite de abuso.

Don Toribio Esquivel Obregón hace ver que:

«cuando se dice que la common law no admitía tal procedimiento -el tormento- no debe entenderse sino que los tormentos que según ella se infligían no llevaban este nombre; pero producían igual efecto. Por ejemplo, si un prisionero conservaba silencio, se le ponía extendido boca arriba y se colocaban sobre él planchas de hierro hasta donde se juzgaba conveniente; en esta postura se le daba de comer pan rancio y de beber agua corrompida, hasta que hablaba o se moría. A este procedimiento y a otros semejantes no se les llamaba tormento, porque entonces se habría violado la common law, sino peine forte et dure (Stephen, History of Criminal Law, 1, 297), y ya, puesto el nombre en francés, quedaba satisfecha la gasmoñería sajona» (Apuntes para la Historia del Derecho en México, t. I, p. 549. 1984).

¿De qué servía que el common law prohibiera el tormento? Además, ni siquiera todos los tribunales estaban regidos por tan excelente carabina de Ambrosio: ni la corona, ni el Privy Council, ni la Star Chambery, ni otros tribunales; y todos ellos estuvieron aplicando también el tormento, «ya fuera como medio de obtener pruebas, o como castigo» (Esquivel obregón, op. cit., loc. cit.)

¡Ah, pero Inglaterra es, aun según nuestros constitucionalistas, el modelo acabado no sólo de democracia sino también de la tolerancia y del Estado de Derecho!

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ii. En los Estados Unidos

Por no tratar el presente estudio de cuanto no se refiera directamente a la Religión, aquí hago caso omiso del doble crimen nacional de los E. U. consistente primeramente en el genocidio de centenares de miles de indígenas, sin más reserva que los guardados ¿desde cuándo? como animales raros de zoológicos, como si fueran bisontes, pues no había mejor indio que el indio muerto, y en segundo término en la brutal esclavitud de sus millones de negros hasta 1861 y cuando menos su desprecio desde entonces, con muy raras singularidades.

Veamos cómo ha reinado allí la libertad más pura y humana, sólo para el bien y los buenos.

Durante el siglo XVII los puritanos son cruelísimos con los cuáqueros: en Boston 4 cuáqueros sufren la pena capital y muchos otros son encarcelados, azotados y privados de alimentos o desterrados. Aun a las mujeres se azota cruelmente. Y se les cortaban las orejas y se les horadaban la lengua con hierro candente.

En Salem, Massachusetts, en 1629, en seis meses, según unos autores se ahorcó, según otros se quemó, a 19 infelices mujeres por el imaginario crimen de brujería, y por la misma causa se martirizó a un anciano hasta causarle la muerte.

Veamos lo que sobre el calvinismo o puritanismo de la Nueva Inglaterra escribe Hoffman Nickerson, yanqui, «episcopal por educación, como llaman los Anglicanos en América y por elección miembro de la secta llamada Anglo-Católica se esa comunión», en su libro «La Inquisición», p. 401 (Buenos Aires, La Espiga de Oro. 1946.)

«En Nueva Inglaterra, el calvinismo perdió los estribos. En Europa había sido el Credo de una minoría que vivía rodeada de naciones firmes en las tradiciones cristianas. Por lo tanto, aunque había sido bastante malo en Europa, nunca había llegado a sentirse omnipotente. En Nueva Inglaterra, por el contrario, el calvinismo había aislado comunidades fundadas especialmente para su glorificación y el resultado era espantoso. ‘Sus crónicas parecen las de un manicomio donde los maníacos religiosos se hubiesen libertado y encerrado a sus guardianes. Sabemos de hombres muertos a pedradas por besar a sus esposas en domingo, de amantes puestos en la picota o atados a la rueda y azotados por besarse sin licencia de los diáconos, culminando por fin en una loca orgía de demonismo y quema de hechiceros al por mayor’ (Hist. de E. U. por Cecil Chesterton). El cuadro podría completarse ad infinitum con un estudio de las crónicas locales de los puritanos de Nueva Inglaterra. Para detalles, uno de sus descendientes, Brooks Adams, ha escrito, ‘emancipación de Massachusetts’; en la cual ahorcan, cuelgan y condenan todo el tiempo. (…) Era gente aterradora».

En 1647, en Massachusetts por ley se prohíbe que entre cualquier sacerdote católico, y sobre todo si en S. J. Al reincidente, pena capital. (Ricardo Pattee, El Catolicismo en Estados Unidos, p. 210. Jus. 1945)

Divertidísima es la psicosis anti jesuita en los siglos XVII y XVIII.

En 1741 un terrible incendio destruye gran parte de Nueva York. ¿Responsables? ¡Los jesuitas! Y como no se da con ellos, muchos católicos son ejecutados.

Gran escándalo produjo en Filadelfia la celebración de una misa en una casa. Allí había sólo 1365 católicos y como 600 más en el resto de Pensilvania, por 200 mil protestantes.

«La Constitución del Estado de Carolina del Norte en su Artículo XXXII establecía que nadie que no aceptara la ‘verdad de la religión protestante’ podía tener la más mínima participación en el gobierno del Estado. Esta restricción no fue enmendada hasta 1835. La Constitución de Carolina del Sur declaraba la religión protestante la del Estado. El Estado de Nuevo Hampshire fue el más severo de todos y donde más se opuso a una modificación de la ley constitucional. Nadie podía aspirar a un escaño en la legislatura estatal que no fuese protestante. Duró esta condición nada menos que hasta 1876». (Richard Pattee, op. cit., p. 213.)

El Native American Party aparece en 1826, y desde 1841 es netamente anticatólico y por lo tanto anti-irlandés. Furiosos se ponen los nativistas cuando el obispo Hughes le pide a las autoridades de Nueva York una poca de consideración con los católicos en cuanto a los libros de texto obligatorios en las escuelas públicas, francamente denigrantes de la fe católica. Según los nativistas aquellas declaraciones del obispo católico eran «una amenaza para las instituciones nacionales».

A los irlandeses, pobrísimos y católicos, se les vejaba a cada paso. En mayo de 1844, en Filadelfia, los nativistas determinaron desfilar precisamente en el barrio de los irlandeses, quienes los recibieron con palos e insultos. Pero al instante se desata la mutua agresión a balazos. El 8 de mayo, una muchedumbre enfurecida incendió varias casas de irlandeses y luego la parroquia de San Miguel, que fue totalmente destruida. Y son también quemadas y destruidas una escuela católica y la casa de un sacerdote. Y en julio siguiente se repiten los actos de destrucción de propiedades de la Iglesia y de agresiones sangrientas.

En su convención de 1845 los nativistas proclamaron «mártires» a sus caídos en aquella lucha por ellos mismos provocada y mantenida, en defensa, dijeron, de «las más caras conquistas libertarias de los Estados Unidos».

En 1834, una muchedumbre rugiente le prendió fuego en Boston al convento de las Ursulinas, que tenían allí mismo un colegio para niñas, a las que felizmente habían puesto a salvo las religiosas. (Richard Pattee, op. cit., p. 217.)

Libros como The Nun, de antes de 1835, y Six Months in a Convent, sin más que las peores calumnias, alimentaban el odio de la gente a las Órdenes religiosas con las más viles calumnias.

A mediados del S. XIX se fundó en Estados Unidos una sociedad secreta, con el nombre de «Gran Consejo de los Estados Unidos de Norte América», popularmente conocidos sus miembros como los Know-Nothings, o sea los que nada sabían de su propia organización, con el propósito fundamental de «resistir la política pérfida e insidiosa de la Iglesia de Roma contra nuestro país». Grandes escándalos armaron, como cuando el Presidente Pierce nombró Director General de Correos a James Campbell, conocido católico de Pensilvania. Varias veces fue quemada la efigie de Pío IX. Una de las acusaciones de los oradores del Know-Nothings en la Cámara de Representantes, en la que tenían 104 miembros de un total de 234, era que los Jesuitas estaban tramando y preparando el apoderamiento de la Marina Norteamericana.

En San Luis los Know-Nothings acusaron a las parroquias católicas de ser arsenales de depósitos de armas y municiones en espera del terrible momento en que las huestes de Roma determinaran actuar y posesionarse del país. Todo el mundo creía semejantes patrañas. Según los Know-Nothings un irlandés prendió la chispa dándole una puñalada a un miembro del dicho partido, el 7 de agosto de 1854. Durante dos días una chusma enardecida destruyó las míseras viviendas de los irlandeses, quemó, saqueó y asesinó. El saldo fue de 8 o 10 muertos, de 30 a 40 personas gravemente heridas y una infinidad con heridas leves.

Felizmente, el Know-Nothings pereció -observa Pattee- en medio del fragor del abolicionismo y de la Guerra de Secesión.

Esa guerra distrajo por un tiempo a los partidos respecto de la lucha contra el catolicismo. Pero el 1887 se organizó en el Estado de Iowa la American protective Association, conocida como la A. P. A., que se propone revivir y aun llevar a un verdadero frenesí el odio a la Iglesia, valiéndose del menor pretexto.

Los Caballeros de Colón se fundan en 1882. Inmediatamente la A. P. A. los califica: son «la vanguardia de las fuerzas pontificias»: fuerzas antiamericanas, por supuesto, no pudiendo ser más inofensivos los dichos Caballeros en todos los terrenos.

Llegó a contar la A. P. A. con más de 60 Revistas semanarias. En julio de 1893 publican una falsa encíclica de León XIII con la consigna de exterminar a los herejes dentro de los Estados Unidos. ¡Y miles y miles de individuos parapetados con su rifle en casa esperan el momento fatal!

Y como naturalmente nada ocurriera, la A. P. A. proclama que ella, y sólo ella había impedido el desastre. Y miles de imbéciles lo creyeron. Según la A. P. A., en los conventos había miles de mujeres encadenadas. Las calumnias sobre la confesión no podían ser más repugnantes.

No era suficiente la A. P. A. para la lucha contra la Iglesia. El Ku-Kus-Klan -de cuklos, círculo- nace el Tennessee en 1866. Casi desaparece a poco andar; pero renace en 1915, y entonces no sólo contra los negros, sino también contra los católicos, judíos y extranjeros. Poco después de 1918 son casi un millón de afiliados. En 1922 son una amenaza nacional. La violencia va en aumento: depredaciones, atropellos y linchamientos de negros. En 1922 son un millón doscientos mil socios. Llegan a tener más de 5 millones de hombres, y en 1925 cerca de 8 millones de afiliados. La falta de honradez de los jefes disuelve la organización.

Durante la invasión yanqui de México, hay un momento en que 9 irlandeses de la Legión de San Patricio que se nos ha unido por ser de católicos, prisioneros de guerra y moribundos, son indultados por Scott. Pero indultados sólo cuanto a la horca. Porque Scott los condena al suplicio de 50 furibundos azotes en las espaldas desnudas y a ser marcados a fuego en la mejilla derecha con la letra D. Y se les mantiene con una argolla de hierro erizada de púas que nos les permite bajar la cabeza.

Y en los Estados Unidos, en pleno siglo XX -escribe en 1937 don Toribio Esquivel Obregón-:

«la policía aplica constantemente el tormento, sin que haya reglas ni limitaciones en su aplicación, sólo que en ese país tampoco se llama tormento, porque entonces chocaría horriblemente a las conciencias: se llama third degree. En 1921 se propuso la asociación de la Barra de la ciudad de Nueva York que se promoviera lo conducente a fin de poner término a esa práctica policiaca; pero esa moción fue desechada, y entre otras razones se dijo: ‘La Comisión (Comisión de Barra que dictamina sobre asuntos de carácter general) reconoce que en la investigación de los delitos es frecuentemente, para la debida administración de justicia, que se tomen las medidas legales para obtener de testigos recalcitrantes la información necesaria para la investigación y castigo de los delitos. Para que esto sea efectivo debe dejarse cierta discreción al departamento de policía y al Procurador en cuanto a los métodos que deben emplearse en cada caso’ (Year Book, The Association of the City of New York, 1922, p. 153)».

¿Se habrá ya extinguido en los Estados Unidos y en Inglaterra la práctica del tormento? No es creíble. En cambio, se puede afirmar que desde principios del siglo XVIII la suprimió totalmente la Inquisición Española en todo el Imperio Hispano, no obstante que cuantas veces se aplicó fue sin causarle al acusado verdadero daño físico. Creo que se le suprimió en atención al daño psíquico que podía causar no obstante lo recio de aquellos caracteres.

Por otra parte, se ha inventado un nuevo crimen de lesa humanidad, y quien tiene su liderazgo es la nación de la barbarie motorizada, Estados Unidos: me refiero a la moderna Matanza de los Inocentes en el claustro materno: de millones y millones de inocentes. El mayor triunfo del Infierno desde que Luzbel lo estrenó.

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iii. En Alemania

Según los reformistas la libertad de conciencia es una invención diabólica: libertas conscientiarum diabolicum dogma, dice Teodoro de Beza. Por lo cual la guerra contra los católicos fue a muerte, y éstos estuvieron a la defensiva.

«Con los herejes, dice Lutero, no se debe disputar: es necesario condenarlos sin oírlos, y mientras perecen ellos por el fuego, los fieles deberían perseguir el mal hasta su fuente, bañando sus manos de sangre de los obispos católicos, y del Papa, que es el diablo disfrazado» (Charlas de sobremesa, III, 175).

Y en sus cartas dice el mismo Lutero:

«Si la locura de los Romanistas continúa, el único remedio me parece ser que el emperador, los reyes, los príncipes, ataquen con las armas a tales pestes de la tierra, y terminar el asunto no más con palabras sino con el fuego… Acabamos con los ladrones ahorcándoles, castigamos a los bandidos con la espada y a los herejes con el fuego: ¿por qué no emplear todas nuestras armas en cazar a estos maestros de perdición, a cardenales, a papas, a todo ese fango de la Sodoma romana, que corrompe sin término a la Iglesia de Dios, y no lavamos nuestras manos en su sangre?» (De Wette, Luther’s Briefe, t. I, Berlín, 1825, p. 107).

El dulce Melanchton, por su parte, no canta mal:

«Muy severamente se manda por la Escritura a los magistrados políticos la destrucción en todas partes, a manos armada, de las estatuas que son el objeto de peregrinaciones y de invocaciones, y castigar con suplicios corporales a los incorregibles (insanabiles) que conservan con obstinación el culto de los ídolos» (Melanchtonis Opera, ed. Bretschneider, t. II, p. 177).

En 1524 Munzer predica «el necesario exterminio». Y así piensan todos los reformistas, con Lutero y Calvino a la cabeza.

Con razón dice Bossuet: «Los que no presumen de su paciencia y de sus mártires son precisamente los agresores, y de la manera más sanguinaria» (Cinquiéme avertissement sur les lettres de M. Jurieu).

Lord Acton demuestra ampliamente que la «intolerancia» católica fue meramente defensiva. mientras que los protestantes habían adoptado «el principio de la intolerancia agresiva, nueva en aquella época en el mundo cristiano y favorable tanto al despotismo como a la revolución» (The History of Freedom and other Essays, Londres, 1907, pp. 168, 170, 181, 255, etc.).

Sin embargo, en Alemania fue donde menos sanguinaria fue la reforma por la docilidad con que los pueblos la aceptaron. El odio sectario se desahogó en las profanaciones y en el saqueo de las iglesias, en la destrucción de los monasterios y de las imágenes, en la confiscación de las propiedades eclesiásticas, en el exilio impuesto a los sacerdotes y aun a los seglares fieles al catolicismo. Los católicos asesinados por odio a su fe lo fueron a consecuencia de motines de las chusmas o en atentados individuales, no por sentencias judiciales (Diccionario D’Alés, Martirio, t. III, col. 396), sobre todo donde los luteranos se encontraban con la menor resistencia. Durante el saco de Roma en 1527, los lansquenetes alemanes proclaman Papa a Lutero, se revisten y revisten a un asno con ornamentos eclesiásticos y se empeñan en forzar a un sacerdote a que le dé la eucaristía al animal arrodillado; felizmente, el sacerdote se niega y es apuñaleado. Este es el primero de los mártires de la Eucaristía inmolados por la Reforma.

Importante es el capítulo de la brujería. Empieza en el siglo XIII en Europa la creencia o superstición de la brujería, y en el siglo XVI son numerosas las ejecuciones de mujeres y aun de hombres tenidos por brujos, en Suiza, Italia, Francia, Inglaterra, y sobre todo en Alemania, por culpa del luteranismo, extremadamente violento. ¿Cuántas fueron las víctimas por esta superstición? Se dice que muchos miles -¡100 mil en Francia y sólo en el reinado de Francisco I!- seguramente con gran exageración.

En España, en cambio, son contados los casos de «brujería»: en el siglo XIV, el médico Torralba sufrió varios años de cárcel por sospechas de brujería. Fue condenado -sólo a cárcel- el cura de Bargota acusado de volar por los aires. En Navarra en 1527, 50 mujeres sufrieron azotes y cárcel por la acusación popular de ser brujas. En 1610 muchas mujeres y un hombre de Logroño fueron procesados por sospechas de brujería; pero solamente María Zozaya fue relajada al brazo secular y murió en el garrote. Román Ramírez fue acusado de volar; la Camacha de Mantilla, de haber convertido en caballo a don Alonso de Aguilar. Y muy contados procesos hubo poco después, sin que se vuelva a condenar a nadie de brujería. No sólo, sino que pronto llegan a reírse de tal acusación los inquisidores españoles. En cambio, sigue la danza en el resto de la Europa oriental, sobre todo en Inglaterra.

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iv. En Suecia

Dos obispos fieles a Roma, acusados por esto de alta traición, son horriblemente martirizados y muertos. Y hubo matanzas de católicos en Delecarlie.

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v. En Dinamarca

Cristián II, Federico I y Cristián III usaron de astucia y de violencias, como Gustavo Wasa en Suecia. bajo Cristián todos los Obispos fueron encarcelados para obligarlos a dimitir, y el único de ellos que no lo hizo murió en prisión.

Los Obispos de Noruega prefirieron huir a tiempo para no correr la misma suerte.

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Respuestas

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