Del Origen y Antigüedad del Culto de la Santísima Virgen

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Título: Del Origen y Antigüedad del Culto de la Santísima Virgen.
Autor: M. I. Sr. Dr. D. Gregorio Alastruey, Canónigo de la santa iglesia Catedral de Valladolid y Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de Salamanca.
Extraído de su obra: «Tratado de la Virgen Santísima», parte IV, capítulo IV, cuestiones I-II, pp. 928-947.
6,762 palabras.

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Contenido

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>>BIBLIA Y TRADICIÓN<<

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CUESTIÓN I: Si el culto de la Bienaventurada Virgen María tuvo su origen en la entraña misma del cristianismo, o sea en el propio misterio de la encarnación.

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Errores.

a) Algunos protestantes, quienes cita Canisio, imaginaron que en el culto de María se fueron introduciendo muchos elementos del paganismo, y suelen compararnos con los idólatras, quienes públicamente veneraban a sus diosas y hasta le dedicaban templos {1}.

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b) Muchos racionalistas e historiadores contagiados de racionalismo se atreven a afirmar que el culto de la Virgen, Madre de Dios, trae su origen del culto que los gentiles tributaban a sus diosas, y que fue introducido por los neoconversos paganos que en el siglo IV ingresaron en la Iglesia.

Noyon lo describe de este modo: «quand, nous dit-on, le païens entraient en masse dans l’Eglise, ils y apportèrent leur mentalité païenne… Mais cette mentalité païenne restait attachée aux divinités féminines, imprégnée jusqu’au fond conséquent á dériver de leur cote par toute pente que s’offrirait. Or, cette pente, ils la trouvèrent en regardant Marie. Mal servies par l’austère monothéisme de l’église officielle, le culte, le prière á la femme Mère de Jésus. Marie devint le succédané des déesses mères et, sans qu’on osait se l’avouer, une déesse elle-même» {2}.

Traducción libre del francés: “Cuando se nos dice, los paganos entraron en masa a la Iglesia, ellos trajeron con ellos su mentalidad idólatra… Sin embargo, esta mentalidad se mantuvo unida a las diosas paganas, impregnada tan fuertemente que se manifestó por cualquier camino que se les ofreció, y este camino desembocó en María. Mal servido por el monoteísmo austero de la iglesia oficial, al culto y las oraciones a la mujer, Madre de Jesús. María se convirtió en el sucedáneo de la «diosa madre», y nadie se atrevía a admitir que era una diosa misma»

Pero el culto de la diosa madre en el paganismo existió bajo dos formas:

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α) en forma naturalística, representando la vida y la fecundidad de la tierra en la gran madre o madre universal;

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β) en forma antropomórfica, presentando a la diosa madre bajo diversos nombres. De aquí que nacieran varios tipos de diosas madre en distintas regiones, como Isis en Egipto, Ishtar en Babilonia, Artemis en Efeso, Afrodita y Cibeles en Grecia, Astarté en Francia, etc. {3}.

Este culto de la diosa madre, principalmente en sus formas mitológicas, degeneró hasta llegar al magismo, a ritos y prácticas obscenas y a todo género de inmoralidades.

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TESIS I: El Culto de la Bienaventurada Virgen María difiere en absoluto del culto pagano, de tal modo que ni esencial ni accidentalmente se deriva de él.

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PRIMERA PARTE.- Que el culto de la Santísima Virgen dista inmensamente del culto de los paganos se evidencia de este modo:

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a) Las diosas madres de los paganos eran por ellos veneradas como diosas y honradas con culto idolátrico. En cambio, la Santísima Virgen ni ha podido ser tenida ni en realidad se la ha tenido nunca como diosa; pues María no es diosa madre, sino Madre de Dios; es decir, del Verbo encarnado, a quien engendró verdaderamente, según la naturaleza humana; ni merece culto de latría, propio de sólo Dios, sino de hiperdulía.

Por lo tanto, cuando ciertas mujeres cristianas conocidas en la Arabia con el nombre de Coliridianas veneraban a María como diosa, sacrificando y ofreciendo en su honor una especie de masa de pan en forma de torta, costumbre que había prevalecido en el culto pagano de Ceres {4}, San Epifanio reprendió este exceso, diciendo: «Sea en verdad honrada la Santísima Virgen; pero sean adorados el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nadie adore a María. Aunque María es excelentísima, y santísima, y dignísima de honor, no por eso, sin embargo, ha de ser adorada» {5}.

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b) Los misterios de las diosas madres, en el paganismo, estaban llenos de inmoralidades, y los sacerdotes paganos se entregaban en su culto a todas las obscenidades, orgías y prostituciones. Todo lo cual está lejos y es absolutamente la antítesis del culto de la Santísima Virgen, quien por su dignidad y excelencia singularísima preséntase a sus devotos como el ejemplar de toda pureza, santidad y sublime moral.

Por eso es frecuentísima en los Padres de la Iglesia la reprobación de aquellas abominaciones gentílicas. Así lo hace San Teófilo de Antioquía, diciendo: «Lejos esté de los cristianos aun en el pensamiento de hacer cosas semejantes» {6}.

Y Tertuliano: «Os desprecian los cristianos… Avergüénzales a los cristianos vuestro error» {7}.

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SEGUNDA PARTE

a) Dada esta radical diferencia entre el culto de la Virgen y el de los paganos, es imposible todo influjo, derivado de éste, en el culto de María en cuanto a sus elementos esenciales; influjo que, por otra parte, hubiera impedido la vigilancia de la Iglesia sobre la fe y el culto, y contra el cual hubiera reclamado, como siempre reclamó y resistió a todos los errores y prácticas que pudieran desfigurar o manchar la fe y el culto cristiano.

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b) Pero ni siquiera en las cosas accidentales debe admitirse influjo alguno de los ritos paganos en el culto de María.

Ocurre muchas veces que en esta materia no se tiene en cuenta la distinción que existe entre la analogía o semejanza y la derivación o dependencia, entre mera sucesión y nexo casual.

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α) Aunque tal vez, en algunos santuarios, el culto de María sucedió materialmente al de alguna divinidad pagana, como ocurrió en Soissons, donde se edificó una iglesia en honor a la Santísima Virgen sobre los cimientos de un templo de Isis {8}; o aunque alguna festividad pagana fuera sustituida por otra de la Santísima Virgen, cosa que difícilmente podría demostrarse con certeza {9}, de ninguna manera puede deducirse un nexo causal de aquella sucesión meramente material.

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β) Asimismo, por la analogía o semejanza que pudiera existir en algunos ritos externos entre el culto gentílico y el sagrado de la Virgen, como, por ejemplo, en alguna ceremonia accidental o forma de imágenes, etc., es ilógico sospechar o afirmar que haya derivación o dependencia alguna en el culto de María del culto de los paganos.

Así, a los que afirman que el culto de la Virgen trae origen del paganismo porque en él se encuentran algunas cosas que ya en otro tiempo usaban los gentiles, responde San Pedro Canisio: «Confesamos ciertamente que hay en el sagrado culto algunas cosas comunes a nosotros y a los gentiles, pero solamente serán alguna semejanza, como templos, altares, sacrificios, imágenes, prelados, ministros o sacerdotes. Asimismo, si se trata de cosas domésticas, los cristianos tienen también muchas comunes con los gentiles, como la costumbre de comer y beber, de lavarse y vestirse, de cantar y aprender, de trabajar y negociar. Ahora bien, ¿cómo puede decirse que todas estas cosas, ya sagradas, ya civiles, se derivan de los étnicos a los cristianos?» {10}.

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γ) Finalmente, cualesquiera que fuere la analogía o semejanza entre el culto a María y el de los paganos, por razones de arte o de lenguas, queda siempre incólume la diferencia esencial de los principios teológicos que rigen el culto cristiano, juntamente con la diversidad del fin que le es propio.

A propósito de esto dice Pinard de la Boullaye: «De moindre portée encore a leur avis, les analogies qui portent sur l’art religieux et son symbolisme: chaque génération doit parler la langue de son temps: la technique égyptienne ou babylonienne peut avoir marqué de son empreinte le mobilier cultuel des hébreux, comme la technique grecque, l’art bouddhique et l’art chrétien, sans qu’on soit de conclure á l’identité des notions théologiques» {11}.

Traducción libre del francés: «De menor jerarquía es la opinión, las analogías que se refieren al arte religioso y su simbolismo: cada generación habla en la lengua de su tiempo: la técnica egipcia o babilónica pudo haber influenciado con su estética el mobiliario litúrgico de los hebreos, así como a la técnica griega, al arte budista y al arte cristiano, sin que se deba concluir la identidad de las nociones teológicas».

Y si atendemos al fin, la diferencia entre cristianos y paganos es inmensa, como dice San Agustín: «Aunque el uso de algunas cosas parece semejante entre nosotros y los gentiles, sin embargo, de modo totalmente distinto usa de ellas el que las refiere a un fin diverso, y las emplea para dar gracias a Dios, acerca del cual no profesa perversidades y falsedades» {12}.

Ni habla de otro modo Leoncio, obispo de Chipre, a quien cita Canisio: «Así como en Babilonia tenían los israelitas órganos y cítaras y otros instrumentos, a semejanza de los babilonios, si bien aquéllos para alabanza de Dios, éstos, en cambio, para servicio del demonio, así ha de juzgarse también de las imágenes gentiles y cristianas. Los gentiles las usan para el culto del diablo; los cristianos, para alabanza y gloria de Dios» {13}.

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TESIS II: El culto de la Bienaventurada Virgen María trae origen de la misma sustancia del cristianismo, o sea, de los misterios de la encarnación y redención, a los que está íntimamente unida la maternidad divina de María y su consorcio redentor.

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Esta tesis apenas necesita demostración, ya que de lo dicho consta que las dos más poderosas razones del culto de María, a saber, su maternidad, acompañada de la virginidad, de la santidad y de las otras prerrogativas, y el consorcio con su Hijo en la obra de la salvación de los hombres, están hondamente enraizadas en los misterios de la encarnación y redención.

Estos dos principios o fundamentos del culto mariano fueron puestos en el instante mismo de la Encarnación, aun cuando a María no se le tributara culto público y litúrgico inmediatamente, sino que poco a poco fuera desarrollándose, según las circunstancias y oportunidades de los tiempos, como veremos en las páginas siguientes.

Oigamos sobre este asunto a Neubert: «La plupart des éléments actuels de la mariologie sont déjà assez nettement développés á la veille du concile de Nicée: la maternité humaine et la conception virginale ont passé comme articles de foi dans le symbole; la maternité divine est reconnue, il ne reste pas qu’á en sanctionner officiellement le mot; la tradition relative á la conservation de la virginité est universement acceptée au moins comme une croyance pieuse»; si la parfaite sainteté de Marie va torturer longtemps encore certains théologiens, elle est admise depuis les commencements para la piété des fidèles; la coopération de Marie á l’œuvre de la rédemption ne sera guère proclamée plus haut que l’a fait Saint Irénée; par contre, la vénération et l’invocation son destinées á prende encore d’indéfinis accroissements dans la voie des conclusions; mais on n’est encore qu’á l’entrée de cette voie est sans ferme» {14}.

Traducción libre del francés: «La mayoría de los componentes actuales de la mariología ya estaban bastante desarrollados y definidos en víspera del Concilio de Nicea, la maternidad virginal de la concepción humana pasó como artículo de fe en el Credo, fue reconocida la maternidad divina y sólo había que confirmarla oficialmente, la tradición relativa a la preservación de la virginidad es aceptada universalmente, a lo menos como una creencia piadosa. Si la perfecta santidad de María ha torturado por mucho tiempo a algunos teólogos, al menos se admite desde el comienzo del párrafo la piadosa fidelidad en la cooperación de María en la obra de la redención, que no se proclamó antes de lo que lo hiciera San Ireneo…»

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CUESTIÓN II: Cuánta sea la antigüedad del culto de la Santísima Virgen.

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Errores.– Los protestantes dicen que el culto de María fue tardíamente introducido en la Iglesia y que tomó una forma idolátrica, injuriosa a Cristo; más aún: algunos dicen que el culto e invocación a María tuvo su origen de San Gregorio Magno. Así, Melanchthon escribe: «La invocación de los santos es cosa nueva, desconocida de la antigua Iglesia antes de que Gregorio instituyera el rito público de invocación a los santos» {15}.

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TESIS: A la Santísima Virgen se le atribuyó culto desde la más remota antigüedad, es decir, desde el principio mismo de la Iglesia, afirmándose universalmente con el decurso de los siglos y tomando de día en día mayor incremento.

La primera parte comprende la época que, arrancando de los tiempos apostólicos, llega hasta el Concilio de Efeso, celebrado el año 431. En ella hay que distinguir dos períodos: el anteniceno y el postniceno.

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1.° Es indudable que a la Santísima Virgen se le tributó veneración en la misma edad apostólica.

Cuando los apóstoles, después de recibir el Espíritu Santo, se dispersaron por las distintas regiones del orbe para predicar a Cristo, predicaron a la vez el culto y las alabanzas de María, como dice San Cirilo de Alejandría en estas palabras: «Los profetas te anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas» {16}.

Y con razón, porque, como los apóstoles conocían hondamente la eximia dignidad de la Madre de Dios, su excelencia, su santidad, su pureza y todas las virtudes que en ella resplandecían, y la profesaron singular afecto de piedad y reverencia, era lógico, que enseñaran a los primeros cristianos a alabar y glorificar, juntamente con el Hijo, a tan excelsa Madre.

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2.° Además, en todo el tiempo anteniceno, demuestran la veneración en que se la tuvo a María los monumentos arqueológicos, los libros apócrifos y los testimonios de los Santos Padres.

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a) Monumentos arqueológicos son las imágenes de la Virgen pintadas o esculpidas en las catacumbas romanas, de las cuales unas representan a María sentada en alto trono y coronada de un nimbo o aureola, signo que los primeros cristianos usaban como prueba de veneración; otros presentan a María en medio de los apóstoles Pedro y Pablo, orando, con los brazos extendidos, por el pueblo fiel {17}, señal de que los primeros cristianos la tenían y veneraban como mediadora {18}.

La Virgen María y el Niño Jesús. Finales del siglo II. Catacumbas de Priscila en Roma. Fuente: Wikipedia

La Virgen con el Niño, siglo IV, arte sirio. Fuente: Ares.Unimet.edu.ve

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b) Libros apócrifos.- Aunque estos libros están plagados de fábulas, reflejan, sin embargo, la religión y piedad popular de aquel tiempo.

Empezando a divulgarse entre los fieles el conocimiento de la Virgen, Madre de Dios, y su preclara excelencia, era natural que desearan saber sobre su vida muchas de las cosas que se echan de menos en la narración evangélica. Por esto dice Renaudin: «De aquí que los libros apócrifos pueden ser testigos de la tradición eclesiástica, la cual no nació de aquéllos, sino que más bien son ellos los que de dicha tradición traen origen, aunque ilegítimamente» {19}.

Y le Hir afirma: «si quelquefois les apocryphes ont influencé l’opinion des peuples, l’Eglise n’en est pas responsable; et d’ailleurs ils ont aux-mêmes tout autant suivi que dirigé le mouvement de l’opinion. Rien ne montre mieux quel concert de louanges rétentit de bonne heure autour de son nom béni (de la Vierge), quelle auréole de respect, de vénération et d’amour a toujours environné sa mémoire que le grand nombre de légendes que circulèrent dés les premiers temps sur les époques les plus obscures de sa vie…» {20}.

Traducción libre del francés: «Si algunas veces los libros apócrifos influyeron sobre la opinión del pueblo, de esto la Iglesia no es responsable; y por otra parte, son considerados como el reflejo de su opinión. Nada muestra mejor coro de alabanzas, que resuena desde temprano, en torno a su bendito nombre (de la Virgen), en la aureola de respeto, veneración y amor que siempre rodeó su memoria en el gran número de leyendas que circularon desde los primeros tiempos acerca de los momentos indeterminados de su vida.»

Así, en el siglo II salieron a la luz muchos libros apócrifos que exaltaron inmoderadamente a la Santísima Virgen, inventando y divulgando de ella cosas maravillosas en las que los fieles de aquella época se deleitaban.

Los libros más principales, por los que se refiere a María, fueron el Protoevangelium Jacobi, Ascensio Isaiae, etc. En ellos no todo es necesariamente falso, pues ciertamente pueden atestiguar la fe de la Iglesia o alguna verdad que ya en aquel tiempo había sido recibida, si bien envuelta en narraciones más o menos verosímiles y aun a veces fabulosas.

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c) Testimonios de los Santos Padres.- Dos géneros de testimonios encuéntrase en los Padres de este periodo. Unos hablan de María, no precisamente por ella, sino por su Hijo, Cristo Jesús. Impugnando los Padres antenicenos las teorías de los docetas, quienes afirmaban que el cuerpo de Cristo era o aparente y fantástico o etéreo y bajado del cielo, era lógico que, para defender la realidad de la humanidad de Cristo, específicamente igual a la nuestra les opusieran los Padres la realidad de la maternidad de la Virgen, quien dio a Cristo su carne, como todas las madres a sus hijos.

Otros testimonios de los Padres hablan de María directamente, alabando su virginidad, como lo hacen San Ignacio mártir {21}, San Justino {22}, San Ireneo {23}, Clemente Alejandrino {24}, Orígenes {25}, San Gregorio Taumaturgo {26}, etc.; o su egregia santidad como San Justino {27}, San Ireneo {28}, San Hipólito {29}, etc.; o su consorcio y cooperación a la obra de la redención, como San Justino {30}, San Ireneo {31}, tertuliano {32}, etc.; o su poder de intercesión, como San Ireneo {33}, San Gregorio Taumaturgo {34}, etc.

Todo lo cual contribuyó a que los fieles no sólo amaran cada día más a la Santísima Virgen, sino que también se encomendaran a su intercesión poderosísima.

Ni hay razón, por otra parte, para que los fieles excluyeran a María de sus invocaciones, ya que invocaban a los santos, principalmente a los mártires, desde fines del siglo II; por lo cual dice Dublanchy: «L’invocation fréquente des saints étant bien constatée, est-il vraisemblable que Marie, dont les prérogatives spéciales étaient alors l’objet de la croyance universelle, n’ait pas été comprise dans cette invocation?» {35}.

Traducción libre del francés: «Dado que bien se constató la invocación frecuente de los santos, ¿es probable que María estuviera comprendida dentro de esta invocación, cuyas prerrogativas especiales eran entonces objeto de creencia universal?»

Empero, no es extraño que el culto de María no alcanzase en esta edad su pleno desarrollo, ya que los mismos tiempos no permitían una evolución más amplia. El afán de la Iglesia en este tiempo se concentra en la enseñanza del misterio de la encarnación y en su defensa contra los ataques de los herejes, que de distintos modos lo impugnaban.

Además, aunque eran firmes en la Iglesia los principios en que se basa toda la razón del culto a María, no habían sido estudiados y expuestos de tal manera que los fieles pudieran entenderlos suficientemente y se movieran por ello a tributarla un culto especial.

Esto exige tiempos tranquilos, estudio prolongado y consideración honda, que las persecuciones de los primeros siglos impedían.

Ya en su tiempo lo advertía San Andrés Cretense, cuando, al dar la razón de por qué los teólogos de aquella edad habían dejado tan pocos escritos sobre la muerte de la Virgen, dice: «Aquellos tiempos no permitían la exposición de estos asuntos. Porque no era conveniente que al empezar a escribirse el Evangelio, e inmediatamente de haber sido predicada la economía de la encarnación, se discutieran y expusieran estas cosas, que en verdad exigían más calma y estudio del que las circunstancias permitían» {36}.

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3.° En el periodo postniceno, desde el año 325, el conocimiento de la altísima dignidad de María y su culto progresó de modo extraordinario. El Concilio mismo de Nicea definió solemnemente la divinidad del Hijo y su consubstancialidad con el Padre, que fieramente impugnaban los arrianos.

Estos, aunque atacaban directamente el dogma de la Santísima Trinidad, indirectamente negaban la divinidad de la persona de Cristo y, por ende, la maternidad divina de la Santísima Virgen.

De aquí que, como consecuencia de la definición nicena, se afirmase y robusteciese más y más la fe de la maternidad divina de María y se propusiera con toda claridad y firmeza, aun cuando no entrara en uso la palabra Theotocos.

Oriente como en Occidente existieran insignes panegiristas de esta dignidad altísima de María, con lo cual se esclarecieron más y más las doctrinas mariológicas y progresó extraordinariamente el culto de la Virgen.

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a) Así, en Oriente, San Efrén se dirige a la Santísima Virgen con piadosas y suavísimas invocaciones {37}.

San Epifanio, a la vez que reprueba los excesos de los coliridianos, atestigua y alaba el culto que ya venía tributándose a María {38}.

San Gregorio Niseno, en la Vida de San Gregorio Taumaturgo, presenta a la Santísima Virgen como ayudando a los fieles y mandando al apóstol San Juan comunique al Taumaturgo un símbolo de la verdadera fe {39}.

Y San Gregorio Nacianseno narra la milagrosa liberación de Santa Justina, conseguida por los ruegos a la Santísima Virgen {40}.

En Occidente es San Ambrosio el que recomienda el culto de imitación a María, al presentársela a las vírgenes como ejemplar y modelo al que deben imitar y tributar piadoso culto {41}.

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b) No pequeño desarrollo alcanzó en esta edad el culto mariano con la paz que Constantino el Grande dio a la Iglesia.

En muchos lugares edificáronse templos y se instituyeron fiestas especiales en honor de María.

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α) Por lo que respecta a la Iglesia oriental, dícese que el obispo Theonas construyó en Alejandría una iglesia, ampliada después y consagrada a la Madre de Dios por su tercer sucesor, Alejandro (373-380)

Eutiquio, patriarca de Alejandría, atestigua que en la misma ciudad se erigió una iglesia dedicada a la Madre de Dios por Teófilo Alejandrino (385-412).

En Palestina, la iglesia de la Natividad, llamada por San Jerónimo iglesia de la Cueva del Salvador, y que se remonta a los tiempos de Constantino, no sólo se distinguía por su carácter de iglesia del Señor, sino también como santuario levantado en honor de la milagrosa concepción de Cristo de María, Madre de Dios.

Por lo que se refiere a la Iglesia occidental, San Silvestre papa (314-335), junto al Foro Romano, en el lugar mismo de un templo a la diosa Vesta, hizo que se levantara la iglesia que se llama Santa María de la Antigua. Asimismo, la iglesia principal de Efeso, en la que después se celebró el Concilio ecuménico, estaba dedicada a María {42}.

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β) Aunque en los misterios cristianos de la Natividad, Epifanía, Resurrección, etc., que eran fiestas del Señor, se daba también culto a su Madre, sin embargo se instituyeron separadamente en este tiempo fiestas especiales en honor de la Santísima Virgen.

Hacia el año 380 fue instituida, propia y principalmente, la primera festividad mariana. Esta fiesta se conocía con el nombre de Memoria de la Madre de Dios, que también en documentos más antiguos se llamaba Fiesta de la Santa Virgen, Fiesta de la gloriosa Madre.

Los monjes de Palestina acostumbraban a celebrarla, recordando en ella la maternidad divina de María, y principalmente su concepción virginal.

Jugie, en contra de algunos otros {43}, pretende deducir que esta fiesta, estaba dedicada a la Anunciación por un sermón que el año 429 predicara Proclo en Constantinopla, en el que prodiga grandes encomios a la Virgen Madre y a Cristo, nacido de ella {44}.

La segunda parte se extiende desde el Concilio de Efeso a nuestros tiempos, en cuya época se distinguen tres periodos, a saber: el primero, desde el Concilio de Efeso hasta el siglo XII; el segundo, desde este siglo hasta la herejía protestante y jansenista, en los siglos XVI-XVII, y el tercero, desde este tiempo hasta nuestros días.

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1.° A partir del Concilio Efesino, en el que fue solemnemente proclamado contra Nestorio el dogma de la maternidad divina de María, su incomparable dignidad, juntamente con las demás insignes prerrogativas que la acompañan, fueron más ampliamente celebradas y enseñadas a los fieles, aumentándose desde entonces el fervor, la devoción y el culto a la Santísima Virgen.

Tan feliz suceso, presagio de otros muchos en la evolución del culto mariano, los describe Tixeront en esta forma:

«Les splendides apostrophes adressées á la Mère de Dieu par Saint Cyrille, dans son homélie IV, pour célébrer la décision du concile… furent redites par toutes les bouches éloquentes jusqu’á Michel Cérulaire et bien au delà. L’absolue virginité de l’άειπαρθένος –[siempre virgen]-, devint un dogme indiscuté. Sans prendre la forme précise que la sainteté de Marie va jusqu’á l’exemption de la faute héréditaire, l’idée est partout présente dans la théologie grecque de cette époque -qui d’ailleurs n’accorde pas à la question du péché originel la même attention ni la même importance que la théologie latine- que cette sainteté est parfaite, complète, aussi grande qu’on peut concevoir dans une créature. La Vierge παναγία -[Virgen]- ne connaît point la souillure. elle est d’ailleurs élevé au-dessus des apôtres et des anges, médiatrice entre le ciel et nous, celle par qui tous les biens nous sont venus en Jésus-Christ. Aussi les églises s’élèvent partout sous son vocable. Ses fêtes se multiplient» {45}.

Traducción libre del francés. «Los espléndidos énfasis de San Cirilo dirigidos a la Madre de Dios en su homilía IV, por la celebración de las decisiones del Concilio, fueron repetidos por todas las bocas elocuentes, hasta Miguel Cerulario y mucho más allá. La virginidad absoluta se convirtió en un dogma indiscutible. Sin tomar la forma precisa de que la santidad de María va hasta la exención de la falta hereditaria, tal idea está presente por todas partes en la teología griega de la época… La Virgen María es inmaculada, ella está por encima de los apóstoles y los ángeles, ella es mediadora entre nosotros y el cielo, por ella obtenemos los bienes que nos ganó Cristo Jesús. Por todas partes las Iglesias se elevan mencionándola y sus fiestas se multiplican»

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a) Y en verdad que, además de San Cirilo, defensor invicto de la divina maternidad de María, surgieron muchos y muy egregios Padres y escritores de la Iglesia, ya en Oriente, ya en Occidente, que expusieron más clara y distintamente las prerrogativas marianas y fomentaron intensamente su culto.

Así, destacárnosle en Oriente San Modesto de Jerusalén, San Andrés de Creta, San Germán de Constantinopla, San Juan Damasceno, San José el Homógrafo, tantas veces citados en esta obra, y otros muchos.

Ni faltaron en Occidente Padres y escritores no menos insignes en piedad y doctrina, como San Gregorio Magno, San Gregorio de Tours, San Ildefonso de Toledo, San Martín de León, San Ambrosio de Milán, San Pedro Damián, Fulberto de Chartres, etc.

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b) Con tantos y tan grandes panegiristas de la dignidad singularísima de María y de sus egregias prerrogativas no es de admirar que su culto alcanzara pleno desarrollo, como lo demuestran, aparte de los artistas, pintores y escultores que consagraron su arte al servicio de la Virgen {46}, las fiestas especiales instituidas en su honor y los muchos templos a ella dedicados, señaladamente en tiempos del emperador Justiniano {47}.

En los siglos VI y VII son cuatro las fiestas de María: Purificación, Anunciación, Dormición o Asunción y Natividad.

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α) La Purificación de la Bienaventurada Virgen María, llamada por los griegos Hypapante Domini, se celebraba en Oriente mucho antes de este tiempo, como consta en la narración de la monja española Eteria Silvia, que en el año 394 recorrió como peregrina los Santos Lugares. He aquí sus palabras: «Ciertamente, las cuadragésimas de Epifanía celebrábanse en Jerusalén con los máximos honores. Porque en el mismo día se hace procesión a Anastase, a la que todos asisten, y en orden se ejecuta todo con la mayor alegría, como si se tratara de la Pascua. Predican también los presbíteros y aun el obispo, tratando siempre de aquel pasaje del Evangelio donde se dice que en el día cuadragésimo llevaron al Señor al templo José y María y fue visto por Simeón y Ana… Y celebradas después todas las cosas ordenadamente, según costumbre, se hacen los sacramentos, y así termina la misa» {48}.

Esta fiesta de la Purificación de María -Hypapante: Encuentro del Señor, Ingreso del Señor en el Templo-, que tanto en Oriente como en la Iglesia ambrosiana se contaba entre las festividades del Señor, se enumera como fiesta de María en la Iglesia romana.

Como consta en la narración citada, celebrábase esta fiesta en Jerusalén a fines del siglo IV, de donde pasó poco después a Antioquía y a Constantinopla, en cuya ciudad tuvo ya carácter de culto mariano principalmente, hasta que al fin, a mediados del siglo VII, se difundió por todo el Oriente.

No se conoce con certeza el tiempo en que empezó a celebrarse esta fiesta en la Iglesia romana.

Juan de Cartagena a, quien apoya Seldmayr {49}, juzga que probablemente este fiesta se remonta a los tiempos apostólicos o, al menos, a los inmediatos, fundado precisamente en que se desconoce su principio.

No obstante, la primera mención que de ella se hace aparece en el Libro Pontifical, donde consta que el Papa Sergio I estableció «que los días de la Anunciación del Señor, de la Muerte y Natividad de la Santa Madre de Dios… y del Santo Simeón, que los griegos llaman Hypapante, salga la letanía de San Adrián y llegue el pueblo hasta Santa María».

Pero en realidad, ni el Papa Sergio fue el primero que prescribió la procesión, ni el acto de llevar candelas, sino que su mandato tendía solamente a establecer en Roma la procesión del mismo modo que en el Orden Romano se describe. Colvenerio, con quien Benedicto XIV está de acuerdo, lo dice en estas palabras: «Si no atribuimos a Sergio la gloria de haber sustituido el Amburbale romano por la procesión, se le debe, sin embargo, la de haberla perfectamente ordenado» {50}

Por último, que esta fiesta tuvo en la Iglesia Romana un carácter principalmente mariano se demuestra ya por el Antifonario Gregoriano, donde queda aun la antífona que en la procesión de cantaba, ya por el oficio de aquella fiesta, como se reza en el Breviario, ya, finalmente, por el ofertorio y postcomunión de la misa del día de la misa de la Purificación {51}.

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β) Anunciación de la Bienaventurada Virgen María.- Dos misterios, íntimamente unidos, se conmemoran en esta festividad, a saber: la encarnación del Verbo de Dios, por la cual se dignó hacerse hombre, y la divina maternidad de María, elevada a tan sublime dignidad.

De aquí la razón de los distintos nombres con que solía designarse esta fiesta: Anunciación de la Bienaventurada Virgen María, Anunciación de Santa María, Buena Anunciación de la Santísima Madre de Dios, Anunciación del Señor Jesús, etc.: variedad de nombres que no sólo debían considerarse como otros tantos títulos de la fiesta, sino que también manifestaban su índole eterna.

Según algunos, como Beleth {52} y la liturgia ambrosiana, la Anunciación se consideraba como fiesta del Señor.

Pero los fieles, en general, pretendían, con esta fiesta, honrar a la Beatísima Virgen María, exaltada a la dignidad de Madre de Dios.

Por esto Benedicto XIV dice. «Con mucha razón advierte Suárez (t. I De Religione, l. II, c. 5) que, si esta festividad se considera en sí misma, tiene gran dignidad entre las solemnidades que se refieren a la humanidad de Cristo, pues en ella hizo a los hombres el máximo beneficio y realizó la más admirable de todas las maravillas; pero como este don suyo no nos fue dado de una manera perfecta antes de que la Santísima Virgen le diera luz, puede concluirse que la festividad  del Nacimiento de Cristo se refiere principalmente a Jesús, y a la Anunciación a la Santísima Virgen, a quien la Iglesia consagra el oficio eclesiástico de este día» {53}

No están de acuerdo los autores al fijar el tiempo en que comenzó a celebrarse la esta fiesta.

Según Bolando, es de institución apostólica; pero de ello no hay vestigio alguno en la Iglesia primitiva {54}.

La primera mención de este día encuéntrase en el Concilio X Toletano (año 665); pero en realidad el Concilio supone ya instituida la fiesta, puesto que solamente manda se celebre en España y se tenga como uno de los días más solemnes y preclaros entre las festividades entre las festividades marianas.

Si venía o no celebrándose en España esta fiesta algún tiempo antes del Concilio, Lesteo opina que su vigencia no pasa mucho más allá de aquella fecha. “Sospecho, dice, que el misterio de la Anunciación empezó a celebrarse con peculiar festividad no mucho antes de iniciado el siglo VII, ya que los testimonios más antiguos que en su favor se aducen o son dudosos o se apoyan en simples conjeturas” {55}.

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γ) La fiesta de la Asunción de María se celebraba ya, según Kellner {56}, en la Iglesia oriental a mediados del siglo V, puesto que los nestorianos y monofisitas que en este siglo se separaron de la Iglesia la conmemoran, y no es creíble que después de su separación la tomasen de aquélla.

Los orientales, hacia la mitad del siglo VI, fijaron esta festividad en el día 18 de enero, y el emperador Mauricio la trasladó más tarde al 15 de agosto {57}.

Pero es muy probable que en Occidente, y particularmente en Roma, se celebrara la Asunción de la Virgen en el siglo V {58}; ciertamente consta que hacia el 650 se conmemoraba en Roma el 15 de agosto, y que desde entonces no dejó nunca de celebrarse {59}.

San Gregorio de Tours afirma que en la Galia se celebraba solemnemente en el siglo VI {60}.

Que en España se celebraba en el siglo VII consta ciertamente por el Antifonario de la Catedral de León y por el Liber Comitis, procedente del Convento de San Millán, y conservado actualmente en la Academia de la Historia.

De la extraordinaria solemnidad con que se celebraba en España esta fiesta de la gloriosa Virgen hay muchos y muy elocuentes testimonios, como el Codex Missarum S. Ildephonsi, arzobispo de Toledo, donde se contiene la misa de la Asunción; la Vita S. Ildephonsi, escrita por el obispo Cixila por los años 774-785; la Liturgia mozarábica, abundante en elogios a la intacta Asunción; el Sermo S. Martini Legionensis, etc. {61}.

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δ) Fiesta de la Natividad.- Mucho disientes los autores sobre el tiempo en que comenzó a celebrarse esta fiesta.

Algunos afirman que tuvo sus principios en los días de San Agustín, pero sin razón, ya que el mismo santo doctor afirma: “La Iglesia no celebró el nacimiento de ninguno de los profetas, de ninguno de los apóstoles: sólo dos nacimientos celebra: éste (el de Juan Bautista) y el de Cristo” {62}.

Tomasin piensa que la Natividad de María no se celebraba aún en el siglo IX {63}, pero se engaña, porque muchos escritores eclesiásticos, como San Beda el Venerable, San Ildefonso de Toledo, Sergio I Papa, etc., hacen mención de esta fiesta antes de aquel tiempo.

Algunos escritores afirman que esta fiesta fue instituida hacia el tiempo en que se celebraron los Concilios de Efeso y Calcedonia. Así, Azor dice: “Me parece muy verosímil que el Nacimiento de la Madre de Dios empezó a ser venerado y celebrado en los tiempos del Concilio Efesino y Calcedonense” {64}.

Es probabilísimo que en Oriente tuviera esta fiesta sus principios en el siglo VI, tiempo en que el poeta Romano la celebra en sus versos {65}; ciertamente que se celebraba en el VII, puesto que del siglo siguiente nos quedan sobre esta festividad no pocas homilías de San Andrés Cretense, Juan Euboense, San Juan Damasceno y otros.

Consta que en Occidente se celebró en tiempos del Papa Sergio I, quien decretó que en los días de la Anunciación del Señor, de la Natividad y de la Muerte de la Santa Madre de Dios, siempre Virgen María, y de Simeón, que los griegos llaman Hypapante, salga la letanía de San Adrián y el pueblo acuda a Santa María {66}.

De aquí paso esta solemnidad a otros países de occidente, como Inglaterra, Francia y España. De ella dice el Misal mozárabe: “Después de algunas otras solemnidades más antiguas de la Santísima Virgen, no quedó satisfecha la devoción de los fieles y añadió este solemne día de su Natividad.” También otras regiones del orbe la celebraban, de tal modo que en el siglo IX pudo escribir Pascasio Radberto: “La Natividad gloriosa de María es también predicada, en toda la católica Iglesia de Cristo, feliz y bienaventurada. Si no fuera feliz y gloriosa no la celebrarían todos y por doquiera tan solemnemente” {67}.

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2.° En el siglo XII, la doctrina mariológica ya había sido propuesta en cuanto a todos sus elementos; los teólogos, pues, de esta época no tanto tuvieron que dedicarse a desarrollarla cuanto a proponerla científicamente.

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a) Así lo hizo en primer lugar San Anselmo, arzobispo de Cantorbery, quien merece las máximas alabanzas por haber recogido de la antigüedad la doctrina de la maternidad divina de María y de su cooperación a la obra de la salvación, haberla expresado en nuevas fórmulas y trasmitido claramente a la posteridad {68}.

También se distinguieron en esto su discípulo y familiar Eadmero; San Bernardo, abad de Claraval, cuya doctrina mariológica corría en boca de casi todos los doctores medievales; San Alberto Magno, Santo Tomás, San Buenaventura, Conrado de Sajonia, el Abad Guerrico, Amadeo de Lausana, Arnoldo de Chartres, San Antonio de Florencia y otros muchos, citados ya en las páginas de este libro.

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b) A la par de la doctrina mariológica, desarrollada y científicamente explicada por los teólogos, creció el culto de la Santísima Virgen en más fiestas y prácticas de devoción en esta época.

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α) Así, la fiesta de la Inmaculada Concepción, que, habiendo ciertamente comenzado a celebrarse en algunas Iglesias de Oriente en el siglo VII y de Occidente en el IX y pasado por diversas vicisitudes, se difundió largamente y como que adquirió cierta carta de ciudadanía en los siglos XIII y XIV en otras regiones de Occidente; la fiesta de la Visitación de la Virgen, que, celebrada por la Galia en el siglo XIII, se extendió a toda la Iglesia en el siglo XIV; la fiesta de la Presentación, que desde la Iglesia oriental, donde ya en el siglo VII se celebraba, pasó a Occidente en el XIV; la fiesta del Desposorio, por cuya institución en el siglo XIV trabajó con gran entusiasmo Gerson, devotísimo de San José; y la fiesta de los Siete Dolores de la Bienaventurada Virgen María, que, instituida primeramente por el Sínodo provincial de Colonia en el año 1423 para reprimir la audacia de los husitas, quienes profanaban con furor sacrílego las imágenes de Jesucristo y de la Virgen de los Dolores, se difundió no mucho después por la Alemania y Escocia, además de otras regiones, y sobre todo por España, donde siempre se veneraron con tierna compasión los dolores de la Santísima Virgen al pie de la cruz del Hijo.

De esta fiesta, en lo que toca a España, dice Gutiérrez: “España es una de las naciones en que más arraigó la devoción a Nuestra Señora de las Angustias o Dolorosa; el arte la ha dedicado bellísimas producciones, y en Granada se celebra este misterio de María como de primera clase con octava. También  es devoción y costumbre peculiar de nuestra Patria y de sus más antiguas colonias el dedicar a sus dolores, en el mismo día de Viernes Santo, el sermón de Soledad, asociándola de este modo al culto sagrado de la pasión de Cristo” {69}.

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β) Además, en este tiempo se introdujeron muchas piadosas fórmulas de devoción hacia la Santísima Virgen, como las Letanías y la Corona o Salterio de la Virgen en el siglo XII; el Escapulario mariano en el siglo XIII {70}; el Angelus Domini en el siglo XIV, salutación con la que ahora la honramos tres veces al día: a la mañana, a mediodía y por la tarde, recitando el sonido de la campana la salutación angélica, después de las palabras El ángel del Señor anunció a María, etc., recordando así el misterio inefable de la encarnación, para el que Dios eligió a María como instrumento y ministro.

De esta piadosa salutación, cuyo origen se discute entre los autores, se hace mención por primera vez en el Capítulo general de Frailes Menores presidido por San Buenaventura el año 1263 {71}, y esta costumbre vigente ya en algunas iglesias, fue recomendada, y enriquecida con indulgencias por Juan XXII en 1318; de aquí que a mediados del siglo XV era práctica universal de todos los fieles tributar este obsequio a la Santísima Virgen, como lo dice expresamente San Antonino: “Mandó la Iglesia que cada día se tocaran tres veces las campanas de los templos: a la mañana, a mediodía y por la tarde. ¿Para qué, sino para honrar y alabar a María con la salutación angélica?” {72}.

Fueron en este tiempo también erigidas muchas Confraternidades bajo el nombre y protección de la Santísima Virgen, y los fieles realizaron muchas peregrinaciones a los santuarios marianos, hasta el punto de que en el siglo XIII ascendían, en todo el orbe cristiano, a diez mil los templos de María, devotamente frecuentados por peregrinos de todas partes {73}.

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3.° En los siglos XVI y XVII el culto de la Santísima Virgen tuvo que sufrir violentos ataques de los protestantes y jansenistas.

Habíales precedido Erasmo, quien, al censurar inmoderadamente los abusos que, en su opinión, introdujo la piedad del pueblo en el culto de María, se burla a la vez de los títulos marianos que más contribuyen a fomentar en los fieles su amor filial y confianza en María, aunque, por otra parte, alaba de tal modo a la Virgen Madre de Dios, que parece abrasado en el celo de su honor y culto. Por eso dice de él Canisio: “Casi me atrevo a decir que no fue tan insigne mariólogo como panegirista” {74}.

Los protestantes, a la vez que reconocen la dignidad y principales prerrogativas de la Santísima Virgen, atacan directamente el culto que se le tributa, llamándole Mariolatría, injuriosa a Cristo.

También los jansenistas, con el pretexto especioso de defender el culto debido a Dios, menoscabaron grandemente al de María. Y el mismo Muratori solía hablar con poca discreción de la devoción de los fieles a la Santísima Virgen.

Salta a la vista el gran peligro en que se vio el culto de María por estos ataques de protestantes y jansenistas, y nada tienen de extraño que la piedad de los fieles se enfriara en algunas regiones. Así lo dice Dilleschneider: “Pour se rendre un compte exact des dangers que fit courir à la dévotion catholique l’opposition antimariale de la Réforme et du jansénisme, il faudrait le détail et d’une contrée à l’autre, avoir surpris l’influence funeste qu’elle exerça sur le sentiment chrétien. Vaste et minutieuse enquête qui nécessiterait toute une série de monographies… Rien n’est attristant pour l’historien des doctrines mariales comme le devoir constater le recul que subit la piété catholique dans les pays victimes de la Réforme et du jansénisme” {75}.

Traducción libre del francés : «Para tener una idea precisa del peligro que representó la oposición a la devoción católica mariana por la Reforma y el jansenismo, sería necesario detallar país por país, para así darse cuenta de su perniciosa influencia sobre el sentimiento cristiano. Investigación que requeriría la elaboración de monografías extensas y meticulosas… Nada es más triste para el historiador de las doctrinas marianas que el observar el declive que sufrió la piedad católica en los países afectados por la Reforma y el jansenismo.»

Pero Dios hizo que en este mismo tiempo surgieran acérrimos defensores que, saliendo al encuentro de los enemigos de María, vindicaran su culto, entre los cuales deben ser citados principalmente San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino, San Francisco de Sales, San Lorenzo de Brindis, San Juan Eúdes, el Beato Ludovico María de Griñón de Montfort y San Alfonso María de Ligorio, como también Salmerón, Suárez, Novato, Van Ketwigh, Jorge de Rhodes, Benedicto Plazza, D’Argentan, Bossuet, Bourdalouné, Crasdeneyra y otros muchos ya mencionados {76}.

Felizmente, y por disposición de la divina Providencia, las impugnaciones de los enemigos de María fueron superadas; crecieron y florecieron extraordinariamente el culto y la devoción a la Virgen; su dignidad singularísima y sus insignes privilegios se esclarecieron más y fueron mejor conocidos cada día a la luz de las encíclicas marianas y de las alocuciones de los Romanos Pontífices, sobre todo desde Pío IX a Pío XII (g. r.), las cuales no sólo enuncian y declaran auténticamente la doctrina tradicional mariológica de la Iglesia, sino que, además, estimulan y mueven a los teólogos a estudiarla más hondamente, y exhortan a los fieles a unirse más y más a la divina Madre, a honrarla, a amarla y a imitar fervorosamente sus virtudes.

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Notas:

{1} O. c., 1. v, c. 15

{2} DA, Mariolatrie, fasc, 14.

{3} PHILIPS, Melunges Théologiques, REL, an. XXX, n. 6, mayo 1939; BRICOUT, Oú en est l’Histoire des Religions?, t. I, c. 2-7.

{4} Cf. BAREILLE, Collyridiens, DTC, t. III, col. 369-70.

{5} Haer., 79.

{6} Ad Autol., l. III.

{7} Apol., c. 9.

{8} NOYON, o. c., fasc. 14.

{9} PHILIPS, l. c.

{10} O. c. l. v, c. 15.

{11} L’etude comparée des Religions, c. 10, sect. 2, théses supranaturalistes.

{12} Contra Faustum, c. 23.

{13} O. c., l. v, c. 9.

{14} Marie dans l’eglisse Antenicéenne, concl.

{15} SAN PEDRO CANISIO, o. c., l. v, c. 30.

{16} Hom. 6, Contra Nestorium.

{17}DUBLANCHY, DTC, t. IX, c. 2.441.

{18} S. ALAMEDA, La Virgen en la Biblia y en la primitiva Iglesia, p. III, sect. 2.

{19} Assumptio B. Mariae Virginis, c. 13.

{20} Etudes bibliques, t. II, sect. 3, a. 4.

{21} Ad Ephes., c. 19.

{22} Dial. contra Tryph.

{22} Haer., 50.

{24} Strom., 7.

{25} Hom.14, In Luc.

{26} Serm. in Nativit. Christi.

{27} L. c.

{28} Haer., 3-4

{29} Contra Noetum.

{30} L. c.

{31} Haer., 3-5

{32} De carn. Christi.

{33} Haer., 5.

{34} L. c.

{35} DTC, t. IX, col. 2.440.

{36} Serm. in Dormit. B. M. Virginis.

{37} L. c.

{38} Haer., 79.

{39} Cf. FROIDEVAUX, Le symbole de Saint Grégoire le Thaumaturge, RechSR, t. XIX, n. 3-4, jun.-ag. 1929.

{40} Or. 17, n. 19.

{41} de virgin., l. II, c. 2.

{42} CLEMENT, Le sens chrétien et la maternité divine de Marie, ETL, an. v, fasc. 4, oct. 1928.

{43} C. CAMPANA, o. c., sect. 2, c. I, a. 7.

{44} La premiére fête Mariale, EO, abril-junio 1923.

{45} Histoire des Dogmes, III, págs. 265-266.

{46} Cf. JERPHANION, La voix des monuments; DIEHL, Manuel d’art byzantin.

{47} NOYON, DA, l. c.

{48} S. Silviae, quae ferteur, peregrinatio ad Loca Sancta.

{49} O. c.

{50} De festis B. M. Virg., l. II, c. 3, n. 15.

{51} Cf. MOREAU, L’Orient et rome dans la fête du 2 fébrier, NRTh, t. LXII, n. I, en. 1935.

{52} MIGNE, vol. CII, c. 88-140.

{53} De festis B. M. Virg., l. II, c. 3, n. 1.

{54} CAMPANA, o. c., sect. 2, c. I.

{55} MIGNE, vol. LXXXV, col. 171.

{56} Heortologie, 168.

{57} NIC. CALL., Hist. ecles., l. XVII, c 28.

{58} Cf. p. II, c. 7.

{59} Ibíd.

{60} De glor. Martyr.

{61} Cf. p. II, c. 7.

{62} Serm. 287.

{63} Comm. de dierum festorum celebratione, l. II, c. 20.

{64} Instit. Moral., p. II, c. 19.

{65} Cf. CAMPANA, Maria nel culto cattolico, sect. 2, c. I, a. 3.

{66} Cf. SCHUSTER, Liber Sacramentorum, vol. VIII.

{67} De perpetua virginit S. Mariae et des ejus parturitione, entre las obras de San Ildefonso.

{68} Cf. WILMART, S. Anselme et sa grande prière à Marie, RThAM, t. II, 1930.

{69} El culto litúrgico de la Santísima Virgen, pág. 186.

{70} Cf. p. IV, c. 5. a. I.

{71} Analecta Franc., III, 329.

{72} Summ., p. IV, t. XV, c. 23.

{73} ROHAULT DE FLEURY, La ste. Vierge, vol. I, pág. 324; GUMPERBERG, Atlas Marianus.

{74} O. c., l. v, c. 10.

{75} O. c., p. I, c. 4.

{76} Cf. p. III, c. 3, q. I.

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