Los Sueños de San Juan Bosco -81 al 120-

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Título: Los Sueños de San Juan Bosco
Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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Contenido

120. Una nueva casa en Marsella 1880 (MB. 15,56).

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81. El estandarte fúnebre 1871 (MB. 10,51).

En los comienzas de noviembre de 1871 Don Bosco anunció que antes de terminar el año, uno de sus discípulos pasaría a la eternidad. Lo dijo así: Me pareció ver en sueños un estandarte desplegado al viento, llevado por algunos que parecían ángeles. Por un lado del estandarte aparecía la imagen de la muerte, un esqueleto con una guadaña o instrumento afilado, y dispuesta a cortar la vida de alguno. Al otro lado del estandarte aparecía el nombre de uno de nuestros alumnos y el año 1871, con lo cual se indicaba que la muerte de este joven seria antes de terminar este año.

Nota: Antes de terminar el año murió el alumno Eugenio Lechi.

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82. Por los dormitorios en compañía de la Virgen 1871 (MB. 10,51).

Visité los dormitorios en compañía de la Santísima Virgen, y ella me indicó a un joven que tenía que morir muy pronto, y me recomendó que lo preparara muy bien para que tuviera una santa muerte.

En la frente de varios de los alumnos vi escritos sus pecados principales. Sobre la cabeza de uno que dormía vi una espada afiladísima pendiente de un hilo muy delgado que estaba pronto a romperse y dejaría caer sobre sus cabezas. Junto a la cama de algunos alumnos vi un demonio aguardando que Dios diera el permiso de que le llegara la muerte, para llevarse su alma, en pecado.

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83. El demonio en el patio 1872 (MB. 10,52)

Sueño tenido en enero de 1872.

Durante la enfermedad que padecí en el colegio de Varazze en enero, una noche apenas me quedé dormido empecé a soñarme que estaba en el patio y que allí me encontraba con un individuo que tenía un cuaderno en sus manos. En ese cuaderno estaban escritos todos los nombres de los alumnos y él miraba a cada uno y le escribía algo frente a su nombre.

Me propuse averiguar qué era lo que allí escribía y traté de acercarme, pero él se alejaba de mi y tenía que emplear yo bastante velocidad parea permanecer cerca. Al fin logré observar qué era lo que allí escribía.

Vi que en una página frente al nombre de un alumno pintaba un cerdo y escribía: “Como los animales, solo le interesa lo del cuerpo; se ha hecho semejante a ellos”.

Frente al nombre de otro alumno puntó una lengua afilada como un cuchillo y escribió aquella frase de la Carta de San Pablo a los Romanos: “Murmuradores, chismosos, inventores de lo que no les consta, ultrajadores; a quienes Dios declara dignos de muerte, y no solo a ellos, sino a los que aprueban lo malo que aquellos hacen” (Rom. 1,30).

Frente a otros pintaba dos orejas de burro y escribía aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”.

Yo miré con atención a aquel tipo y vi que tenía dos orejas muy largas y que sus ojos parecían que echaban sangre y fuego y que tenía el rostro como si fuera de candela.

Luego sonó la campana para ir a la Iglesia y todos los alumnos se dirigieron hacia allá y también aquel tipo que los seguía mirándolos fijamente. Empezó la Santa Misa y los jóvenes la seguían con mucha devoción y al llegar al momento de la elevación los jóvenes miraron con gran devoción a la hostia y el cáliz consagrados y rezaron el bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

En ese momento hubo un gran estruendo y el individuo aquel desapareció entre llamas y humo y dejando convertidos en ceniza los papeles de aquel cuaderno en el cual había anotado lo que iba a hacer cometer a cada uno.

Yo le di gracias a Nuestro Señor porque se había dignado vencer y alejar a aquel demonio y me di cuenta de que el asistir a la Santa Misa hace fracasar muchos planes que el diablo tiene contra nosotros, y que el momento de la elevación es terrible para el enemigo de nuestras almas.

Pensemos que el enemigo del alma tiene bien anotado todo lo que quiere hacernos decir y hacer para perdernos. Algunos desearán saber qué vi escrito frente a su nombre. Pueden pasar en estos días a preguntarme y trataré de recordarle a cada uno lo suyo.

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84. El ruiseñor: somos diez 1872 (MB. 10,56).

¡SOMOS DIEZ!, ¡SOMOS DIEZ! Del 3 al 7 de julio de 1872 hicieron los Ejercicios o Retiros Espirituales los jóvenes del Oratorio y después de haberle pedido mucho a Nuestro Señor que me iluminara si todos habían hecho este Retiro, tuve el siguiente sueño.

Soñé que estaba en un gran patio lleno de árboles y que en los árboles había nidos de pequeñas avecillas.

De pronto de uno de esos nidos se cayó al suelo un pequeño ruiseñor, cuyo canto era muy hermosos pero cuyas alas todavía no le habían crecido lo suficiente como para poder volar bastante lejos.

Yo me puse a pensar: – Si te has caído del nido es que todavía no eres bien capaz de volar. Yo te llevare otra vez a tu nido donde estarás seguro.

Pero tan pronto me acerqué a él, dio un pequeño vuelo y se alejó de mí. Traté nuevamente de acercarme a él para llevarlo a la seguridad de su nido, y tan pronto me vio cerca, dio un fuerte salto y no se dejó alcanzar.

Me propuse seriamente llegar hasta él y llevarlo a que estuviera bien defendido en su nido, pero apenas vio que me acercaba para ayudarlo, reunió todas sus fuerzas y dio un vuelo como de veinte metros. Yo lo seguía con la vista entristecido al constatar que no se quería dejar ayudar, pero en ese momento apareció por los aires un tremendo gavilán que atenazándolo con sus afiladas garras se lo llevó para destrozarlo y devorarlo: Yo pensaba: – Quise ayudarle y no te quisiste dejar ayudar. Tres veces te alejaste de mi cuando trataba de llevarte a sitio seguro y has pagado bien caro tus caprichos.

Y el pobre ruiseñor antes de ser devorados gritó tres veces: “¡Somos diez!”, “¡Somos diez!”, “¡Somos diez!”.

Después volvió a aparecer el terrible gavilán con feroz mirada y ojos llenos de sangre. Yo lo regañé por haber sido tan cruel con aquel animalito y traté de lanzarle una pedrada. Él huyó lleno de miedo pero antes de alejarse lanzó hacia mí un papel en el que estaba escrito el nombre de diez alumnos que no quisieron hacer bien los Retiros Espirituales.

Al despertarme vine a darme cuenta de que varios en vez de arreglar sus cuentas con Dios con una buena confesión y de volver a su santa amistad y hacer buenos propósitos, prefirieron entregarse al demonio y ser destrozados por él.

Le di gracias a María Auxiliadora por haberme revelado quiénes son los que no quisieron ponerse en paz con Dios y le prometí hacer todo lo posible que esas ovejas descarriadas vuelvan otra vez al rebaño del Buen Pastor.

Nota: El Padre Berto, secretario de Don Bosco, afirmaba muchos años después: Recuerdo que esos 10 jóvenes fueron avisados oportunamente. Uno de ellos no quiso dejar su mal comportamiento y fue alejado del colegio.

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85. Al volver de vacaciones 1872 (MB. 10,57).

Muerte poco ejemplar. Soñé que los jóvenes llegaban al colegio después de vacaciones y que yo me encontraba con uno de los alumnos y que teníamos el siguiente diálogo: – ¿Qué tal las vacaciones? ¿Sí cumplió los buenos consejos que les recomendamos para portarse bien? – En vacaciones me fue bien, pero sus consejos no los practiqué, eran muy difíciles.

– ¿Y ahora al regresar sí quiere arreglar los asuntos de su alma? – ¿El alma? ¿Los asuntos del alma? ¡Ah, ya habrá tiempo para ello más tarde! Y así diciendo se alejó de mí sin querer hacer caso. Yo continué diciéndole: – ¿Por qué comportarse así? ¡Hágame caso y recobrará la alegría de su alma! Él se alejó. Yo lo seguía con una mirada llena de tristeza y se me ocurrió decir: – ¡Pobre muchacho! Se ha buscado su ruina espiritual y no se da cuenta de que una fosa, una sepultura se ha abierto junto a sus pies para recibirlo.

Pasados unos momentos vi que entraban por la portería del colegio dos sepulteros. Y empezamos con ellos la siguiente conversación: – ¿A quién buscan? – A un muchacho que se ha muerto.

– No, aquí no se ha muerto ninguno. Se equivocaron de puerta.

– No nos hemos equivocado de puerta. ¿No es ésta la casa de Don Bosco? Pues avisaron que había que llevar un muerto de aquí de esta casa, y que teníamos que enterrarlo.

Me fui con ellos por los corredores y nos encontramos un ataúd en el cual estaba escrito el nombre de un joven destinado a morir muy próximamente. Y en el ataúd estaba escrito el nombre de este año en el que estamos, y esta terrible frase: “Sus vicios bajarán con él hasta el sepulcro”.

Los sepulteros empezaron a forcejear para llevarse al joven en el ataúd y yo a oponerme para que no se lo llevaran y estando en este forcejeo, uno de ellos le día al ataúd un golpe tan fuerte que éste se rompió y… me desperté.

Don Bosco reunió a todo el alumnado y contó el sueño, advirtiéndoles que la muerte de este joven iba a servir de lección y de aviso a muchos, pero que no seria algo digno de imitación.

Un mes después murió el tal alumno, que en el día en que Don Bosco narró el sueño se encontraba perfectamente bien de salud. Varios sacerdotes quisieron obtener que se confesara antes de morir pero no quiso (cumpliéndose así la frase que el Santo vio escrita sobre el ataúd: “Sus vicios bajarán con él al sepulcro”).

Cuando el joven murió, Don Bosco estaba en otra ciudad. El muchacho enfermó de un momento para otro. El Padre Cagliero le recomendó de las maneras más amables que se confesara y que se preparara a bien morir, pero él le respondió que apenas tenía 15 años y que a esa edad no se iba a morir; y que no tenía ganas de confesarse y que lo dejara tranquilo.

El Padre Cagliero volvió otra vez a visitarlo y para que se preparara a confesarse bien, empezó a preguntarle acerca de su vida pasada, pero él se volteo hacia el rincón y no le quiso contestar ni una palabra más. Poco después murió. Esa tarde llegó Don Bosco pero ya el otro estaba muerto.

La impresión de terror que esta triste muerte dejó entre todos sus compañeros duró mucho tiempo. Todos veían realizado allí, a la letra, el sueño que habían oído narrar un mes antes. Se cumplía así la frase de San Agustín: “Como haya sido la vida, así será la muerte”.

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86. La Patagonia 1872 (MB. 10,60).

El siguiente es el sueño que animó a Don Bosco a enviar a sus salesianos como misioneros al extremo sur de América.

Lo narró por primera vez al Papa Pío IX. Después lo contó varias veces a sus salesianos.

Soñé que estaba en una región salvaje, totalmente desconocida. Era una llanura completamente sin cultivar, en la cual no se veían montañas ni colinas. Solamente en sus lejanísimos límites se veían escabrosas montañas. Vi en ellas muchos grupos de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos. Eran de altura y estatura extraordinaria, de aspecto feroz.

Cabellos largos y ásperos. El color de su piel era oscuro y negruzco y sobre las espaldas llevaban mantos de pieles de animales. Usaban como armas una lanza larga y una honda para lanzar piedras.

Estos grupos de hombres esparcidos acá y allá se dedicaban a diversas actividades. Unos corrían detrás de las fieras para darles cacería. Otros peleaban entre sí, tribu contra tribu; y un tercer grupo de batalla contra soldados blancos que llegaban. El suelo estaba lleno de cadáveres.

Luego aparecieron en el extremo de la llanura varios grupos de misioneros de diversas comunidades religiosas y se dedicaron a enseñar el Evangelio a aquellos salvajes, pero ellos se lanzaban contra los misioneros con furor diabólico y los mataban y los descuartizaban, y después seguían peleando entre ellos mismos.

Yo pensaba: ¿Cómo lograr convertir a esta gente tan salvaje? Pero luego vi aparecer otro grupo de misioneros. Se acercaban a los salvajes con rostro alegre y precedidos de un grupo de muchachos.

Yo temblaba pensando: ¡Los van a matar también! Me acerqué a ellos y pude ver que eran nuestros salesianos. Los primeros que llegaban me eran muy conocidos. Los otros son gente que vendrá después y que no logré conocer.

Quise detenerlos para que no se acercaran a los salvajes porque los podían matar, pero vi luego con admiración que la llegada de ellos llenaba de alegría a aquellas tribus salvajes, las cuales dejaban las armas, cambiaban su ferocidad en amabilidad y recibían a nuestros misioneros con las mayores demostraciones de buena voluntad.

Y vi que los misioneros salesianos se acercaban a los salvajes y les enseñaban el Evangelio y éstos lo aceptaban de muy buena gana; y que aprendían prontamente la religión que les enseñaban y hacían caso a los avisos y amonestaciones que les daban los evangelizadores.

Y vi emocionado que nuestros misioneros rezaban el Santo Rosario con aquellos salvajes los cuales les respondían con fervor a sus oraciones.

Los salesianos se colocaron en medio de la muchedumbre de salvajes que los rodeó, y se arrodillaron. Aquellos hombres antes tan feroces, colocaban ahora sus armas a los pies de los misioneros y se arrodillaron y rezaron. Y entre todos empezaron a cantar un himno a la Virgen María con una voz tan sonora y tan fuerte que… yo me desperté.

Este sueño me causó mucha impresión y quedé convencido de que se trataba de un aviso del Cielo. No comprendí en ese momento todo su significado pero sí comprendí que se trataba de un sitio a donde deben ir nuestros misioneros, una misión en la cual yo había pensado durante largo tiempo con mucha ilusión.

Explicación: Al principio Don Bosco creyó que el sitio donde debía enviar a sus misioneros salesianos era Etiopía; después que Hong Kong; más tarde pensó que era Austria o la India, pero las gentes de estos países no eran como él las había visto en el sueño. Hasta que al fin en 1874, dos años después de tenido el sueño, le llegó de Argentina la invitación para enviar misioneros a la Patagonia, en el extremo sur de América, y al conocer cómo eran los indios de esa región pudo comprobar que eran como los que él había visto en el sueño y envió allá a sus salesianos.

Los indios de la Patagonia ya habían martirizado a varios misioneros de otras comunidades, pero “los salesianos llegaron con mucha alegría y precedidos de un grupo de jóvenes”, o sea con el sistema de la bondad y ganándose primero a la juventud, y al lado de los muchachos fueron llegando sus padres y dejaron las guerras y adquirieron gran estima a la religión Católica y a los salesianos. Toda aquella región está ahora llena de obras de los seguidores de Don Bosco.

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87. Mensaje al Papa Pío IX 1873 (MB. 10,68).

En una noche oscura en que la gente no podía distinguir cuál era el camino para regresar a sus pueblos, vi que aparecía en el Cielo una luz esplendorosa que alumbraba los pasos de los viajeros como si fuera el sol de mediodía.

En aquel momento vi una multitud inmensa de jóvenes y ancianos, de mujeres y hombres, de sacerdotes, religiosas y monjes que con el Sumo Pontífice a la cabeza salían del Vaticano y se colocaban en fila como para una procesión.

Luego se desató una terrible tempestad que logró hacer que varias personas de las que componían aquel grupo se retiraran espantadas. La procesión recorrió un camino por espacio de doscientas salidas del sol. Aunque a ratos se desanimaban, sin embargo se reunían junto al Pontífice para ayudarlo en todo lo más posible.

Enseguida aparecieron unos ángeles portando un estandarte y fueron a llevarlo al Pontífice diciéndole: – Reciba el estandarte de aquel combate y dispersa a los más fuertes ejércitos enemigos. Los fieles le suplican que no se aleje de la Ciudad Santa.

En el estandarte estaba escrito por un lado: “María Concebida sin pecado original”, y por el otro lado: “María, Auxiliadora de los cristianos”.

El Pontífice tomó en sus manos el estandarte y al ver que eran pocos los que lo seguían sintió tristeza, pero una voz le dijo: – Escriba a los católicos de todo el mundo que es necesario una reforma de las costumbres y que para conseguir esto es necesario que se predique por todas partes la Palabra de Dios. Que se enseñe catecismo a los niños. Que se enseñe a los mayores a desprenderse generosamente de los bienes materiales. Que las vocaciones para el sacerdocio y para la vida religiosa se busquen entre los campesinos y gente sencilla y la clase obrera. Que se siga cumpliendo lo que dijo el salmista: “El Señor levanta de la basura al pobre y lo coloca entre los príncipes de su pueblo”.

Cuando el Pontífice oyó este mensaje, el grupo de sus seguidores empezó a aumentar.

Y el Santo Padre se echó a llorar al ver la desolación entre los ciudadanos y cómo la tierra había quedado como arrasada por un huracán o por una granizada, y las gentes corrían de una parte para otra conmovidas diciendo: “Dios ha demostrado que está con su pueblo”.

El sol volvió a aparecer esplendoroso y el Pontífice llegó a la Basílica de San Pedro y entonó el himno de acción de gracias a Dios, el Te Deum.

Entre el tiempo en que le Sumo Pontífice y los suyos salieron en la procesión en medio de la tempestad y el tiempo en que el sol volvió a aparecer esplendoroso, el sol salió doscientas veces. La persona que tuvo esta visión es la misma que anunció lo que le iba a suceder a Francia, un año antes de que sucediera, y todo se cumplió a la letra.

Este mensaje fue comunicado por Don Bosco al Papa Pío IX, como venido del Cielo. Le anunciaba que después del bombardeo y la toma de Roma por los enemigos, vendría una época de cierta paz. En aquel tiempo, Don Bosco logró dialogando con el gobierno anticatólico de Italia que le permitieran al Sumo Pontífice el nombramiento de obispos para muchísimas diócesis que ya llevaban años sin obispo.

Antes las vocaciones se buscaban preferentemente entre las familias acomodadas e instruidas. El mensaje recomienda que se busquen las vocaciones entre los campesinos y familias obreras, y así aumentó mucho el número de sacerdotes y religiosos.

El Papa Pío IX guardó siempre entre sus papeles personales este mensaje que el Cielo le envió por medio de Don Bosco.

Cuando las gentes asustadas le decían al Papa que abandonara a Roma y huyera, nuestro Santo le escribió lo siguiente: – El centinela, el guardia de Israel debe quedarse en su puesto y hacer guardia ante el Arca Santa para defenderla “con la fortaleza de Dios”.

El Papa no olvidó nunca estas palabras y aunque muchos católicos eran de la opinión de que el Papa Pío IX debía salir de Roma, el Pontífice se quedó allí, aun con graves peligros, pues la ciudad había sido tomada por los enemigos.

Y tan animadoras le parecían al Pontífice las palabras de Don Bosco que un día en una de sus visitas le preguntó: – ¿Don Bosco habría muchas dificultades para que se viniera a Roma a colaborarme aquí de cerca? (quería nombrarlo Cardenal).

Don Bosco le respondió: – Santidad, alejarme de Turín seria la muerte de mi obra en esa ciudad.

Y así logró que no lo nombraran Cardenal. Y chanceando con sus alumnos les decía: ¿Se atreverían a acercarse a Don Bosco vestido de rojo, a Don Bosco Cardenal?

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88. Los propósitos de enmienda 1873 (MB. 10,61).

El 31 de mayo de 1873 el Santo dijo al alumnado: Durante todo el tiempo de la novena a María Auxiliadora y durante todo el mes de mayo, en la Santa Misa y en mis oraciones particulares he pedido a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen María que me hicieran conocer cuál es la causa por la cual se pierden más las almas.

Y en sueños me fue dicho que la causa principal de la perdición de muchas almas es que no hacen propósito de enmendarse o si lo hacen no lo cumplen. Muchos se confiesan pero no hacen propósito serio de mejorar su conducta o si lo hacen no lo recuerdan después para cumplirlo.

Y en los sueños de estos días me pareció ver a muchos alumnos con dos cuernos en la cabeza y me fue dicho que son los que no hacen propósitos de enmendarse de su mala conducta. Si se confiesan, lo hacen siempre de las mismas culpas sin enmendarse en nada. Si al principio del año tenían malas calificaciones, al final del año también las tienen. Al principio del año criticaban y murmuraban y al final del año siguen criticando y murmurando.

Me ha parecido que les debía contar esto que he soñado porque creo que ha sido la respuesta a mis pobres oraciones y que estos mensajes vienen de Nuestro Señor.

El Santo no dio más explicaciones en público acerca de esto que había soñado pero en privado sí avisó a varios jóvenes acerca del modo como los había visto en sueños y sus avisos les hicieron gran bien. Y a nosotros también puede sernos de verdadero provecho el pensar si de veras hacemos serios propósitos de enmendarnos de nuestros defectos y nos esforzamos por cumplirlos, o si por el contrario seguimos siendo siempre los mismos con las mismas faltas.

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89. Mensaje al Emperador de Austria 1873 (MB. 10,65).

En 1873 Don Bosco después de una visión tendida en sueños envió con una persona de toda confianza el siguiente mensaje del Cielo al Emperador de Austria. Esto dice el Señor al Emperador de Austria: Llénate de valor. Ayúdales a los fieles católicos y cuídate tú mismo. La ira de Dios caerá sobre las naciones de la tierra que desprecian sus santas leyes y contra los que ayudan a los que van contra la Ley del Señor. El castigo del Señor caerá sobre los que persiguen a los que son fieles a la Santa religión.

Si defiendes a la religión serás un bienhechor del mundo. Apóyate en los países que son católicos y haz alianza con ellos.

Pero no te apoyes ni hagas alianzas con los países que van contra la Iglesia de Dios. No creas en las mentiras de los que te dicen lo contrario.

Tienes que tener especial aversión contra los que van contra la religión del Crucificado. Espera y confía en Dios que es quien concede las victorias y salva a los pueblos y defiende a los gobernantes. Amen. Amen.

El Emperador leyó atentamente este mensaje y envió un especial agradecimiento a Don Bosco diciéndole que lo tendría muy en cuenta.

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90. Los pecados en la frente 1873 (MB. 10,73).

La noche del 11 de noviembre de 1873 Don Bosco narró a sus alumnos el siguiente sueño que había tenido la noche del 8 de noviembre.

Soñé que estaba visitando los dormitorios y que un personaje desconocido se me acercó llevándome junto a los alumnos que iba alumbrando con una linterna en la frente de cada uno y allí se leían sus pecados. Todos los pecados de cada uno estaban allí escritos.

Después me mostró un grupo de jóvenes que tenían la frente y el rostro blanco como la nieve, porque su alma está sin pecado. Yo al verlos sentí una gran alegría. Más adelante me mostró un joven que tenía todo el rostro lleno de manchas negras.

Poco después escuché que cantaban el canto de difuntos (Dales Señor el descanso eterno). Le pregunté al personaje quién era el que se había muerto y me respondió: – Se murió el joven de las manchas negras en la cara.

¿Y cuándo?, ¿cuándo? Él me mostró una hoja de almanaque que decía: 5 de diciembre.

Y yo me desperté.

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91. La misericordia divina 1873 (MB. 10,77).

El 29 de noviembre de 1873 narraba Don Bosco a sus oyentes el siguiente sueño: En días pasados tuve un sueño espantoso. Me fui a acostar pensando en quién era ese personaje que en el sueño anterior iluminó con una linterna la frente de los que están llenos de manchas en el alma. Preocupado por esta idea me quedé dormido.

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1a. Parte: El globo luminoso.

Empecé a soñar que estaba en un inmenso valle que tenía dos pequeñas montañas, una a cada lado. Me acompañaban muchos jóvenes.

De pronto apareció en el oriente un sol 30 veces más brillante que nuestro sol de mediodía, y su luz era tan fuerte que teníamos que estarnos con la cabeza y los ojos en dirección hacia el suelo para no quedar encandilados.

Aquel inmenso globo luminoso tenía encima un letrero que decía: “Dios, para quien todo es posible”. Muchos jóvenes al sentir que si miraban aquel globo luminoso se les podían quemar las pupilas de los ojos, se postraron por tierra y empezaron a decir: “Invoquemos la misericordia de Dios”. Yo también me postré por tierra, con el rostro en el suelo y decía como ellos: “Imploro la misericordia de Dios”.

Y noté que algunos orgullosos se quedaron de pie, mirando hacia el globo luminoso como desafiando la majestad de Dios y el rostro se les volvió negro como el carbón. Y del globo luminoso salieron unos rayos que los dejaron fulminados y paralizados, por no querer implorar como los demás la misericordia de Dios. Y vi con tristeza que son muchos los que no imploran la misericordia de Nuestro Señor.

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2a. Parte: El monstruo.

Luego vi aparecer por el extremo del valle un monstruo, el más feo y deformado animal que en la tierra se haya podido ver.

Y se acercaba cada vez más y más a nosotros. Todos estábamos llenos de terror.

Y en ese momento el globo luminoso se colocó en medio entre el monstruo y nosotros, para impedirle que nos hiciera daño.

Y se oyó por los cielos aquella frase de la Sagrada Escritura: “No puede haber entendimiento entre Cristo y Satanás, entre el hijo de la luz y los hijos de las tinieblas” (2 Cor. 6,15). Al oír estas palabras me desperté.

Yo me sentía muy consolado al ver cuán grande es el número de mis discípulos que implorar la misericordia de Dios, pero sentí también una profunda tristeza al constatar que son muchos los orgullos y duros de corazón que no suplican la misericordia a Nuestro Señor, y que resisten a las llamadas que les hace la gracia de Dios para que mejoren su comportamiento, y siguen con el alma muerta por el pecado y con el espíritu paralizado por sus maldades.

Ya he avisado a algunos para que no abusen de la misericordia de Dios y para que no sean motivo de secándolo y mal ejemplo para los demás.

Y es necesario que todos recordemos la frase que se oyó en el sueño: “No puede haber entendimiento entre Cristo y Satanás, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas”.

Nada de colaboración con los malos, si queremos que el monstruo que es el pecado, no nos destroce.

Y no olvidemos aquello que decía el apóstol Santiago: “Dios resiste y rechaza a los orgullos, pero a los humildes les da su gracia y protección”.

Nota: Puede ser éste un mensaje del Cielo para recomendar que imploremos mucho la misericordia de Dios y que para vernos libres de ese monstruo que es el pecado roguemos mucho a la Divina Misericordia del Señor que nos proteja.

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92. Anuncio de una próxima muerte 1873 (MB. 10,76).

Soñé que un personaje misterioso me llevaba a pasear por los dormitorios y que con una lámpara que llevaba en sus manos iba iluminando la frente de los alumnos que dormían y daba a conocer el estado en que tenían su alma. Unos tenían la frente totalmente blanca. (El alma en gracia y sin pecado). Otros tenían la frente surcada por algunas rayas negras (pecados veniales) y algunos tenían la frente negra como una noche oscura (están en pecados mortales).

Al llegar al extremo del dormitorio oí cantar un canto de funerales. Pregunté por qué cantaban cantos de entierro y me dijeron: – Es que se ha muerto el joven Fulano de tal, el día tal.

Termino diciéndoles que antes de un mes algunos de los presentes habrán pasado a la eternidad. Estemos todos preparados para que si nos llega la muerte podamos recibir premios de Dios y no castigos.

Nota: A los 15 días de este anunció murió el joven Cavazzoli. Don Bosco le había dicho en secreto el nombre del joven al Padre Director del colegio para que lo preparara bien. Tenía miedo de morir pero el Padre Director le dijo: – Es mejor morir ahora que está en paz con Dios, que no después cuando quién sabe qué le pueda suceder a uno en la vida.

Al oír esto el muchacho se calmó y diciendo estás oraciones: Jesús, José y María expire en vuestros brazos y en paz el alma mía”. Y murió santamente.

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93. La muerte de Monseñor Gastaldi 1873 (MB. 10,657).

Soñé que llegaba al Palacio del Señor Arzobispo Gastaldi y que estaba cayendo un enorme aguacero. En ese momento Monseñor salía del Palacio Revestido con los ornamentos pontificiales de celebrar la Santa Misa. Yo me le acerqué y le dije que por favor no saliera todavía a la calle porque estaba lloviendo muy fuerte y que se le dañarían las vestiduras.

Él se volvió hacia mi y de manera muy autoritaria me dijo: – Zapatero a sus zapatos. Métase usted en sus asuntos que yo me meto en los míos.

Yo me le acerqué otra vez y le rogué que no saliera a la calle todavía porque el aguacero arreciaba y le podía hacer mal.

Pero él me respondió bruscamente: – Usted no es el encargado de darme consejos a mí. Váyase a sus asuntos y deje que yo me encargue de los míos.

Y me apartó de su lado y salió a la calle. Pero tropezó entre tanto barro y se resbaló y cayó entre un charco, y sus ornamentos se dañaron mucho.

Yo le volví a rogar que velara por su dignidad, que no siguiera por la calle en medio de tan gran aguacero. Y hasta por cinco veces le rogué, pero todo fue inútil. No valieron ruegos ni suplicas. Cayó por segunda vez y cayó por tercera vez y sus ornamentos se llenaban más y más de barro y de mugre. Y a la cuarta vez que cayó ya no fue capaz de levantarse y sucumbió, y… murió.

Nota: Monseñor Gastaldi, por informaciones mentirosas que le dieron contra Don Bosco, lo trató muy bruscamente y lo hizo sufrir enormemente. El Santo trató varias veces de obtener que corrigiera su modo tan áspero de proceder pero no lo consiguió.

Con este sueño supo que se aproximaba la muerte de Monseñor. Poco después murió de repente, de un derrame cerebral.

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94. La guerra Carlista en España 1874 (MB. 10,1148).

Soñé que estaba en España y que había una gran guerra civil y que estallaban muchos cañonazos en una feroz batalla entre los republicanos y los carlistas.

Nota: En España hubo por aquellos tiempos una guerra civil entre los republicanos y los seguidores del Rey Carlos. La guerra duró 4 años. Don Bosco deseaba que la victoria fuera del Rey Carlos porque éste era muy católico. Pero cuando le preguntaron si Carlos ganaría respondió: – Si Dios le envía alguna ayuda especialísima sí triunfará. Pero por solos medios humanos es casi imposible que consiga la victoria.

Y así sucedió. Carlos no consiguió la victoria y tuvo que retirarse a Italia.

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95. Los caminos de la muerte 1874 (MB. 10,80).

El 17 de noviembre Don Bosco recomendó a los jóvenes que hicieran bien el retiro mensual porque uno de ellos ya no estaría vivo para el retiro del mes siguiente. Durante dos días los jóvenes pasaron a confesarse con él, muy impresionados por ese anuncio.

El 19 de noviembre el Padre Berto, su secretario, le preguntó al Santo cómo lograba saber cuánto lograba saber cuando iban a morir sus alumnos, para avisarlo con tanta precisión. Él respondió: – En sueños veo a nuestros alumnos y enfrente de cada uno veo un camino. El camino que está en frente de algunos es muy largo y tiene escrito el número que indica los años que va a vivir. El camino de algunos es menos largo y el de otros son muy cortos. De un momento a otro veo que el camino de algún joven se acaba y el que va por ese camino cae muerto.

Veo que el camino de algunos está lleno de trampas de los enemigos de la salvación y que el camino de muchos es más corto de los que se imagina la gente.

Últimamente vi que delante de un joven ya no había camino y que enfrente de él estaba escrito el número de este año en que estamos. Por eso les avisé que antes de 40 días, uno de los nuestros ya no estará vivo en la tierra, porque eso es lo que falta para que termine este año.

Observación: ¿Cada uno de nosotros debería pensar qué tan largo será el camino que tiene enfrente? Y decir las palabras del Salmo 90: “Señor ayúdanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón prudente”.

Un anunció que no se cumplió exactamente.

Pero sucedió que un alumno del Oratorio estaba gravemente enfermo y no murió en aquel diciembre, sino en enero del año siguiente. Los jóvenes preguntaron a Don Bosco por qué en esta ocasión su anunció no se había cumplido exactamente, y él les respondió: – Es que este joven no quiso confesarse en todo diciembre. Y rezamos a Dios para que le diera un plazo más. Y al fin se confesó conmigo y pudo morir tranquilamente y perdonado. Pero eso sucedió ya en enero. Se retardó la muerte anunciada para que se consiguiera su conversión.

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96. Vocaciones tardías, Vocaciones de mayores 1985 (MB. 10,35).

A principios de 1875 Don Bosco viendo que la escasez de vocaciones para el sacerdocio era muy grande, estaba interesado en aceptar a hombres ya mayores de edad, deseosos de ser sacerdotes y fervorosos. Pidió a Dios que le iluminara y la respuesta fue este sueño que él narró al principio de este mismo año:Mientras me preguntaba: ¿Quién sabe cuántos de nuestros jovencitos llegarán al sacerdocio?, escuché una voz que me decía: – Observa las listas de los estudiantes y compare.

Me dediqué a observar en las listas de los estudiantes y llegué a la conclusión: que de cada cien jovencitos que empezaron a estudiar con deseos de ser sacerdotes, sólo 15 llegaron al sacerdocio. Y que en cambio cada 10 hombres ya mayores que vinieron a hacerse sacerdotes, 8 llegaron al sacerdocio.

Nota: Desde entonces Don Bosco se propuso abrir una casa para los hombres mayores que desearan llegar al sacerdocio. Es lo que él llamaba: “Vocaciones tardías”, y de aquella casa salieron muchos y muy Santos sacerdotes para la comunidad y para las misiones. Él dice que quiso saber quién era la que le había hablado diciéndoles que mirara y comparara las listas de los estudiantes. Con esto parece que fue la Virgen Santísima la que le dio esta recomendación.

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97. Un árbol prodigioso 1875 (MB. 11,36).

El 15 de marzo de 1875 tuvo el Santo en Roma un sueño que narró el 16 de la siguiente manera: Anoche soñé que me encontraba en un jardín junto a un árbol con unas frutas tan grandes que me admiraban. El árbol tenía 3 clases de frutas: higos, duraznos y peras.

De pronto se levantó un viento impetuoso y empezó a caer sobre mí una granizada mezclada con piedras, y una voz me dijo: – ¡De prisa, de prisa, recoja la fruta! Busqué un canasto pero era muy pequeño. Y la voz me dijo: – Busque otro que sea más grande.

Busqué otro canasto más grande pero se llenó con muy pocas frutas y la voz me mandó que buscara otro todavía mayor. Y añadió: – Aprisa, aprisa, porque el granizo puede destrozar todo.

Me puse a recoger frutas pero tuve una amarga sorpresa al notar que algunos higos que eran muy grandes tenían el defecto de que estaban podridos por un lado. La voz me siguió diciendo: – De prisa, pero escoja bien.

Me puse a escoger bien y eché la fruta en tres canastos: en uno los higos, en otro los duraznos y en otro las peras. ¡Qué hermosas y grandes eran aquellas frutas! Y la voz me habló de nuevo diciendo: – Los higos son para el Señor Obispo, las peras son para ti y los duraznos son para las misiones.

Y dicho esto, la voz desconocida empezó a gritar: – ¡Ánimo, bravo, muy bien! Y yo me desperté.

Este sueño se me quedó sumamente grabado en la mente y no he podido apartarlo de mi recuerdo.

Don Bosco entendió que se le animaba a emprender lo más pronto la obra de las vocaciones para hombres mayores, y que era necesario proceder rápidamente antes de que las contrariedades acabaran con esas vocaciones. La granizada eran las dificultades y oposiciones que el Santo iba a tener por esta obra, que no fueron pocas.

Lo del canasto más grande era un aviso de que había que conseguir para estás vocaciones una casa más grande de la que al principio había pensado conseguirlas.

Las frutas grandes pero podridas por un lado eran personas con apariencia de buena gente pero que tenían algún grave defecto y que era necesario apartarlas del grupo de las vocaciones porque su presencia podría hacer mucho mal.

Las tres clases de frutas fueron los tres grupos de vocaciones que nuestro Santo consiguió: unos para los obispos en las parroquias. Otros para ir de misioneros a América y a otros países. Y los terceros para ayudar a Don Bosco en su obra central.

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98. El caballo misterioso 1875 (MB. 11,223).

El 4 de mayo de 1875 ante el alumnado en pleno nuestro Padre le habló así: La noche del 25 de abril me fui a acostar pensando qué les debería decir a los jóvenes que van hacer los Retiros Espirituales. Y apenas me dormí empecé a soñar. Y me pareció encontrarme en una gran llanura y oí que mis antiguos amigos Buzzetti y Gastini me decían: – Don Bosco, suba a ese caballo que se le presenta.

Y apareció un caballo brioso y hermosísimo que tenía el pelo muy brillante.

Yo subí al caballo. Qué alto me pareció entonces aquel animal. Me parecía estar sobre un elevado pedestal desde el cual contemplaba todo el inmenso valle.

Enseguida sonó una trompeta y se oyó esta voz: – Recuerden que estamos en el país de la prueba y de la tentación (que nadie se extrañe de que le lleguen pruebas y tentaciones. Es el fuego que purifica, dice la 1a. Carta de San Pedro 4,12).

Y en ese momento descendió de lo alto de un monte una inmensa cantidad de jóvenes, más de cien mil. Allí estaban los alumnos de ahora y los que vendrían más tarde. Cada uno llevaba un arma en sus manos: un hierro terminado en dos puntas afiladas.

Y por el otro lado del campo apareció una cantidad enorme de animales feroces que parecían tigres y leones de cuerpo descomunal. Su hocico producía espanto y sus ojos estaban llenos de sangre.

Los monstruos se lanzaron para atacar a los jóvenes, los cuales se prepararon para defenderse con sus armas. Llevando en sus manos aquel hierro con dos puntas afiladas, hacían frente a las fieras, las cuales no pudiendo vencer a sus víctimas, mordían con rabia aquellos hierros pero se les rompían los dientes y tenían que alejarse.

Pero el arma de hierro de algunos jóvenes no tenía sino una sola punta y ellos eran heridos por las fieras. El arma de otros no tenía mango para agarrarla o estaba rota o carcomido por la polilla. Otros eran tan presuntuosos que se lanzaban a combatir las fieras sin llevar armas y eran destrozados por ellas y morían. Pero los que llevaban el arma de hierro con dos puntas bien afiladas y con el mango bien fuerte eran muchos, muchos.

Y una voz me dijo: – El arma de dos puntas significa: Confesión y Comunión.

En una punta del arma estaba escrito: Confesión y en la otra: Comunión. Y la voz añadió: – Mango roto o carcomido significa confesiones y comuniones mal hechas.

Mientras tanto mi caballo se veía rodeado de enorme cantidad de serpientes pero él saltaba y lanzaba coces a derecha e izquierda y las aplastaba o las alejaba y se elevaba cada vez más en corpulencia. Ese caballo significa la ayuda que Dios nos envía para defendernos de los enemigos del alma.

Vi que los que tenían el arma sin mango o con el mango carcomido llevaban escritas algunas de estas palabras: “Orgullo, Pereza, Impureza”.

Di una vuelta en mi caballo por el campo y vi a muchos jóvenes tendidos por el campo como muertos. Unos estrangulados, otros con el rostro desfigurado de manera horrible y muchos muertos de hambre a pesar de que tenían junto a sí un plato lleno de riquísimos alimentos.

Y me fue dicho que éstos representan a los que tienen pecados sin confesar (quizás desde muy pequeños y nunca los han confesado) y a los que comen o beben de gula y a los que no quieren practicar los consejos que se les dan en las confesiones y no aprovechan de la fuerza que ofrecen los sacramentos.

Muchos jóvenes caminaban sobre una alfombra de rosas pero al sentir sus espinas caían desfallecidos por el suelo. Otros pisaban fuertemente las rosas y llegaban al otro lado victoriosos. Y me fue dicho que los que caen bajo las punzadas de las espinas son los que se entregan a los placeres sensuales y son víctimas de sus consecuencias dañosas. En cambio los que pasan adelante victoriosos son los que saben mortificar sus pasiones y dominar su sensualidad.

De nuevo se oyó un sonido de trompeta llamando a batalla y aparecieron otra vez las fieras en mayor número y ferocidad que antes. Y todos nos sentimos atacados, también yo. Pero tomamos el arma de hierro con sus dos puntas afiladas y resistimos el ataque y los monstruos al verse combatidos se dieron a la fuga y desaparecieron. Entonces resonó la trompeta y se oyó una voz que decía: – ¡Victoria!, ¡Victoria! Yo preguntaba: – ¿Pero cómo se proclama victoria si han quedado tantos heridos y tantos muertos? Y la voz del Cielo respondió: – Se concede tregua a los vencidos (para que se recuperen).

Y apareció en el Cielo un bellísimo arco iris desde un extremo a otro de las montañas (señal de la paz que Dios quiere hacer con sus criaturas).

Y sobre la cabeza de los vencedores aparecieron bellísimas coronas que resplandecían de manera maravillosa, y sus rostros brillaban con una belleza incomparable.

Y apareció una bellísima Señora en una tribuna, acompañada de una multitud de gente de una hermosura imposible de imaginar. La señora estaba vestida como una gran Reina y exclamó amablemente: – Hijos míos, vengan todos a protegerse bajo mi manto.

Al mismo tiempo extendió un amplísimo manto y todos los jóvenes corrieron a protegerse bajo él. Noté que algunos en vez de correr volaban por los aires, y en frente llevaban escrito: “Inocencia”. Otros caminaban más despacio porque tienen más faltas. Algunos caminaban entre el barro y se quedaban allí atollados y no lograban llegar hasta el manto de la Señora. Son los que viven amarrados a sus pecados y a sus malas costumbres y por no dejar sus maldades no llegan a ser buenos devotos de la Virgen. Algunos se quedaron en mitad del camino sin lograr llegar porque lo que les interesa en la vida es tener dinero, fama y goces terrenales y no el ser Santos y agradar a Dios.

Yo empecé a correr para colocarme junto al manto de la Virgen Santa y en ese momento me desperté.

Quienes desean saber qué clase de arma tenían en aquel combate y si fueron vencedores o vencidos pueden acercarse en estos días y le diré a cada uno lo suyo.

En este sueño no solamente vi lo pasado sino también lo futuro. Frente a cada joven vi un camino lleno de espinas, de clavos y de peligros, pero también lleno de gracias y de ayudas de Dios, y esos caminos terminaban en un jardín bellísimo al cual llegaban. Que cada uno tenga mucha confianza en Dios pues si bien el camino que le espera para recorrer está lleno de tropezones y guijarros y peligros, también estará lleno de ayudas maravillosas del buen Dios. Y la felicidad que nos espera al final de nuestro camino es tan grande y tan inmensa que muy pronto se nos olvidarían las penas y luchas que tuvimos que sufrir para recorrerlo.

Explicaciones: El Padre Julio Barberis le oyó después decir al Santo: – Esto fue algo más que un sueño.

El Padre Berto se le acercó y le preguntó cómo lo había visto a él en aquel sueño y Don Bosco le dijo tales verdades y tan precisas que el sacerdote preguntante derramó lágrimas de emoción y exclamó: – ¡Si hubiera venido un ángel del Cielo no me habría hablado con tanta precisión!

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99. La palabra de Dios y la murmuración 1876 (MB. 12,45).

El 23 de enero de 1876 cuando Don Bosco empezaba a hablarse a todo el alumnado, lo interrumpió el Padre Barberis, diciéndole: – Perdone Don Bosco, pero hemos oído que en estos días ha tenido un interesante sueño. ¿Quisiera contarlo aquí a todos? ¡Nos gustaría mucho oírlo! Don Bosco siempre radiante de alegría y demostrando la gran satisfacción que sentía al hablarles a sus discípulos, respondió: – Con mucho gusto les voy a contar lo que soñé, y si para alguno trae este sueño alguna enseñanza, que ojalá la ponga en práctica: Me pareció que estaba allá en mi pueblo natal, Castelnuovo, y que un enorme grupo de agricultores trabajaba en el campo: unos araban, otros desyerbaban, algunos sembraban y varios grupos cantaban alegremente mientras trabajaban.

Yo me preguntaba: – ¿Por qué trabaja tanto esta gente? Y me respondí: – Para conseguir alimento para nuestros discípulos.

En ese momento apareció en el campo un anciano venerable que me miraba con mucha bondad y yo me dirigí a él preguntándole.

– ¿Por favor, qué es este campo y de quién es? Él me respondió: – Es el campo del Señor.

Y los labradores empezaron a cantar aquellas frases de Jesús: “Salió el sembrador a sembrar. Y parte de la semilla cayó en el camino y vinieron las aves y se la comieron”. (S. Mateo 13,3).

Y en aquel momento vi salir de todos lados una cantidad extraordinaria de gallinas que se metían en el terreno y se comían las semillas sembradas allí.

Y vi a un buen grupo de religiosos y profesores que observaban todo aquello y no hacían nada por alejar las gallinas; charlaban con sus compañeros, reían, se dedicaban a recreo y a deportes, y algunos hacían otros oficios pero ninguno se preocupaba por alejar aquellas gallinas que estaban haciendo tanto daño.

Yo empecé a llamarles la atención: – Señores, ¿no ven el gran mal que están haciendo todas esas gallinas? ¿No ven que se están comiendo las señillas y que así no vamos a tener cosecha después? Las gallinas ya tienen el buche lleno, ¿por qué no las espantan? Pero ninguno me hacia caso, ni se preocupaban por espantar a las aves.

Entonces yo empecé a palmotear y a tratar de espantar las gallinas para que se alejaran, y entonces uno que otro de esos religiosos y profesores empezaron a espantarlas también. Pero yo me decía: – Ahora sí las espantan, pero ya es tarde. Ya se comieron las semillas.

Y oí que una voz del Cielo repetía aquellas palabras del profeta: “Son perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones”.

Yo me dirigí al amable anciano y le pedí que me explicara qué significaba todo esto y él me dijo: – El campo son los corazones de las personas, donde cae la Palabra de Dios. Las gallinas que se comen la semilla y no la dejan nacer son las murmuraciones y las críticas que acaban con el buen fruto que esa palabra iba a producir en las almas.

Así por ejemplo. Alguno predica o da una conferencia o lee a los demás una página de un buen libro. Esa es la semilla de la Palabra de Dios, pero vienen los murmuradores y los criticones como gallinas hambrientas y se llevan todo el fruto que esas palabras iban a producir. El uno ridiculiza los gestos del predicador o su voz; el otro critica, se ríe de su forma de hablar y alguien murmura de algún defecto físico que tiene el que habló. Y así el fruto del sermón o de la conferencia o charla desaparece. Se hace la lectura de una página de un buen libro, y los murmuradores empiezan a criticar eso que leyó y la lectura queda sin producir fruto. Y los más peligrosos murmuradores son esos que van criticando en secreto, a escondidas, cuando menos se piensa.

Cuando la semilla queda en el terreno, aunque éste no sea muy fértil, sin embargo alguna cosecha produce. Pero si vienen las aves y se comen las semillas, aunque el terreno sea fértil no se consigue cosecha ninguna. Así pasa con los sermones, las conferencias, las charlas formativas y las lecturas espirituales: aunque los oyentes no estén demasiado atentos ni sean demasiado fervorosos, algún provecho les quedará si aceptan de buena gana lo que se les dice. Pero si viene la criticadera y la murmuradera contra el que predica o contra lo que se dice, entonces ningún provecho se puede sacar ya.

Y el anciano siguió diciendo: – Algunos no ponen ningún interés en impedir la crítica y la murmuración y les da miedo demostrar a los murmuradores que no aceptan ese modo de estar criticando. Y existe algo peor: hay algunos que se unen a los criticones y murmuran de todo. Insistan mucho en esto los que enseñan: que la murmuración y la crítica hace enorme mal. No les dé miedo hablar demasiado contra los criticones y los murmuradores. Permanecer mudos cuando se puede impedir la criticadera, es hacerse responsable de esas murmuraciones.

Yo al oír estás palabras me sentí emocionado y más aun me emocione al ver que varios se dedicaban a espantar las gallinas y en ese momento… me desperté.

Mis amigos, yo les recomiendo con toda el alma que huyan de la criticadera y de la murmuración como de uno de los males más dañosos que existen. Apártense de los criticones como se huye de uno que tienen una enfermedad contagiosa. Traten de evitar que otros murmuren y critiquen; quien impide una crítica o una murmuración, ha logrado evitar un gran mal.

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100. Anuncio de tres muertes 1876 (MB. 12,48).

Anoche soñé que llegaba un hombre corriendo a toda prisa a llamarme; – Don Bosco, Don Bosco, ¿no sabe lo que ha sucedido? Que fulano de tal, que estaba hasta hace poco tan sano y tan lleno de vida, está ahora gravemente enfermo y casi moribundo.

– No puedo creerlo – le dije -. Si esta mañana estuve charlando con él en el patio y estaba lleno de vida y de salud.

– Pues Don Bosco, me veo en la obligación de decirle que ese joven necesita urgentemente de su presencia, y desea verle y hablarle por última vez. Venga, venga enseguida, porque de otra manera no alcanzará a llegar a tiempo.

Yo me fui con aquel hombre, y encontramos un grupo de gente que lloraba, y algunos decían: – Siga, siga pronto, que está en las últimas.

Entré a una habitación y encontré a un joven acostado con el rostro muy pálido y una tos y un ronquido y una falta de respiración que casi no le permitían hablar.

Yo lo llamé por su nombre y le dije: – ¿Cómo te encuentras? – Estoy muy mal.

– ¿Pero cómo te encuentras ahora en este estado si esta misma mañana estabas jugando alegre en el patio? – Sí, así es, esta misma mañana estaba alegre jugando en el patio, pero ya ve cómo estoy ahora. Por favor, confiéseme, que me queda muy poco tiempo. No tengo culpas graves en mi conciencia, pero deseo recibir por última vez la absolución, antes de presentarme ante el Divino Juez.

Lo confesé, y enseguida vi que su enfermedad iba empeorando y que la tos ya casi lo ahogaba. Y dije: Es necesario aplicarle enseguida la Unción de los enfermes. Y estaba preparándola cuando alguien exclamó: – ¡Ya expiró. Acaba de morir! Yo me quedé muy impresionado al saber que había muerta tan pronto uno que por la mañana había visto jugando en el patio, pero pensé: – ¡Por suerte que era un joven de muy buena conducta! Y dije a los que estaban allí: – ¿Ven? Este joven no ha tenido tiempo ni siquiera de recibir la unción de los enfermos. Pero demos gracias a Dios que le dio tiempo para confesarse. Era un joven muy bueno y se confesaba y comulgaba frecuentemente. Esperemos que el buen Dios lo tenga ya en su gloria, o que por lo menos esté en el Purgatorio. Pero si una muerte tan inesperada les hubiera sucedido a otros que no están preparados, ¿qué seria ahora de ellos? Recemos una oración por su bendita alma.

Otras dos muertes. Enseguida llegó el salesiano que dirige la librería y me dijo: – Don Bosco, ¿sabe lo que ha sucedido? – ¿Qué ha sucedido?- Que han muerto fulano y zutano.

– ¡No puede ser! ¿Cuándo ha sucedido eso? – Murieron mientras Usted estaba afuera.

– ¿Y por qué no me llamaron? – Porque no hubo tiempo.

– ¿Pero han muerto todos en este día 22 de enero? – No – dijo el salesiano de la librería – mire al almanaque.

Miré al almanaque y decía 26 de mayo.

– ¡Pero si cuando murió el otro joven estábamos en enero! – No, ese joven murió en tiempo de Pascua, en abril. Y los otros dos en mayo.

En ese momento se oyó un ruido fuerte y… yo me desperté.

Yo estaba muy asustado. Ese es el sueño que tuve anoche 22 de enero. Hoy he comprobado que esos tres jóvenes están bien de salud. Trataré de que los cuiden para que se porten muy bien y yo mismo les daré algunos consejos. Pero no voy a decir quiénes son. Nadie se ponga a pensar o a decir: es fulano, es zutano. Más bien cada uno esfuércese por cumplir lo que decía Jesús: “Estad preparados porque a la hora menos pensada vendrá el hijo del hombre”. Estaremos siempre preparados, porque a la hora que menos pensemos puede llegarnos la muerte, y el que no esté preparado para morir bien, corre grave peligro de morir mal. Vivamos santamente y así a la hora que Nuestro Señor le parezca bien enviarnos la muerte, estaremos preparados para pasar a la eternidad feliz.

Explicación: Estás palabras de Don Bosco fueron escuchadas por los 800 alumnos con un silencio extraordinario. No se oía ni siquiera carraspear ni mover los pies. La impresión que ellas causaron duró por semanas y meses, y produjeron cambios radicales de conducta en varios que no se portaban muy bien. Y el número de jóvenes que se acercó al confesionario del Santo en ese días, aumentó considerablemente.

Esa noche el Padre Barberis le dijo: – ¡Padre, cuánto bien hacen esos sueños! Ah si se pudieran escribir todos y publicarlos en un libro, cuánto bien harían a los lectores.

Don Bosco le respondió: – Sí, harían mucho bien. Yo al principio no les daba mucha importancia, pero después me he dado cuenta de que estos sueños causan más efecto que un sermón y que a algunos les aprovechan más que una tanda de Retiros Espirituales. Por eso los cuento. Veo que les hacen bien a los jóvenes y que les agradan y que hasta ayudan a que amen más a nuestra Congregación.

Y dando un suspiro, el Santo añadió: – Cuando pienso en la responsabilidad que pesa sobre mí en esta posición en que me encuentro, tiemblo de pies a cabeza.

Qué cuenta tan tremenda tendré que dar a Dios por tantos favores que nos ha concedido para bien de nuestra comunidad.

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101. La hiena y el auxilio que viene del Cielo 1876 (MB. 12,166).

El 7 de abril de 1876 el secretario de Don Bosco que dormía en la habitación cercana, oyó que el Santo gritaba por la noche diciendo: ¡Antonio!, ¡Antonio!A la mañana siguiente le preguntó si había dormido bien y le contó que lo había oído gritar.

Don Bosco le narró lo siguiente: Soñé que estaba en el último tramo de una escalera en un sitio muy estrecho y que se me presentaba una hiena dispuesta a atacarme. No sabiendo cómo librarme de este antipático animal empecé a pedir auxilio a mi hermano Antonio, que hace muchos años que se murió.

Finalmente avanzó la hiena hacia mí con las fauces abiertas, y yo viendo que nadie venía a auxiliarme agarré la hiena por el pescuezo, lleno de angustia ante tan grande peligro.

Pero en ese momento llegó de los montes un pastor que me dijo las palabras del Salmo 121: “Levantó los ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá mi auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el Cielo y la tierra”. Y añadió: “Cuanto más se baje y se humille una persona, tanto más auxilio y gracias recibirá del Cielo”. Este animal solamente le hace daño al que le da importancia y al que busca el peligro.

Enseguida me desperté.

Nota: Parece que el pastor hacia alusión a aquella frase de San Agustín: – “El pecado y los enemigos del alma son como el fuego y ciertas fieras: no te hieren si no te acercas demasiado y si les tienes demasiada confianza. Pero el que ama el peligro, perecerá en él”.

Y aquella otra frase tan famosa y tan antigua: – “¿Sabes por qué los valles reciben tantas aguas? Porque están muy bajos. ¿Sabes por qué las altas lomas están estériles y resecas? Por estar tan elevadas. Así pasa en lo espiritual: los que se humillan recibirán ríos de gracias y de ayudas de Dios. Los que se enorgullecen y se elevan vanidosamente se quedarán secos y sin muchas ayudas espirituales”.

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102. El Papa Pío IX visitando la casita donde nació Don Bosco 1876.

Este sueño como el anterior lo tuvo Don Bosco estando en Roma en 1876.

Soñé que estaba en mi pueblo Castelnuovo y en mi vereda I Bechi y que llegaba allí el Sumo Pontífice Pío IX. No podía creer que fuera él pero al fin me animé a preguntarle: – ¿Cómo así, el Santo Padre, no ha traído la carroza? Y me respondió: – Mi carroza es la fidelidad, la fortaleza, la amabilidad.

– Yo ya he llegado al fin.

Yo le dije emocionado.

– No, no, Santo Padre. Hasta que no se logren arreglar los asuntos de nuestra Congregación no se puede morir.

Entonces apareció la carroza del Sumo Pontífice y en vez de caballos había tres animales llevándola: una cabra, un perro y una oveja. Pero al llegar a cierto sitio del camino los animales ya no fueron capaces de hacerla mover y el Papa se encontraba cada vez más agotado.

Yo estaba apenado de no haberlo invitado a mi casa a tomar una merienda, pero me decía: Cuando lleguemos donde el Señor Cura párroco le ofreceremos alguna atención.

Como la carroza estaba atascada entre el barro y no se podía mover, yo le puse el hombro al eje de atrás y la levanté. El Santo Padre me empezó a decir: – Si estuviera en Roma y lo vieran haciendo esos oficios se le burlarían.

Y mientras estaba tratando de sacar la carroza de allí… me desperté.

Nota: La primera parte de lo Don Bosco vio en este sueño se hizo realidad cuando en 1988, al cumplirse el primer centenario de la muerte del Santo, el pueblo y la casita de Don Bosco tuvieron un inmenso honor de recibir la visita del Sumo Pontífice Juan Pablo II, gran amigo y admirador de nuestro Padre. El gráfico que está en el encabezamiento de este sueño es un mural que fue pintado en el Templo parroquial de Castelnuovo como recuerdo de la visita del Santo Padre a conmemorar al más famoso hijo de ese pueblo, Don Bosco.

La imagen de este Santo levantando la carroza atascada entre el barro, es muy diciente. Él con sus comunidades y su santidad dio un gran impulso a las obras de evangelización y educación en muchísimas partes del mundo.

El Papa Pío IX murió dos años después de la fecha de este sueño.

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103. La fe: Nuestro escudo y nuestro triunfo 1876 (MB. 12,300).

El 28 de junio Don Bosco les dijo a los alumnos en su discursito antes de que se fueran a dormir.

– Tengo que contarles un sueño interesante. Pero ya son las 9 y tendría que resumirlo demasiado para no trasnocharlos.

Se oyeron gritos generales en el alumnado: – ¡Cuéntelo!, ¡cuéntelo! – Como es un sueño algo complicado, y se lo quiero contar despacio y con todos sus detalles, lo vamos a dejar para una próxima vez que venga a hablarles porque ya esta noche hemos hablado de otros temas. Lo que sí les advierto es que es un sueño que producirá un poco de miedo, pues a mí también me asustó bastante. Pero dejémoslo para la próxima vez.

Los centenares de jóvenes y todo el personal de profesores y de religiosos esperaban con emoción la narración del sueño y la noche del 30 de junio, fiesta del Corpus Christi comenzó el Santo a hablar de esta manera: – No les quería contar este sueño por no atemorizarlos. Pero después pensé, si les hace bien, contémoslo.

Yo venía pidiéndoles a Nuestro Señor desde hace bastante tiempo que me hiciera conocer en qué estado se hallaban las almas de mis discípulos, y qué remedios debo emplear para alejar de cada uno sus vicios y malas costumbres.

Y Dios tan bueno me hizo ver claramente el estado en el que se halla el alma de cada uno, y no sólo eso, sino también lo que les espera en el futuro.

También le he pedido mucho a la Santísima Virgen que ninguno de mis discípulos le conceda hospedaje al demonio en su corazón y espero que Ella me consiga esa gracia.

Soñé que estaba con mis queridos jóvenes en el patio del Oratorio, al atardecer cuando ya las sombras comienzan a oscurecer el Cielo. Me rodeaba un grupo inmenso de muchachos, como lo acostumbran hacer en señal de cariño. Unos saludaban, otros preguntaban algo y yo le decía una palabra a uno y otra a otro.

De pronto se oyó un griterío en el extremo del patio y un ruido grandísimo y todos los jóvenes empezaron a correr muy asustados. Muchos gritaban y se quejaban. Yo quería saber de qué se trataba, pero algunos se acercaron y me dijeron: – Cuidado no vaya para allá porque ha llegado un monstruo que lo puede devorar. Huya con nosotros.

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El primer león. Dirigí la vista hacia el sitio donde se sentían los rugidos y vi un monstruo que a primera vista parecía un terrible león, inmensamente grande. Su cabeza era enorme y su boca abierta parecía hecha para devorar. De ella salían dos grandes y agudísimos colmillos que parecían cortantes espadas.

El animal se acercaba amenazante ante nosotros, lento, seguro, como quien sabe que va a conseguir presa para devorar.

Nosotros estábamos atemorizados y los jóvenes se reunieron alrededor mío, y con los ojos fijos en mí me preguntaban: – ¿Don Bosco qué debemos hacer? Yo les dije: – Volvíamos hacia la imagen de la Santísima Virgen, arrodillémonos y recémosle a Ella con más devoción que otras veces para que nos libre de este peligro. Si se trata de un animal feroz, la Virgen lo vencerá, y si es un demonio, la Madre de Dios lo hará huir. No tengan miedo: la Madre Celestial se preocupa por nuestra salvación.

La fiera continuaba acercándose en actitud de preparar el salto para arrojarse contra nosotros.

Nos arrodillamos y comenzamos a rezar. Pasaron unos minutos de verdadero terror. La fiera había llegado ya tan cerca que de un salto podía caer sobre nosotros. Cuando de pronto, sin saber cómo, nos vimos trasladados todos a un gran salón, en medio del cual estaba la Santísima Virgen. Nuestra Señora resplandecía con luces maravillosamente hermosas y estaba rodeada de muchos ángeles y Santos. Ella nos habló amablemente diciéndonos: – No tengan miedo. Esto es solamente una prueba a la cual los quiere someter mi Divino Hijo.

Junto a la Virgen, resplandecientes de gloria, vi a varios salesianos que han muerto, y a mi hermano José y a un religioso de La Salle, hermano cristiano. Allí estaban además muchos amigos nuestros que han muerto y vi también a varios que aun están vivos.

Y una voz gritó: – Levantemos el corazón.

Y explicó: – Hay que reavivar nuestra fe. Hay que elevar nuestro corazón hacia Dios. Hagamos actos de amor a Nuestro Señor y de arrepentimiento, y hagamos esfuerzos de voluntad para rezar con mayor fervor. Confiemos más en Dios.

Luego se oyó otra voz que decía:- Levantémonos y subamos.

Y sin saber cómo, nos sentimos elevados por los aires hasta muy alto.

Casi hasta la altura del techo del gran salón. Todos estábamos en el aire y yo me sentía maravillado de que no cayéramos.

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Aumenta el número de atacantes. Y he aquí que el monstruo que habíamos visto en el patio, penetró en el salón acompañado de innumerable cantidad de fieras de diversas clases, dispuestas todas a atacarnos. Nos miraban, levantaban el hocico, y sus ojos parecían llenos de sangre. Yo, allá arriba, agarrado de una alta ventana pensaba: – Si me llegó a caer de aquí, las fieras harán conmigo una gran carnicería.

Y en ese momento oímos que la Virgen Santísima empezó a cantar aquella frase de San Pablo: “Que cada uno se arme con el escudo de la fe, para que pueda resistir los ataques del enemigo”. (Efesios, 6,16). Era un canto tan armonioso, tan bello, tan lleno de melodías, que a nosotros nos parecía estar en el Cielo. Y se oía como si cien hermosas voces cantaran al mismo tiempo.

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Los escudos. Y enseguida partieron de junto a la Virgen muchos jovencitos como llegados del Cielo, que traían unos escudos y colocaban uno frente a cada uno de nuestros alumnos. Los escudos eran grandes, hermosos, resplandecientes. En ellos se reflejaba una luz celestial. Cada escudo era de acero en el centro y estaba rodeado de un círculo de diamantes irrompibles, y el borde era de oro muy fino. El escudo representaba la fe. Cuando todos tuvimos cada uno nuestro escudo, se oyó una voz potente que decía: – ¡A la lucha! Y en ese momento todos bajamos y caímos suavemente hacia el suelo, y cada uno empezó a luchar con las fieras que tenían en frente, defendido por su escudo. Aquellos monstruos empezaron a atacarnos con todas sus armas destructoras, pero les poníamos en frente nuestros escudos y se les partían los dientes y se les caían las uñas y tenían que alejarse. Llegaron luego otras manadas de feroces fieras pero les sucedía lo mismo que a las anteriores. La lucha fue larga y feroz, pero al fin oímos la hermosa voz de la Santísima Virgen que nos repetía la frase del apóstol San Juan: “Esto es lo que consigue victoria sobre el mundo: nuestra fe” (1 Jn. 5,4).

Al oír tales palabras, aquella multitud de fieras espantadas se dio a precipitada fuga. Y nosotros quedamos libres.

Entonces me puse a fijarme en los que llevaban el escudo de la fe. Eran miles y miles. Allí había muchos amigos que ya han muerto y muchos que aun están vivos. Y otros que vendrán en tiempos futuros.

Los ojos de los jóvenes no lograban apartarse de la Santísima Virgen. Ella entonó un canto de acción de gracias a Dios tan hermosos, que yo creo que sólo en el paraíso se podrá oír algo igual.

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Nuevo y feroz ataque. Pero nuestra alegría se vio alejada de improviso por una serie de gritos y quejidos en el patio. Me asomé y vi una escena horrible: el patio estaba lleno de muertos, de heridos y de moribundos. Los monstruos habían vuelto y los destrozaban con sus colmillos, dejándolos llenos de heridas.

Y el que hacia la carnicería más espantosa era una especie de oso, que con sus dos colmillos que parecían dos afiladas espadas, hería sin compasión a los jóvenes en el corazón y los dejaba muertos.

El oso furioso se dirigió hacia mí tratando de atacarme y de atacar a los que estaban junto a mí. Pero al ver que teníamos el escudo de la fe no se atrevió a acercarse más.

Y entonces pude ver que sus dos colmillos tenían cada uno un nombre: El uno se llamaba OCIO: perder el tiempo. Y el otro colmillo se llamaba: GULA: comer o beber más de lo necesario.

Yo no me podía explicar cómo entre los que viven en nuestras casas donde se trabaja tanto, pudiera existir el OCIO, y cómo nuestros alumnos tan pobres puedan comer o beber de GULA.

Y una voz me explicó todo de la siguiente manera: El OCIO, o perder el tiempo, significa que se pierden muchas medias horas. Ocio no significa solo no trabajar, sino que quiere decir también dejar volar la imaginación a pensar cosas peligrosas. Ocio es no estudiar las lecciones o no hacer las tareas. Ocio es dedicar el tiempo a lecturas mundanas, inútiles o dañosas. Ocio es cruzarse de brazos y dejar que los otros hagan solos los oficios sin ayudarles. Ocio es estar con desgana y sin atención en la Iglesia y hasta demostrar fastidio en los actos de piedad y devoción.

El ocio, el estarse sin hacer nada, es causa de muchas tentaciones y de muchísimos pecados. Insístales a sus discípulos que si ocupan bien su tiempo cumpliendo exactamente sus propios deberes conservarán la castidad y las demás virtudes y no caerán en las trampas que les tienen preparadas los enemigos de la salvación.

– ¿Y la gula? ¿El comer o beber demasiado? La voz me dijo: Se peca de gula cuando se come o se bebe más de lo necesario. Se duerme de gula cuando se duerme más de lo necesario (dormir demasiado es tan dañoso como comer demasiado). Se peca de gula cuando se le dan al cuerpo más gustos de los que se le deberían dar en el descanso, en el comer, en el beber.

Yo di las gracias por estás enseñanzas tan bellas y tan prácticas y quise acercarme a la Santísima Virgen para saludarla, pero oí nuevamente gritos en el patio y quise salir a ver que sucedía y en ese momento me desperté.

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104. Las ovejas fieles y las ovejas desertoras 1876 (MB. 12,331).

La noche de la fiesta de Santa Ana (26 de julio de 1876) soñé lo siguiente: Vi que un pastor llevaba un año cuidando muy bien a sus ovejas y que estaba contento porque como premio de sus fatigas iba a conseguir muy buena lana y muchos beneficios más.

Pero cuando llegó el tiempo de recoger la lana se dio cuenta de que faltaban varias de sus ovejas. Preguntó cuál era la razón y le respondieron: – Vino otro hombre, les propuso darles mejores pastos, e ilusionadas con él, esas ovejas se marcharon.

El pastor se puso muy triste y exclamó: – Pobre de mí: tanto que trabajé, tanto que me esforcé por mis ovejas y no he logrado conseguir las frutos que deseaba.

Perdí mi tiempo, mi trabajo y los gastos que hice.

Pero las ovejas que habían permanecido fieles le respondieron: – No, no has perdido tu trabajo. Nosotros te compensaremos por las que fueron infieles y se alejaron. Nosotros te daremos ganancias por las que se fueron.

Y el pastor se puso muy contento y demostró en adelante un gran cariño por estás ovejas tan fieles.

Propongo un premio para el que me diga qué enseñanzas trae este sueño.

Explicación: El Padre Maestro de novicios que llevaba un año formándolos, le escribió a Don Bosco contándole entristecido que varios se habían ido a sus casas o se iban a ir. El Santo le respondió contándole este sueño.

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105. Trabajo y templanza 1876 (MB. 12,393).

1a. Parte: El toro y la humildad.

Este es uno de los sueños más importantes de nuestro Santo. Lo narró así: Anoche tuve un sueño que me parece rico en importantes enseñanzas.

Vi que con mis discípulos llegábamos a un campo y que un personaje desconocido nos decía: – Quiero librarlos de un gran peligro. Es un toro furioso que destroza a los que pasan por su camino.

Y me recomendó: – Dígales a sus discípulos que tan pronto oigan el rugido del toro, que es feroz y muy grande, se lancen inmediatamente al suelo y permanezcan así boca abajo, con la cara vuelta hacia tierra, hasta que el toro se haya alejado. Los que no acepten humillarse por tierra y quedarse así, estarán irremediablemente perdidos. Que recuerden aquella frase del Evangelio que dice: “Los que se humillan serán enaltecidos, pero los que se enorgullecen serán humillados”.

Y de pronto se oyó el terrible rugido del toro y mis discípulos muy obedientes hicieron dos filas a lado y lado del camino y se echaron a tierra y permanecieron con la cara vuelta hacia el suelo.

Se oyó el espanto rugido del toro y llegó aquel animal terrible. Tenía unos cuernos con los cuales hacia verdaderos estragos. Todos temblábamos de susto. Al toro le aparecieron hasta siete cuernos. Pero con los dos de enfrente era con los que más destrozaba.

Y se oyó una voz que decía: – Ahora se verán los efectos de la humildad.

Y, ah maravilla, en un instante, todos los que estábamos postrados y echados por tierra, con la cara contra el suelo, fuimos levantados por los aires de manera que los cuernos del tono no nos alcanzaban a tocar.

Pero los orgullosos, los que se habían quedado de pie en vez de echarse por el suelo, fueron todos destrozados por los cuernos del feroz animal. Y la voz dijo: – Esto sucede a los orgullosos. El que se enorgullece será humillado.

El toro levantaba los cuernos queriendo alcanzarnos y herirnos pero no lo logró porque estábamos bien altos. Entonces enfurecido se fue a buscar a otras fieras más que le ayudaran a alcanzarnos.

El toro es el enemigo de las almas. Tiene hasta siete cuernos, que son los pecados capitales (orgullo, avaricia, ira, impureza, gula y pereza). Pero a los que se mantienen humildes no los logra destrozar con estos pecados.

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2a. Parte: Las fieras y la Eucaristía.

Vi luego que nos dirigíamos todos a una Iglesia y que nos arrodillábamos ante el Santísimo Sacramento del altar y nos dedicamos a rezar devotamente. Y en ese momento llegaron muchos otros toros furiosos con cuernos terribles y nos querían atacar pero no se nos pudieron porque estábamos rezando a Nuestro Señor (se cumplía lo que dijo Jesús: “Ciertos espíritus malos no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.).

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3a. Parte: Las dos condiciones para el éxito.

Llegamos a un extenso campo y el desconocido me dijo: – Ahora vas a ver lo que espera a la Comunidad Salesiana.

Me hizo subir a una altísima roca y desde allí logré ver una llanura tan grande como nunca me había imaginado que pudiera haber algo tan inmenso. Parecía que desde allí se veía toda la tierra.

Y aparecieron allí personas de todos los colores y razas y con vestimentas de los más diversos países de la tierra. Allí cerca de mí había salesianos que conducían enormes grupos de muchachos italianos. Los logré reconocer. Luego hacia el sur vi muchos salesianos de Sicilia y del África dirigiendo grandes multitudes de jóvenes. Miré hacia el oriente y vi muchos jóvenes del Asia conducidos por los salesianos. A los salesianos de la primera fila los conocía. Los demás me eran desconocidos. Miré hacia el norte y hacia el occidente y por todos lados, enormes grupos de muchachos marchaban dirigidos por los salesianos.

Y el personaje me explicó: – Este es el campo inmenso que espera a los salesianos. Un campo sin lmites espera a tus discípulos. Has visto a unos que conoces y a otros que no te son conocidos. Eso significa que los salesianos trabajarán por las almas en este siglo, en el siglo siguiente y en los siglos futuros. Pero con una condición: para conseguir estos éxitos que has visto se necesita que tengan estas palabras como su lema, como su palabra de orden, como si distintivo. Las palabras son: El trabajo y la templanza han florecer la Congregación Salesiana. Estas palabras hay que explicárselas, hay que repetírselas muchas veces y hasta escribir algún librito que explique el significado de esas dos palabras. Es necesario tratar de convencerlos de que el trabajo y la templanza son la herencia que le dejas a la Congregación, y al mismo tiempo su gloria.

Templanza es dominarse a sí mismo: ser sobrio y mortificado en el comer, en el beber, en el dormir y en el descansar. Es cumplir aquello que dijo Jesús: “Quien desea ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que se domine a sí mismo”).

Yo le respondí: – Estoy muy de acuerdo con todo esto. Es lo que recomiendo a mis discípulos día tras día y siempre que se me presenta la ocasión.

Y la voz siguió diciéndome: – Hay que decirles con toda claridad que mientras cumplan estos dos lemas: Trabajo y Templanza (estar siempre muy ocupados y saber mortificar sus sentidos y sus pasiones) tendrán seguidores al norte y al sur, al oriente y al occidente. Que cada uno se proponga ser un modelo en esto. Que cumplan lo que recomienda el apóstol: “Sean sobrios y estén atentos y vigilantes, por que el enemigo, el diablo, da vueltas como león rugiente, buscando a quién devorar” (San Pedro 5,8).

El dominar los sentidos y la sensualidad es el paso número uno para obtener personalidad.

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4a. Parte: Los cuatro clavos.

El guía me hizo luego un cartelón donde estaban pintados cuatro clavos y me dijo: “Estos son los cuatro clavos que atormentan y acaban con las congregaciones religiosas. Son como los cuatro clavos que atormentaron a Cristo en la cruz.

Si en la Congregación Salesiana los logran tener alejados, todo marchará muy bien y llegarán a la santidad.

Y me explico: El primer clavo lleva escrita una frase de San Pablo que dice: “Su Dios es el vientre”. Significa comer demasiado, beber demasiado. No ser mortificados en el comer y en el beber.

El segundo clavo lleva escrita otra frase del apóstol que dice: “Buscan lo suyo propio y no lo que es de Jesucristo”. Son los que lo que buscan no es el Reino de Dios o la salvación de las almas, sino su propia comodidad, el darle gusto a su orgullo y a su vanidad y el ayudar sólo a sus familiares. Si se aleja este modo de comportarse, la Congregación prosperará.

El tercer clavo lleva otra frase de la se que dice: “Su lengua es como el veneno de una víbora venenosa” (Salmo 140). Son los murmuradores, los que siempre viven criticando, los chismosos que cuentan a otros lo que han dicho contra ellos. Son un clavo fatal para las comunidades.

Y el cuarto clavo tiene escrita esta frase: “Ocio, malgastar el tiempo”. Son los que pasan horas y horas sin hacer nada que valga la pena. Cuando a una comunidad llegan estos individuos que se la pasan sin hacer nada, la comunidad va hacia la ruina. Pero cuando todos se dedican a trabajar con toda su alma, la comunidad progresa.

Luego el guía me mostró otra frase del Libro Santo que decía: “Son como una serpiente escondida entre la hierba, como una víbora en el camino por donde hay que pasar” (Génesis 49,17). Son esos individuos que no les tienen confianza a los superiores, que jamás hablan con ellos, que se guardan todo lo que sienten y nunca lo dicen. Estos tales son verdaderos flagelos para las comunidades. Los que obran mal si son descubiertos pueden ser corregidos, pero éstos son solapados, hipócritas y no nos damos cuenta del mal oculto que andan haciendo, y cuando se les descubren ya no hay tiempo para remediar el mal que han hecho. Esta clase de gentes hay que mantenerlas alejadas de la Congregación.

Yo me propuse escribir estos consejos tan sabios, y cuando iba a comenzar a escribir, vi que los jóvenes empezaban a llegar asustados y oí el mugir del toro que llegaba embistiendo, y fue tal el susto que sentí que… me desperté.

Conclusión: Qué buena conclusión de todo esto fuera que nos propusiéramos practicar cada día el lema de Trabajo y Templanza y evitar siempre los cuatro clavos tan dañosos: la gula, el orgullo, la murmuración y el ocio. Y en vez de obrar ocultos como serpiente en la hierba, ser francos y sinceros con los superiores. De esta manera podremos hacerle un gran bien a nuestra alma y al mismo tiempo hacer muchísimo bien a otras almas.

Le pedí a Nuestro Señor que me iluminara algo más acerca de lo importante que es el cumplir el lema de Trabajo y Templanza, y me volví a dormir. Y vi un bellísimo jardín lleno de las flores más hermosas que se pueda uno imaginar. Y me fue dicho esa será tu comunidad si se observa tu lema de Trabajo y Templanza.

Luego el jardín se convirtió en una pocilga donde había los animales más asquerosos y repugnantes que uno pueda imaginarse y allí había un hedor inaguantable, y me fue dicho: “En eso se convertirá la comunidad si no se obedece el lema de Trabajo y Templaza. El hedor me produjo tanto asco que me desperté, y quedé por bastante tiempo con la impresión de aquella escena tan repugnante y horrible.

Hagamos caso a lo que se nos ha aconsejado hoy, y seremos felices. (MB. 12,401).

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106. La flioxera (o Roya o Broca o Plaga) de las uvas 1876 (MB. 12,404).

En una noche de octubre de 1876, mientras muchos de mis discípulos estaban haciendo los Retiros Espirituales, soñé que llegaba a un inmenso salón lleno de religiosos y que ellos me decían: – ¿Está pensando qué debe decir a sus discípulos al final de los Retiros Espirituales? Pues… hábleles de la Flioxera; que huyan de la Flioxera. Dígales que si se esfuerzan por tener alejada la Flioxera; entonces sí la comunidad tendrá una larga vida y logrará hacer mucho bien a las almas.

Yo les pregunté: – ¿Y de qué flioxera hablan ustedes? – Pues de esa flioxera que ha acabado y llevado a la ruina a tantas comunidades religiosas y aun a muchas les impide hacer el bien que deberían hacer.

Y como yo no entendía qué era lo que me querían decir, se adelantó un personaje amable y venerable y me dijo: – Te voy a explicar. La flioxera (o roya o broca) es una enfermedad que les viene a las plantaciones y las destruye. Está compuesta por millones y millones de pequeñísimos microbios.

Y cuando aparece en una planta, no pasa mucho tiempo y ya todas las plantas de los alrededores están infectadas del mismo mal, aunque estén a cierta distancia. Cuando aparece esta enfermedad la infección se extiende rápidamente y los frutos y la cosecha que se esperaba recoger queda todo arruinado. ¿Y cómo se propaga? El viento va transmitiendo la enfermedad de planta en planta. Es una desgracia que se propaga rapidísimamente.

– Y esa flioxera es la murmuración, que se propaga rapidísimamente y lleva la enfermedad de la desobediencia a muchas personas.

– ¿Y qué más les produce la flioxera, o sea la murmuración? El anciano venerable me respondió: – Los males que provienen de la murmuración son incalculables. Lo primero que hace marchitar en las casas a donde llega es la caridad (la murmuración es un baldado de agua fría sobre la pequeña llama de la caridad). La murmuración enfría y apaga el deseo de salvar almas y hace perder mucho tiempo que se podía emplear en hacer el bien. Y el mal ejemplo que se recibe de los murmuradores hace que en ellos se cumpla lo que dice el Libro del Eclesiástico: “El murmurador se hace antipático ante Dios y ante los hombres”. No hace falta que el murmurador pase de una casa a otra: basta que allá se sepa lo que él dijo murmurando y así el mal se va extendiendo de casa en casa. Este fue el mal que acabó con muchas comunidades religiosas.

– ¿Pero y cómo poner remedio a este mal tan grande? El personaje me dijo: – No basta con remedios tibios. Hay que tomar medidas serias y fuertes. Para atacar la flioxera no basta con fumigar.

Basta una planta infectada para que ella infecte toda la plantación y se pase a otras fincas. Por eso es necesario cortar la planta, y ojalá quemarla, y si son bastantes las plantas infectadas, hay que cortar todas las que tienen esa enfermedad. Así tiene que ser en las comunidades: al murmurador, al que rechaza las órdenes recibidas, al que desprecia los reglamentos, al que siembra discordias y descontento entre los demás, hay que alejarlo sin contemplaciones, sin dejarse vencer por una peligrosa tolerancia. A veces se siente lástima al tener que castigar a un individuo porque tenemos amistad con él o porque tiene cualidades muy especiales, o porque su gran ciencia trae prestigio a nuestra Congregación. ¡Cuidado!, no hay que dejarse llevar por esa consideración. Esos individuos difícilmente cambiarían de modo de ser. No digo que su conversión sea imposible, pero me atrevo a asegurar que es muy rara la posibilidad de que abandones su costumbre de murmurar, de criticar y de hacer mal ambiente.

Dirían algunos, ¡pero es que si se van, pueden portarse todavía peor allá en el mundo! Allá ellos, pero nosotros no podemos dejar esos individuos en la Congregación porque acabarían con todo.

– ¿Y si en la Congregación hubiera esperanza de que cambiaran? – ¡Cuidado! Es preferible que se vaya uno de ellos y no exponerse a que se quede infectando con su murmuración y su rebeldía a toda la plantación del Señor. Tienes que hablar muy seriamente de esto a los que dirigen la comunidad.

Le di las gracias al amable personaje por estas enseñanzas tan importantes y en ese momento sonó la campana para la levantada y me desperté.

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107. Aparición de Domingo Savio 1876 (MB. 12,494).

La noche del 22 de diciembre de 1876, fue memorable en el Oratorio o colegio de Don Bosco en Turín, pues aquella noche narró uno de sus más importantes y hermosos sueños. Hizo reunir a todo el personal de la casa, alumnos, profesores y religiosos, para contarles un sueño que dos días antes les había prometido narrarles. Es de imaginar la expectación general que había por escucharlo.

Cuando lo vieron aparecer en la cátedra lo recibieron con entusiastas aplausos como sucedía cada vez que reunía a todo el personal de la casa para hablar de algún tema de especial interés. Apenas indicó que iba a comenzar a hablar se hizo un profundo silencio. Y él habló así: La noche del 6 de diciembre, comencé a soñar y me pareció que estaba en una pequeña altura frente a una llanura que parecía de cristal. Allí había las flores más bellas que uno se pueda imaginar y los frutales más exquisitos que desear se pueda. Además se veían por allí muchísimos edificios tan elegantes y tan lujosos que para la construcción de uno solo de ellos parecía que hubieran gastado todos los tesoros del mundo. Yo me decía: – Ah, si mis jóvenes pudieran venir a gozar de la vista de estás bellas flores y a gustar estos frutos tan sabrosos y a vivir en estás casas tan lujosas.

Y en esos momentos llegó a mis oídos una música maravillosa como entonada por cien mil instrumentos musicales, tan bella como ningún famoso músico del mundo es capaz de componer algo semejante.

Y vi por entre aquellos jardines y frutales miles y miles de personas alegrísimas, cantando a mil y mil voces este bellos himno del Apocalipsis: “A Dios que está sentado en su trono y al cordero, alabanza, honor, gloria y poderío por los siglos de los siglos” (Ap. 5,13).

Mientras escuchaba entusiasmado los cantos celestiales vi venir hacia mí una inmensa multitud de jóvenes. Muchos de ellos habían estudiado en nuestros colegios y los conocía. Muchísimos más vendrán en tiempos futuros y eran desconocidos para mí. Al frente de ellos venía Domingo Savio y junto a él varios salesianos que ya murieron.

Al llegar aquella multitud de jóvenes cerca de mí se detuvieron a unos cinco metros de distancia. Ellos estaban inundados en una grandísima alegría que se notaba en el brillo de sus ojos y en el resplandor de su rostro. Me miraban con una amable sonrisa y permanecían en silencio.

Don Bosco se adelantó él solo y se colocó tan cerca de mí que si yo estiraba la mano lograba tocar sus hombros. Callaba y me miraba sonriente. Qué hermoso estaba. Su vestido era maravillosos: una túnica blanquísima adornada toda de diamantes y tejida en oro. En la cintura una franja roja, toda ella llenita de piedras preciosas (esmeraldas, perlas, rubíes, etc.) tan cerca unas de otras que casi se tocaban, y formando unos dibujos tan hermosos que yo estaba entusiasmado al contemplar todo aquello.

De su cuello colgaba un collar de bellísimas flores, que tenían hojas que eran diamantes y estaban colocadas sobre tallos de oro. Aquellas flores brillaban más relucientes que el sol de mediodía, y todas ellas iluminaban hermosamente el rostro rosado y amable de Domingo Savio, el cual llevaba sobre su cabeza una corona de rosas y se presentaba tan agradable y venerable que parecía un ángel.

(En este momento Don Bosco hizo un gesto de emoción que estremeció a todos sus oyentes. Después de breve pausa continuó).

– Y como Domingo Savio, así venían vestidos hermosísimamente todos sus compañeros. Cada uno tenía en su cintura una faja roja, igual a la llevaba Domingo Savio.

Yo le pregunté: – Domingo, ¿éstos son los goces del paraíso? Y él me respondió:- No, éstos no son los goces del Paraíso Eterno, sino solamente goces naturales. Porque “ni ojo vio, no oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Si alguno viera algo de lo que se goza en el paraíso, moriría de la emoción.

– ¿Y qué se goza en el paraíso? – Es imposible decirle qué se goza en el paraíso. Pero lo principal es que se está junto a Dios. (“Esta es la vida eterna: conocer a Dios verdadero y a su enviado Jesucristo” (S.

Juan 17,3).

Le pregunté de nuevo a Domingo Savio: – ¿Por qué llevas esa túnica tan blanca y hermosa? Y un coro desde el Cielo empezó a cantar aquellas palabras del Apocalipsis: “Estos son los que purificaron su alma con la sangre del cordero” (Ap. 7,14).

Volví a preguntar: – ¿Y por qué llevas esta faja de color rojo? Y una voz cantó esta frase del Libro Sagrado: – “Quienes conservaron la virtud de la pureza, seguirán al Cordero de Dios donde quiera que Él vaya” (Ap. 14,4).

Comprendí entonces que la faja de color rojo, color de sangre, era símbolo de los grandes sacrificios hechos, de los violentos esfuerzos y casi del martirio sufrido por conservar la virtud de la pureza, y que para mantenerse casto en la presencia del Señor hubiera estado pronto a sacrificar la vida, si las circunstancias se lo hubieran exigido; que esa faja roja simboliza también las penitencias y mortificaciones que libran al alma de caer en muchos pecados. Y que la túnica blanquísima era una señal de que él mantuvo su alma blanca, sin mancha de pecado.

Luego al contemplar todos aquellos numerosos grupos de jóvenes que seguían a Domingo Savio le pregunté: – ¿Quiénes son esos que te siguen? Y un coro de jovencitos me respondió cantando: – “Son como los ángeles de Dios en el Cielo” (Mt. 22,30).

Volví a preguntar a Domingo: – ¿Por qué tú, si no eres el más viejo, eres el que viene dirigiendo este grupo? Él me respondió: – Es que yo soy el más antiguo de los que han muerto en el Oratorio, porque fui el primero de tus alumnos en pasar a la otra vida. Y además: traigo un mensaje de Dios.

Esta respuesta me hizo entender que Domingo Savio era enviado como embajador de Dios para traernos un mensaje del Cielo.

Yo le volví a preguntar: – ¿Qué me dices de la vida pasada de nuestra Obra? – En cuanto al pasado tengo que decirle que la Congregación ha hecho mucho bien. ¿Ve aquel inmenso grupo de jóvenes? – Sí, lo veo. ¡Qué numerosos son!, ¡Qué felicidad se refleja en sus rostros!- Pues mire bien el letrero que hay enfrente a ellos.

– Ya lo veo. Dice: JARDÍN SALESIANO.

– Pues bien – continuó diciendo Domingo Savio – todos esos jóvenes fueron educados en su obra o por sus religiosos o por personas encaminadas desde aquí hacia la vocación sacerdotal. Pero su número seria de cien millones de veces mayor, si hubieran tenido mayor fe y mayor confianza en Dios.

Lancé un suspiro de tristeza ante reproche y me hice el propósito de que en lo sucesivo procuraré tener mayor fe y más grande confianza en Dios en la ayuda de la Providencia de Dios.

– Y acerca del presente ¿qué me dices? Domingo Savio me presentó un bello ramillete de flores. Allí había rosas, violetas, girasoles, gencianas, azucenas, siemprevivas, y entre las flores, espigas de trigo. Me ofreció el ramillete y me dijo: – Que sus alumnos se esfuercen por tener cada una de estas flores, y que no les falte ninguna de ellas y que no se las dejen robar.

– ¿Y qué significan esas rosas? – La rosa significa la caridad. La violeta la humildad. El girasol la obediencia. La genciana (flor amarga que baja la fiebre) significa la mortificación y la penitencia. La azucena representa la pureza o castidad. Las espigas de trigo significan la comunión frecuente. La siempreviva quiere decir que estas virtudes se han de cultivar y poseer siempre y tratar de perseverar en practicarlas. Recuérdeles a todos que los que practican la virtud de la pureza serán como ángeles de Dios en el Cielo.

– Domingo, ¿y qué fue lo que más te consoló a la hora de la muerte? – Lo que más me consoló y alegró a la hora de la muerte fue la asistencia de la poderosa y bondadosa Madre de Dios.

Dígales a sus discípulos que no se olviden de invocarla en todos los momentos más importantes de la vida.

– Y en cuanto al futuro ¿qué me puedes decir? – Que el próximo año seis de sus discípulos serán llamados por Dios a la eternidad. Pero consuélese que ellos pasan del desierto de este mundo al jardín del paraíso. Serán coronados como buenos vencedores. El Señor Dios le ayudará en su obra y le enviará otros discípulos igualmente buenos.

– ¡Paciencia! – exclamé – ¿Y en cuanto se refiere a nuestra Congregación? En cuanto a la Congregación, Dios le prepara grandes acontecimientos. El año entrante aparecerá en ella una luz, una aurora tan espléndida que iluminará los cuatro extremos de la tierra, de oriente a occidente y de norte a sur: una gran gloria le está preparada. Si los sacerdotes de la Congregación saben hacerse dignos de la alta misión que Dios les ha confiado, el futuro de la comunidad será maravilloso y muchísimas almas se salvaran por su medio, con la condición de que sean muy devotos de la Virgen María y de que cada uno conserve la virtud de la castidad que es tan grata a los ojos de Dios.

– ¿Y de mí, qué me dices? – Ah, si supiera por cuántas dificultades tendrá que pasar todavía.

– ¿Y del Santo Padre? – Le esperan duras batallas espirituales, pero pronto lo llevará Dios para darle su premio.

– ¿Y nuestros jóvenes están andando todos por el camino de la salvación?- Sus jóvenes se dividen en tres grupos. Están en tres listas. Mire la primera lista.

Y me la entregó. La lista tenía por título: “Los no heridos. Los no manchados”. Son los que conservan su alma blanca, sin mancha de pecado. Vi que eran muchos. A algunos los conozco. Otros vendrán después. Marchaban por un camino angosto y difícil y eran atacados por todos lados con flechazos y lanzadas, pero no eran heridos.

Domingo me dio enseguida la segunda lista de alumnos. Aquella lista tenía por título: “Los que han sido heridos”. Son los que han cometido pecados pero se han arrepentido y se han confesado y han sido perdonados. Eran mucho más numerosos que los de la lista anterior. Muchos marchaban encorvados y desanimados.

Domingo tenía en la mano la tercera lista que llevaba el siguiente título: “Los abandonados en la vía de la perdición”, y contenía los nombres de los que viven en pecado mortal. Yo deseaba mirar la lista para saber quiénes son esos, pero Domingo me dijo: – Un momento, si abre esa lista saldrá un hedor tan horrendo que nosotros no podremos soportarlo. Los ángeles tienen que retirarse asqueados y horrorizados y el mismo Espíritu Santo siente náuseas ante la horrible hediondez del pecado.

Y me dio la tercera lista diciéndome: – Tengo que retirarme por lo que va a suceder enseguida; pero lea la lista de los que viven en pecado. Aproveche esta noticia para hacerles el mayor bien a sus discípulos y no olvide recomendarles que se consigan el ramillete de flores que le presenté. Que conserven las virtudes representadas en esas flores.

Entonces abrí la tercera lista. Y en ese instante se presentaron ante mí los individuos en ella escritos, y logré observarlos personalmente. Qué tristeza sentí al verlos en ese grupo. A muchos de ellos los conozco. Y lo grave es que muchos de ellos parecen buenos, y hasta algunos parecen ser los mejores entre los compañeros, y sin embargo están en la lista de los que viven en pecado.

Pero tan pronto como abrí la lista se esparció por los alrededores un hedor tan insoportable que me dolió la cabeza y me dieron ganas de vomitar. Y el sol se oscureció, y un rayo impresionante cruzó el espacio y se oyó un trueno horrendo, tan fuerte y terrible que me desperté.

Y aquel hedor me impresionó tanto que ocho días después al solo recordarlo ya me daban ganas de vomitar.

Me dediqué a averiguar si en verdad las almas de los jóvenes eran como las había visto en aquellas listas y todo lo que observé en el sueño me ha resultado exacto.

Lo que Domingo Savio anunció a Don Bosco en este sueño o aparición, se cumplió exactamente. Al años siguiente murieron seis alumnos. Y en ese año siguiente apareció también una Estrella Luminosa, una aurora que iluminó los cuatro extremos del mundo: El boletín salesiano, la revista que en 33 idiomas y con más de dos millones de ejemplares mensuales lleva a todos los amigos de Don Bosco las noticias salesianas, y ha logrado hacer conocer su comunidad y sus obras en todos los continentes, y ha conseguido muchísimas vocaciones y gran cantidad de ayudas para la Congregación.

El Papa Pío IX de quien Domingo Savio dijo que “pronto lo llevará Dios para darle su premio”, murió el 14 meses después de este sueño.

A Don Bosco le anunció: “Ah si supiera cuántas dificultades tendrá que pasar todavía”. Y en efecto, en estos años fue perseguido por personas que jamás habría pensado que lo iban a perseguir. Y las dificultades que se le presentaron fueron inmensas, por ejemplo: conseguir recursos para levantar la Basílica del Sagrado Corazón en Roma y sufrir terribles enfermedades. Pero con la ayuda de Dios salió adelante.

Era inspector de policía en Turín un buen católico quien al oír que a Don Bosco se le había anunciado seis muertos en su colegio para el año siguiente, se propuso averiguar exactamente si en verdad se cumplía el tal anuncio. Y al final del año 1877 cuando murió el sexto alumno, nuestro hombre se convenció de que Don Bosco sí era un hombre iluminado por Dios y dejó su cargo en el gobierno y se hizo salesiano y fue un gran misionero muy querido por todos, el Padre Ángel Piccono.

La que más le hacia dudar a Don Bosco de si este sueño era realidad o era una simple fantasía era el haber visto entre la lista de los que viven en pecado a ciertos jóvenes que en el colegio tenían fama de ser los mejores de todos. Se puso a averiguar y logró comprobar que aunque exteriormente eran irreprochables, su vida real era de pecado y de hipocresía. A varios de ellos logró convertirlos y transformarlos, después de esta visión.

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108. La muerte del Papa Pío IX 1877 (MB. 13,45).

El 17 de febrero de 1877 soñé que llegaba a Roma y que el Santo Padre el Papa me recibía en audiencia. Nos pusimos a charlar y de pronto el rostro del Pío IX se puso radiante de luz. Yo le dije: – Ah, Santo Padre, si mis jóvenes que lo aman tanto pudieran verlo así como está ahora, ¡cómo se entusiasmarían! Pero enseguida el Santo Padre se acostó en un sofá y dijo: – Que traigan una sabana para cubrirme de pies a cabeza.

Luego se levantó y entró por una puerta y ya no apareció más.

Enseguida oí que mío amigo Buzzetti me decía: – El Papa ha muerto.

Yo emocionado… me desperté.

Nota: Un año después de este sueño. El Santo Padre Pío IX, después de una breve enfermedad, murió santamente.

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109. La Señora y los confites 1877 (MB. 13,265).

Soñé que salía a una avenida y que me encontraba con una vendedora ambulante la cual estaba fabricando dulces: – ¿Qué está haciendo? – le pregunté.

– Estoy fabricando dulces para los salesianos.

Y me mostró que fabricaba tres clases de dulces: unos blancos, otros rojos y otros negros. Y me explicó: – Estos son los premios para los salesianos. Los blancos se manchan fácilmente. Son para los trabajos que cuestan poco.

Los rojos, color de sangre, son para los trabajos que cuestan fuertes sacrificios. Y los negros que son los más valiosos son para los trabajos que llevan hasta a conseguir la propia muerte.

– ¿Y por qué los cubre con tanta azúcar? – le pregunté.

– Porque los salesianos saben sobresalir en todas partes en la virtud de su patrono San Francisco de Sales, que es la dulzura, la amabilidad.

Yo seguí mi camino, pero luego me alcanzaron varios sacerdotes que me dijeron: – Que la señora le manda un mensaje muy importante: que les diga a sus discípulos que trabajen, que trabajen mucho. Que van a encontrar muchas dificultades (como si fueran espinas) pero también muchos consuelos (como si fueran rosas), que les diga a todos que la vida es breve y que la cosecha es mucha. Que recuerden todos que la vida es breve pero que la eternidad que se consigue es inmensa.

– ¿Pero es que no se trabaja en nuestra Congregación? – les pregunté.

– Si se trabaja, pero se puede trabajar más y mejor.

Al oír esto me desperté.

Ojalá que recordemos el mensaje que recibí en este sueño: tener la amabilidad y dulzura de San Francisco de Sales y trabajar mucho y muy bien.

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110. Mensaje al Papa León XIII 1878 (MB. 13,419).

En febrero de 1878 Don Bosco redactó el siguiente mensaje y lo envió al Papa León XIII, por medio del Cardenal Bartolini.

Le escribe un pobre siervo del Señor que ya antes envió algunos mensajes al Santo Padre Pío IX.

He oído una voz que decía: – Es necesario buscar las vocaciones para el sacerdocio no tanto entre los ricos que viven llenos de comodidades, sino sobre todo entre los que trabajan en el campo y entre los pobres de las ciudades, y no mirar en edad o en clase social. Reunirlos y prepararlos bien para que logren en el sacerdocio conseguir muchos frutos espirituales.

Hay religiosos dispersos por las persecuciones. Conviene reunirlos y si no es posible formar con ellos muchas casas, que por lo menos se formen unas pocas pero cumpliendo bien sus reglamentos.

Personas que viven en el mundo, si se dan cuenta de que los religiosos cumplen exactamente sus reglamentos y llevan una vida Santa, sentirán interés y atracción por la vida religiosa y entrarán a las comunidades.

Las comunidades religiosas fundadas últimamente están más apropiadas para los tiempos modernos. La gente de ahora desprecia bastante a los que solo rezan, pero aprecia mucho a los que no solo rezan bastante sino que trabajan fuertemente. Por eso las comunidades nuevas deben ser apoyadas y favorecidas por aquellos que el Espíritu Santo ha colocado como jefes de su Iglesia.

Se recomienda pues: trabajar mucho por conseguir vocaciones.

Insistir a los religiosos en la observancia de sus reglamentos.

Favorecer y apoyar a las comunidades nuevas y a los institutos religiosos que ayudan a las misiones extranjeras.

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111. Una escuela agrícola 1878 (MB. 13,457).

En agosto de 1877 un Obispo, Monseñor Terris, le envió una carta a Don Bosco pidiéndole que fundara una escuela agrícola en Francia. Don Bosco siempre se había manifestado opuesto a que su comunidad fundara Escuelas Agrícolas porque le parecía muy difícil lograr asistir bien a los alumnos allí. Pero la noche anterior a la llegada de la carta del Obispo tuvo el siguiente sueño: Me vi en sueños en una finca que tenía una casa rustica llena de herramientas para la agricultura. Comencé a visitar la casa que estaba totalmente desierta, cuando oí que en el campo cantaba un niño. Me asomé a la puerta y vi un niño de unos 10 años, vestido de campesino, el cual con hermosa voz me cantaba una canción que decía: – Amigo respetable, sea nuestro Padre amable.

Yo llamé al niño y le pregunté qué era lo que deseaba, pero por respuesta volvió a entonar su canción: – Amigo respetable, sea nuestro Padre amable.

Yo volví a preguntar: – ¿Qué deseas? ¿Un regalito? ¿Una medalla? ¿Una ayuda? Pero el jovencito, señalando a un grupo de compañeros volvió a cantar: – Estos son mis compañeros que dirán lo que queremos.

Apareció un enorme grupo de jovencitos que me cantaba diciendo:- Nuestro Padre, enséñanos el camino que lleva al jardín de las buenas obras.

Yo les pregunté: – ¿Pero quiénes son ustedes? ¿De dónde vienen? ¿Qué desean? Y ellos empezaron a cantar: – Nuestra patria querida es la tierra de María.

Los volví a decir: – ¿Pero qué desean de mí? Y ellos cantaron una nueva canción diciendo: – Esperamos que sea un amigo que nos lleve al paraíso.

Les dije nuevamente: – ¿Desean un puesto en mis colegios? ¿Quieren que les enseñe el catecismo o que los confiese? Ellos volvieron a cantar: – Nuestra patria querida es la tierra de María.

Luego apareció una señora vestida de pastora y fue guiando a aquellos jovencitos hacia una casa de campo, rodeada de tierras de cultivo. Los jóvenes llevaban herramientas agrícolas y el número de muchachos creció de tal manera que llegaron a ser miles y miles. La Señora señalándome esa multitud de jóvenes me dijo: – Estos jovencitos son mis hijos. A ti te los confío.

Yo le pregunté: – ¿Y cómo puedo yo solo dirigir y enseñar a tanta multitud de jóvenes? Entonces la Señora me señaló un grupo de clérigos y sacerdotes y extendiendo su manto protector sobre ellos me dijo: – Éstos te van a ayudar.

Y a una orden de la Señora todos los jóvenes empezaron a cantar en coros bellísimos aquel himno que según el Apocalipsis cantan los ángeles en el Cielo y que dice: “Alabanza, gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, obediencia y reconocimiento sean dados a nuestro Dios por los siglos de los siglos” (Ap. 7,12).

Y a este himno respondieron con un AMEN tan fuerte y poderoso que yo… me desperté.

Explicaciones: Al día siguiente de haber tenido Don Bosco este sueño le llegó una carta del Obispo de Navarra en Francia, pidiéndole que fundara en esa región una Escuela Agrícola. El Santo aceptó inmediatamente esta petición.

Cuando el Padre Lemoyne fue enviado por Don Bosco a ver la finca que le ofrecían, se quedó admirado al constatar que era totalmente igual a la que el Santo le había contado que había visto en el sueño. La casa, las herramientas colgadas en las paredes, los campos de alrededor, todo era tal cual como Don Bosco le dijo que se le había aparecido mientras soñaba.

Y todo esto estaba en otro país distinto a aquel en el que vivía nuestro Padre.

Y otras sorpresas iban a venir después. Cuando años después Don Bosco fue a visitar a aquella nueva obra salesiana, le salieron al encuentro unos alumnos precedidos por un jovencito que llevaba en sus manos un ramo de flores. Don Bosco palideció de la emoción: ese era el joven que él había visto en su sueño y que le había dicho cantando: – Amigo respetable, sea nuestro Padre amable.

Ese muchacho llegó a ser después salesiano, el Padre Blain, y trabajó por la salvación de las almas durante más de 50 años, hasta 1947, cuando murió.

Por la noche cuando le ofrecieron una academia y el jovencito Blain cantaba un solo en honor a Don Bosco, y sus compañeros lo acompañaban luego en hermoso coro, Don Bosco le dijo emocionado al Padre Director: – Se está repitiendo aquí exactamente lo que vi y oí en el sueño.

En cuanto a los ayudantes que la Virgen le prometió a Don Bosco que le iba a enviar, sobra decir que en Francia han llegado numerosas vocaciones a la Congregación Salesiana y aun hoy día muchos clérigos y sacerdotes se dedican a educar a los alumnos salesianos, protegidos siempre de manera admirable por la Santísima Virgen, la Santa Pastora, la Madre del Buen Pastor.

Los miles y miles de jóvenes estudiantes de agronomía que Nuestra Señora le señaló en este sueño al Santo Fundador, han estado llegando desde hace más de cien años a las Escuelas Agronómicas de los salesianos en más de 50 países del mundo.

En cuanto a aquella frase que cantaban los niños “Nuestra patria querida es la tierra de María”. Es de notar que Francia se ha llamado: “Tierra de María” porque en esa nación se apareció la Santísima Virgen para recomendar la devoción a la Medalla Milagrosa (1830) y se apareció luego 18 veces a Santa Bernardita en Lourdes (1858). Y desde allí se extendió maravillosamente la devoción a la Virgen María por todo el mundo. A Lourdes llegan cada día peregrinaciones de los diversos países del universo. Hay que recordar también que todo lo que los niños cantaron a Don Bosco en este sueño, se lo cantaron en francés.

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112. Los perros y el gato 1978 (MB. 13,470).

En la noche del Viernes Santo de 1878 el enfermero de Don Bosco lo oyó gritar durante el sueño, como si estuviera muy asustado. Al día siguiente le preguntó la causa de sus gritos y el buen Padre le narró el sueño que había tenido: Soñé que un pobre gatito venía corriendo perseguido por dos feroces perros, muy grandes. Yo llamé al gato para que se refugiara junto a mí, y los dos perrazos se acercaron ladrando furiosamente. Yo les grité a los perros: – Lárguense de aquí, y dejen en paz a este pobre gatito.

Y entonces los perros hablaron y me dijeron: – Tenemos orden de matarlo.

Y se lanzaron a acabar con el pobre gato. Yo tomé en mis manos un bastón y empecé a defender a aquel pobre animalillo contra sus dos feroces atacantes y les gritaba aquellos que se me oyó decir durante el sueño: – Quietos. Atrás. Aléjense.

Y de pronto vi que el gato se había convertido en un corderito y que los perros se habían convertido en dos osos feroces, los cuales tomaron luego la forma de dos demonios horribles que gritaban: – Lucifer nos mandó que le lleváramos este individuo.

Yo me volví a mirar al corderillo pero se había convertido en un jovencito de nuestros colegios que lleno de espanto me repetía suplicante: – Don Bosco, por favor sálveme. Sálveme Don Bosco, por favor.

Le respondí emocionado: – No tengas miedo, ¿estás resuelto a ser bueno y a portarte bien? – Sí, si Don Bosco. ¿Pero qué tengo que hacer para salvarme? Le recomendé: – Tienes que llevar siempre contigo la medalla de la Virgen Santísima. Arrodíllate y recemos los dos una oración.

Y recuerdo muy bien quién era este jovencito.

Nota: En este gatito convertido en cordero y luego en persona, puede estar representado cada uno de nosotros, y ya sabemos lo que dice la Santa Biblia: “El enemigo, el diablo da vueltas a nuestro alrededor como fiera furiosa, buscando a quien devorar” (1 San Pedro 5,8). Quién sabe cuántos jovencitos débiles e ingenuos como corderitos, estarán siendo perseguidos y acorralados por enviados de Satanás, para acabar con la vida de su alma. La devoción a la Virgen María, la oración y los buenos consejos de sus educadores pueden librarlos de tan horrendo peligro.

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113. Las vacaciones 1878 (MB. 13,646).

El 24 de octubre de 1878 Don Bosco anunció a sus alumnos que les iba a narrar un sueño, y esta noticia hizo prorrumpir a los jóvenes manifestaciones muy notorias de satisfacción. Les habló así: Soñé que llegaban a un jardín y que allí había una gran cantidad de corderillos jugando muy contentos. De pronto se abrió una puerta que daba salida hacia un gran potrero y la mayor parte de los corderitos salieron a distraerse libremente por aquellos pastizales. Sin embargo, algunos de ellos no se fueron hacia el amplio potrero sino que se quedaron en el reducido jardín en el cual los pastos eran menos abundantes, pero los peligros era también menores.

Estaba el numeroso grupo de corderos alimentándose tranquilamente en el potrero, cuando de pronto se oscureció el Cielo, y brilló deslumbrante un relámpago y se oyó el ruido ensordecedor de un trueno. Había estallado una tormenta.

Sentí temor porque una tormenta puede hacer mucho mal a los corderos, y empecé a llamarlos. Y mis salesianos los llamaban también y trataban de hacer que entrarán otra vez al jardín para que se estuvieran allí bien resguardados. Pero muchísimos de ellos no quisieron aceptar la invitación y como eran más ágiles que nosotros salían huyendo y no entraban al jardín.

En medio del jardín había una fuente de agua con estás palabras del Cantar de los Cantares: “Huerto cerrado (para que no entren las alimañas). Fuente sellada (para que nos sea contaminada) (Cant. 4,12). Y de la fuente salió un manantial de agua hacia la altura y se dividió formando un arco iris, y haciendo una bóveda o techo inmenso para cobijarse y resguardarse allí.

Como la tempestad se volvía cada vez más violenta y peligrosa, mis salesianos y yo y todos los corderillos que habían aceptado entrar al jardín, nos cobijamos bajo aquella bóveda maravillosa que no dejaba penetrar el agua ni el granizo.

Miré a los corderitos que nos acompañaban y en la frente de cada uno vi el nombre de un alumno de nuestras obras. Pero me angustiaba pensando qué les podría haber pasado a los corderos que se había quedado en el campo.

Y en plena tormenta y granizada salí al campo. Y allí contemple con horror que los corderos que se habían quedado a la intemperie estaban todos heridos por la tormenta y el granizo. Unos tenían heridas en la cabeza, otros en sus manos, yalgunos tenían herido el corazón. Varios intentaban dirigirse hacia el jardín pero la tempestad y la granizada los atacaba tan fuertemente que no los dejaban moverse.

Y fijándose en aquellos pobres corderos vi en la cabeza de cada uno el nombre de un alumno de nuestros colegios.

Enseguida me fue presentado un vaso de oro con tapadera de plata y allí dentro había un aceite curativo. Y me fue dicho: – Unja con este aceite a los heridos y quedarán curados.

Empecé a llamar a los corderitos heridos para que se me acercaran, pero ninguno quería venir hacia mí. Me acerqué a ellos para curarlos, pero huían y no se dejaban alcanzar.

Al fin logré alcanzar a uno que tenía los ojos casi destruidos y se los ungí con aceite.

Inmediatamente le quedaron y entró alegremente al jardín.

Luego vi que el jardín se transformaba y que en él aparecía un letrero que decía: “Colegio Salesiano”. Enseguida los corderitos que se habían quedado afuera exponiéndose a la tormenta fueron entrando uno por uno en el jardín, pero aun allí varios de ellos no aceptaron que yo me acercara con el aceite curativo a sanarles sus heridas.

Luego un personaje me dijo: – Mire, en ese estandarte esta escrito qué significa el sitio donde la tormenta causa destrozos.

Volví a mirar y el estandarte tenía un letrero: VACACIONES.

Y la voz continuó diciéndome: – Ese es el efecto de las vacaciones para muchos alumnos: les llega la tormenta de las pasiones, de las tentaciones y de las ocasiones de pecar. La granizada que hería a los corderitos representa a los pecados porque ellos hieren el alma. El aceite curativo es una buena confesión con propósito de enmendarse. Pero algunos no quieren aceptar este remedio tan provechoso para curarse de los males del alma.

No se canse de recomendar a todos que tengan cuidado porque las vacaciones pueden ser un verdadero peligro para su alma y para su salvación.

Al oír esta recomendación, un ruido en la habitación vecina me despertó.

Nota: Este sueño como todos los que el Santo narró a sus alumnos, produjo buenísimos resultados entre sus oyentes.

Muchos de ellos fueron a que Don Bosco les dijera qué tan heridos los había visto en aquella visión y quedaban admirados al constatar la precisión con la cual les describía las heridas que en su alma habían recibido en vacaciones. (Este sueño fue narrado cuando los alumnos estaban recién llegados de vacaciones, pues en Italia el año escolar empieza en octubre).

Fue tal el número de buenas confesiones que hubo en aquellos días que el buen Padre exclamaba emocionado: – Nuestros jóvenes se encuentran actualmente en un punto de fervor tan alto, como en otros años no se había conseguido sino dos o tres meses después de haber llegado de vacaciones.

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114. Las tres palomas 1878 (MB. 13,687).

El 13 de diciembre de 1878 Don Bosco narró el siguiente sueño: Soñé que estaban en mi casa natal, en Ibechi, y que me presentaban un canasto en el cual había unas palomitas, pequeñitas y sin plumas. Después de unos momentos les aparecieron plumas a las palomas, y a tres de ellas les salieron plumas muy negras. Enseguida las palomas levantaron el vuelo y las vi alejarse por los aires. Pero uno que estaba allí cerca tomó una escopeta, apuntó y disparó. Y dos de esas palomas cayeron por el suelo, y la tercera se alejó.

Yo me acerqué y vi que aquellas dos palomas se convertían en clérigos. Y una voz me dijo: – Así será en tu obra: de cada tres, quedarán dos.

Nota: Don Bosco explicó diciendo que el canasto es el colegio salesiano. Que algunos de los alumnos (representados por muchas palomitas pequeñas) visten el hábito de religiosos, que en aquel tiempo era una sotana negra. Que los demás se van lejos, pero que de cada tres que se hacen religiosos, puede ser que dos logren perseverar en la vocación.

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115. Una receta contra el mal de ojos 1879 (MB. 14,112).

Don Bosco estaba sufriendo mucho de los ojos. Algunos decían que eran cataratas y otros temían que quedara totalmente ciego. Un oftalmólogo muy afamado, el Dr. Reynaud, dijo que perdería la vista definitivamente. Pero el Santo tuvo el siguiente sueño: Se me apareció una misteriosa señora que llevaba en la mano un frasquito con un líquido verde oscuro y me dijo: – Mira: si quieres aliviar tu mal de ojos, toma cada mañana un poco de este jugo de achicoria, durante cincuenta días y notarás sus buenos efectos.

Al llegar al comedor para el desayuno Don Bosco le preguntó al Padre Lago que había sido farmaceuta: – Dígame, ¿el jugo de achicoria es bueno para los ojos? – Sí Padre, es uno de los remedios que aconsejan para el mal de ojos.

– Bueno, pues hágame el favor de prepararme un poco de jugo de achicoria.

El Padre Lago le preparó el jugo de achicoria y desde que Don Bosco empezó a tomarlo notó la mejoría en sus ojos. En aquellos cincuenta días aunque leía y escribía de noche y día, su mal de ojos disminuye notablemente y luego se quedó estacionario por algún tiempo.

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116. La gran batalla: El futuro y las vocaciones 1879 (MB. 14,113).

El 9 de mayo de 1879 narró el siguiente sueño:

1a. Parte: La batalla.

Vi que nuestros jóvenes tenían que entablar una encarnizada batalla contra guerrero muy bien armados y que al fin quedaron muy pocos sobrevivientes.

Luego vi que la batalla era contra monstruos de formas gigantescas. Pero los nuestros llevaban un estandarte con este letrero: “María, Auxiliadora de los Cristianos”. La batalla fue larga y sangrienta pero la Virgen hacia muy fuertes a sus devotos, los cuales iban quedando dueños de una amplia zona de terreno. A este grupo se unieron los jóvenes que habían quedado con vida de la batalla anterior y todos juntos formaron un ejercito que llevaba como insignias a la derecha la imagen de Cristo Crucificado y a la izquierda la imagen de María Auxiliadora. Los que formaban nuestro ejercito, después de batallar fuertemente se dividieron en tres grupos: unos se fueron hacia oriente, otros hacia occidente y el tercer grupo hacia el sur.

Luego fueron llegando nuevos grupos de jóvenes que presentaban las mismas batallas y luego partían hacia esas mismas direcciones. A estos últimos no los conocía (por que vendrán en el futuro), pero ellos me saludaban muy cariñosamente.

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2a. Parte: Los mensajes vocacionales.

Luego se me apareció un personaje que parecía ser San Francisco de Sales, el cual me presentó un librito y me dijo: – Lea los mensajes que le envían en este libro.

Me puse a leerlos y allí decía: A los novicios: que sean muy obedientes. Con la obediencia obtendrán bendiciones de Dios y la buena voluntad de las personas. Cumpliendo bien su deber de cada día se verán libres de muchos peligros espirituales.

A los jóvenes religiosos: cuidar mucho la virtud de la castidad. Respetar con todo esmero la buena fama de los demás. Promover el buen nombre de la Congregación.

A los responsables de las comunidades: todo el mayor cuidado posible y todo esfuerzo por hacer que en la casa se cumplan bien los reglamentos de la Congregación.

A quien esté de superior: sacrificio completo y continuo para salvarse a sí mismo y para ganar el alma de los demás para Dios.

Yo le pregunté al venerable personaje: – ¿Qué debemos hacer para conseguir vocaciones? Él me respondió: – Sus religiosos tendrán muchas vocaciones si llevan una conducta ejemplar, si tratan con mucha caridad a los alumnos y si promueven la frecuente comunión.

– ¿Y qué normas seguir para la aceptación de los novicios? – Excluir a los perezosos y a los que comen o beben de gula.

– ¿Y para aceptar a los que quieren hacer los votos? – Fijarse si dan garantía de que son capaces de conservar la castidad.

– ¿Y cuál será el mejor modo para conservar el buen espíritu en nuestras casas? – Que los superiores escriban, visiten, reciban y traten con muy buenas maneras a todos. Que esto lo hagan siempre los superiores.

– ¿Y cómo debemos obrar respecto a las Misiones? – Enviando a las misiones únicamente a individuos de moralidad segura, haciendo devolverse a los de moralidad dudosa; y cultivar las vocaciones de los sitios a donde vayan los misioneros.

– ¿Y nuestra Congregación marcha bien? – La respuesta son las palabras del Libro Santo que dicen: “El que es justo que se santifique más. No progresar es retroceder. El que persevere hasta el fin ese es el que se salvará”.

– ¿Y nuestra Congregación se extenderá mucho? – Mientras los superiores de cada sitio cumplan bien su deber, la comunidad se extenderá y nada logrará oponerse a su propagación.

– ¿Y nuestras comunidad durará mucho tiempo? – La Congregación durará mientras sus socios amen el trabajo y la templanza (trabajar mucho y mortificarse y negarse a sí mismos). Si llega a faltar una de estás dos cualidades que son como dos columnas, el edificio se derrumbará arruinando a superiores y súbditos.

En este momento aparecieron cuatro individuos llevando un ataúd. Se dirigieron hacia mí. Yo les pregunté: – ¿Para quién es ese ataúd? – Es para ti. Para que recuerdes que eres mortal y que debes predicar ya desde ahora lo que deseas que tus discípulos hagan después de tu muerte.

– ¿Tendremos muchas rosas o consolaciones? ¿O muchas espinas o penas? – A tus religiosos les aguardan muchas flores, o sea muchas consolaciones y triunfos, pero también muchas espinas: amarguras, contrariedades que los harán sufrir. Es necesario rezar mucho.

– ¿La comunidad fundará casas en Roma? – Sí, pero hay que ir con mucha prudencia y con gran cautela.

– ¿Está ya muy pronta el fin de mi vida? – No te preocupes por eso. Dedícate a practicarlo que has recomendado a los demás: estar preparado, por que a la hora menos pensada llega el señor.

En ese momento sonó un trueno y yo… me desperté.

Si alguno de estos mensajes nos puede ser de provecho aceptémoslo. Y que en todo se de gracias y honor al buen Dios por los siglos.

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117. Lluvia misteriosa y 4 truenos 1880 (MB. 14,460).

La noche del 9 de julio tuvo Don Bosco un sueño en el cual bajo el simbolismo de una lluvia misteriosa supo cosas que iban a suceder en el futuro. Lo narró así: Soñé que estaba reunido con un grupo de salesianos dándoles una conferencia. De pronto el Cielo se oscureció y se desencadenó una tempestad con rayos, truenos y relámpagos que producían miedo. Un trueno más fuerte que los otros hizo temblar la habitación en donde estábamos. El Padre Bonetti salió al balcón a observar y exclamó emocionado: – Miren, una lluvia de espinas.

Y en efecto caían espinas en tal cantidad, como gotas de agua en un aguacero.

Luego se oyó otro terrible trueno y la tempestad se calmó un poco. El Padre Bonetti salió otra vez al balcón y exclamó: – ¡Qué hermoso: una lluvia de capullos o botones de flores! Al estallar un tercer trueno apareció un poco de luz del sol entre las nubes, el Padre Bonetti salió al balcón y gritó: – ¡Está cayendo una lluvia de flores! Y en verdad el suelo y el techo de las casas quedaron cubiertos de bellísimas flores de variados colores.

Resonó un cuarto trueno y el Cielo quedó despejado y apareció brillante el sol. El Padre Bonetti exclamó lleno de alegría: – ¡Por fin ha terminado la tormenta! Y yo me desperté.

Explicaciones:Este sueño sucede en un tiempo en que el Padre Bonetti, salesiano, ha sido acusado con calumnias en Roma y corre peligro de recibir un injusto castigo.

Y en ese mismo tiempo hay alguien que desde un alto puesto están persiguiendo terriblemente a Don Bosco y a sus salesianos. El primer tueno anuncia que Don Bosco y si comunidad van a sufrir muchas contrariedades en los próximos meses (lluvia de espinas) y así sucedió. Don Bosco llegó a exclamar entristecido: “Ya no les falta a mis enemigos sino clavarme un cuchillo en el corazón”.

El segundo trueno en el cual las espinas son reemplazadas por capullos o botones de flores, se cumplió cuando el Papa León XIII tomó en sus propias manos la defensa de los salesianos y no dejó que condenaran injustamente al Padre Bonetti.

El tercer trueno cae una lluvia de flores, se cumplió varios meses después cuando muere repentinamente el más terrible enemigo de los salesianos y llega a Turín como Arzobispo el Cardenal Alimonda gran amigo y admirador de Don Bosco.

Y el cuarto trueno, lluvias de rosas y salida del sol y paz, se cumple cuando en Roma se enfermó gravemente de los nervios el que impedía que a la comunidad de Don Bosco se le concedieran los derechos que tienen las demás comunidades, y entonces el Santo consiguió que para su Congregación empezará una época de mucha paz.

Y estos cuatro acontecimientos sucedieron en sólo 4 años, de 1880 a 1884.

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118. Banquete misterioso 1880 (MB. 14,472).

El 10 de agosto de 1889 dijo nuestro Santo: El 8 de agosto tuve el siguiente sueño: Soñé que estaba en un salón muy hermosamente iluminado y con unos cubiertos y manteles bellísimos y relucientes. Y allí ante unas hermosas mesas estaban sentados nuestros alumnos: los del presente y los que vendrán en el futuro.

118a 1. Los lirios: y vi que descendían del Cielo muchos ángeles trayendo hermosísimo lirios o azucenas en sus manos y se acercaban a varios jóvenes y daban a cada uno el lirio o azucena que traían. Los que recibían aquella flor se elevaban por los aires y se volvían tan hermosamente que quizás sólo en el paraíso se logre ver gente con tan grande belleza.

Pregunté qué significaba aquello y me fue dicho: – Esos jóvenes son los que conservan aquella virtud que tanto hay que recomendar a la juventud: la santa pureza.

118b 2. Las rosas: Luego llegaron unos seres que parecían ángeles y empezaron a repartir rosas a varios de nuestros alumnos.

Los que recibían las rosas comenzaban a brillar con un bellísimo resplandor.

Pregunté qué significaba aquello y una voz me dijo: – Los que reciben la rosa y brillan con especial resplandor son los que tienen el corazón inflamado de amor de Dios.

118c 3. La cuerda floja: Vi luego en una gran oscuridad a unos jóvenes que tenían el rostro como brasas, los cuales estaban entre un barrizal y para salir de él se colgaban de una cuerda o lazo. Pero tan pronto empezaban a subir, la cuerda se aflojaba y volvían a caer entre el barro, y ellos quedaban llenos de fango.

Pregunté qué significaba aquello y me dijeron: – La cuerda es la confesión que puede hacer subir las personas hasta la santidad y hasta el Cielo. Pero esos jóvenes hacen mal su confesión. Se confiesan sin verdadero arrepentimiento y tristeza de haber ofendido a Dios y sin hacer serios y firmes propósitos de empezar a ser mejores. Por eso la cuerda cede y ellos vuelven otra vez al fango de sus antiguas faltas y no logran salir de allí.

118d 4. La serpiente: Vi luego a algunos jóvenes que tenían enroscada al cuello una terrible serpiente, lista a inyectarles su mortal veneno y a morderles la lengua. El rostro de esos jóvenes era tan horrible que causaba miedo.

Pregunté qué significaba esto, y una voz me dijo: – Esos son los que nunca se confiesan, o los que no se atreven a confesar ciertos pecados. Pobres: si se confesaran de todo, recobrarían la paz, pero si siguen callando sus pecados sin confesarlos, seguirán con el monstruo del remordimiento en su cabeza, y con el alma cargada de pecados y la conciencia llena de amargura, sin determinarse a echar fuera el veneno que llevan en su corazón.

Y la voz añadió: – Es necesario narrar a los jóvenes esto que has visto ahora.

Después de ver los tristes rostros de los que viven en pecado sentí la alegría de volver a ver el rostro resplandeciente de los que conservan la virtud de la pureza y de los que tienen su corazón lleno de amor de Dios y en ese momento se oyó un gran trueno y… me desperté.

Varias semanas después dijo Don Bosco: Cuando tuve este sueño creí que eran sólo imaginaciones mías. Pero después me he puesto a averiguar datos y he comprobado que lo que vi del alma de cada joven, en el sueño, era pura realidad.

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119. Las casas salesianas de Francia 1880 (MB. 14,518).

En 11880 un gobierno anticatólico de Francia se propuso expulsar a todos los religiosos de este país. Los salesianos se asustaron y enviaron un telegrama a Italia pidiendo que les preparan 40 camas. Don Bosco les respondió que estuvieran tranquilos, que sufrirían pero que no serian expulsados. Sus amigos le preguntaron por qué estaba tan seguro de que sus salesianos no serian expulsados de aquel país y él les narró lo siguiente: En los días de la fiesta del Nacimiento de la Virgen (8de septiembre) estábamos todos afanados por las noticias que llegaban de Francia acerca de la expulsión de los religiosos. Ya habían expulsados a los jesuitas e iban a expulsar a otras comunidades. Yo rezaba y hacia rezar por este problema y una noche vi mientras dormía que María Auxiliadora aparecía y extendía su gran manto y cobijaba bajo él a todas nuestras casas en Francia. La Virgen miraba con mucha amabilidad a nuestras casas de Francia. Estaba la Virgen mirando con expresión sonriente esas casas, cuando de pronto se desencadenó una tempestad espantosa y un terremoto horrible, y hubo granizada, rayos y cañonazos, que llenaron a todos de espanto y temor.

Todos aquellos cañonazos y rayos iban dirigidos contra nuestros salesianos pero ninguno de ellos sufrió daño alguno.

Todos los que se refugiaron bajo la protección de nuestra poderosa defensora, quedaron sin recibir heridas. Los dardos que enviaban los enemigos se estrellaban contra el manto de Nuestra Señora y caían al suelo sin poder hacer daño.

La Santísima Virgen rodeada de hermosísimas luces, y con una sonrisa en los labios y un rostro extraordinariamente hermoso exclamó: “Yo amo a los me aman”.

Poco a poco la tempestad y el terremoto se fueron calmando, y ninguno de los nuestros fue víctima de aquellos peligros.

Por eso después de haber tenido este sueño yo les escribí a los salesianos de Francia que no se afanaran, pues la Virgen Santísima los iba a proteger de manera especial. Y aunque la prensa anticatólica pedía a gritos cada día que nos expulsaran, no fuimos expulsados. Que esto nos sirva a todos de estimulo para depositar siempre nuestra confianza en la Virgen Santísima. Pero no nos vayamos a enorgullecer, porque si nos llenamos de orgullo, la Virgen María puede abandonarnos y entonces los malos acabarían con nosotros.

Nota: La ley de expulsión ya había sido publicada. Muchas comunidades tuvieron que salir del país. Los encargados de expulsar a los religiosos duraron todo el día de convento en convento sacando religiosos a la fuerza. Y al fin a las diez de la noche cuando ya no faltaban por expulsar sino los salesianos, suspendieron las labores de expulsión para continuarlas al día siguiente. Pero al amanecer le llegó al alcalde un telegrama del Ministro de Gobierno ordenándole no expulsar a nadie más. El gobierno tenía temor de encontrarse con problemas internacionales. Así que los salesianos no fueron expulsados.

Claro que Don Bosco, siguiendo el lema: “A Dios rogando y con el mazo dando” no se quedó manicruzado sin hacer nada. Se fue al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país y luego intercedió ante el Cónsul italiano en Marsella y por estos medios consiguió que el gobierno francés hiciera callar a los periódicos anticlericales que estaban calumniando a los salesianos y pidiendo que los expulsaran. Al fin el gobierno se dio cuenta de que los salesianos se dedicaban a educar a niños pobres y no los expulsó.

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120. Una nueva casa en Marsella 1880 (MB. 15,56).

En septiembre de 1880 Don Bosco soñó que en Marsella le ofrecían una finca con bastantes pinos y con dos hileras de matas de plátanos y una zanja llena de agua que atravesaba la finca, la cual tenía una casa grande y espaciosa, y en el sueño oyó que en esa casa tendría un noviciado.

Más tarde el Padre José Oriol le dijo en Marsella que el Colegio Salesiano de esa ciudad necesitaba una casa de campo para que los jóvenes pobres fueran a pasar allá las vacaciones y Don Bosco respondió: – Ya tengo lista una casa grande y espaciosa, en una bella finca donde hay muchos pinos. Y a la casa se llega por en medio de dos filas de matas de plátanos, y a la finca la atraviesa una gran zanja llena de agua.

El Padre Oriol que sabia que Don Bosco no tenía en Marsella ninguna otra posesión fuera del Colegio Salesiano, creyó que el Santo estaba desvariando, pero se atrevió a preguntarle: – ¿En qué se basa para decir que tiene esa casa y esa finca en Marsella? Y el buen Padre le respondió: – Es que la vi en uno de mis sueños. Y vi allá muchos jovencitos jugando.

Aquel sacerdote aunque no era salesiano, sin embargo cuando oía algo que Don Bosco había sabido en alguno de sus sueños, lo creía como cierto sin más ni más. Así que se convenció de que esto iba a ser así en realidad.

Un año después unos bienhechores ofrecieron una finca para los salesianos, pero Don Bosco vio que no era como la del sueño y no la aceptó.

Pasaban los años y la finca no se conseguía. En 1882 el Padre Oriol le recordó al Santo lo que había visto en el sueño y él le aseguró sonriendo que el sueño se cumpliría a su debido tiempo.

Más tarde una señora le ofreció en arriendo a Don Bosco una finca en Marsella. El Santo escribió al Padre Director del Colegio Salesiano en esa ciudad para que fuera a ver la finca y le dijera si era como la que había visto en el sueño. El Padre Bologna vio que la finca era muy distinta a la del sueño y la finca no fue aceptada.

En 1883 la señora Pastré, rica propietaria a la cual Don Bosco le había curado una hija dándole una bendición, le escribió al Santo ofreciéndole una finca en Marsella. Don Bosco escribió de nuevo al Padre Bologna pidiéndole que fuera a ver la finca y que si allí había muchos pinos, y unas filas de matas de plátano, y una zanja con mucha agua y una casa grande, que la aceptara. El salesiano fue a ver la tal finca y se dio cuenta de que era tal cual el buen Padre se la había descrito en su carta. Entonces la casa fue aceptada y allí se fundó el noviciado de los salesianos.

En 1884 el Padre Oriol fue a visitar la famosa finca que se llamaba La Providencia y se quedó maravillado al ver que era exactamente igual a la que Don Bosco le había descrito en 1880 cuando le narró el sueño que había tenido.

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