Los Sueños de San Juan Bosco -1 al 40-

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Título: Los Sueños de San Juan Bosco
Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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Contenido

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[Prefacio]

En la vida de San Juan Bosco (escrita en 19 volúmenes llamados Memorias Biográficas), se narran 159 sueños de este Santo.

Al principio él no les daba mayor importancia, pero luego se fue dando cuenta de que lo que en sus sueños veía o escuchaba se cumplía después con maravillosa exactitud, y empezó a narrarlos a sus discípulos de mayor confianza. No había pensado escribirlos, pero el Sumo Pontífice Pío IX, al darse cuenta del mucho bien que estos sueños podrían hacer a la gente, le mandó terminantemente que los escribiera.

El Santo decía: “He llegado a convencerme de que a veces la narración de un sueño de éstos les hace mayor bien a los oyentes que un sermón”. Y en 1886, dos años antes de morir, al oír que su gran amigo el Padre Lemoyne le decía: “Muchos de sus sueños se pueden llamar “Revelaciones de Dios”, Don Bosco exclamó: “Así es, son revelaciones de Dios”.

Lo que más impresionaba a los que le escuchaban a San Juan Bosco narrar los sueños que había tenido, era el constatar poco tiempo después cómo se iba cumpliendo a la letra todo lo que en el sueño le había sido avisado que iba a suceder.

Cuando a mitad del siglo XX fue fundada la ciudad de Brasilia, los constructores quedaron admirados al constatar que ellos sin habérselo propuesto, fundaron la ciudad en el sitio exacto donde la vio Don Bosco en sueños 70 años antes. Y otro tanto sucedió en Argentina cuanto encontraron pozos de petróleo donde nadie imaginaba, pero donde las había visto en sueños nuestro Santo.

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1. El sueño de los 9 años.

Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí, en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, notablemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras: – No con golpes, sino la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a éstos tus amigos.

Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.

– ¿Quién sois vos para mandarme estos imposibles? – Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia.

– ¿En dónde?, ¿Cómo podré adquirir la ciencia? – Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.

– Pero ¿quién sois vos que me habláis de este modo? – Yo soy el Hijo de aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día.

– Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre.

– Mi nombre pregúntaselo a mi madre.

En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano: – “Mira” – me dijo.

Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales.

– “He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar.

Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos”.

En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar.

Pedí que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello. Entonces ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: – A su debido tiempo todo lo comprenderás. Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los puñetazos que había dado y me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y después, aquel personaje y aquella Señora de tal modo llenaron mi mente por lo dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño aquella noche.

Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Mi hermano José decía: – “Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales”.

Mi madre: – “¡Quién sabe si un día serás sacerdote!”.

Antonio, con dureza: – “Tal vez, capitán de bandoleros”.

Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva: No hay que hacer caso a los sueños.

Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación dará explicación de ello. Y yo no hablé más de esto, y mis parientes no le dieron la menor importancia. Pero cuando en el año 1588 fui a Roma para tratar con el Papa sobre la Congregación Salesiana, él me hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran alguna apariencia sobrenatural. Entonces conté por primera vez el sueño que tuve a los nueve años. El Papa me mandó que lo escribiera literal y detalladamente, y lo dejara para alentar a los hijos de la Congregación; ésta era precisamente la finalidad de aquel viaje.

En la vida de Don Bosco se cumplió a la perfección lo señalado en éste de sus 159 sueños proféticos. Toda su vida la empleó en transformar jóvenes difíciles como fieras, en buenos cristianos como mansos corderos. Los 47 años de su sacerdocio los dedicó por completo a educar la juventud y con la ayuda de María Auxiliadora obtuvo que Jesucristo convirtiera y volviera buenos cristianos la centenares de miles de jóvenes. Hoy tienen más de dos mil colegios en más de setenta países y educan millones de jóvenes, especialmente a las clases pobres y abandonadas. Y siguen obteniendo los mismos prodigios del primer sueño: los pecadores que son como fieras se convierten en mansos corderos, o sea en católicos convencidos y prácticos.

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Análisis estructural:

Son tres episodios, tras una pequeña introducción: Primer episodio, con dos actos: 1er. Acto: jóvenes jugando 2º. Acto: Juanito peleando con ellos.

Segundo episodio, diálogo con Jesús, con tres actos: 1er. Acto: Juanito y Jesús 2º. Acto: Los muchachos rodean a Jesús.

3er. Acto: Prosigue el diálogo Tercer episodio, encuentro – diálogo con María, con tres actos: 1er. Acto: Niños convertidos en animales salvajes 2º. Acto: Animales salvajes convertidos en corderos.

3er. Acto: Confusión de Juanito; anuncio profético de que lo comprenderá todo a su tiempo.

Tema principal: vocación y misión de Don Bosco.

Temas secundarios: cómo ha de tratarlos; (no con golpes), tiene que prepararse: (hazte humilde), oficio mediador de María.

Personajes: Señor y Señora de noble aspecto simbolizan a Jesús y a María. Animales salvajes representan a jóvenes abandonados. Corderos simbolizan jóvenes felices y educados.

Interpretación: Don Bosco escribió este sueño en 1873, por orden del Sumo Pontífice.

Este su primer sueño lo dejó vivamente impresionado. Lo sintió como una comunicación divina, como un mensaje sobrenatural y en adelante guió el modo de vivir de Don Bosco.

El sueño se volvió a repetir durante 18 años, el cuadro general es el mismo; pero cada vez iban apareciendo escenas accesorias nuevas que precisan aspectos de su misión apostólica.

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2. Sueño de los 15 años 1830 (MB. 1,188) Reprensión por confiar más en los hombres que en Dios.

“En aquel tiempo tuve otro sueño en el cual se me reprendía severamente por haber puesto mi esperanza en la ayuda de los hombres y no en la bondad del Padre Celestial.” (Palabras de Don Bosco en su autobiografía).

Nota: El joven Juan Bosco estaba totalmente triste porque se le había muerto el gran amigo que lo estaba ayudando para poder estudiar, el Padre Cafasso. Y aunque el sacerdote antes de morir le dejó las llaves donde tenía su dinero, vinieron los familiares del difunto y le quitaron todo. El joven Bosco lloraba continuamente a su difunto bienhechor. Despierto pensaba en él. Dormido, tenía pesadillas soñando con él. Y su tristeza aumentaba al oír las campanas del templo que por nueve días tocaban a funeral, anunciando la muerte del Sumo Pontífice Pío VIII.

La angustia del joven Bosco llegó a tal punto que Mamá Margarita tuvo que enviarlo por unos días a la casa de los abuelos a que se distrajera un poco.

Y el buen Dios intervino con su segundo sueño, llamándole la atención acerca de la demasiada importancia que él le estaba dando a la ayuda de la gente, siendo que lo importante es confiar mucho en la ayuda de Nuestro Señor, que nunca fallará.

En adelante San Juan Bosco recordará siempre la frase del profeta: “Desdichado el que pone su confianza en ayudas humanas. Dichoso el que pone toda su confianza en la ayuda de Dios” (Jeremías 17,5), y aunque parezca que todos lo abandonan muchas veces, Don Bosco seguirá adelante con toda valentía recordando la promesa que Dios repitió tres veces en la Santa Biblia: “Yo nunca te abandonaré” (Hebr. 12).

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3. Sueño de la Divina Pastora 1831 (MB. 1,207).

Tuve un hermoso sueño: vi acercarse a una gran Señora que guiaba un numerosísimo rebaño, y dirigiéndose hacia mí y llamándome por mi nombre, me dijo: – “Mira Juanito, todo este rebaño te lo entrego a tus cuidados” Yo le dije: – “¿Y cómo me las arreglaré para cuidar de tantas ovejas y de tantos corderitos?” La Señora me respondió: – “No tengas miedo, yo estaré contigo”, y desapareció.

Nota: Los primeros años de estudio los compañeros de Juan lo veían preocupado y serio.

– ¿Qué te pasa Bosco que estás como muy preocupado?, le dijo un amigo llamado José Turco.

– Mira es que deseo estudiar y llegar a ser sacerdote, pero no veo cómo lograrlo porque mi mamá es sumamente pobre y no tengo quién me ayude para entrar en el seminario. Ni siquiera tengo dinero para los libros. No sé cómo llegaré a lo que más deseo, que es ser sacerdote.

Pero un día la familia Turco vio que el joven Bosco estaba alegrísimo, como quien ha recibido la más bella noticia.

– ¿Qué pasa Juanito, que estás tan contento en este día? Le preguntó el Padre de la familia Turco.

– Ah, es que he recibido una agradabilísima noticia. En un sueño la Santísima Virgen me prometió darme toda la ayuda necesaria para que yo logre llegar a ser sacerdote y educador. Y les contó su sueño, tal como lo acabamos de transcribir.

En adelante nadie vio preocupado al joven Bosco. Aunque la pobreza lo acorralaba, aunque los desprecios lo herían y a veces parecía que todo le faltaba (la pobreza lo acompañó hasta la muerte) nunca nadie lo vio triste o preocupado. El recordaba la frase de Nuestra Señora en su segundo sueño: “Yo estaré a tu lado y te ayudaré”. Y se cumplió a la letra.

Más de ochocientos milagros hizo en vida Don Bosco al rezar con fe a María Auxiliadora, y con su ayuda llevó a cabo obras portentosas con medios económicos y humanos que no representaban ninguna probabilidad de triunfo. El repetía siempre: “Si tenéis fe en María Auxiliadora veréis lo que son los milagros”.

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4. Juan sueña el examen que van a hacer 1832 (MB. 1,215) Además de la buena memoria, tenía Juan en su favor ciertas ayudas del Cielo. Y así sucedió que una noche soñó todo lo que al día siguiente le iban a preguntar en el examen. Se levantó y escribió todo lo que había soñado, y lo repasó y se lo aprendió muy bien.

Llegó la hora del examen y Juan lo entregó antes que los demás y estaba perfectamente respondido. El profesor se admiró y le pidió el borrador, y con emoción vio que en borrador había escrito Bosco todo el examen que el profesor había pensado dictar, pero que a última hora recortó, no dictando sino la mitad.

El profesor muy extrañado le preguntó: “¿Y cómo se explica esto?”. El joven le respondió sencillamente: “Es que lo he soñado”. (Con razón sus compañeros lo llamaba “El Soñador”).

Durante 60 años sueña Don Bosco, y lo que sueña se cumple admirablemente. ¿Por qué? No tenemos sino una explicación: sus sueños eran iluminaciones llegadas del Cielo. La vida de San Juan Bosco es un tejido de hechos tan maravillosos que no podemos menos que repetir la frase que la Santa Biblia dice al comentar los hechos milagrosos que Dios obra a favor de Moisés: “La mano de Dios está aquí”.

Como San Juan Bosco no buscaba en lo que hacía y en lo que decía sino solamente la gloria de Dios y la salvación de las almas, por eso Dios intervenía tan maravillosamente en su favor.

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5. La enfermedad de Antonio 1832 (MB. 1,229) Aunque su hermanastro Antonio lo había tratado muy mal y lo había hecho sufrir mucho, sin embargo Juan rezaba por él y le guardaba especial cariño y lo trataba con mucho respeto.

Un día les contó a sus compañeros de clase: – “Anoche me soñé que mi hermanastro Antonio estaba amasando pan en la casa de la Señora Damerino y que le llegó una fiebre tan alta que tuvo que dejar el oficio e irse a acostar”.

Los otros jóvenes exclamaron: – “Seguramente así debió de haber sucedido, porque los sueños de Bosco siempre se cumplen”.

Esa tarde vino a visitarlo su hermano José y lo primero que Juan le preguntó fue: – “¿Ya se mejoró Antonio?”. José admirado le respondió: “¿Y cómo supo que se había enfermado? Ayer tarde estaba Antonio amasando pan en la casa de la Señora Damerino y le vino una fiebre tal alta que tuvo que dejar el oficio e irse a acostar. Pero gracias a Dios ya hoy amaneció bastante repuesto”.

Nota: Es de notar que aunque en los primeros años Antonio trató muy cruelmente a Juanito Bosco, más tarde fueron excelentes amigos y Juan le educó gratuitamente los hijos a Antonio cuando éste murió siendo todavía muy joven.

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6. Sueña que no debe entrar de religioso 1834 (MB. 1,251).

Mientras tanto, se acercaba el final del bachillerato, época en que los estudiantes acostumbraban a decidir su vocación. El sueño de los 9 años estaba siempre fijo en mi mente; es más, se me había repetido otras veces de un modo bastante más claro, por lo cual, si quería prestarle fe, debía el estado eclesiástico, hacia el que sentía, en efecto, inclinación; pero la poca fe que daba a los sueños, mi estilo de vida, ciertos hábitos de mi corazón y la falta absoluta de las virtudes necesarias para este estado, hacían dudosa y bastante difícil tal deliberación.

¡Oh, si entonces hubiese tenido un guía que se hubiese ocupado de mi porvenir! Hubiera sido para mí un gran tesoro; pero este tesoro me faltó. Tenía un buen confesor, que pensaba en hacerme un buen cristiano, pero que en cosas de vocación no quiso inmiscuirse nunca.

Aconsejándome conmigo mismo, después de haber leído algún buen libro, decidí entrar en la orden franciscana.

– “Si me hago sacerdote secular, pensaba para mí, mi vocación corre riesgo de naufragio. Abrazaré el estado eclesiástico, renunciaré al mundo, entraré en el claustro, me daré al estudio, a la meditación, y así, en la soledad, podré combatir las pasiones, especialmente la soberbia, que ha echado hondas raíces en mi corazón”.

Hice pues, la petición a los padres franciscanos, presenté el correspondiente examen, me aceptaron, y todo quedó a punto de entrar en el convento de la Paz, en Chieri.

Poco días antes del fijado para mi entrada, tuve un sueño bastante extraño. Me pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos rotos, corriendo en sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos vino a decirme: – Tú buscas la paz, y aquí no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos. Dios te prepara otro lugar: otra mies.

Quería hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero el rumor me despertó, y ya no oí nada más. Expuse todo a mi confesor, el cual no quiso oír ni de sueños ni de frailes.

– En este asunto – respondió – preciso es que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de los otros.

Sucedió entre tanto algo que me impidió efectuar aquel mi proyecto. Como los obstáculos eran muchos y duraderos, resolví exponer el asunto al amigo Comollo. Él me aconsejó hiciera una novena, durante la cual escribiría a su tío, párroco. El último día de la novena, en compañía de mi inolvidable amigo, confesé y comulgué. Oí después una misa y ayudé otra en el altar de Nuestro Señor de las Gracias, en la Catedral. De vuelta a casa encontramos una carta del Padre Comollo, concebida en estos términos: – Considerado atentamente todo lo expuesto, aconsejaría a tu compañero no entrar en un convento; tome la sotana y, mientras sigue los estudios, conocerá mejor lo que Dios quiere de él. No tema perder la vocación, ya que con el recogimiento y las prácticas de piedad superará todos los obstáculos.

Hasta aquí las palabras de Don Bosco en su “autobiografía”. Toda la vida tendrá un gran respeto y admiración por la Comunidad Franciscana, pero su vocación no era la de pertenecer a esa Orden Religiosa, sino la de dedicarse a los niños pobres y la de fundar una comunidad religiosa nueva para educarlos.

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7. Sacerdote y sastre 1834 (MB. 1, 310).

Cuando yo era joven soñé que había llegado a ser sacerdote y que revestido con los ornamentos sacerdotales trabajaba como sastre. Pero que no me dedicaba a coser telas nuevas sino a remendar vestidos ya rotos.

Con este sueño le informó el Cielo que su oficio como educador sería no sólo dedicarse a perfeccionar jovencitos ya santos, sino sobre todo a recoger muchachos problemáticos y llenos de defectos y de vicios y hacerlos buenos cristianos y honrados ciudadanos.

Uno de sus más famosos alumnos (Santo Domingo Savio) le dirá más tarde: “Don Bosco: sea Usted el sastre. Yo seré la tela. Haga con mi vida un buen vestido de santidad para Nuestro Señor”. Y así sucedió.

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8. Su método de educación debe ser en base de amabilidad 1836 (MB. 1,342) Siendo seminarista, un día se encontró con su gran amigo José Turco el cual le preguntó: – “Ahora eres seminarista. Pronto serás sacerdote. ¿A qué te dedicarás después?”.

Juan le respondió: – “Mi intención es no ser párroco, sino dedicarme a recoger muchachos pobres y abandonados para educarlos cristianamente e instruirlos y prepararlos bien para la vida”.

Y luego le narró el siguiente sueño que había tenido: – Vi una gran ciudad por cuyas calles corrían muchos jovencitos alborotando, jugando y diciendo malas palabras. Por mi horror a las palabras malas y por mi temperamento impulsivo y fuerte, me acerqué a los jóvenes y los regañé por decir palabras tan indebidas y los amenacé con castigarlos si no se callaban. Pero ellos no dejaban de decir cosas horribles. Entonces empecé a golpearlos. Pero ellos reaccionaron y se lanzaron contra mí lanzándome puñetazos. Salí huyendo, pero me salió al paso un personaje que me mandó detenerme y volver otra vez hacia esos jóvenes maleducados para tratar de convencerlos de que se portaran bien y no hablaran mal. Yo le respondí que ya había tratado de decirles eso pero que me habían respondido con golpes, que si volvía otra vez a donde ellos, me iban a golpear todavía peor.

Entonces aquel personaje me presentó a una nobilísima Señora y me dijo: “Ésta es mi madre. Entiéndete con Ella”.

La Señora dirigiéndome una mirada llena de bondad me habló así: – “Si quieres ganarte a estos jovencitos no has de tratarlos con aspereza ni con golpes o de malas maneras, sino que tienes que esforzarte por atraerlos con amabilidad y bondad, y de buenas maneras, hasta convencerlos de que les conviene volverse buenos”.

Y entonces como en el sueño de los 9 años, vi que los jóvenes se transformaban en fieras, y después en ovejas y corderos y que por orden de la Señora yo me encargaba de dirigir todo ese rebaño.

Así se cumplía lo que anunció Dios por medio del profeta Isaías: “Hasta los que eran tan feroces como las fieras del campo, me darán gloria con su buena conducta”. (Is. 43,20).

Vemos cómo Dios le va anunciando cuál será su oficio principal durante toda su vida, y cuál es el método que debe emplear para educar a la juventud.

En el primer sueño le muestra que debe convertir fieras en corderos. En el siguiente le advierte que no ponga su confianza en medios humanos sino en la ayuda de Dios. En el de los 15 años, la Virgen le promete que no le faltarán las ayudas del Cielo para el oficio que tiene que hacer. Ahora le avisa que su trabajo será en un gran ciudad (él vivía en un pueblo) y que todo su oficio de educador debe ser hecho a base de bondad y amabilidad, tratando de convencer a los jóvenes por las buenas y nunca por medio de la brusquedad o de la violencia.

Con razón sus antiguos compañeros de seminario, cuando llegaban después de muchos años a Turín y veía las grandes obras educativas de Don Bosco, exclamaban emocionados: – “Todo esto nos lo había anunciado ya Juan cuando era joven seminarista”.

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9. Aparición de Comollo 1839 (MB. 1, 337-379).

“Dada la amistad e íntima confianza que mediaba entre mí y Comollo, solíamos hablar de lo que nos podía suceder en cualquier momento, esto es, de nuestra separación cuando llegara la muerte. Un día, recordando lo que habíamos leído en algunas biografías de santos, decíamos, medio en broma medio en serio, que nos podría ser de gran consuelo, si el primero de los dos que fuera llamado a la eternidad hiciera saber al otro en dónde se hallaba. Renovando a menudo esta conversación, nos prometimos recíprocamente rezar el uno por el otro y que el primero que muriera daría noticias de su salvación al compañero sobreviviente. No me daba yo cuenta de la importancia de una promesa tal, confieso que hubo en ello mucha ligereza y jamás aconsejaría que otros lo hicieran; con todo, entre nosotros aquella sagrada promesa se tuvo siempre como algo seria que había que cumplir. A lo largo de la enfermedad de Comollo, se renovó varias veces el pacto, poniendo siempre la condición de que si Dios lo permitiese y fuera de su agrado. Las últimas palabras de Comollo y su última mirada me aseguraban que se cumplía el pacto.

Algunos compañeros estaban en el secreto y deseaban verdaderamente que se verificara. Yo estaba con ansias, porque esperaba con ello un gran alivio en mi desconsuelo.

Era la noche del 3 al 4 de abril, la noche siguiente al día de su entierro, y yo descansaba, juntamente con otros veinte alumnos del curso teológico en el dormitorio.

Estaba en la cama, pero no dormía; pensaba precisamente en la promesa que nos habíamos hecho; y, como si adivinara lo que iba a ocurrir, era presa de un miedo terrible. Cuando he aquí que, al filo de la medianoche oyóse un sordo rumor en el fondo del corredor, rumor que se hacía más sensible, más sombrío, más agudo a medida que avanzada. Semejaba el ruido de un gran carro con muchos caballos o un tren en marcha o como el disparo de cañones. No sé expresarlo, sino diciendo que formaba un conjunto de ruidos tan violentos y daba un miedo tan grande que cortaba el habla a quien lo percibía. Al acercarse a la puerta del dormitorio, dejaba tras de sí en sonora vibración las paredes, las bóvedas y el pavimento del corredor, hasta el punto de que parecía estar hecho todo con planchas de hierro, sacudidas por potentísimos brazos. No podía apreciarse a qué distancia avanzaba aquello; se producía una incertidumbre como la que deja una locomotora, cuyo punto de recorrido no se puede conocer, si se juzga solamente por el humo que se eleva por los aires.

Los seminaristas de aquel dormitorio se despiertan, mas ninguno puede articular palabra. Yo estaba petrificado por el miedo. El ruido iba acercándose, cada vez más espantoso. Ya se le siente junto al dormitorio. Se abre la puerta, ella sola, con violencia. Sigue más fuerte el fragor sin que nada se vea, salvo una lucecita de varios colores que parece el regulador del sonido. De repente se hace silencio. Brilla una luz vivamente, y se oye con toda claridad la voz de Comollo, más débil que cuando vivía, que, por tres veces consecutivas dice: – ¡Bosco!, ¡Bosco!, ¡Bosco! ¡Me he salvado! En aquel momento el dormitorio se iluminó más, se oyó de nuevo con mucha más violencia el rumor que había cesado, como un trueno que hundiera la casa, pero cesó enseguida y todo quedó a oscuras. Los compañeros saltando de la cama, huyeron sin saber a dónde; algunos se refugiaron en un rincón del dormitorio, otros se apretaron alrededor del prefecto del dormitorio, don José Fiorito, de Rívole, y así pasaron el resto de la noche esperando ansiosamente la luz del día. Todos habían oído el rumor. Algunos percibieron la voz, sin entender lo que decía. Se preguntaban unos a otros qué significaban aquel rumor y aquella voz y yo, sentado en mi cama, les decía que se tranquilizaran, asegurándoles que había oído claramente las palabras: – ¡Me he salvado!También algunos las habían oído, como yo; resonar sobre mi cabeza de modo que por mucho tiempo, se repitieron por el seminario.

Yo sufrí mucho; fue tal el terror que sentí, que hubiese preferido morir en aquellos momentos. Es la primera vez que recuerdo haber tenido miedo. Por todo ello contraje una enfermedad que me llevó al borde del sepulcro, quedó tan mal parada mi salud que no la recuperé hasta muchos años después.

Dios es omnipotente, Dios es misericordioso. Generalmente no atiende estos pactos; pero a veces, en su infinita misericordia, permite que se cumplan, como en el caso expuesto. No seré yo quien dé nunca a otros consejo semejante.

Cuando se trata de poner en relación las cosas naturales con las sobrenaturales, la pobre humanidad sufre grandemente, en especial cuando son cosas no necesarias para nuestra eterna salvación. Ya estamos bastantes ciertos de la existencia del alma, sin tener que buscar otras pruebas. Bástenos lo que Nuestro Señor Jesucristo nos ha revelado”.

Nota: la primera de las biografías juveniles escritas por San Juan Bosco fue la de Luis Comollo, el mejor amigo de su juventud. En su amistad sí se cumplió la frase de la Santa Biblia: “Hallar un buen amigo es como encontrar un tesoro”.

Comollo se admiraba de la gran fuerza de Bosco y de su enorme vitalidad, pero se preocupaba por hacerle comprender que en todo hay que proceder con mucha suavidad, aunque uno tenga muchas fuerzas y enormes energías.

En la hora de la muerte Luis tuvo una visión en la cual veía que la Santísima Virgen llegaba a ayudarlo y protegerlo, y exclamó: – “Lo que más me consuela en la hora final de mi vida es haber comulgado muchas veces y haber sido muy devoto a la Santísima Virgen. Oh María qué felices son sus devotos, defendidos por Ti en la vida y protegidos por Ti en la hora de la muerte”. Y expiró santamente.

Entre todos sus compañeros de seminario dejó Comollo una gran fama de santidad. Y tuvo el honor de que su biografía la escribiera el mismo que escribió las famosas biografías de Santo Domingo Savio y Miguel Magone: nada menos que Don Bosco.

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10. La pastora y el rebaño 1844 (MB. 2, 191-192) Dice Don Bosco en su autobiografía: “El segundo domingo de octubre de aquel año (1844), tenía que anunciar a mis jovencitos que el Oratorio pasaría a Valdocco. Pero la incertidumbre acerca del lugar y de los medios y de las personas, me tenía preocupado. La víspera fui a dormir con el corazón inquieto. Aquella noche tuve otro suelo que parece ser continuación del que tuve en Ibechi cuando tenía nueve años. Creo oportuno exponerlo con detalle.

Soñé, pues, que estaba en medio de una multitud de lobos, zorros, cabritos, corderos, ovejas, carneros, perros y pájaros.

Todos juntos hacían un ruido, un alboroto, o mejor, una batahola capaz de espantar al más intrépido. Iba a huir, cuando una amable Señora vestida de pastorcilla, me indicó que siguiera y acompañase aquel extraño rebaño, mientras ella se ponía al frente. Anduvimos vagando por varios lugares; hicimos tres estaciones o paradas. A cada parada, muchos de aquellos animales cuyo número cada vez aumentaba más, se convertían en corderos. Después de andar mucho, me encontré en un prado, en donde aquellos animales corrían y se alimentaban juntos, sin que los unos tratasen de hacer daño a los otros.

Agotado de puro cansancio, quise sentarme junto al camino vecino; pero después la pastorcilla me insistió que siguiera andando. Después de un corto trecho de camino me encontré en un patio grande, rodeado de corredores y a cuyo extremo se levantaba una Iglesia. En aquel momento, me di cuenta de que las cuatro quintas partes de aquellos animales ya se habían convertido en corderos.

A este punto llegaron algunos pastorcillos para custodiarlos, pero estaban poco tiempo y se marchaban. Entonces sucedió algo maravilloso: no pocos de los corderos se convertían en pastores, que crecían y cuidaban del rebaño. Como aumentaba mucho el número de pastores, fueron dividiéndose y marchando a diferentes sitios para escoger otros animales de otro origen y guiarlos a otros hacia el cambio.

Yo quería marcharme de allí, porque me pareció que era hora ya de celebrar misa, pero la pastora me invitó a mirar al sur. Miré y vi un campo sembrado de maíz, patatas, coles, remolachas, lechugas y muchas otras verduras.

– Mira de nuevo – me dijo.

Miré otra vez. Entonces vi una Iglesia tan alta y grandiosa. Un coro acompañado de orquesta y música instrumental y vocal me invitaban a cantar la misa. En el interior de la Iglesia había un gran letrero en el que estaba escrito con letras inmensas: ‘Ésta es mi casa, de aquí saldrá mi Gloria”.

Siempre en sueños pregunté a la pastora que en dónde me encontraba; qué querían decir aquel andar y detenerse, aquella casa, una Iglesia y después otra Iglesia. Ella me respondió: – Todo lo comprenderás cuando, con los ojos materiales, veas realizado lo que ahora contemplas con los ojos del entendimiento.

Y como me pareciera que estaba despierto, dije: – Yo veo claro y veo con los ojos materiales. Sé a dónde voy y qué hago.

En aquel momento, sonó la campana de la torre de la Iglesia de San Francisco de Asís y me desperté.

Esto duró casi toda la noche; lo acompañaron muchas circunstancias. Entonces entendí poco de su significado, porque no le daba gran crédito; pero después fui entendiendo poco a poco las cosas, según se iban realizando. Más tarde me sirvió, juntamente con otro nuevo sueño, como programa para tomar mis decisiones.

Observaciones: La Virgen le va señalando a Don Bosco las distintas etapas que tendrá su labor educativa, y cómo sus alumnos, que al principio son tan poco educados (como fieras) se irán volviendo corderos: buenos cristianos y honrados ciudadanos, y como muchos de ellos se volverán también pastores. De hecho casi todos los educadores de su comunidad salesiana saldrán de entre los alumnos que él fue recogiendo y educando.

En el Santuario de María Auxiliadora de Turín (que él vio ya en este sueño faltaban 20 años para empezar a construirlo) en la cúpula del Santuario se halla hoy el letrero que el Santo vio en 1844: “ESTA ES MI CASA, DE AQUÍ SALDRÁ MI GLORIA”.

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11. La cinta mágica 1845 (MB. 2,229-231) “Me pareció encontrarme en una extensa llanura, cubierta por un número incontable de jóvenes. Unos peleando, otros decían groserías. Aquí se robaba, allí se falta a la modestia. Una nube de piedras, lanzadas por bandos que hacían la guerra, volaba por los aires. Eran muchachos abandonados por sus padres y de costumbres corrompidas. Estaba ya a punto de irme de allí, cuando vi a mi lado a una Señora y me dijo: – Tienes que ir hacia esos jóvenes y actuar.

Fui hacia ellos, pero ¿qué hacer? No había sitio donde colocar a ninguno; quería hacerles el bien: me dirigía a personas que estaban mirando desde lejos y que habrían podido ayudarme mucho, pero nadie me hacia caso y ninguno me ayudaba.

Me volví entonces hacia aquella Señora, la cual me dijo: – Aquí tienes un sitio; y me señaló un prado.

– Pero aquí, dije yo, no hay más que un prado.

Ella respondió: – Mi Hijo y los Apóstoles no tenían ni un metro de tierra donde apoyar la cabeza.

Empecé a trabajar en aquel prado; aconsejaba, predicaba, confesaba, pero veía que mi esfuerzo resultaba inútil para la mayoría, si no se encontraba un sitio cercado y con locales donde recogerlos y donde albergar a algunos totalmente abandonados por sus padres, desechados y despreciados por todo el mundo. Entonces aquella Señora me llevó un poco más hacia allá, hacia el norte, y me dijo: – ¡Mira! Y vi una Iglesia pequeña y baja, un patio chiquito y muchos jóvenes. Empecé otra vez mi labor. Pero resultando ya estrecha esa Iglesia, recurrí de nuevo a la amable Señora y Ella me mostró otra Iglesia bastante más grande y con una casa al lado.

Me llevó después un poco más allá, hasta un terreno cultivado, casi frente a la fachada de la segunda Iglesia. Y añadió: – En este lugar, donde los gloriosos mártires de Turín, Adventor y Octavio, sufrieron su martirio, sobre esa tierra bañada y santificada con su sangre, quiero que Dios sea honrado de modo especialísimo.

Y, así diciendo, adelantó un pie hasta ponerlo en el punto exacto donde tuvo lugar el martirio y me lo indicó con precisión. Quería yo poner un señal para encontrarlo cuando volviese por allí, pero no encontré nada: ni un palito, ni una piedra; con todo, lo fijé en la memoria con toda exactitud.

Corresponde exactamente al ángulo interior de la capilla de los Santos Mártires, del lado del Evangelio de la Iglesia de María Auxiliadora.

Mientras tanto, yo me veía rodeado de un número inmenso, siempre en aumento, de jóvenes; y al pedirle ayuda a la Señora, crecían los medios y el local; y vi, después, una grandísima Iglesia, precisamente en el lugar en donde me había hecho ver que sucedió el martirio de los Santos de la región de Tebea, con muchos edificios alrededor y con un hermoso monumento en medio.

Mientras sucedía todo esto, siempre soñando, tenía como colaboradores sacerdotes que me ayudaban en un principio, pero que después se iban. Buscaba con grandes trabajos atraérmelos, y ellos se iban poco después y me dejaban solo. Entonces me volví de nuevo a aquella Señora, la cual me dijo: – ¿Quieres saber cómo hacer para que no se te vayan más? Toma esta cinta y átasela a su cabeza.

Tomé con reverencia la cinta blanca de su mano y vi que sobre ella estaba escrita una palabra: obediencia. Ensayé en seguida lo que la Señora me indicó y comencé a atar la cabeza de algunos de mis colaboradores voluntarios con la cinta y pronto vi un cambio grande y en verdad sorprendente. Este cambio se hacia cada vez más notorio, según se iban cumpliendo el consejo que se me había dado, ya que aquellos dejaron el deseo de irse a otra parte y se quedaron, al fin, conmigo. Así se constituyó la Sociedad Salesiana.

Vi, además, muchas otras cosas que no es ahora el caso de manifestarlas (parece que aludía a grandes acontecimientos futuros). Baste decir que, desde aquel tiempo, yo caminaba sobre seguro, lo mismo respecto a los Oratorios que respecto a la Congregación, y sobre el modo de relacionarme con toda suerte de autoridades. Las grandes dificultades que habrán de sobre venir, están todas previstas y sé cómo hay que superarlas. Veo con claridad muchas cosas que iban a suceder en el futuro. Por eso después de haber visto casas, iglesias, colegios y religioso que me iban a colaborar, empecé a hablar de todo esto, y a contarlas como si ya fueran realidad. Por eso algunos me creyeron loco o que disparataba… la Virgen me había informado….

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12. Los mártires de Turín 1845 (MB. 2,261) Me pareció encontrarme en la plaza de Valdocco, en Turín, y dirigiendo mi mirada al río Dora, alcancé a ver entre los árboles, donde hoy esta la Avenida de Regina Marguerita, junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado de hortalizas, maíz, habichuelas y coles, tres hermosísimos jóvenes, radiantes de luz. Estaban de pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se me había señalado como el sitio del glorioso martirio de los tres soldados de la legión de Tebea. Me invitaron éstos a bajar y a acercarme a ellos. Me dirigí hacia ellos, los cuales me acompañaron amablemente al extremo de aquel terreno donde hoy se levanta majestuosa la Iglesia de María Auxiliadora, me encontré frente a una dama, magníficamente vestida y de admirable belleza, majestad y resplandor, y acompañada de un selecto grupo de venerables ancianos con aspecto de príncipes. Innumerables personajes, adornados con gracia y deslumbradora riqueza, le hacían corte como a reina. Y formando en su derredor círculos interminables, se extendían hileras e hileras de ángeles hasta perderse de vista. La dama apareció precisamente donde ahora esta situado el altar mayor de la gran Iglesia de María Auxiliadora y me invitó a acercarme. Cuando me tuvo a su lado, manifestó que los tres jóvenes que me habían llevado a Ella eran los mártires Solutor, Adventor y Octavio, con lo cual parecía indicarme que ellos serian patronos especiales de aquel lugar.

Después con inefable sonrisa en los labios y con amorosas palabras me animó a no abandonar a los muchachos y a seguir, cada vez con más fervor, la empresa comenzada; me dijo que encontraría gravísimos obstáculos, pero que todos serian allanados y derribados, si ponía mi confianza en la Madre de Dios y en su Divino Hijo.

Por último, me mostró una casa cercana y que realmente existía, que después supe era propiedad de un tal Pinardi; y una Iglesia, precisamente donde está ahora la de San Francisco de Sales, con el edificio contiguo. Después, alzando la mano derecha, exclamó con una voz de inefable armonía: “ESTA ES MI CASA, DE AQUÍ SALDRÁ MI GLORIA”.

Al oír estas palabras, quedé tan impresionado que me desperté (Don Bosco).

Nota: Don Bosco quedó muy impresionado por este sueño. Averiguó con un gran sabio e historiador, para saber en qué sitio habían sido martirizados los tres soldados mártires (que pertenecían a la Legión de Tebea) y él le dijo que el martirio había sido en las afueras de Turín, cerca del río Dora (ahí donde el sueño le indicó). Veinte años después construirá Don Bosco allí en ese sitio, la Basílica a María Auxiliadora, templo desde el cual se ha propagado la devoción a la Santísima Virgen a muchos países del mundo.

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13. Triste fin de unos jóvenes que abandonan la religión 1846 (MB. 2,383).

Tuve un sueño que me causó mucho pesar. Vi a dos jóvenes que se salían de nuestro Oratorio y se alejaban de Turín. Pero apenas salieron de la ciudad se les lanzó en contra una fiera enorme de formas espantosas. Esta bestia los llenó de su asquerosa baba y los revolcó por el suelo dejándolos tan llenos de barro y de mugre que causaban asco…

Nota: Don Bosco narró este sueño a varios de sus colaboradores, entre los cuales estaba su arquitecto y gran amigo José Buzzetti. Y les dijo el nombre de los dos jóvenes. La historia demostró después que el sueño sí correspondía a la realidad, pues aquellos dos muchachos abandonaron la religión y se dedicaron a toda clase de vicios. Buzzetti y sus compañeros lo pudieron comprobar.

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14. El dinero para un cáliz y nueva entrevista con Luis Comollo 1846 (MB. 3,31).

Necesitaba un cáliz para celebrar la Santa Misa y no tenía dinero para comprarlo. Y una noche soñé que en un baúl de mi habitación había el dinero suficiente para comprar el cáliz. Por la mañana me fui a la ciudad a varias diligencias y andando por la calle me acordé del sueño que había tenido y me llené de alegría pensando que aquello pudiera ser realidad. Y fue tal la emoción que sentí que me volví inmediatamente para la casa a registrar el baúl. Así lo hice y encontré en el fondo del baúl la cantidad completa de dinero que cobraban por el cáliz.

Aquello no tuvo explicación pues ese baúl permanecía siempre cerrado y nadie había venido a echar nada allí. Y Mamá Margarita no tenía dinero como para poder darse el lujo de hacer semejantes sorpresas. Ella misma se quedó muy admirada al saber lo que había sucedido.

Nota: Mamá Margarita le contaba al joven Santiago Belia que una noche, a la madrugada, oyó a Don Bosco hablar en su habitación y hacer preguntas y responderlas y que ella por la mañana le pregunto con quien había estado hablando esa noche, y Don Bosco le respondió: “Estuve hablando con Luis Comollo”.

Ella le dijo: “¿Pero si Luis Comollo hace años que murió?”. Y sin embargo así es – le dijo el Santo.

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15. El sueño del rosal 1847 (MB. 3,37-39).

“Un día del año 1847, después de haber meditado acerca de la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un largo pasadizo lleno de rosas. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban formando un gracioso toldo.

Después del pasadizo había un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía un jardín colgante encantador, rodeado y cubierto de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo: – Quítate los zapatos.

Y cuando me los hube quitado, agregó: – Échate a andar bajo el jardín colgante: es el camino que debes seguir.

Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera dado lástima pisar aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que detener a los pocos pasos y volverme atrás.

– Aquí hacen falta los zapatos – dije a mi guía – – Ciertamente – me respondió – hacen falta buenos zapatos.

Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo.

Ellos me seguían bajo el jardín colgante, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, el pasadizo se hacia más estrecho y bajo. Colgaban muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como estacas afiladas; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido cercado, invadían una parte del camino; algunas colgaban a poca altura del suelo.

Todas estaban cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u otra parte y sentí que todavía había espinas más punzantes escondidas por debajo. Pero seguí caminando. Mis pies se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se llenaban de rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía el paso, o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba, me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi camino. De vez en cuando, sin embargo, recibía pinchazos más punzantes que me producían dolores muy agudos.

Los que me miraban, y eran muchísimos, y me veían caminar bajo aquel jardín colgante, decían: “Don Bosco marcha siempre entre rosas! ¡En todo le va bien!”. No veían cómo las espinas herían mi pobre cuerpo.

Muchos seminaristas, sacerdotes, seglares, invitados por mí, se habían dedicado a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que habían que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: “¡Nos hemos equivocado!”.

Yo les respondí: – El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas, sin sufrir nada, vuélvase atrás y síganme los demás.

Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho de camino, me volví para echar un vistazo a mis compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían desaparecido y otros me volvían las espaldas y se alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos, pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me eché a llorar: ¿Es posible que tenga que andar este camino yo solo? Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mía un gran número de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me dijeron: “Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte”. Poniéndome a la cabeza de ese grupo reemprendí el camino. Solamente algunos se desanimaron y se detuvieron. Una gran parte de ellos llegó conmigo hasta la meta.

Después de pasar el espinoso rosal, me encontré en un hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban pálidos y ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto, me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos no.

Mientras tanto, habiendo llegado a un sitio elevado del jardín, me encontré frente a un edificio monumental, sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma. Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me preguntó: – ¿Sabes qué significa lo que ahora ves y lo que has visto antes? – No – le respondí – os ruego que me lo expliquéis.

Entonces ella me dijo: – Has de saber, que el camino por ti recorrido, entre rosas y espinas, significa el trabajo que deberás realizar a favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas del suelo significan los afectos sensibles, las simpatías humanas, que distraen al educador de su verdadero fin, y lo hieren, lo detienen en su misión, impidiéndole caminar y obtener coronas para la vida eterna.

Las rosas son símbolos de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las otras espinas significan las dificultades, los sufrimientos, los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y llegaréis a las rosas sin espinas.

Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, me desperté y me encontré en mi habitación.

Observaciones: Tenido en 1847, narrado por el Santo en 1864 en una conferencia dada después de las oraciones de la noche a los que ya pertenecían a la Congregación Salesiana (V. Alassonatti, M. Rúa, J. Cagliero, C. Durando, J. Barberrar…). El sueño se repitió en 1848 y 1856. antes de narrar el sueño les dijo: “Este es un mensaje que nos dio la Santísima Virgen”. Y después de haberlo contado, añadió: “Los que se desanimaron al sentir las espinas, fueron mis primeros colaboradores. Los que me siguieron son los salesianos y los que colaboran con nuestras obras de educación, a los cuales les esperan grandes premios y ayudas del Cielo”. Ánimo mis amigos: nos esperan espinas de sufrimientos, pero también rosas de premios eternos.

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16. Encuentro con el Rey Carlos Alberto 1847 (MB. 3,416).

Soñé que estaba paseándome por una avenida por las afueras de la ciudad de Turín. De pronto se me acerco el rey Carlos Alberto y se detuvo sonriente para saludarme.

– ¡Buenos días, Majestad! – exclamé.

– ¿Cómo está Don Bosco? – Estoy muy bien y muy contento de encontrarme con su Majestad.

– Si es así, ¿quiere acompañarme a dar un paseo? – ¡De mil amores! – Pues vamos.

El rey vestía de blanco y no tenía ninguna insignia de su dignidad.

– ¿Qué dice Usted de mí? – me preguntó.

– Que vuestra majestad es un buen católico – le respondí.

Y él añadió: Para Usted quiero ser no solamente un buen católico, sino que quiero ser también su amigo y protector.

Siempre me he interesado por su obra, y he deseado verla progresar. Ya Usted lo sabe. Hubiera querido ayudarle más, pero los acontecimientos no me lo han permitido.

– Majestad: ¿me quisiera conceder un favor muy especial? – ¿Cuál sería? – Le pediría que fuera el padrino, el patrono especial en nuestra fiesta de San Luis.

– Con mucho gusto, pero comprenda Usted que esto llamaría mucho la atención, y causaría mucho alboroto. De todos modos veremos la manera de que Usted quede contento, aun sin mi presencia.

El rey desapareció y yo me desperté.

Nota: Carlos Alberto fue rey de Saboya (norte de Italia) desde 1831 hasta 1849. En ese año en marzo, le dejó el reino a su hijo Víctor Manuel, y en julio murió. Fue siempre un benefactor del Oratorio de Don Bosco. Por varios años los cantores de Don Bosco cantaron en la catedral la Misa de Réquiem en el día de su aniversario de la muerte de Carlos Alberto.

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17. El globo de fuego 1854 (MB. 5,58).

Vi en sueños un globo de fuego luminosísimo, sobre el terreno en donde más tarde se iba a construir el Templo a María Auxiliadora. Parecía que la Virgen confirmaba con esta señal que Ella seguía deseando que allí se le construyera un Templo desde donde Ella iluminaría a muchas almas.

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18. Las 12 lunas 1854 (MB. 5,272-273) “Me encontraba yo en medio de vosotros en el patio y me alegraba en mi corazón al contemplaros tan vivarachos, alegres y contentos. Quienes saltaban, quienes gritaban, otros corrían. De pronto vi que uno de vosotros salió por una puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros con una especie de turbante en la cabeza. Era el tal turbante transparente, estaba iluminado por dentro y ostentaba en el centro una hermosa luna en la que aparecía grabado el número 22. Yo, admirado, procuré inmediatamente acercarme al joven en cuestión para decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí que, entre tanto, el ambiente empezó a oscurecerse y, como a toque de campana, el patio quedó desierto, yendo todos los jóvenes a reunirse en filas debajo de los pórticos. Todos reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de todos para examinarlos y, entre ellos, descubrí al que llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre. Me dirigí a él para preguntarle el significado de todo aquellos, cuando una mano me detuvo y vi a un desconocido de aspecto grave y noble continente, que me dijo: – Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene veintidós lunas de tiempo; antes de que hayan pasado. Este joven morirá. No lo pierdas de vista y prepáralo.

Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su repentina aparición, pero no logré verle más. El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es conocido y está en medio de vosotros.

Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más que era la primera vez que Don Bosco anunciaba en público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de la casa. El buen Padre no pudo por menos de notarlo y prosiguió: – Yo conozco al de las lunas, está en medio de vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho, se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuera, lo cierto es que debemos estar siempre preparados, como nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no cometer pecados; entonces la muerte no nos causará espanto. Sed todos buenos, no ofendáis al Señor, y yo entre tanto no perderé de vista al del número 22, el de las veintidós lunas o veintidós meses, que eso quiere decir; y espero que tendrá una buena muerte”.

Observaciones: Cuando este sueño fue narrado, estaban presentes los muchachos Cagliero, Turchi, Anfossi y los clérigos Reviglio y Buzzetti. Esta noticia asustó mucho a los alumnos y todos procuraban mantenerse en gracia de Dios. Don Bosco, de vez en cuando, preguntaba: – ¿Cuántas lunas faltan? – Veinte, dieciocho, quince… – respondían – Algunos intentaban adivinar, hacer pronósticos; pero Don Bosco guardaba silencio. El 24 de diciembre de 1854 al cumplirse las 22 lunas, murió el joven Segundo Gurgo.

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19. El futuro del joven Cagliero 1854 (MB. 5,87) En 1854, el activo joven Juan Cagliero, después de haber asistido a los enfermos de cólera, cayó gravemente enfermo. Los médicos dijeron que seguramente se moriría de esa enfermedad.

Fue entonces Don Bosco a preparar a su joven amigo para la muerte, pero he aquí que al llegar a la puerta de la habitación, apareció ante sus ojos una maravillosa visión: vio una hermosísima paloma que esparcía a su alrededor una vivísima luz que iluminaba toda la habitación. Llevaba en el pico un ramo de olivo y giraba revoloteando alrededor del jovencito una y otra vez. De pronto detuvo el vuelo sobre la cabeza del enfermo y tocó sus labios con el ramo de olivo, que dejó luego caer sobre su cabeza. Con destellos de luz aun más viva, desapareció.

Con esto entendió Don Bosco que Cagliero no moriría todavía y que le quedarían todavía muchas obras hacer para Gloria de Dios, y que anunciaría la paz con su palabra (el ramo de olivo significa paz) y que la paloma resplandeciente significaba la plenitud del Espíritu Santo, o sea que este jovencito llegaría a ser obispo. Desde entonces tuvo Don Bosco la idea de que Cagliero llegaría con el tiempo a ser obispo y en un grupo de jóvenes dijo más tarde: “Uno de Ustedes, llegará a ser obispo”. Ninguno se imaginó cuál iba a ser. Pero allí estaba Cagliero.

Luego tuvo Don Bosco una segunda visión: vio que junto al lecho del enfermo aparecía una multitud de salvajes que le rogaban fuera a evangelizarlos. Eran gente de aspecto negruzco y guerrero, pero algunos tenían aire bondadoso.

Nota: Más tarde cuando Cagliero sea ya obispo de Patagonia y Tierra del Fuego en el extremo sur de América, descubrirá San Juan Bosco que los indios de esa región eran los que él vio arrodillados ante el lecho del jovencito Cagliero moribundo, pidiendo que fuera ayudarlos.

Juan Cagliero le dice a Don Bosco que está dispuesto a morir de esa enfermedad, pero el Santo le dice que todavía no morirá, porque le espera mucho trabajo a favor de la salvación de las almas.

Y 30 años después, en 1884, el día en que Cagliero es consagrado obispo, le cuenta a Don Bosco esta visión que tuvo junto a su cama de enfermito, y luego, por petición de Monseñor, nuestro Santo volvió a contar la visión, esa noche en el comedor a todo el personal reunido allí.

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20. Grandes funerales en la Corte 1854 (MB. 5,136-138).

Me pareció hallarme en un corredor del Oratorio, me hallaba rodeado de sacerdotes y clérigos; de pronto vi adelantarse por el medio del patio un empleado del palacio, de uniforme rojo, quien, acercándose rápidamente, me gritó: – ¡Noticia importante! – ¿Cuál? – le pregunté – Anuncia: ¡Gran funeral en la corte! ¡Gran funeral en la corte! Ante la repentina aparición y aquel grito, me quedé frío y el empleado repitió: – ¡Gran funeral en la corte! Quise entonces pedirle explicación del fúnebre anunció, pero el empleado había desaparecido. Yo me desperté, estaba como fuera de mí, y, al comprender el misterio de la aparición, tomé la pluma e inmediatamente escribí una carta al Rey Víctor Manuel, manifestándole cuanto se me había anunciado y contando sencillamente el sueño.

Después del mediodía, con mucho retraso entraba yo en el comedor: aquél era un año friísimo, llevaba un paquete de cartas. Se formó un corro a mi alrededor. Estaban allí don Víctor Alasonatti, Ángel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Anfossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayor parte clérigos. Le dije sonriendo: – Esta mañana, queridos míos, he escrito tres cartas a personajes muy importantes: al Papa, al Rey y al verdugo.

Estalló una carcajada general al oír juntos los nombres de estos tres personajes. No les extrañó el verdugo porque sabían que Don Bosco tenía amistad con los guardianes de las cárceles y que aquel hombre era un buen cristiano.

En cuanto al Papa, bien sabían que mantenía con él correspondencia. Pero aguijoneaba su curiosidad el deseo de saber qué había escrito Don Bosco al Rey, tanto más cuanto que ellos conocían mi oposición a las leyes que robaban los bienes eclesiásticos. Les conté lo que había escrito al Rey para que no permitiese la presentación de la ley contra la Iglesia. Luego narré el sueño, terminando así: – Este sueño me ha puesto malo y me ha cansado mucho.

Estaba preocupado y exclamaba de cuando en cuando: – ¿Quién sabe?.. ¿Quién sabe?.., ¡Recemos!Los clérigos, sorprendidos, empezaron a conversar, preguntándose unos a otros si habían oído decir que en el palacio real, hubiese algún noble señor enfermo, pero concluyeron todos en que no había la menor noticia de nada. Entretanto, Don Bosco llamó al clérigo Ángel Savio y le entrego la carta: – Cópiala – le dije – y anuncia al Rey: ¡Gran funeral en la corte! Y el clérigo Savio escribió. Pero el Rey, leyó con indiferencia la carta y no hizo caso de ella.

Pasaron cinco días desde el sueño, y volví a soñar aquella noche. Parecíame estar en mi habitación, sentado a la mesa, escribiendo, cuando oí el galopar de un caballo en el patio. De pronto vi que se abría la puerta y aparecía el empleado del palacio de uniforme rojo quien, adelantándose hasta el centro de la habitación gritó: – Anunció: no gran funeral en la corte, sino ¡grandes funerales en la corte! Y repitió estas palabras por dos veces. Luego se retiró a toda prisa y cerró tras sí la puerta. Quería saber, quería preguntar, quería pedir explicaciones; me levanté, pues de la mesa, salí al balcón y vi al empleado en el patio montado a caballo. Le llamé, le pregunté por qué había vuelto a repetirme aquel aviso; pero él respondió gritando: ¡Grandes funerales en la corte!, y desapareció.

Al amanecer, escribí otra carta al Rey, contándole el segundo sueño y terminaba diciéndole: “Procure actuar de tal manera bien que logre evitar los anunciados castigos”, y le rogaba que impidiera a toda costa la aprobación de la ley contra la Iglesia.

Por la noche, después de cenar, les dije a los clérigos: – ¿Sabéis que tengo que deciros algo más extraño que lo del otro día? Y les conté lo que había visto durante la noche. Entonces los clérigos, más asombrados que antes, se preguntaban que podían significar aquellos anuncios de muerte; y ya se puede suponer su ansiedad, esperando cómo llegarían a verificarse aquellas predicciones.

Entretanto, manifestaba abiertamente al clérigo Cagliero y a algunos otros que aquéllas eran amenazas de los castigos que el Señor hacía llegar a quien ya había causado muchos daños y males a la Iglesia y estaba preparando otros. Aquellos días, estaba acongojadísimo y repetía a menudo: – Esta ley traerá grandes desgracias en casa del Soberano.

Decía esto a los alumnos para animarles a rezar por el Rey y para que la misericordia del Señor evitase la dispersión de muchos religiosos y la pérdida de muchas vocaciones.

El Rey confió las cartas al marqués Fassati, el cual, después de leerlas, se presentó en el Oratorio y dijo a Don Bosco: – ¿Le parece éste un modo decente de poner en angustia a toda la corte? ¡El Rey se ha impresionado y está alterado! Más aún, esta furioso. Yo le respondí: ¿Y si lo escrito es verdad que va suceder? Me a pena haber causado sustos al Rey, pero se trata de evitarles males a él y la Iglesia Católica.

Se iba a dictar una ley contra la Iglesia Católica quitándole muchísimos conventos y casas, y suprimiendo muchas comunidades religiosas. La ley fue propuesta al Senado el 28 de noviembre de 1854. Don Bosco le escribe al Rey pidiéndole que no la firme ni la apruebe. El Rey Víctor Manuel no le hace caso a las amenazas de este sueño y entonces se suceden los siguientes funerales: 12 de enero de 1855: muere la Reina María Teresa, madre del Rey. Solo tenía 54 años de edad.

20 de enero de 1855: muere la Reina María Adelaida, esposa del Rey. Sólo tenía 33 años.

11 de febrero de 1855: muere el Príncipe Fernando de Saboya, hermano del Rey. Tenía 33 años.

17 de mayo de 1855: muere el Príncipe Víctor Leopoldo, hijo menor del Rey. Tenía apenas 4 meses de vida.

El Rey aprobó y firmó la ley contra la Iglesia Católica pero en su familia hubo en solo pocos meses, cuatro grandes funerales. Con Dios no se juega.

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21. La rueda de la fortuna 1856 (MB. 5,327) Soñé que se me presentaba alguien con una rueda que anunciaba el futuro, y aquel personaje me dijo: “Oiga el ruido de esta rueda. Cada vuelta que ella da, significa lo que sucederá a su obra educativa en 10 años”.

Le dio la primera vuelta el ruido que se produjo fue tan pequeño que apenas se alcanzó a escuchar muy cerca. Al darle la segunda vuelta ya el ruido que produjo la rueda se alcanzó a escuchar desde mucho más lejos. A la tercera vuelta el ruido fue mucho mayor y se alcanzaba a oír por todo el país. A la cuarta vuelta de la rueda ya el ruido fue inmenso y a la quinta vuelta el ruido fue tan grande que parecía oírse por todo el mundo.

Y me fue comunicado lo que éste era el anunció del futuro que esperaba a la Obra Educativa de Don Bosco. En los primeros años sólo sería conocida en la ciudad donde estaba su primer Instituto, el Oratorio, en Turín. En su segundo decenio, ya se extendería por las provincias de aquella región, el Piamonte. En el tercer decenio su fama y su influencia se extenderían por todo el país de Italia. En el cuarto decenio se difundiría por toda Europa y en el quinto decenio la Obra de Don Bosco sería conocida y apreciada en todos los continentes del mundo.

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22. El sueño de los panes 1857 (MB. 5,514) “Una noche vi en sueños a todos mis alumnos, distribuidos en cuatro grupos distintos. Los jóvenes que formaban el primer grupo comían un pan finísimo y sabroso. Los del segundo grupo comían un pan ordinario. Los del grupo tercero comían un pan de salvado. Y los del cuarto grupo comían un pan mohoso y lleno de gusanos.

Y me fue dicho que los que formaban el primer grupo son los que permanecen siempre con el alma en gracia de Dios y sin pecado. Que los del segundo grupo son los que son buenos, pero a veces cometen faltas. Los del tercer grupo son los que frecuentemente cometen pecados pero se arrepienten y tratan de convertirse. Y los del último grupo son los que viven en paz con sus pecados sin hacer nada serio por corregirse”.

Nota: Don Bosco al narrar este sueño a sus alumnos dijo: “Recuerdo perfectamente en cuál de los grupos estaba cada uno.

Así que los que quieran pueden ir pasando estos días a mi habitación y les diré en qué estado se encuentra su alma”.

Los jóvenes fueron pasando a la habitación de nuestro Santo en todos esos días y a cada uno le dijo tales detalles acerca del estado en que tenía su conciencia, que los muchachos exclamaban admirados: “Parece que tuviera unos lentes de ver espíritus. Le dice a uno todo lo que tiene en el alma”.

Este sueño se repitió después de muchas veces en formas diversas en la vida de San Juan Bosco, y siempre logró ver las conciencias tal cual estaban en realidad.

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23. El gigante fatal 1859 (MB. 6,234) Vi en sueños a un hombre de estatura gigante que recorría las calles de la ciudad, y de vez en cuando colocaba sus manos sobre la cabeza de algunas personas. La persona sobre la cual el gigante había colocado sus manos, se ponía negra y caía muerta: “Me pareció que era el anunció de una epidemia mortal”.

Nota: Hay que recordar que en la ciudad de Turín en un solo año hubo 3,500 enfermos de cólera y murieron ,400. 700 de esas víctimas murieron en la región donde vivía Don Bosco, junto al río Dora.

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24. El sueño de la marmota 1959 (MB. 6,234) “Vi en sueños que cuando los jóvenes debían dirigirse a la Iglesia para las confesiones, llegó al patio un hombre que llevaba una cajita. El hombre se colocó en medio de los jóvenes y abriendo la caja sacó de allí una marmota, un animalito roedor, de pelaje espeso y cabeza gruesa que vive en los montes pero que se deja domesticar y hace muchas maromas que distraen y hacen reír a la gente joven. La marmota empezó a bailar y hacer piruetas y los jóvenes le hicieron un gran corrillo para observarla. Entonces el hombre que llevaba el animalejo se fue alejando y alejando de la Iglesia, y los muchachos con él, y así logró que no fueran a confesarse”.

Nota: Don Bosco al narrar este sueño dijo en qué estado vio la conciencia de ciertos jóvenes, sin decir el nombre de ninguno, pero los interesados se sintieron perfectamente retratados en aquella descripción. Luego les insistió en que el enemigo del alma hace todos los esfuerzos posibles por obtener que la gente no se confiese y que no comulguen.

Mientras narraba el sueño se puso a describir las piruetas que hacía la marmota, y con ello hizo reír sabrosamente a los muchachos, pero mientras tanto los hizo pensar seriamente en el estado en el que estaba su alma. Muchos jóvenes fueron privadamente a pedirle que le dijera en qué estado había visto su conciencia y se quedaron pasmados al oír de labios de Don Bosco faltas que ellos se imaginaban que nadie sabía.

Dicen las crónicas de ese tiempo que la narración de este sueño llevó a casi todos los jóvenes a confesarse con más frecuencia, y que las comuniones se volvieron más numerosas en el Oratorio o Instituto Educativo de Don Bosco en Turín.

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25. Aparición de mamá Margarita 1860 (MB. 5,403) “Mi mamá Margarita había muerto el 25 de noviembre de 1856, pero en el mes de agosto de 1860 soñé que viniendo cerca del Santuario de la Consolata me encontraba por el camino con ella. El aspecto de mi madre era bellísimo. Y yo admirado le pregunté: – ¿Pero cómo, Su merced aquí? ¿No está muerta? – He muerto pero sigo estando viva – me respondió – ¿Y su merced es feliz? – Totalmente feliz. Felicísima.

– Le pregunté si había ido al paraíso inmediatamente después de su muerte, y me respondió que no. Luego le pregunté si en el paraíso estaban algunos de mis mejores alumnos que habían muerto. Le dije los nombres y me dijo que sí estaban allá. Luego le pregunté: ¿Me podrá explicar qué es lo que se goza en el paraíso? – Aunque te lo dijera, no lo podrías comprender – me respondió.

– ¿Pero no me podría dar aunque fuera una pequeñita muestra de lo que allá se goza, o se ve, o se oye? Y en ese momento vi a mi madre totalmente resplandeciente, adornada con una lujosísima vestidura, con un rostro de maravillosa majestad y belleza, y acompañada de un numeroso coro que cantaba solemnemente. Y ella empezó a cantar un himno de amor a Dios, un canto de una dulzura que nadie logra explicar, un canto tan bello que llenaba de gozo y de dicha el corazón, y que elevaba la mente hacia las alturas celestiales. Parecía que fuera un coro de millones y millones de voces, a cual más de hermosas y armónicas, desde las voces más graves y profundas, hasta las más elevadas y agudas. Y una incontable variedad de modulaciones, tonalidades y vibraciones, unas fuertes, otras suaves, combinadas con el arte más exquisito y con una delicadez tal que formaban un conjunto maravilloso.

Al oír aquellas finísimas melodías quedé tan emocionado que me parecía estar fuera de este mundo y no fui capaz de decir nada ni de preguntar ninguna otra cosa más a mi madre.

Cuando hubo terminado el canto, Mamá Margarita se volvió hacia mí y me dijo: “Te espero en el Cielo, porque nosotros los dos debemos estar siempre cerca del uno del otro. Dichas estas palabras desapareció”.

Nota: Mamá Margarita ejerció una influencia importantísima en la vida de San Juan Bosco. Él quedó huérfano de padre a los dos años y medio, y la educación se la dio su santa madre, formidable mujer que, aunque analfabeta, poseía dotes maravillosas para educar.

Cuando ya su hijo fue sacerdote se fue con él a Turín y allí junto a su hijo pasó los últimos diez años de su vida haciendo de madre amorosa para esos centenares de huerfanitos abandonados, que Don Bosco iba recogiendo para educarlos y librarlos de peligros materiales y espirituales. Los muchachos de Don Bosco la llamaban cariñosamente “Mamá Margarita”, y así la llaman los salesianos de todo el mundo. Don Bosco habla muy hermosamente de ella en la “Autobiografía” que por orden del Papa tuvo él que escribir. Cuando le presentaron el retrato de Mamá Margarita a los sesenta y siete años (1855), pintado por Rollini, según un croquis de Bartolomé Bellisio. Le fue ofrecido a Don Bosco en el día de su santo, 24 de junio de 1855. Al verlo, exclamó: “Es ella. No le falta sino que hable”. Se conserva en el museo de Don Bosco (Turín).

Por haber muerto Mamá Margarita un 25 de noviembre, en las 1,300 casas salesianas del mundo celebra cada 25 de noviembre una misa por los papás difuntos de los salesianos.

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26. Aviso para esconder documentos peligrosos 1860 (MB. 6,546) “Soñé que entraba a mi habitación una cuadrilla de atracadores y que se dedicaban a esculcar todos los armarios y que revolvían todos mis papeles y mis escritos.

Pero uno de los salteadores, se volvió a mí y con tono bondadoso se me dijo: – ¿Por qué no esconde aquel escrito y aquel otro documento? No ve que si llega una requisa del gobierno aquellas cartas del Arzobispo le podrían traer problemas? ¿Y aquellos documentos que le llegaron de Roma que los tiene ya casi olvidados en aquel rincón (y me señaló el sitio donde estaban) y aquellos otros papeles que están más allá? Si los hace desaparecer desde ahora se va a evitar después muchos problemas y molestias”.

Por la mañana les conté el sueño a algunos de mis amigos y no lo tomaba muy en serio, pero por si acaso me fui a mi habitación y saqué todas las cartas del Arzobispo y los documentos llegados de Roma y otros papeles especiales y los llevé a un sitio muy alto y escondido.

Nota: El sueño sucedió el 23 de mayo. Don Bosco escondió los papeles el 24, y luego el 26 de mayo de 1860, el ministro anticlerical Farina mandó requisar toda la casa de Don Bosco en busca de documentos que lo pudieran comprometer contra el gobierno. En ese año 1860 es cuando el gobierno de Piamonte (capital de Turín) se apodera de Roma y le quita al Sumo Pontífice los Estados Pontificios. Buscan cualquier pretexto para acusar y encarcelar a los amigos del Papa y saben que Don Bosco es amiguísimo del Sumo Pontífice de Roma.

El 26 de mayo llegan tres inspectores y 18 policías a registrar las habitaciones de Don Bosco. Esculcan todo, hasta la cesta de los papeles, y no logran encontrar ni siquiera un solo documento o carta para poderlo acusar. Todo había sido perfectamente escondido por Don Bosco, lejos de allí, el 24, después del aviso del sueño. Diez veces más vendrá la policía a esculcarle todos los papeles y a registrar sus habitaciones y nunca lograron encontrar nada para poderlo acusar. Dios cuida de sus hijos y les avisa a tiempo.

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27. Las catorce mesas 1860 (MB. 7,534-535) “Soñé que estaba con todos mis jóvenes en un sitio tan ameno como el más hermoso de los jardines, sentados ante unas mesas que, ascendiendo desde la tierra en forma de gradas, se elevaban tanto que casi no se divisaban las últimas. Dichas mesas, largas y espaciosas, eran catorce, dispuestas en un estadio y divididas en tres órdenes, sostenido cada uno por una especie de muro en forma de terraplén.

En la parte baja, alrededor de una mesa colocada en el suelo polvoriento y desprovista de todo adorno y sin vajilla alguna, vi a cierto número de jóvenes. Aparecían tristes; comían de mala gana y tenían delante de sí un pan semejante al pan duro y feo que les dan a los soldados en la guerra, pero tan rancio y lleno de moho que causaba asco. Este pan estaba en el centro de la mesa mezclado con suciedades e inmundicias. Aquellos pobrecitos se encontraban como unos cerdos inmundos en una pocilga. Yo les quise decir que arrojasen lejos aquel pan; pero me hube de contentar con preguntar por que tenían ante sí tan nauseabundo alimento.

Me respondieron: – Hemos de comer el pan que nosotros mismos nos hemos preparado, pues no tenemos otro.

Aquello representaba a los que están en pecado mortal.

Dicen los Proverbios en el capítulo I: “Odiaron la disciplina y no abrazaron el temor de Dios y no prestaron atención a los buenos consejos, y por eso tienen que comer el fruto de sus malas obras”. Y el salmo 75: “Los que hacen el mal tendrán que beber de la copa de la amargura”.

Pero a medida que las mesas estaban más y más arriba, los jóvenes que comían en ellas se mostraban más alegres y se alimentaban con un pan más sabroso.

Cuanto más alta se hallaba la mesa donde estaban tanto más hermosos, elegantes y alegres eran los jóvenes que allí comían, y más lujosos los manteles y más finas la vajillas, y más exquisitos los alimentos que allí les ofrecían. Y me llamaba la atención el ver que en las mesas superiores había muchos jóvenes, más de los que me había imaginado.

Al fin me puse a mirar las más altas mesas, las más elevadas. Los alimentos que allí se servían eran tan extraordinariamente finos y delicados que nadie podría describirlo. Las mesas parecían de oro. Los vestidos de los jóvenes que allí estaban sentados eran lujosísimos y de un costo elevadísimo. El rostro de cada muchacho resplandecía con luces admirables. Cada joven gozaba de una alegría extraordinaria y cada cual se esmeraba por hacer participantes de su gozo a los demás compañeros. En hermosura, en elegancia, en alegría y en luminosidad y esplendor, los que ocupaban las mesas de más arriba superaban totalmente a los que estaban en las mesas de más abajo.

Y me fue dicho que los que están en las mesas más altas son los que se esfuerzan por conservar el alma sin pecado. Los de las mesas de en medio son los que caen y cometen faltas pero se apresuran a confesarse y a enmendarse. Los de la última mesa de abajo viven tranquilamente en sus pecados sin arrepentirse ni tratar de enmendarse. El Libro Santo enseña: “Dichoso el que pudendo pecar no peca”. Pero “Ay del que vive como si Dios no existiera: ese no tendrá paz”. (Is. 48,22).

Pero lo más sorprendente es que en el sueño reconocí a todos mi alumnos uno, por uno, y ahora mismo le puedo señalar a cada cual en qué clase de mesa lo vi. Me parece estarlos viendo ahora mismo, a cada uno en su mesa.

Estando observándolos vi un hombre a lo lejos y quise ir a preguntarle algo, pero me tropecé con algo y… me desperté.

Nota: Al día siguiente. 6 de agosto de 1860, los jóvenes fueron pasando por la habitación de Don Bosco para preguntarle en qué mesa los había visto. Y se extrañaban de la admirable precisión con la cual les informaba el estado de su alma.

Varios le preguntaron si todavía podían pasar de un mesa inferior a otra superior y les dijo que sí, que si era posible, con tal de esmerarse por evitar el pecado y dedicarse a portarse bien.

¿En cuál de las 14 mesas estaremos nosotros? ¿A cuál queremos pasar?

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28. Sueño del estado de las conciencias 1860 (MB. 6,616)

Era el 31 de diciembre y tenía que aconsejarles a los jóvenes el “Aguinaldo”, lema o recuerdo para el nuevo año que iba a empezar.

Y en sueños me encontré con el Padre José Cafasso (que había muerto ese año) y le pregunté: “¿Qué consejo o recuerdo les dejo a mis discípulos para este año que va a comenzar?”.

El me respondió: Ante todo, que arreglen las cuentas de su conciencia.

Y luego vi un tribunal compuesto por el Padre Cafasso, por el poeta Silvio Péllico y por el Conde Cays. Y que mis discípulos, cada uno con un papel en la mano pasaban ante el tribunal para presentar las cuentas de su conciencia.

Los que presentaban las cuentas bien arregladas eran aprobados y se iban al patio a jugar muy contentos.

A quienes tenían pecados sin perdonar, los señores del tribunal les rechazaban sus cuentas y se las devolvían, porque no se les podían aceptar así. Y salían muy tristes y muy angustiados.

Vi a unos que no pasaban a presentar cuentas ante el tribunal. Le pregunté al Padre Cafasso quiénes eran ellos y me respondió: – “Son los que no tienen obras buenas para que se les paguen. Dígales que se apresuren a hacer obras para el Cielo, porque al árbol que no produce fruto se le corta y se le echa al fuego”. (Mt. 3,10).

Salí al patio y vi que los jóvenes que tenían bien las cuentas de su conciencia jugaban felices y se sentían satisfechos como príncipes. En cambio otros jóvenes no sentían alegría. Y unos de éstos tenía una venda en los ojos (para no reconocer la fealdad del pecado y la necesidad de vivir en gracia de Dios) y otros tenían la cabeza llena de humo negro.

Y allá en un rincón del patio vi una escena que me llenó de angustia: Un joven estirado en el suelo, pálido como un muerto (¿tenía muerta el alma por el pecado?). Unos con los ojos muy enfermos (¿malas miradas?), otros con la lengua enferma (¿malas conversaciones?) y algunos muy enfermos de los oídos (¿sordos para oír lo bueno, atentos para escuchar lo malo?). Todos ellos tenían sus sentidos roídos por gusanos. Uno tenía la lengua totalmente podrida, otro con la boca llena de fango hediondo y un tercero con la garganta tan maloliente que no se le podía uno acercar (¿de qué hablarán?). Alguno tenía el corazón carcomido y podrido, débil y corrompido (ya se puede uno imaginar lo malo y corrompidos que serás sus afectos). Había algunos como cadáveres en descomposición (destruidos por los vicios) y otros tan enfermos que parecían un hospital (¡así de enferma está su alma!). Yo estaba viendo la conciencia de cada uno.

Me acerqué a uno de esos pobrecitos y le pregunté: – ¿Pero qué es lo que te ha sucedido? ¿Por qué estás así de mal? – Es que estoy cosechando el fruto de mis malas obras. “Cada uno cosecha lo que ha cultivado. El que cultiva corrupción, cosecha maldades”. (Gal. 6,7).

Y lo mismo me respondieron varios más. Yo veía el estado de cada alma tan claramente, que si alguno se me acerca ahora, puedo decirle cómo está su conciencia.

Luego fui llevado a un enorme salón, adornado con oro y plata, y lleno de lámparas maravillosas que producían una luz tan bella como uno no puede imaginar. Y en la mitad del salón había una inmensa mesa con los alimentos más exquisitos que una persona pueda desear. Yo al ver semejante cantidad de alimentos tan sabrosos dispuse salir a llamar a mis discípulos para que entraran a comer, pero el Padre Cafasso me dijo: – Un momento: de esta mesa no pueden participar sino los que tienen la conciencia en paz. Los que han arreglado las cuentas de su conciencia.

Yo fui a llamar a los que estaban con la conciencia purificada de pecados, y la mesa se llenó de comensales que demostraban inmensa alegría y satisfacción.

Supliqué luego que también otros de mis discípulos pudieran entrar a participar de tan rico banquete y me fue dicho: “Solo los que están sanos del alma pueden participar del banquete del Cielo. Los que tienen el alma enferma tienen que aguardar a ser curados”.

Y yo veía que los que participaban de aquella mesa se sentían inmensamente felices y contentos. Pero los que tenían el alma enferma y manchada estaban allá en un rincón llenos de profunda tristeza. Los que tenían el corazón carcomido sufrían de una gran melancolía. A ninguno de los que tenían el alma manchada se le dejaban acercarse a la mesa de las delicias. Oh y allí entre esos entristecidos con manchas en el alma veía claramente a muchos de mis discípulos.

Yo le pregunté al Padre Cafasso: – ¿Qué remedio me aconseja para que estos jóvenes tengan el alma sana? El respondió: “Estar alerta y vigilar”. “Vigilar y orar para no caer en tentación, porque el espíritu está pronto, pero el cuerpo es débil” (Mt. 26,41).

“Estar alertar porque el enemigo, el diablo anda dando vueltas como un león, buscando a quien devorar”. (S. Pedro 1P. 5,8).

Y al decir estas palabras, el Padre Cafasso y sus compañeros desaparecieron, y yo me desperté, y no me encontré sentado en la cama, temblando de frío.

Yo termino recomendando que todos purifiquen su alma con una buena confesión, y que reciban frecuentemente y con mucha devoción la Sagrada Comunión.

Notas: El tribunal estaba compuesto por tres amigos de Don Bosco: el Padre Cafasso, su santo confesor y gran maestro de espiritualidad. El examinaba acerca de las prácticas de piedad y acerca de la moralidad. El poeta Silvio Péllico, que examinaba cómo había sido el cumplimiento de cada uno acerca de sus deberes de estudiante. El Conde Cays, senador, examinaba la disciplina y el buen comportamiento y la obediencia de cada cual.

Los jóvenes fueron acercándose en esos días a Don Bosco y él les informaba si los había visto con el alma sana, y sentados a la mesa del banquete del Cielo, o si en cambio había observado que estaban enfermos de los ojos, de los oídos, o del corazón, o hechos unos cadáveres por medio del pecado mortal. Algunos lloraban al sentir que la descripción que les hacia el Santo al contarles cómo los había visto en el sueño, era un retrato exacto del estado en que se encontraba su alma.

Seria interesante saber en cuál de estos grupos estará cada uno de nosotros.

El Padre Rufino dejó escrita una crónica de lo que sucedía aquel año, y allí dice que el efecto de aquel sueño fue inmensamente provechoso para los discípulos de Don Bosco. Que cada día se le acercaban muchos de ellos a preguntarle en qué estado los había visto. Y que un grupo bastante numeroso de jóvenes que hasta aquel día no habían querido arreglar los asuntos del alma con una buena confesión, empezaron a frecuentar el confesionario con mucho arrepentimiento.

Don Bosco sentía alegría de comprobar que la narración del sueño de las conciencias estaba haciendo mayor bien que una tanda de Retiros Espirituales.

A los dos días al bajar Don Bosco por las escaleras se encontró con un joven y le dijo: “¿Cuándo te confesarás de tal pecado… que nunca te has atrevido a confesar?”.

El muchacho se echó a llorar. Nunca en su vida se había atrevido a confesar ese pecado. Y fue enseguida y se confesó y quedó en paz.

La Crónica del Oratorio sigue diciendo: “Muchos jóvenes se han echado a llorar cuando Don Bosco les ha dicho en qué estado lamentable los vio en el sueño. Los alumnos de los talleres han ido en su mayoría a hacer una confesión general de toda su vida.

Los alumnos le pidieron a Don Bosco en el patio, en el recreo, que les diera más explicaciones del sueño y él añadió: “En ese sueño aprendí más que si hubiera leído varios libros. Los que tienen humo en la cabeza son los que se dejan llevar por el orgullo y el amor propio y el deseo de aparecer. De algunos que estaban con el corazón corroído, me fue dicho que son los que tienen el corazón lleno de antipatías, de rencores y de odios, o de envidias. El corazón de algunos estaba lleno de tierra y me fue dicho que son los que viven muy apegados a los bienes de este mundo y a los placeres sensuales”.

Y añadió: “Vi a unos con el corazón vacío: son los que no hacen obras malas, pero tampoco hacen obras buenas y poco rezan con fervor (ni fa, ni fu)”.

Después en otra charla de buenas noches les dijo: – “He pasado horas muy angustiosas pensando en algo que me llena de horror: el número tan crecido de discípulos míos que viven con la conciencia tan desordenada y con el alma tan manchada. Al recordar a los que vi tendidos por el suelo como cadáveres, y cubiertos de llagas asquerosas, he sentido tristeza muy profunda. Algunos ya arreglaron los asuntos de su conciencia. Y los otros ¿por qué no lo hacen? Y se echó a llorar. Varios alumnos empezaron a llorar también, y las palabras del Santo consiguieron el buen efecto deseado”. (MB. 6,627).

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29. Una amenaza de muerte 1860 (MB. 6,625) El 12 de enero de 1860 Don Bosco llamó al joven Bartolomé C. a su habitación y le dijo: -“He visto en sueños que la muerte te amenazaba. Se acercaba a ti con el deseo de llevarte a la eternidad. Al ver esto, corrí inmediatamente a impedir que la muerte te llevara, pero oí una voz que me dijo: – ¿Para qué dejar que siga viviendo a uno que quiere seguir en pecado y no quiere hacer caso a las invitaciones que tú le haces para que empiece a tener un buen comportamiento y abusa de las gracias que Nuestro Señor le concede? Yo rogué para que te alargaran la vida y lo obtuve.

Aquel pobrecito, al oír el relato de este sueño quedó tan preocupado y conmovido que entre lágrimas y sollozos hizo su confesión de toda su vida y formuló muy buenos propósitos que luego se esmeró por cumplirlos lo mejor posible.

Y Bartolomé le contaba luego al Padre Bonetti que desde su primera comunión nunca más se había confesado bien, pero que desde que Don Bosco le contó este sueño había arreglado completamente las cuentas de su conciencia con Dios.

¿Se podrá decir de nosotros esa frase terrible que oyó Don Bosco respecto al joven? ¡Ojalá que no!

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30. Un paseo al paraíso 1861 (MB. 653) En la noche del 7 de abril de 1861 dijo Don Bosco a sus jóvenes: – “Voy a contarles un sueño que tuve durante tres noches. Lo que más emoción me produjo fue que cada noche reanudé el sueño en el punto preciso en el que había quedado la noche anterior al despertarme. El sueño consta de tres partes:

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Primera Parte.

Soñé que llegaba con mis discípulos a una hermosa y amplia llanura y que les preguntaba: ¿Quieren que vayamos a dar un paseo?Los jóvenes dijeron: ¿Pero a dónde? Y uno respondió: ¡Vamos al paraíso! Y todos aclamaron: ¡Sí, vamos al paraíso! Atravesamos la llanura y llegamos a una hermosísima colina de llena de toda clase de árboles frutales, y cada árbol estaba totalmente lleno de las frutas más exquisitas. Por todas partes se veían flores bellísimas y en el ambiente se sentía una paz y una alegría imposibles de describir. Los jóvenes mientras gustaban aquellas sabrosas frutas me preguntaban: ¿Qué significa todo esto? Y yo les respondía: “Esto es un recuerdo de los goces y alegrías que nos esperan en el paraíso”.

Nos imaginábamos que ya estábamos en el paraíso pero luego al llegar a la cumbre de la colina divisamos a lo lejos una altísima montaña. Allí sí estaba el paraíso.

Y vimos que una inmensa cantidad de gente subía por esa encumbrada montaña, con mucha dificultad pero con enorme entusiasmo, y que desde arriba Dios, desde una luz hermosísima, invitaba a todos a seguir subiendo y a no desanimarse por las dificultades.

Vimos también que varios de los que ya estaban muy altos, bajaban otra vez para ayudar a los que estaban pasando por sitios demasiados difíciles, y les ayudaban para que lograran subir también ellos.

Y se notaba que a los que llegaban a subir hasta la cumbre los recibían allá con una gran fiesta y con muchísima alegría.

Numerosos jóvenes, al contemplar a lo lejos el paraíso, sintieron tal entusiasmo que emprendieron veloz carrera hacia él, para llegar lo más pronto posible, y se adelantaron mucho al resto del grupo.

El lago de sangre. Antes de empezar la subida hacia el paraíso nos encontramos con un lago de sangre, de varias cuadras de ancho y largo, y allí junto a él vimos multitud de brazos, manos, pies, cabezas y cuerpos descuartizados. Parecía que allí hubiera habido una horrible batalla. Era un espectáculo espantoso.

Los jóvenes que se habían adelantado corriendo, estaban allí mirando horrorizados. Los demás jóvenes que iban llegando y que venían tan alegres, quedaron silenciosos y llenos de susto y tristeza.

En la orilla del lago había un gran letrero que decía: “POR MEDIO DE LA SANGRE”.

Yo pregunté qué significaba todo aquello y una voz me dijo: “El lago significa la sangre que han derramado los mártires de la santa religión, desde la sangre del justo Abel hasta la del último profeta asesinado”. (Lc. 11,51) y la sangre del gran mártir Jesucristo, y la de todos los que han muerto por defender la religión.

Y los brazos, pies, manos y calaveras, ¿qué significan? La voz nos respondió: “Son los que han pretendido luchar contra la Iglesia. Han quedado tendidos en el campo de batalla, pues la promesa de Jesús dice: “Los poderes del infierno no podrán contra ella” (S. Mateo 16,18).

Yo les explique a mis discípulos que los que se sacrifican por defender la santa religión subirán muy alto hacia el Cielo y que los que atacan la religión de Jesucristo se quedarán destrozados a mitad del camino de la eternidad. Y seguimos nuestro viaje.

El lago de agua. Encontramos otro gran lago de aguas cristalinas, con un inmenso letrero que decía: “POR MEDIO DEL AGUA”. También junto a este lago había muchos cuerpos destrozados. Y una voz nos explicó: Esto significa que para ir al Cielo hay que ser purificados por el agua del bautismo y por el sacramento de la penitencia, porque “al Cielo no puede llegar nada manchado” (Apoc. 21,27). Y los restos humanos son los que no quisieron purificarse por la penitencia, y se dedicaron a obrar contra la Iglesia de Dios.

El lago de fuego. Seguimos el viaje y llegamos a un lago de fuego. Allí a su alrededor había también restos de cuerpos humanos y en el otro extremo un gran letrero que decía: “POR MEDIO DEL FUEGO”.

Y una voz nos dijo: “Esto significa que para ir al paraíso es necesario tener gran fuego de amor a Dios y de caridad al prójimo. Los restos de cuerpos humanos que hay alrededor significan los que en vez de amar a Dios y a su prójimo, se dedicaron fue a atacarlos. Han quedado destrozados, a mitad del camino de la eternidad.” El circo de las fieras. Llegamos luego a un enorme circo llenito de terribles fieras: lobos, osos, tigres, leones, panteras, serpientes, perros bravos, gatos rabiosos y cada monstruo tenía la boca abierta mostrando sus colmillos y aguardando que alguno se le acercara para devorarlo.

La voz nos dijo: “Esos son los peligros que el demonio, el mundo y la carne presentan contra el alma para hacerla pecar y llevarla a la condenación”.

Los jóvenes me preguntaron si nos acercábamos a las fieras pero yo les respondí: “El que ama el peligro, en él perece”. Y nos retiramos de allí y seguimos nuestro viaje. Si pasábamos por entre el circo, el camino era mucho más corto, pero muchísimo más peligroso. En cambio, dando la vuelta, el viaje era mucho más largo pero con menos peligros, y dispusimos más bien a dar la vuelta.

La multitud mutilada. Llegamos a una llanura donde había una inmensa multitud de personas, pero a cada cuerpo le faltaba algo. A unos les faltaban los ojos, a otros las orejas, a unos las manos y a otros la cabeza. Unos no tenían lengua.

Los jóvenes estaban aterrados al ver a esa gente tan mutilada, pero una voz nos explicó: “Esos son los que por salvar el alma y por no pecar sacrificaron su vista o sus oídos o hicieron sacrificios en el hablar o hicieron sufrir a su cuerpo con ayunos y penitencias. Los que no tienen cabeza son los que se consagraron a Dios ofreciéndole toda su vida para su Santo servicio. Estas gentes cumplieron lo que decía Jesús: “Si tu mano o tu ojo te es ocasión de pecado, sacrifícalo. Que más vale entrar al Reino de los Cielos mano o ciego, que irse con las dos manos al infierno” (Mt. 18,8).

Estos resucitarán gloriosos para reinar eternamente en el Cielo.

Y en aquel momento oí que una gran muchedumbre venia desde el Cielo para animar a los que iban subiendo hacia el paraíso y les decían: “Ánimo, bien, bien”, y al oír aquel ruido de aplausos y de gritos me desperté. Esta es la primera parte del sueño.

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Segunda Parte.

La plaza y el túnel. En nuestro viaje hacia el paraíso llegamos a una gran plaza llena de gente muy alegre. Pero la plaza terminaba en un túnel sumamente estrecho y el que quería pasar por él tenía que despojarse de todo lo superfluo, de todo lo no necesario, porque si no era así no cabía por el angostísimo túnel. Entonces recordé la frase de Jesús: “El que no renuncie por amor a mí, a lo que mucho ama, no es digno de mí”. (Mt. 10,37).

Los atados a los animales. Entonces llegamos a un valle donde había muchos individuos, pero cada uno amarrado a un animal. Uno amarrado a un buey, otro a un asno o a un caballo, un tercero a un cerdo y otro a un perro o a un gato o a un conejo.

Y me fue comunicado que los que están amarrados a un buey son los perezosos, en los cuales se cumplirá lo que dijo San Pablo: “El que poco cultiva, poco cosechará”. Y los que estaban amarrados a un asno son los tercos, los testarudos, los que siguen sus caprichos sin hacer caso a lo que les aconsejan los sacerdotes y los superiores. A ellos les dice salmo 22: “No seáis como asnos y mulas que hay que guiarlos con freno y si no nos hacen caso”. Me fue dicho que los que estaban amarrados a unos caballos son los que no emplean su cerebro para pensar en lo eterno y en la salvación del alma, sino solo piensan en lo que es de la tierra y del cuerpo material.

A muchos los vi amarrados a cerdos y revolcándose con ellos entre el barro y me fue dicho que son los que se dedican a las pasiones sensuales y con el pecado se alejan de Dios. Y me acordé del Hijo Pródigo del cual dice el Evangelio que: “Se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos”.

Vi a unos amarrados a gatos: son los ladrones. Y otros amarrados a perros: los que dan escándalo y mal ejemplo. Y varios amarrados a conejos: los que son cobardes y no se atreven a defender su santa religión ni a practicarla delante de los demás.

El jardín infectado. Llegamos a un jardín muy hermoso lleno de rosas, violetas y manzanas. Pero apenas nos acercamos a las rosas notamos que en vez de aroma despedían un olor muy desagradable. Y las violetas en vez de oler agradablemente, olían a fetidez asquerosa. Y uno de los jóvenes quiso probar una de las manzanas que allí había y tuvo que vomitar porque tenía un sabor horriblemente feo.

Y me fue comunicado que eso significa los goces materiales que ofrece el mundo: tienen apariencia de belleza y de sabrosura, pero en realidad producen asco y aversión y desagrado.

La muchedumbre del camino ancho. Luego llegamos a una avenida ancha y atrayente y vimos que por allí corría alegremente muchísima gente. Orquestas, conjuntos musicales, gritos y aplausos. Unos bailaban, otros brincaban, y la algarabía de toso era ensordecedora.

Pero notamos con susto que entre esa inmensa multitud que descendía por el camino ancho, iban unos tipos muy elegantes empujando para que no se detuvieran, pero a esos individuos les salían unos cuernos por debajo de sus sombreros.

Entonces me acordé de lo que dice el Libro de los Proverbios: “Hay caminos que a la gente le parecen buenos pero que terminan llevando al desastre”. (Prov. 16,25).

Y una voz dijo: “Miren cuánta gente va viajando tranquilamente hacia el infierno sin darse cuenta”. Entonces nosotros nos devolvimos llenos de susto y en vez de seguir por ese camino ancho que lleva a la condenación nos dirigimos hacia una senda estrecha que subía. Recordábamos aquellas palabras de Jesús: “Que ancha es la vía que conduce a la perdición y cuán numerosos son los que se van por ella, y qué angosto es el sendero que lleva a la Vida Eterna y qué poquitos son los que por él caminan. Viajad por la vía angosta.” (Mt. 7,13).

Y yo pensaba: diré a mis discípulos: recuerden que los placeres conducen a la perdición no son sino mera apariencia.

Ofrecen sólo belleza exterior, pero no alegría interior. Estén alertas para no dedicarse a pecados que los hacen semejantes a los animales, como la pereza, la gula, la impureza, el robo, la desobediencia o el falso respeto humano. Qué triste que tengan que decir de nosotros como del hijo pródigo: se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos.

Y en aquel momento, cuando íbamos a empezar a subir por el camino angosto, los muchachos comenzaron a gritar: “Este como que no es el camino. ¡Quizás nos equivocamos de camino! Y al oír estos gritos, me desperté.

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Tercera Parte.

El puente. Nos volvimos del camino ancho y llegamos otra vez a la inmensa plaza donde había tanta gente y de la cual se podían salir por un túnel muy estrecho. Pasamos por allí pero nos encontramos con que teníamos que pasar por un puente muy estrecho y sin barandas, debajo del cual había un horrible abismo. Los jóvenes se detuvieron asustados. Si dábamos un paso en falso caeríamos a las aguas turbulentas que corrían encajonadas por el tenebroso abismo, y desapareceríamos.

Al fin uno se atrevió a pasar y lo siguieron los demás, poco a poco y con muchísimo cuidado, y logramos llegar al otro extremo sin caer al torrente. Nos había servido ser, como decía Jesús: “Sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes”.

Un camino muy difícil. Encontramos luego un camino sumamente difícil de andar. En un sitio montones de espinas pretendían impedirnos el paso. Más allá piedrononas inmensas que para pasar sobre ellas había que agarrarse muy fuerte con las manos y con los pies, y cada uno tratar de ayudar a subir al que iba cerca. La subida era cada vez más escarpada pero nosotros nos animábamos a no desfallecer, y seguimos subiendo.

Mirábamos hacia arriba y veíamos el recibimiento tan festivo y alegre que allá les hacían a los que lograban subir aquella cuesta, y esto nos animaba a seguir subiendo aunque las dificultades fueran cada vez más grandes.

En la cumbre, pero casi solo. Al fin llegamos a la cumbre de la montaña. Los que estaban allí se preparaban para hacernos un gran recibimiento, cuando yo me volví a mirar cuántos habían llegado conmigo hasta la altura y con enorme tristeza vi que de todos mis 800 y más discípulos que habían emprendido conmigo aquel camino hacia el paraíso solamente tres o cuatro habían logrado llegar hasta allá.

Y los demás, ¿qué les sucedió por el camino? – pregunté.

Y una voz me respondió: “Los demás se han quedado estancados en distintas partes del camino. Mire bien y verá dónde se han quedado. Quizás si siguen luchando logren llegar hasta la altura”.

Me puse a mirar y vi que unos estaban distraídos recogiendo caracoles. Otros hacían ramos con flores silvestres. Algunos recogían frutas verdes y varios se dedicaban a perseguir mariposas. Hasta había quienes estaban coleccionando grillos y muchos se habían sentado a descansar tranquilamente en la sombra de un matorral.

Yo me puse a gritarles que no se dedicaran a esas boberías inútiles, que éste no era tiempo de dedicarse a descansar, que no se detuvieran en la subida, que siguieran caminando hacia la altura. Unos poquitos, unos ocho me hicieron caso. Los demás siguieron dedicados a esas inutilidades.

A mí me daba pena llegar con un grupito tan reducido al paraíso, y les dije a mis pocos compañeros: espérenme aquí que yo bajo a tratar de hacer subir a los rezagados.

Y me vine cuesta abajo animando a unos, empujando a otros hacia arriba y hasta regañando a algunos muy despreocupados. Les repetía afanosamente: “Sigan caminando hacia arriba. No se queden en mitad del camino del paraíso por dedicarse a cosas que no valen la pena… sigan, suban”.

Y bajé hasta donde empieza la subida de la montaña y allí encontré muchos desanimados que ya no querían hacer sacrificios para llegar al paraíso, sino que pensaban dedicarse a la vida fácil sin hacer esfuerzos por subir.

Animé a todos a emprender de nuevo el camino hacia las alturas y cuando ya iba a comenzar a caminar hacia la alta montaña, me tropecé con algo y me desperté.

Quiero terminar esta narración diciéndoles: “De 800 que empezaron la subida sólo cuatro llegaron directamente al Cielo.

¿Y los otros? Tendrán que quedarse en el Purgatorio pagando los pecados. Para unos el Purgatorio será muy cortico, pero para otros puede ser muy largo. Y algunos me preguntará: “¿Qué debo hacer para que mi Purgatorio no sea tan largo?”.

Yo le respondo: “Gane indulgencias”. Indulgencias es el perdón de una parte de la pena que se debe pagar por el pecado.

La Iglesia Católica tiene poder de conceder indulgencias, porque Cristo dijo a los Apóstoles: “Todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el Cielo”. La Iglesia ha concedido indulgencias a quienes le ofrecen a Dios el trabajo que hacen. También se gana indulgencia cada vez que se ofrece a Dios un sufrimiento o se da una limosna por amor de Dios.

Gana indulgencia quien asiste a la Santa Misa y quien comulga y el que reza el Rosario o visita a Jesús Sacramentado en un Templo, etc.

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31. Desde lejos ve lo que otros están haciendo 1861.

El 4 de febrero de 1861, salió Don Bosco para el Seminario de Bérgamo a predicar.

Al día siguiente escribió al Prefecto de disciplina de su Oratorio en Turín: “Vi anoche desde aquí que el diablo hizo ayer males entre los muchachos de allá. Y temo que mañana lo vuelva a hacer otra vez”.

Al constatar después que sí había sido así, el Padre Bonetti y el Padre Ruffini exclamaron: “Ahora sí nos convencemos de que Don Bosco ve las cosas desde muy lejanas tierras”.

A la noche siguiente en la cena les dijo a los superiores y seminaristas de Bérgamo: “Hoy he visto desde aquí que dos de mis alumnos me estaban escribiendo cada uno una pequeña carta y me la enviaban”.

¿Y cómo lo sabe? – le preguntaron aquellos amigos.

– Pues mañana verán que sí fue así.

Y al día siguiente estando almorzando llegó el portero con el correo. Eran dos pequeñas cartas que le habían escrito sus dos alumnos.

Y esa misma noche leía el P. Alassonati a los alumnos de Turín lo malo que Don Bosco había visto en sueños que había sucedido allí en el Oratorio. Los culpables se quedaron aterrados al ver que todo se había sabido desde tan lejos.

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32. La linterna mágica 1861 (MB. 6,679).

Este sueño lo tuvo Don Bosco el 1o. de mayo de 1861. Dice que duró unas seis horas.

Apenas se despertó se levantó y se dedicó a escribir los datos más importantes que había visto u oído durante el sueño. Luego el 2 de mayo por la noche estuvo 45 minutos narrándolo a todo el alumnado reunido. Dijo así: Me pareció que salía de mi casita en Ibechi y que iba a pasear por el campo. En el camino me encontré con un personaje que estaba aguardando a alguien, el cual me invitó a acompañarlo por aquel camino. Luego me preguntó: – ¿Quiere ver algo extraordinario? – Sí, claro que sí – Pues le voy a mostrar lo que son ahora sus discípulos y lo que serán en el futuro.

Y sacó una máquina proyectora, que tenía un lente de un metro de diámetro y cuyo título era: “Los ojos que ven lo oculto, en los cielos y en la tierra”.

El personaje le dio vuelta a la manivela de la máquina o linterna mágica y me dijo: “Mire por el lente”. Miré, y oh espectáculo admirables: allí en la pantalla vi todos los discípulos que tengo ahora.

Le dio otra vuelta a la manivela y aparecieron mis discípulos divididos en dos grupos: a un lado los buenos, llenos de felicidad y alegría. Y al otro lado los malos que no eran muchos, pero que presentaban un aspecto lastimoso. Unos tenían la lengua agujereada, otros los ojos extraviados, unos con la cabeza enferma y otros con el corazón roído por los gusanos.

Yo sentí mucha tristeza al verlos así, y pregunté al personaje qué significaba todo aquello.

El me respondió: – “Los que tienen la lengua agujerada son los que dicen cosas malas. Los que tienen los ojos extraviados son los que le ponen malicia a lo que oyen, ven o dicen. La cabeza enferma significa que no hacen caso a los buenos consejos que se les dan. El corazón roído por gusanos quiere decir que se dejan vencer por las pasiones sensuales.

Me ordenó que le diera una tercera vuelta a la manivela. Así lo hice y aparecieron en el lente cuatro jóvenes atados con gruesas cadenas. El me dijo: “Estos los que no dejan su mala conducta van a terminar muy mal, quizás en la cárcel.

Me mandó darle otra vuelta a la manivela, y aparecieron en pantalla siete jóvenes de aspecto huraño y desagradable, con un candado que les cerraba los labios y tres de ellos se tapaban los oídos con las manos. El personaje me dijo: – “Son los que no se confiesan de sus pecados. Y los que se tapan los oídos son los que no quieren oír ni aceptar los buenos consejos que se les dan para corregirse. Y si oyen algún buen consejo no se les da la gana de ponerlo en práctica. Dígales que dejen tanto orgullo que tienen en su corazón.

Yo en ese momento me hice este propósito. De cada dos veces que hable en público, una vez recomendaré la gente que se confiese bien de sus pecados. Porque muchos se condenan por no confesarse, pero muchos se pierden porque se confiesan mal, sin examen, ni dolor, ni arrepentimiento, ni propósito, o sin decir todos sus pecados al confesor.

El personaje misterioso me hizo dar otra vuelta a la rueda y vi a tres jóvenes, cada uno con un enorme orangután sobre la espalda. Y lo raro es que esos animales tenían cuernos. Los monos les apretaban la garganta tan violentamente a sus víctimas que el rostro se les ponía rojo y los ojos se les llenaban de sangre y parecían que iban a saltar de sus órbitas. Con las patas traseras los animalejos les sofocaban el corazón, y con la enorme cola les enredaban las piernas de manera que no pudieran andar.

Y me fue dicho que ellos representan a los que siguen cometiendo frecuentemente pecados contra la pureza, y aun después de Retiros Espirituales siguen siendo víctimas de sus malas costumbres impuras. Que el apretarles la garganta significa el que no se atrevan a confesarse y que el ponerse rojo el rostro quiere decir que les da vergüenza consultar a un sacerdote, y que el saltárseles los ojos son señal de que las pasiones no les dejan ver las malas consecuencias que van a tener sus impurezas, ni los remedios espirituales para librarse de sus malas pasiones, ni la importancia que tienen los sacramentos para curarlos de los males del alma. Y que el enredarles las piernas para que no puedan andar, significa que se convencen de que ya no son capaces de dejar sus malas costumbres y sus malos hábitos y creen imposible su enmienda y no tratan de dar ni un paso para enmendarse y librarse de la esclavitud de sus pasiones.

Yo sentía enorme tristeza al ver a algunos de mis discípulos en situación tan cruel, y le pregunté al personaje qué consejos debía darles para que se libraran de esos monstruos que son sus malas costumbres. Y él me dijo: Labor, sudor, fervor.

LABOR: o sea dedicarse a trabajar mucho y a cumplir muy bien sus deberes de cada día.

Estar siempre ocupados. SUDOR: hacer penitencias y pequeños sacrificios (gran penitencia es la obediencia. Muy buena penitencia es dedicarse a cumplir muy bien el deber de cada momento). FERVOR: orar mucho y con devoción (pequeñas oracioncitas pero repetidas muchas veces. Jesús decía: “Hay malos espíritus que no se alejan sino con la oración y el sacrificio”). Y el guía añadió: “Hay personas que por más consejos que se les den no se convierten, pues no quieren sacudir el yugo con el cual los tiene esclavizados Satanás”.

Yo sentí mucha tristeza y me puse a decir: – ¿Pero es posible que esto sea así? ¿Después de tantos consejos que se les dan? ¿Después de tantos sermones? ¿Después de haberles hecho Retiros Espirituales? ¿Después de haberles avisado tantas veces? Jamás me había imaginado que iba a tener tan gran desengaño.

Entonces el guía me reprendió diciendo: – Miren al orgulloso. ¡Acaso quien eres tú para pretender que con tus trabajos se conviertan las almas! ¿Por qué amas mucho a la juventud te imaginas que ya sin más tus discípulos va a corresponder y a hacer caso a todo lo bueno que les recomiendas? ¿Acaso es que amas tú a las almas más de lo que las amó nuestro Divino Salvador? ¿O es que has sufrido por éstos más que lo que sufrió Jesucristo? ¿O es que tienes una palabra más eficaz que la que tenía nuestro Redentor? ¿O es que predicas mejor que Él? ¿O es que has tenido tú más solicitud para con los jóvenes que la que Jesús empleó para formar a los Apóstoles? Tú sabes que ellos vivían con Él continuamente. Que gozaban día por día de sus grandes favores, que le oían sus maravillosos consejos, que contemplaban sus obras portentosas y que al ver sus buenos ejemplos sentían un inmenso estimulo para portarse cada vez mejor. ¡Cuánto hizo Jesús por santificar a Judas y volverlo Santo! Y sin embargo Judas lo traicionó y terminó suicidándose. Entre los doce, hubo uno que falló. ¿Y tú entre quinientos, te maravillas de que haya un pequeño número de discípulos que no corresponde a tus cuidados? ¿Pretendes conseguir que entre tantos no haya ninguno malo, ni siquiera uno pervertido? ¡Miren cómo se ha vuelto éste de orgulloso! Al oír esto, yo callé, pero sentía una gran tristeza en el alma.

El guía viéndome tan apesadumbrado me dijo: “Para que te consueles, dale ahora otra vuelta a la rueda y verás lo que te espera para el futuro, y admírate de la generosidad de Dios y fíjate en el gran número de almas que Dios te quiere regalar”.

Di otra vuelta a la rueda y miré por el enorme lente. Allí vi una cantidad inmensa de jóvenes que yo no conocía. Y el guía añadió: “Mira, por cada uno de éstos que no ha querido corresponder a tus cuidados, Dios te dará cien discípulos más”.

Yo me sentía enormemente contento al ver tan inmensa cantidad de juventud que Dios nos tiene destinada para el futuro, y el personaje me dijo: “¿Quieres contemplar algo todavía más hermoso? Pues dale otra vuelta a la rueda”.

Di la vuelta a la rueda y vi a mis discípulos trabajando en un gran campo. Unos trabajaban en una huerta cultivando hortalizas, empleado azadones, palas y picas.

Estaban divididos en cuadrillas que tenían sus respectivos jefes. Se les repartían sus herramientas y se les animaba a trabajar con entusiasmo. A lo lejos había algunos regando semillas por el campo.

Un segundo grupo se dedicaba a recoger una enorme cosecha de trigo. Unos cortaban espigas. Otros las llevaban en carros, unos afilaban las hoces para cortar, y otros se dedicaban a repartir herramientas entre los trabajadores. Algunos se dedicaban a tocar guitarra y a cantar para amenizar el oficio de los trabajadores. Era tan hermoso espectáculo lleno de sorprendente variedad.

Debajo de unos árboles corpulentos se veían unas masas con el almuerzo preparado para todos los que trabajaban.

El guía me explicó que los que trabajan en la huerta son los que se dedican a servir a Dios en medio del mundo, los seglares. En cambio los que recogían la cosecha de trigo son los que se dedicarán a servir a Dios en el sacerdocio o en una comunidad religiosa. Yo vi a éstos tan claramente que a muchos les podré decir si los tiene Dios destinados para el sacerdocio o no.

Vi que el Padre Provera distribuía las hoces o herramientas a los que segaban el trigo y creo que esto significa que él va a llegar a ser rector de algún seminario. Algunos se dedicaban a arreglar hoces: son los que tendrán como oficio preparar a los futuros sacerdotes.

Vi también que muchos no recibían la hoz de manos de un salesiano sino de otros que no son de nuestra Congregación y con eso se me informó que muchos de mis discípulos va a ser sacerdotes, pero no salesianos. Yo los puedo distinguir claramente después de este sueño. La hoz que le daban a cada uno es señal de la Palabra de Dios que tendrán que difundir en su predicación.

Algunos pedían la hoz, pero se les exigía que antes fueran a conseguir un poco más de piedad y ciencia. A otro antes de darle la hoz (el poder de predicar) se le pidió que consiguiera la flor de la amabilidad y de la prudencia.

En el sueño vi recibiendo la hoz de la Palabra de Dios a muchos de mis discípulos que se van a dedicar a la predicación y a varios de ellos los conozco muy bien con nombres y apellidos.

Vi a unos que trabajaban muy violentamente y se me dijo que nada de lo que se hace con violencia tiene buen efecto y larga duración. Muchos de los que se dedicaban a cortar el trigo tenían la hoz tan sin filo que era más de lo que destrozaban y estropeaban que lo que cosechaban. Y se me dijo que son los que carecen de piedad.

Vi que algunos tenían una hoz sin punta, y me fue dicho que eso significa que hacen apostolado sin humildad, y con el deseo de aparecer más que los demás.

Cuando la cosecha estuvo recogida se echó el trigo en carros tirados por bueyes y adelante iba el Padre Miguel Rúa dirigiendo todo el grupo hacia el granero, lo cual significa que el Padre Rúa dirigirá a los discípulos nuestros.

Vi con tristeza que algunos en vez de dedicarse a recoger la cosecha se dedicaban a perder el tiempo. Muchos en vez de ponerse a recoger el trigo se iban a buscar uvas silvestres; y ellos son los que en lugar de dedicarse a su oficio de salvar almas se dedican a otros oficios no tan propios de un apóstol.

A algunos mientras trataban de cortar el trigo se les caía el mango de la hoz, y me fue dicho que son los que trabajan sin rectitud de intención, o sea, no por agradar a Dios, sino por conseguirse buen nombre y fama.

A unos vi que pedía la hoz pero le dijeron: mientras no consiga las dos flores que son: caridad y humildad no le podemos dar el poder predicar. Y aunque se disgustó, no le dieron la hoz mientras no fue a conseguir las dos flores.

Diez años más: El guía me dijo: “Ahora le darás diez vueltas más a la rueda para que veas lo que sucederá dentro de diez años.

Le di las doce vueltas y aparecieron mis discípulos en el lente, pero totalmente cambiados: los que ahora son niños, aparecieron unos señores. Y los que ahora están en edad del vigor, aparecieron ancianos. Muchos de los que ahora son alumnos aparecieron ya sacerdotes o profesores.

El guía me mandó: “Hay que darle otras diez vueltas a la rueda, para saber lo que pasará diez años después de eso, o sea en 1881”.

Le di las vueltas pero ya no aparecieron sino la mitad de los discípulos de ahora, y muchos ya con canas, y algunos muy encorvados.

El guía me ordenó dar otras diez vueltas a la rueda para ver el estado de nuestras obras dentro de 30 años, en 1891.

Le di las diez vueltas y entonces ya no vi en el lente sino la cuarta parte de mis discípulos de ahora, pero todos con el cabello blanco. Sentí tristeza al notar que eran ya tantos los que no estaban, pero al mismo tiempo tuve una gran alegría al ver un número inmenso de nuevos discípulos en muchas partes del mundo.

Y se me presentó una escena emocionante: vi a los salesianos de muchos países rodeados de jóvenes de diversas razas y colores.

Le di otras diez vueltas a la rueda y se me presentó nuestra obra en 1901. ya eran muy pocos los que quedaban de los que hay ahora. Y el Padre Rúa estaba tan anciano y envejecido que era difícil reconocerlo. ¡Tanto había cambiado! (Es curioso ver que a Don Bosco le anuncian en este sueño que dentro de 40 años, el Padre Rúa todavía estará vivo aquí en la tierra. Y así sucedió.

Por orden del guía di otras diez vueltas a la rueda y apareció nuestra comunidad en 1911. De los de ahora eran poquísimos los que quedaban. Pero allí vi a uno que está aquí ahora, lo vi muy anciano y lleno de canas rodeado de jóvenes, mostrándoles una fotografía de Don Bosco y contándoles cómo fue que empezó nuestro Oratorio.

Nota: Será el Padre Francesia, que durará muchos años y que tendrá una labor muy querida por él, recordar a las nuevas generaciones lo que sucedió cuando Don Bosco empezó su obra.

Le di unas vueltas más a la rueda y entonces ya apareció únicamente una llanura sin habitantes. Y se me dijo: – “Es que ya en ese tiempo, de ahora en 50 años, los alumnos que ahora están en el Oratorio, habían pasado a la eternidad”.

El guía añadió: “¿Quieres ver otra escena más sorprendente? Pues, dale a la rueda otras 50 vueltas”.

Le di esas vueltas a la rueda y apareció en el gran lente una inmensa cantidad de jóvenes desconocidos para mi, de todas las razas, pueblos y naciones; de los más diversos idiomas y de fisonomía variadísimas. Rodeaban alegres a sus maestros salesianos.

Y la voz me dijo: “Estos serán los discípulos de tus discípulos. Escucha lo que les están diciendo: Hablan de ti, y de los primeros salesianos, que ya en ese tiempo han muerto, y les recuerdan las enseñanzas que Don Bosco les dejó”.

En ese momento la rueda empezó por sí sola a dar vueltas a tan gran velocidad y con un ruido tan fuerte que me desperté.

Y siguió diciendo: Alguno dirá: “¿Será que Don Bosco es un hombre extraordinario, o un personaje, o un Santo? Lo que les digo es que Dios se vale de la basura del mundo para llevar a cabo sus grandes empresas, y de lo que no vale, para guiar a lo que sí vale, así como en tiempos de Moisés se valió de la burra de Balaam para que fueran comunicados al pueblo muy importantes mensajes. Así que no se fijen en la conducta de Don Bosco para saber cómo se van a portar, sino más bien fíjense en estos mensajes que el Cielo nos envía, para hacerles caso y obedecerlos. Nadie vaya a decir: “Don Bosco hizo así, y por lo tanto eso está muy bien”. Observen primero mis acciones: si ven que son buenas, imítenlas, pero si me ven hacer algo que no está bien, no me vayan a imitar jamás en eso, sino más bien rechácenlo como algo mal hecho”.

Explicaciones: Dice el Padre Ballesio que estaba presente en el Oratorio en esos días: “Don Bosco nos narró este sueño con una gracia y una emoción impresionantes. Parecía un general viendo a sus tropas triunfar en lo futuro, pero sobre todo parecía un profeta anunciando lo que más tarde iba a suceder. En esa semana todos los centenares de discípulos suyos que le escuchamos narrar el sueño fuimos desfilando por su habitación para pedirle que nos dijera en qué sitio de la cosecha y de qué manera nos había visto, y nos admirábamos al constatar con qué admirable precisión había sabido en el sueño en qué estado se encontraba nuestra alma, y cuáles eran nuestros defectos y nuestras aspiraciones. Éramos más de 400 y a todos y a cada uno nos decía en qué estado nos había visto. Y los alumnos mayores exclamábamos: “Seguramente Don Bosco ha recibido dones extraordinarios del Cielo”. Y entre los numerosos alumnos del Oratorio de Turín el efecto de este sueño de la linterna mágica o de la rueda, fue mejor que el que habría producido una tanda de Retiros Espirituales o la predicación de una misión. En todos se notaba un gran deseo de ser más fieles en cumplir lo que Dios desea de cada uno.

Monseñor Cagliero decía: “Yo estuve presente cuando Don Bosco narró este sueño. Él nos contaba todo esto porque su confesor el Padre José Cafasso le había dicho: “Cuénteles sus sueños a los alumnos, porque eso les hace mucho bien”.

Don Bosco, aprovechando su prodigiosa memoria nos iba diciendo a todos uno por uno, cómo nos había visto en el sueño.

Y nosotros quedamos convencidos de que Dios le había informado el futuro de sus discípulos y de su Congregación por 50 años y más. En aquel año de 1861 nuestra comunidad era pequeñísima (tenía dos años de nacida) y era muy combatida por los que no la comprendían. Y Dios quiso informarnos que el futuro que nos esperaba era inmenso y muy consolador.

El joven Fagnano se le acercó a Don Bosco y le dijo: “¿Cómo me vio a mí en su sueño?”. El le respondió: “Te vi que estabas lejos, lejísimos de aquí, rodeado de hombres casi desnudos”. Fagnano creyó que esto no sucedería, pero veinte años más tarde, celebrando la fiesta de María Auxiliadora en el polo sur, en la Patagonia, como misionero, rodeado de indios casi desnudos, le escribió a Don Bosco: “Hoy se ha cumplido lo que vio acerca de mí en su sueño en 1861”.

Alguien le pregunto: “¿Por qué a ciertos jóvenes los vio con un orangután sobre el cuello?”. Y le respondió: “Es el pecado de la impureza, que no se presente ante los ojos como algo malo y vergonzoso, sino que a traición ataca haciendo creer al que lo comete que eso no le traerá tantos malos y que no es tan degradante e indigno como en realidad lo es”.

Otro le preguntó: “¿En el futuro de su comunidad vio solo noticias buenas?”. Don Bosco respondió: “Vi también muchas dificultades y enormes problemas que se nos van a presentar, y eso me asustó bastante. Yo les puedo asegurar que si cuando se me ocurrió fundar esta Congregación hubiera sabido los problemas y dificultades que se me iban a presentar, jamás me habría atrevido a tratar de fundarla”. Pero Dios ha repetido en el Libro Santo: “Yo nunca te abandonaré”.

(Hebr. 12).

El Padre Rufino dice en su crónica de ese año: “Don Bosco nos dijo que entre los que recogían la cosecha de trigo vio dos de sus alumnos que llegarían a ser obispos”. Pero no nos quiso decir quiénes eran. Nosotros decíamos que probablemente serian los jóvenes Cagliero y Albera. Pero 25 años más tarde los que fueron nombrados obispos fueron Cagliero y Costamagna. De este segundo muchacho nadie se imaginaba entonces que llegaría a ese alto puesto.

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33. Las dos casas 1861 (MB. 6,715).

Don Bosco estaba construyendo un nuevo edificio para sus niños pobres en Turín. Pero en el mes de noviembre uno de los arcos cedió y toda la construcción se vino abajo. Y sucedió que María Auxiliadora estaba por allí protegiendo porque de los 4 obreros que estaban trabajando en ese momento de la construcción, uno quedó suspendido en el aire sobre una viga que no se alcanzó a partir. Otro se hallaba en un rincón y allí la bóveda no se hundió. El tercero se salvó porque se le vino encima una viga pero quedó suspendida en una pared encima de él, y lo protegió del derrumbe de materiales que caían. El cuarto quedó entre los escombros, pero al removerlos lo encontraron sin ninguna herida grave. Sólo algunas pequeñitas heridas, y… el susto que sí fue de tamaño mayor. Todos bendecían a María Santísima por ésta su ayuda tan especial, y Don Bosco exclamó: “Los poderes del infierno nos hicieron una jugarreta, pero seguiremos adelante”.

Y una de esas noches tuvo el sueño de las dos casas: “Estaba muy preocupado por el derrumbamiento del edificio que estábamos construyendo, y en un sueño vi que se me acercaba Monseñor Gastaldi y me decía: “Amigo mío, no se aflija porque se la ha caído una casa. Después se construirán dos casas: una para los sanos y otra para los enfermos”.

Nota: Don Bosco no tenía edificio de enfermería en su colegio y a sus jóvenes enfermos los tenía que enviar a los hospitales, pero allá veían y oían muy malos ejemplos, y él deseaba tener en su colegio su propia enfermería. Y sucedió tal como se fue anunciando en este sueño, allí fueron levantados dos edificios: el que se derrumbó, que se dedicó para clases, y uno nuevo, que se dedicó para enfermería de los alumnos.

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34. Los dos pinos 1861 (MB. 6,720) “Soñé que estaba en un campo de Castelnuovo con algunos jóvenes, cuando vimos venir por el aire un enorme pino, tan ancho como dos cuadras de casas, y de una altura extraordinaria. El pino se acercaba a nosotros en posición horizontal y después se enderezó quedando vertical. Parecía que nos iba a caer encima y nosotros nos hicimos la señal de la cruz y pensábamos huir, cuando de pronto llegó un viento fuerte como el de un huracán y transformó al árbol en una tempestad de relámpagos, truenos, rayos y granizo.

Después vino otro pino menos grueso que el anterior avanzando en la misma dirección, y se colocó encima de nosotros y en posición horizontal comenzó a descender. Nosotros huimos temiendo ser aplastados y nos hacíamos muchas veces la señal de la cruz. El pino descendió casi a ras de tierra y permaneció suspendido en el aire. Sólo sus ramas tocaban el suelo.

Llegó luego un suave vientecillo y lo transformó en lluvia que benefició a la tierra.

Yo creo que el árbol inmenso que se convierte en tempestad y en granizada significa las persecuciones y ataques de enemigos que le llegan siempre a la Iglesia Católica, y a los que se esmeran por ser fieles a la verdadera religión.

Y el segundo árbol que se convierte en lluvia que beneficia la tierra creo que es la Santa Iglesia o alguna de sus comunidades, que seguirá produciendo tanto fruto espiritual en las almas, como los que la lluvia produce en la tierra.

Nota: del árbol grande y terrible puede ser que tenga que decirse lo que el profeta Daniel le dijo al Rey Nabucodonosor, que había destruido el Templo de Jerusalén y llevado desterrados a los israelitas: “Tu reino es un árbol inmenso, pero he oído una voz del Cielo que dice: Corten el árbol, vuélvanlo pedazos, corten sus ramas y que no produzca ya más frutos” (Daniel 4,11).

En otro árbol más pequeño puede estar representada alguna parte de la Santa Iglesia (por ejemplo: la Congregación Salesiana) que va llenando de frutos espirituales los sitios a donde llega, así como la lluvia llena de buenas cosechas la tierra a donde cae.

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35. El pañuelo de la Virgen 1861 (MB. 6,735).

En la noche del 14 de junio vi en sueños que un grupo de jóvenes rodeaba a la Santísima Virgen y que Ella le daba a cada uno un pañuelo. Luego subieron todos a la azotea y Nuestra Señora les dijo: – “No abran el pañuelo cuando sopla el viento. Y si el viento llega de sorpresa vuélvanse inmediatamente a la derecha, pero nunca hacia la izquierda”.

Luego cada joven fue extiendo su pañuelo: eran finísimos, bordados de oro y de un enorme precio. En cada pañuelo había este escrito: “Reina la de las Virtudes: La Pureza o Castidad”.

De pronto empezó a llegar del lado izquierdo un fuerte ventarrón. Varios jóvenes cerraron inmediatamente sus pañuelos. Otros se volvieron hacia el lado derecho. Pero algunos permanecieron con el pañuelo abierto desplegado, y sin moverse. Enseguida se desencadenó una fuerte tempestad: rayos, truenos, lluvia, granizo y nieve.

A los jóvenes que permanecieron con el pañuelo extendido, el granizo fue rompiendo cada pañuelo. La lluvia y la nieve fueron llenando también de agujeros pañuelo tras pañuelo, y en poco tiempo los pañuelos quedaron totalmente estropeados y perdieron toda su hermosura.

Pregunte a Nuestra Señora qué significaba aquello y me respondió: – “Esos jóvenes son tus discípulos. El pañuelo es la santa virtud de la pureza o castidad. Los que quedaron con el pañuelo destrozado son los que se expusieron a las tentaciones, a los peligros, a las ocasiones de pecar. Los que doblaron el pañuelo a tiempo y conservaron íntegro y hermoso son los que no se han expuesto a los peligros de pecar y conservan la santa virtud de la pureza. Los que se volvieron a la derecha son los que sí han tenido ocasiones de pecar, y los ha sorprendido la tentación, pero han sabido encomendarse a Nuestro Señor y le han vuelto la espalda al pecado, alejándose de aquello que los invitaba a pecar. Los de los pañuelos rotos son los que han caído en pecados impuros.

Yo estaba muy triste al ver que eran tantos y tantos los que habían quedado con el pañuelo roto y destrozado y pregunté a Nuestra Señora: – “¿Pero por qué no sólo el granizo rompió los pañuelos, sino que también el agua y la nieve los rompieron?”.

Y Ella me contestó: “Es que en pureza también las faltas pequeñas manchan el alma y la dejan en muy mal estado”.

Luego se oyó una voz: “Que se vuelvan a la derecha”.

Y muchos de los jóvenes que tenían los pañuelos rotos se volvieron hacia la derecha y sus pañuelos quedaron zurcidos y remendados. Pero cada pañuelo quedó mucho más pequeño de lo que era antes y muchísimo menos hermoso de lo que había sido. Daba lástima comparar la fealdad que ahora tenían esos pañuelos con la belleza que antes habían tenido. Pero bueno, ya estaban remendados y ya no estaban rotos. Y me fue dicho que esos son los que han cometido actos impuros y se han confesado y han hecho obras buenas para pagar sus pecados. Poco a poco van recuperando la hermosura de su alma, pero es difícil que lleguen otra vez a tener la belleza que su espíritu tenía antes de cometer esos pecados impuros.

Vi que algunos no quisieron volverse hacia la derecha y su pañuelo fue quedando totalmente destrozado. Son los que quieren seguir en sus pecados de impureza y no se arrepienten ni hacen nada serio por mejorar su mala conducta. Esos pobres van irremediablemente hacia la perdición.

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36. Las distracciones en la Iglesia 1861 (MB. 6,799) El 28 de noviembre de 1861, cuando muchos de los jóvenes estaban recién llegados al Oratorio de Don Bosco y todavía no estaban acostumbrados a rezar atentamente, el Santo les contó este sueño: “Soñé que estábamos todos reunidos en la Iglesia y empezó la Santa Misa. Y entonces entraron al Templo muchos hombrecitos vestidos de rojo y con cuernos, o sea unos diablillos, y se dedicaron a distraer a los jóvenes mientras rezaban.

A uno les presentaban los elementos del deporte, a otros un libro, a varios un plato lleno de golosinas y a algunos les mostraban un armario en el fondo del cual había guardada una buena merienda. A algunos les traían el recuerdo de su pueblo a de su barrio y a otros les recordaban los detalles del último partido de juego. Cada joven tenía un diablillo que trataba de hacerlo pensar en otras cosas y no en las oraciones que estaban haciendo.

Algunos diablillos estaban encaramados en el cuerpo de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y alisarles el cabello.

Llegó el momento de la elevación de la hostia, y al toque de la campanilla los jóvenes se arrodillaron, y todos los diablillos desaparecieron, menos los que estaban sobre el cuello, los cuales volvieron la espalda para mirar al lado contrario del altar.

Apenas terminó la elevación, volvieron los diablillos y se dedicaron otra vez de distraer a los jóvenes para que no pusieran atención a lo que estaban rezando.

Creo que la explicación de este sueño es que los diablillos representan las distracciones que nos vienen cuando rezamos. Si rezamos sin pensar en qué es lo que decimos, ni a quién hablamos, ni qué le pedimos, entonces la oración pierde mucha parte de su valor y de su poder.

Los que tienen el diablillo sobre el cuello son los que están en pecado mortal y no quieren dejar ese pecado. El diablo no se les va porque ellos le pertenecen a él, y a éstos les queda mucho más difícil que a los demás hacer oración.

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37. Los jugadores 1862 (MB. 7,55) El 31 de enero de 1862 estaba Don Bosco pasean por los corredores con unos jóvenes durante el recreo, y de pronto se detuvo y llamó al seminarista Juan Cagliero y le dijo: – Oigo dinero que suena. Algunos están ahí jugando dinero. Darás una vuelta por el edificio y buscaras a los jóvenes NNN (y le dijo tres nombres).

Cagliero empezó a recorrer corredores y rincones y no los encontraba. De pronto vio venir a uno de los tres y le dijo: – ¿De dónde vienes? ¿Dónde estabas? ¡Te estaba buscando! – Estaba jugando con N y N.

– Y estaban jugando dinero, ¿no es cierto? El joven no pudo negar que sí había sido así.

Cagliero volvió a contarle a Don Bosco el resultado de sus pesquisas y el Santo contó que en la noche anterior había visto en sueño a tres muchachos jugando dinero. (Y el jugar dinero se les prohíbe a los jóvenes porque los puede llevar al robo y a muchos males más).

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38. Anuncio de una muerte 1862 (MB. 7,114) El 21 de marzo de 1862, Don Bosco en su sermoncito que acostumbraba a dar a los jóvenes antes de que se fueran a acostar, y que él llamaba “Buenas Noches”, les dijo: “Les voy a contar un sueño. Soñé que durante un recreo en el cual los jóvenes juegan y corren por todas partes, yo estaba asomado por la ventana de mi habitación observando lo alegremente que los muchachos corrían por todo el patio.

De pronto oí un gran estrépito a la entrada, en la portería, y dirigiendo hacia allá la mirada, vi entrar al patio un personaje de elevada estatura, de frente ancha, ojos extrañamente hundidos, barba larga, cabellos muy blancos y ralos que desde la cabeza calva le caían sobre los hombros. Venían envuelto en un manto negro como los que colocan en los funerales, y apretaba el manto contra su cuerpo con la mano izquierda, mientras en la mano derecha llevaba una antorcha cuya llama era de color azul negruzco. El tal personaje andaba despacio por todo el patio observando con cuidado como buscando algo que se le hubiera perdido.

Pasó por en medio de todos los alumnos y de pronto se detuvo frente a un muchacho, e inclinándose y mirándolo fijamente en la frente dijo: “Este es”.

Luego sacó de entre los pliegues del manto un papelito y se lo presentó al joven para que lo leyera. El muchacho empezó a leerlo y a ponerse muy pálido y a preguntar: – ¿Cuándo será? ¿Será pronto? ¿O será más tarde? Y el viejo con voz sepulcral le dijo: – Ven. Ya ha llegado la hora para ti.

El muchacho le volvió a preguntar: ¿Puedo seguir jugando? Y el viejo le respondió: “Aun durante el juego puedes ser sorprendido”.

Con esto anunciaba una muerte repentina.

El joven temblaba. Quería hablar pero no podía.

Entonces el espectro, señalando con la punta de su mano la puerta de entrada al patio le dijo: – ¿Ves ese ataúd? Es para ti.

Y allá en la portería se veía un ataúd para echar un muerto.

El joven empezó a gritar: “¡No estoy preparado! ¡Soy demasiado joven!”.

Pero el espectro sin decir nada, salió corriendo del patio y desapareció.

Yo me puse a pensar quién seria el que había venido a anunciar tal muerte, y en ese momento me desperté.

Esto es un aviso de que uno de los que me escuchan debe prepararse porque Nuestro Señor lo va a llamar muy pronto a la eternidad.

Yo que presencié aquella escena sé muy bien quién es. Lo vi. Lo conocí claramente, cuando el personaje le entregó el papelito, pero no diré su nombre a nadie, antes de que él haya muerto.

Sin embargo, haré cuanto me sea posible para prepararlo a bien morir.

Ahora: que cada uno piense seriamente si está preparado para morir hoy. Que nadie se dedique a pensar “Eso es para otro” y le llegue a él la muerte sin estar debidamente preparado”.

Yo les aviso claramente, no sea que un día Nuestro Señor me tenga que decir: “Pero mudo, ¿por qué no ladraste? ¿Viste venir el peligro y no avisaste?”.

Que cada uno piense seriamente si sus cuentas con Dios están en buen estado.

Hagamos en estos días especiales oraciones por ese que va a morir, y ojalá todos digamos cada día la oración: “Dios te salve Reina y Madre”, por aquel que va a morir primero. Así cuando él se muera se encontrará con muchas salves rezadas por él.

Explicación: Los jóvenes le preguntaron a Don Bosco si la muerte seria muy pronto. El dijo que sucedería antes de que hubiera dos fiestas que empezaran por P. Ellos entendieron que sería antes de que pasaran la Pascua y Pentecostés.

En aquellos días fueron muchísimos los que hicieron una confesión general y empezaron a portarse tan sumamente bien como si tuvieran que morir muy pronto. Numerosos muchachos fueron a preguntarle al Santo si era alguno de ellos los que el personaje había señalado en el sueño, pero Don Bosco cambiaba de tema de conversación.

Por aquellos días un jovencito de apellido Fornasio fue a rogarle a Don Bosco que lo confesara. Hizo una confesión muy fervorosa y luego se sintió mal de salud y lo llevaron con su familiar y allá murió. Tenía 12 años. Don Bosco anunció a todo el alumnado el 16 de abril la muerte de Fornasio, pero advirtió que ese niño no era que el personaje del sueño había anunciado que iba a morir de repente y pronto.

Y les recomendó que pensaran en aquella frase de Jesús: “Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, llegará el Hijo del hombre”.

Los alumnos seguían insistiéndole en que les dijera al menos la primera letra del apellido del que iba a morir. Él les dijo: “Es la letra con la cual empieza el nombre de María”.

Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por M. Y además en la enfermería había un muchacho muy enfermo y grave, de apellido Marchisio, y los desconfiados decían: “Si el que se va a morir primero es Marchisio, no se necesita ningún sabio ni ningún soñador, para saber que el apellido del muerto empieza por la primera letra del nombre de María”.

Pero Marchisio no se murió en aquella ocasión.

El señalado por el sueño era el joven Víctor Maestro. Don Bosco se lo encontró un día en una escalera y le dijo: – ¿Maestro, quieres ir al paraíso? – ¡Sí, sí! Respondió el jovencito de 13 años de edad.

– Pues bien, ¡prepárate! – le dijo el Santo.

El joven Maestro le pidió a Don Bosco que lo dejara ir a pasar unos días con su familia, y se hacía este razonamiento: “El que tiene que morir ahora, va a morir aquí en el Oratorio. Por eso si me voy a donde mi familia no tendré que ser yo el que muera en esta ocasión”.

Don Bosco le dio el permiso.

Al día siguiente Maestro amaneció algo cansado y se quedó en la cama, y a algunos compañeros que lo fueron a visitar les dijo que sentía contento porque en ese día se iría a visitar a sus familiares.

A las nueve de la mañana vino el enfermero a anunciarle que dentro de poco llegaría el médico a darle la autorización para irse a pasar unos días con sus familiares. Pocos minutos después llegó otro alumno a llamarlo para que hablara con el médico y le dijo: – “Maestro, Maestro, ¡que llegó el médico! Y como no le respondía, se acercó a su cama y lo tomó del brazo y lo sacudió. Pero Maestro seguía inmóvil.

El otro jovencito se llenó de susto y gritó: – ¡Maestro ha muerto! ¡Maestro ha muerto! La noticia corrió por toda la casa. El Padre Rúa vino inmediatamente a darle la bendición y todos los colegiales se impresionaron grandemente.

Esa noche Don Bosco en las Buenas Noches les dijo: “El jovencito al cual vi que en el sueño un personaje le entregaba un papelito anunciándole que moriría de repente, era el que hoy murió: Víctor Maestro. Podemos estar tranquilos porque este niño se confesó muy bien y estaba comulgando cada día. Se había preparado cuidadosamente para pasar a la eternidad”.

No había llegado todavía la segunda fiesta que empezaba por P, la fiesta de Pentecostés.

Y sucedió otro detalle curioso: Al llegar los señores de la funeraria, no entraron con el ataúd hasta el fondo del patio, como hacían otras veces, sino que se quedaron en la portería con la caja mortuoria. Y aunque Cagliero les dijo que siguieran más adelante, ellos se quedaron allí junto a la portería. Y al salir Don Bosco a su ventana le dijo a Francesia: “¡Miren, qué extraño! Están con el ataúd aguardando, en el mismo sitio en el que yo los vi en la noche del sueño”.

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39. Las dos columnas 1862 (MB. 7,153) El 30 de mayo de 1862, dijo Don Bosco a todo el alumnado reunido: – “Les voy a contar un sueño que tuve. A mis discípulos les tengo tanta confianza que les contaría hasta mis pecados, sino fuera porque al contárselos saldrían todos huyendo asustados y se caería el techo de la casa. Pero lo que les voy a contar esta noche es para su bien espiritual”.

Soñé que estaba en la orilla del mar, sobre una alta roca, desde la cual no se divisaba más piso firme que el que tenía bajo los pies.

En aquella inmensa superficie líquida se veía una multitud incontable de barcos dispuestos en orden de batalla, y cada barco tenía en su extremo una enorme y afilada punta de hierro dispuesta a destrozar todo lo que se le atravesara por delante. Los barcos estaban armados de cañones y llenos de fusiles y de diferentes armas y con muchísimas bombas incendiarias, y también con libros dañosos.

Y todos aquellos barcos se dirigían contra su barco mucho más alto tratando de destruirlo con sus puntas de hierro, o incendiarlo o de hacerle el mayo daño posible.

A este majestuoso barco que estaba provisto de todo lo que necesitaba, le hacían escolta numerosos barcos pequeños, que recibían órdenes de él, realizando maniobras necesarias para defenderse de la flota enemiga. El viento soplaba en dirección contraria a la dirección que llevaba el gran barco, y las olas encrespadas del mar favorecían a los enemigos.

Y en plena batalla vi salir de en medio de la inmensidad del mar dos grandes columnas, que se elevaron hasta enormes alturas. Sobre la una había una estatua de María Inmaculada y debajo un gran letrero que decía: “María Auxiliadora de los Cristianos”. Sobre la ora había una Santa Hostia muy grande, y debajo un enorme letrero con esta inscripción: “Salvación para los que creen”.

El Comandante Supremo de la nave mayor, que era el Sumo Pontífice, al darse cuenta del furor con el que atacaban los enemigos y la situación tan complicada en la que se encontraban sus leales servidores, dispuso convocar a una reunión a todos los pilotos de las naves menores. Todos los pilotos subieron a la nave capitana y se reunieron alrededor del Papa. Pero al comprobar que el huracán se volvía cada vez más violento y que la tempestad era cada día más peligrosa, fueron enviados otra vez los capitanes, cada uno a dirigir su barco.

Se restableció por un poco tiempo otra vez la calma y el Papa volvió a reunir junto a él a los demás capitanes, pero la tempestad se volvió enormemente espantosa.

Entonces el Papa tomó personalmente el timón de la nave capitana y se esforzó con todas sus energías en dirigir la nave hasta colocarla en medio de las dos columnas desde las cuales colgaban áncoras, y defensas para fortalecerse y salvavidas.

Y todos los barcos enemigos se lanzaron a atacar el barco donde iba el Papa, y trataban de hundirlo o destrozarlo. Unos lo atacaban con libros malos, otros con escritos malvados en los periódicos, muchos disparaban sus cañones y trataban de atacarle con los extremos afilados de hierro que tenían sus barcos, los cuales chocaban violentísimamente contra la gigantesca nave capitana sin lograr hundirla ni detenerla en su marcha.

De vez en cuando los barcos enemigos lograban hacerle inmensas hendiduras por los lados al barco del Pontífice, pero enseguida soplaba una suave brisa desde las dos columnas y milagrosamente cerraba esas hendiduras.

Otro dato curioso: Muchas naves enemigas al tratar de disparar contra la nave capitana, explotaban y se hundían en el mar, y muchos fusiles también al ir a disparar contra la Iglesia, estallaban. Entonces los enemigos se propusieron atacar con armas cortas: insultos, golpes, maldiciones, calumnias y así siguió el combate.

De pronto el Papa cayó gravemente herido. Los que lo acompañaban corrieron a socorrerlo. Se repuso, pero fue herido por segunda vez, cayó y murió. Un grito de victoria resonó en todas las naves enemigas y el gozo de los contrarios era inmenso. Pero los demás pilotos se reunieron y eligieron un nuevo Pontífice, el cual tomó fuertemente entre sus manos el timón de la nave capitana. Los enemigos comenzaron a desanimarse.

El nuevo Pontífice, manejando muy bien la nave la llevó hasta colocarla en medio de las dos columnas y con una cadena amarró la parte delantera del barco (o proa) a la columna donde estaba la Santa Hostia y con otra cadena ató el otro extremo (la popa) a la columna donde estaba la estatua de María Santísima Auxiliadora.

Entonces se produjo una gran confusión. Todos los barcos que habían luchado contra la nave capitaneada por el Papa, se dieron a la fuga, se dispersaron, chocaron entre sí y se destruyeron mutuamente. Unos al hundirse hundieron a otros más.

Los barcos que habían permanecido fieles al Papa se acercaron a las dos columnas y se amarraron fuertemente a ellas.

Otras naves que por miedo al combate se habían retirado y se encontraban distantes observando prudentemente los acontecimientos, al ver que desaparecían en el abismo las naves enemigas, navegaron entonces también hacia las dos columnas y allí permanecieron tranquilas y serenas en compañía de la nave capitana dirigida por el Papa. En el mar reinaba una calma absoluta….

Al llegar a este punto de la narración, Don Bosco preguntó al Padre Rúa: – “¿Qué le parece que significa este sueño?”.

Don Rúa respondió: – “Me parece que la nave capitana es la Iglesia Católica, y los otros barcos que ayudan a la nave capitana son los fieles católicos dirigidos por sus obispos. Y que los barcos enemigos son todos los que atacan nuestra Santa religión. Y me parece que las dos columnas son la devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía y a María Santísima”.

Don Bosco añadió: – “Sí, y en los barcos que atacan están representadas las persecuciones que le llegan a la Iglesia Católica, a la cual le van a venir terribles peligros y ataques de enemigos. Pero nos quedan dos remedios: frecuentar los sacramentos y tener una gran devoción a la Virgen Santísima. Hagamos todo lo posible para practicar nosotros estos dos remedios y para obtener que otros los practiquen también siempre y en todo momento”.

Nota: Varios de los oyentes copiaron este sueño y cada uno le daba sus interpretaciones. Se ha pensado que el capitán que llama a los otros pilotos a reunión fue el Papa Pío IX que llamó a los obispos al Concilio Vaticano I. Después de algunas reuniones los obispos tuvieron que volverse a sus ciudades porque estallaba la guerra de 1870. En 1878 murió el Papa Pío IX que había sido muy combatido por los enemigos de la religión. Más tarde llegó el Papa San Pío X que propagó muchísimo la devoción al Santísimo Sacramento y a María Santísima (acercó la Iglesia a esas dos columnas y organizó a los católicos para defenderse unidos en Senados, Cámaras y gobierno del mundo entero, quitándoles así a los enemigos de la Santa Iglesia el poder omnímodo que tenían casi todos los países. Antes de este Papa los católicos no participaban casi en elecciones ni se hacían elegir, y los enemigos podían hacer desde el gobierno todo el mal que se les antojaba contra la religión. Pío X dijo: “Los católicos elegirán y serán elegidos”. Y así hubo pronto en cada país un grupo fuerte de católicos en el Congreso y en el gobierno, y los anticatólicos les sucedió como a las naves del sueño: retrocedieron y empezaron a hundirse. Y los que eran indiferentes y miraban la lucha desde lejos, al ver que la Iglesia Católica volvía a ser respetada y estimada, se fueron acercando también a ella en señal de amistad.

¿Fueron tres los pontífices? En canónigo Bourlot que era estudiante y estuvo presente cuando Don Bosco narró este sueño, fue a almorzar con Don Bosco y sus salesianos 24 años después en 1866, y en pleno almuerzo dijo: – “Aquella vez Don Bosco dijo que los pontífices eran tres”.

El Padre Lemoyne que fue el que escribió la redacción del sueño, estaba en ese momento charlando con otro y Don Bosco lo llamó y le dijo: “Oiga lo que está diciendo este Padre”… y dio a entender que estaba de acuerdo con lo que afirmaba el canónigo. Este afirmaba que Don Bosco les contó que los Papas eran tres: el primero, aquel cuya muerte se alegraron los malos. El segundo, el que reemplazó al anterior y con mano fuerte tomó el timón y guió con seguridad la nave. Y el tercero, el que llevó la nave hasta colocarla entre las dos columnas.

Después de 1907, el canónigo Bourlot volvió a la Casa Salesiana de Turín y les dijo a sus superiores: – “¿Se dan cuenta de que sí eran tres los pontífices del sueño? El primero, el Papa Pío IX que reunió el Concilio y de cuya muerte se alegraron los enemigos de la religión. El segundo, León XIII, que dirigió con mano segura y fuerte la Iglesia. Y el tercero, Pío X que se dedicó a propagar la devoción a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen”.

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40. El sacrilegio 1862 (MB. 7,173) Un día en 1862, estaba Don Bosco recomendando a los sacerdotes confesores que le pidieran mucho a Dios la gracia de sabes confesar bien y de obtener la eficacia de la palabra y la virtud de la prudencia, y les recordaba que muchos hacen malas confesiones por temor. Y les narró lo siguiente:“Una noche soñé que veía a un joven con el corazón podrido y lleno de gusanos. No le hice caso al sueño, pero a la noche siguiente soñé que veía a un perro que le mordía el corazón a ese pobre joven.

Entonces me convencí de que Nuestro Señor quería ayudar a ese muchacho quitándole de la conciencia algún pecado que tenía sin perdonar.

Y un día me lo encontré y le dije: “¿Me quiere hacer un favor?”.

– Sí, claro, por supuesto, ¿Qué será? – ¿Quiere decirme si tiene algún pecado en su conciencia sin haberlo confesado? El quiso negarlo, pero yo le dije: “¿Y aquel pecado?, ¿y aquel otro?, ¿por qué no los ha confesado? Entonces me miró al rostro y comenzó a llorar, y me dijo: – Tiene razón. Hace dos años que tengo esos pecados en mi conciencia y nunca he sido capaz de confesarlos.

Y aquel muchacho se puso en paz con Dios.

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